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Un motivo llamado sexo. Capítulo 3

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Un motivo llamado sexo. Capítulo 3

Durante varios días apenas nos vimos, Carlos andaba liado con los famosos chinos que quieren distribuir en el país asiático uno de los videojuegos de mi marido. El jefe de la delegación de los ojitos rajados me encargó un par de cuadros al saber que yo pintaba. Y pensar que Carlos se excita imaginándome con él. Es bajito y parece que le hayan dado un sartenazo en la cara. Por no hablar de que no entiendo su idioma, y el inglés en el que intentan comunicarse es penoso.

He venido observando a Carlos. La velocidad a la que cambia su interés por el sexo es pasmosa. Ha caído definitivamente en una espiral de perversión. Lo que más le excita es imaginarme con otro. Sé que es su sueño.

Estábamos en el salón con el fuego prendido. El frío del invierno lo combatimos encendiendo la moderna chimenea. Empotrada en la pared y con una puerta de cristal. Disfrutas de la vista de la madera ardiendo y del calor, pero sin los inconvenientes del humo. Resulta tan acogedor ese calor envolvente. Carlos se puso un ron añejo y me miró tumbada sobre la gran alfombra de pelo largo y blanco. Yo estaba cerca de las llamas, vestida tan solo con el kimono de seda verde que uso para andar por casa.

-Carlos, te encuentro raro últimamente- se lo dije intentando entrar de lleno en lo que tanto me preocupa –¿Sabes a lo que me refiero?-

Giré mi cara para verle. Tenía expresión de perplejidad, como el niño malo al que pillan pintado la pared. Bebió un sorbo de su ron: -Sé a lo que te refieres- Me dijo. - Mentiría si dijera que no esperaba que lo notaras. Sabes que anhelo desde que te conozco que cumplas ese deseo. - Hubo un largo silencio.

-Sé, Michelle, que es muy difícil de comprender. Te amo. Pero esa obsesión me consume. Las ocasiones en las que algún hombre ha flirteado contigo en mi presencia mi excitación han crecido como no puedes imaginar-

En las ocasiones en las que hemos salido a discotecas, mi esposo nunca ha puesto problemas cuando otro chico me ha invitado a bailar, y no sólo con nuestros amigos. De reojo he contemplado como Carlos no quitaba ojo del abrazo que me unía al partner y cuando alguno de ellos se pegaba más de la cuenta llegué a ver su gesto de placer y satisfacción, reflejando claramente la excitación que le producía verme tan unida al cuerpo de otro hombre.

-No sé qué es lo que quieres exactamente, mi amor- le dije- ¿Tal vez que me tire al chico que arregla el jardín, cuando tú no estés? Por ejemplo. O, ¿tal vez quieres verme follada delante de ti por cualquier desconocido? ¿Eso es lo que quieres?

Carlos tardó unos segundos en responder.

-No lo he pensado Michelle. Sinceramente. Sería como tú deseases, algo que te de morbo, que te apetezca hacer, alguna fantasía no realizada. Sí me gustaría verlo, eso sí, aunque fuese grabado. Sueño con ello, tú lo sabes nena-

Me acerqué a cuatro patas, como una gata hasta el sillón de mi esposo. Le deshice el nudo del batín. Debajo no llevaba nada, le gusta andar tan solo con el batín y los calcetines cuando se pone cómodo en casa.

No estaba erecto pero en cinco segundos, tras el primer lametón, la cosa tomó consistencia.

Agarré su mango mirándole e los ojos –¿te gustaría ver cómo  hago esto a otro?- ladeé la cabeza y mordí el tronco lateralmente hasta casi hacerle daño.

-Michelle eres maravillosa. Siiiiiii, si, si. Quiero ver tu boquita traviesa en otro sexo que no sea el mío- El pene de Carlos se había tornado acero puro, más por nuestra conversación que por mis caricias. Le masturbé con la mano, duro, muy rápido. Él tensó los muslos.

-¿Te gustaría verme masturbarle en tu presencia y oír sus gemidos mientras él me toca también?-

-¡Ahí nena! Me matas-

Me levanté dejando el instrumento con contracciones de placer, próximas al orgasmo, me giré y remangué el quimono de seda por encima de mis ancas. Yo estaba de pie, y mi trasero quedaba a pocos centímetros de su rostro. Carlos seguía sentado en su sillón.

-Bájame el tanga como te gustaría que lo hicieran- le dije. Dejó la copa de ron, sin dejar de apurar el último sorbo. Bajó mi braga hasta las rodillas y me atrajo hacia él tomándome de las caderas. Fui obligada a sentarme en su regazo. Carlos agarró su verga, haciéndola coincidir con la raja tierna. Penetró como mantequilla en mi agujero jugoso.

-¿Lo vas a hacer Michelle? ¿Me vas a dar esa satisfacción? ¿lo harás con otro hombre?- Moví mis caderas con el pene dentro, ondulando los movimientos para rozarme con sus testículos, para provocarle más placer.

-¿Tengo libertad para organizarlo como yo quiera?- Le pregunté mientras subía y bajaba el culo follándome yo sola.

-Siiiiiii Michelle, como tú quieras, amor- Estaba entusiasmado, fuera de sí.

-Y luego, ¿querrás que haga con más tíos, seguro?-

-No amor. No, Michelle, si tú no quieres, no. Te lo prometo-

Me levanté y volví junto a la chimenea, tumbándome en la alfombra. Abrí totalmente el kimono mientras él quedaba sentado en el sillón masturbándose. –Carlos, vuélcate en mí, como una ducha-

Desde el suelo veía su cuerpo de pie, junto a mí en el momento en el que su pene comenzó a escupir semen que me cayó en la cara y los senos, algo también en la alfombra. Antes de que terminase de soltarlo todo me incorporé y la metí en mi boca, disfrutando de las últimas gotas.

Quise contar con mi amiga Irene en todo este asunto. Irene es mi muy mejor amiga.

En la última planta del establecimiento comercial hay una cafetería lujosa. Me encanta como hacen unos montaditos de jamón york y queso a la plancha. Irene venía con una pamela impropia para la época del año, pero ella es así.

-Te retrasas casi un cuarto de hora- le dije cuando llegó a la mesa. Ella levantó la bolsa que traía. Obviamente se había retrasado haciendo alguna compra.

Me levanté y nos besamos las mejillas. –No he podido evitar parar en la zapatería. Según pasaba he visto unos zapatos rojos que no te puedes creer-

Irene es una morena contundente, de grandes curvas, algo rellenita, pero que llama la atención, tanto por su bello rostro como por la exuberancia de su físico. Nos conocimos en el gimnasio, hace dos años. Fue una amistad a primera vista y nos hemos convertido en confidentes, la una de la otra.

El camarero era un niño prácticamente. Se quedó erguido al llegar, esperando la orden de Irene. Tráeme un poleo, guapo.

Le dijo guapo con un cambio en el tono de voz tan obsceno, que el chico se ruborizó y tartamudeo el “lo que usted mande”.

Le conté a Irene lo de todorelatos y la evolución del asunto. Escuchaba callada, atónita, bebiendo a sorbos el poleo como si necesitase de la humeante infusión para digerir todo lo que estaba escuchando.

-¡No me digas Michelle! ¿Carlos quiere que otro tío te folle delante de él? No puedo creerlo-

-Pues créetelo- le dije. ¿Por qué te crees que te he llamado? No sé qué hacer. Necesito tu consejo Irene-

-Hazlo. No seas tonta. Eso no implica que no le quieras. Todo lo contrario.- Me tomó de la mano y nos miramos a los ojos. –Sólo se vive una vez- apuntó- lo único que debes hacer es no implicarte emocionalmente con el tío que elijas. Eso podría poner en riesgo tu matrimonio. Busca un tío que esté bueno y del que tengas referencias como buen amante. Alguien que te guste.-

Según me estaba hablando me vino a la cabeza un amante de Irene. Tan sólo le he visto en un par de ocasiones. Miré a Irene y ella supo lo que pensaba.

-¡Joder, que zorra eres Michelle! ¿A qué estás pensando en Ramón?-

Mi sonrisa lo decía todo.

-Podías organizarlo en tu casa Irene-

-¿Y mis sentimientos qué? ¿No cuentan- me objetó.

-Pero Irene, tú misma me has confesado que no sientes nada por él. Que sólo le ves por puro sexo. Además, me has dicho que Ramón te ha comentado que le gusto. ¿Te acuerdas?-

Irene guardó silencio, apuró en dos o tres sorbos el final de su infusión. Su mirada algo perdida, como meditando-

-Lo hablaré con él- me dijo- pero ten en cuenta que si lo hago no habrá marcha atrás-

Desde mi charla con Irene estoy hecha un flan. No le he dicho nada a Carlos.