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Un motivo llamado sexo. Capítulo 2

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Un motivo llamado sexo. Capítulo 2

 

-Michelle. Lo de antes en la cama- Carlos paró en su charla, como meditando lo que quería decirme. – Lo de esta mañana ha sido realmente fantástico, mi amor – Estábamos en la cocina, yo preparaba unas tostadas y zumo de naranja. El café había subido, silbando el aire con su soplido de vapor. Llevaba un batín corto, con el que suelo andar por casa. Al acercarme a la mesa con los cafés, mi esposo metió su mano bajo el batín. Le dejé acariciarme el culo  y pellizcar los labios de mi sexo, agarrando el tanga con fuerza. – Eres la mujer más maravillosa de este universo – Le sonreí.

- Anda, no seas tonto – Mi sonrisa le llegó limpia y sincera. Me encanta tenerle así, enamorado y sumiso.

Carlos es un hombre tranquilo, muy atento y respetuoso. Creo que no acaba de creerse que me haya casado con él. A veces me resulta excesivamente cargante, ese cúmulo de atenciones que me tributa. Como si tuviese que estar compensando a la niña de 22 años por haber otorgado matrimonio a un madurito de 44.

Nuestra casa no es del todo de mi gusto, pero Carlos ya la había adquirido cuando me casé con él. Excesivamente cuadrada de líneas muy rectas, como grandes cubos, pegados sin mucho sentido. Una casa mucho más moderna de lo que me gustan a mí las viviendas. Toda blanca, un chalet de dos pisos con la carpintería de aluminio oscura, casi negra. Delante una gran piscina alargada de quince metros. La construcción me resulta impersonal, aunque he de reconocer que es elegante y cara, sobre todo cara, por culpa de su ubicación. Pozuelo es la zona más exclusiva de Madrid y creo que de España.

Aunque fuera las temperaturas eran bajísimas, eran las 10.30 de la mañana, dentro de casa, el termostato del sistema de aire, mantiene constantes, unos agradables 23 º centígrados, en toda la residencia.

Era festivo y habíamos decidido pasar el día de descanso, sin salir con amigos, ni ir a ningún sitio.

Mi esposo dedicó gran parte de su día a cuidar de sus plantas y acuarios. Son su gran debilidad. Tiene siete acuarios, tres de ellos tremendos de grandes. Pasa horas y horas, concentrado en los movimientos de unas minúsculas gambas que apenas son visibles y en un sinfín de peces, anémonas y no sé cuantas cosas más.

Después del café, serían las cuatro de la tarde, más o menos, Carlos me sorprendió con una pregunta.

-Michelle, ¿estás empezando a cansarte de mí?-

Le miré realmente alucinada. -¿De dónde sacas semejante patraña? Realmente me había molestado. No era consciente de haberle dado ningún motivo para decir aquello.

-Sé que hay demasiada diferencia de edad entre nosotros y temo no estar a la altura de tus necesidades. Ya me entiendes-

-No no te entiendo- le respondí. – Sé lo que quieres decir pero no te entiendo. ¿Acaso me he quejado alguna vez de tu desatención? ¿O te he dicho que necesito más sexo?-

Me acurruqué en su regazo, apoyando mi mejilla en su rostro, mis brazos colgados de su cuello.

-Te amo, Carlos. Y me duelen tus dudas sobre mi amor por ti-

-Perdóname, Michelle. No sé lo que me pasa. No querría perderte por nada del mundo-

Miré a mi esposo. Sus ojos profundos me dieron sensación de desamparo. Le besé en la boca, me levanté y le dejé solo con sus miedos. –Me voy a pintar un rato. Aún hay buena luz –

Mi estudio está en la parte superior mirando al sur – oeste. El sol del atardecer entraba en la estancia de pleno, con fuerza. Me encanta la luz del atardecer, cálida y amarilla.

A la mañana siguiente Carlos despertó antes que yo, eso suele ser lo habitual. Según he leído Carlos pertenece a las alondras y yo a las lechuzas.

Vino al dormitorio sigiloso, creo que deseaba protagonizar un episodio parecido al que habíamos vivido el día anterior. Se sentó junto a mí en el lecho y pasó su dedo por mis labios. Emití un gruñido de protesta y me di la vuelta, mostrándole mi oposición a sus deseos. Me apetecía seguir durmiendo.

Carlos metió su mano bajo las sábanas y acarició mi culo. Por lo visto iba a ser inútil cualquier empeño por hacer desistir a Carlos de su eufórico estado de ánimo.  Cuando a mi marido le agarra el desborde sexual es inútil resistirse.

Me pellizcó el sexo sobre el pijama. Siempre me sorprende la naturalidad con la que mi marido entra de sopetón en los terrenos del sexo.

-Michelle, imagina que son las manos del chino que te presenté el otro día. Seguro que desearía hacerte de todo, después de verte con el modelito verde que te pusiste, con el tremendo escote que tiene-

No me molestan las fantasías cornudas de Carlos. Sé que le excitan. Desde pocos días después de nuestro matrimonio había empezado a usarlas con relativa frecuencia en nuestros encuentros sexuales.

-Lame los dedos del chino- me dijo, acercando su mano a mi boca. Saqué la lengua y le miré con cara de zorra. Paseando mi lengua por las uñas y el dorso de sus dedos.

La otra mano de Carlos aún continuaba en mi entrepierna. Transformó el pellizco en caricia y sobaba con los dedos sobre el fino encaje amarillo calado del tanga, en el sitio exacto donde los labios dejan paso al clítoris. Sabe mi debilidad en esa zona, si me palpa la franja del montecito, me mojo enseguida, y toda mi resistencia queda vencida sin remedio.

-Me pone a cien cariño- me dijo – imaginarte manoseada por esos chinos de la cena, metiendo sus manos golfas en tu intimidad, obligándote a comerles el rabo. A más de uno se la habrás puesto dura con durante la cena del otro día, seguro-

El espíritu de cornudito de Carlos volvía a florecer de nuevo. Aunque nunca me lo ha confesado abiertamente, sé que en el fondo le apetece que le engañe con otro tío. Lo sé. Y lo gracioso, o lo absurdo, es que poco a poco va consiguiendo que esa idea, que al principio me repugnaba, haya pasado a visitarme con frecuencia, como una insana tentación.

Pasé a encontrarme a gusto con las insinuaciones de Carlos sobre los chinos, me gustaba la situación. Su excitación me había contagiado. Yo tenía los ojos cerrados y fingía querer seguir en la cama, pero abrí lentamente las piernas, ya que estaba boca abajo, para facilitar el trabajito que los dedos de mi esposo estaban realizando entre mis piernas.

-¿Sabes lo que te dirían mientras te soban los pechos y entre las piernas?- No le contesté. Carlos metió la mano bajo el pijama sobando los orondos glúteos y me dijo: La esposa de Carlos es toda una zorra. Mira cómo goza mientras le metemos mano- Eso dirían. Mira como se me ha puesto-

Llevó mi mano a su entrepierna. – Van a hacerte de todo Michelle, esos chinos van a darte por todos lados-

Mientras me decía esto, le sentí llegar con los dedos al ano. A Carlos le vuele loco mi agujerito de la caca, casi tanto como el coño.

-Me vas a dejar que te la meta por aquí ¿verdad Michelle? Estoy que me muero por hacérlo – Su dedo apretó encajándose unos milímetros en la boquita rugosa de mi trasero.

Había estado callada hasta entonces. Sin abrir los ojos le dije algo que sabía que le iba a poner fuera de sí.

-Lo puedes hacer, pero antes has de lamerlo como lo haría el chino, ese empresario que sabe lo zorra que es tu esposa-

Sentí como me bajaba apresuradamente el pijama y el tanga, sacándolos de bajo las sábanas y poniéndolos sobre la mesita de noche. Separó mis piernas y metió su boca y su nariz en el desfiladero abierto que le ofrecía.

-Eres toda una zorra. Y lo sabes-

-Soy tu zorra mi amor- le respondí, mientras su lengua comenzaba a ablandar el arete de mi trasero, preparando el futuro asalto de su erección insuperable.

La lengua viajaba del ano al desfiladero mojado de mi entrepierna, extendiendo los generosos fluidos que mi rajita destilaba. Sentí como me penetraba con un dedo por delante y como extendía la lubricación hasta el ojete, ya tierno. No le costó sodomizarme con el dedito. Luego fueron dos los dedos que metió a la vez en el tunel, ya dado de sí.

-¿Te gusta eh?- me dijo con voz socarrona.

Contesté como sé que le gusta, con gemidos de gatita sumisa.

-¡Qué puta eres!-

Volví a gemir con sus dedos dentro del trasero.

-Sé que sueñas con otro pene haciéndotelo. ¡Zorra!-

Mientras me daba la orden sentí llegar su peso y como colocaba la punta de su broca en la boquita del agujero. Abandoné toda resistencia, dejando blandito el esfínter y le sentí entrar.

-¡Dios que prieto!- Gimió mientras entraba milímetro a milímetro.

Deslicé un brazo bajo mi cuerpo hasta alcanzarme el sexo y comencé a regalarme algunas caricias complementarias.

-Carlos, dime puta-

-Puta, eres la más guarra y obscena zorra. Mira, siente como te entra entera-

No supe lo dentro que la tenía hasta sentir sus testículos contra mi vulva.

-No te corras dentro amor, quiero que lo hagas en mis senos-

-No me digas eso zorra. Me matas. ¡Me corroooo!-

La sacó apresuradamente y yo me volteé sobre el lecho sentándome y ofreciéndole mis senos blancos y pecosos.