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Un motivo llamado sexo. Capítulo 10

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Un motivo llamado sexo. Capítulo 10

Según salía, Lucio se cruzó con Bonifacio

-¿Has sido bueno con la señorita Michelle?-

-Más que bueno- le contestó. Y ambos se sonrieron en un cruce de miradas que no me gustó nada. Como si Bonifacio supiese todo lo que había sucedido en la excursión.

Mi gesto debía ser totalmente transparente, porque cuando Bonifacio llegó a mi altura me dijo:

-Lucio es un follador nato. Perdona que te hable tan clarito. Pero en cuanto te descuides ese chico va a intentar………ya sabes-

-No necesito protectores, Bonifacio- le contesté – ya estoy bastante crecidita-

-¡Ya lo creo!- exclamó mirándome a las tetas y dedicándome una risota con ración doble de dientes blancos.

Irene apareció por la cancela de entrada. Traía sendas bolsas, una en cada mano.

-Las compras te pueden – le dije – seguro que te has dejado medio sueldo en las tiendas de Ribadesella-

No me contestó.

-¿El tipo con pinta de gorila que salía es el Lucio, verdad, el tipo que me dijo mi primito que te iba a enseñar no se qué rutas?-

Asentí con la cabeza.

-Tiene pinta de bestia, como si fuera algo subnormal. ¿Cómo te ha ido con él?-

Me acerqué a su oído, no quería que me oyese Boni. –No te digo la polla que gasta – Irene me miró con sorpresa.

- ¿Sí? – Preguntó – Volví a asentir, esta vez con una sonrisa en mis labios.

-¡Puta! – Me dijo mientras yo agarraba una de sus bolsas inmensas y pesadas. – Trae anda – Le dije – ¿Qué coño has comprado, pesa como un demonio?

Durante media hora estuvimos recluidas en el cuarto de Irene. Me enseñó la ropa que había comprado, pero lo que me encantó fue un modelito de lencería, un saltito de cama negro, transparente que le quedaba maravillosamente.

Estuve tentada de abalanzarme sobre Irene y tener una nueva sesión de sexo con ella, pero me contuve. Estaban demasiado cerca los devaneos con Lucio y por el momento mis inquietudes sexuales permanecían algo adormecidas.

—Creo que Boni va a hacer un bizcocho, bajemos a ayudarle –

La propuesta de Irene me pareció acertada. Pensé por un momento en Andrés, el primo cincuentón de mi amiga apenas pisaba la casa, por el momento. Su cadena de restaurantes le debían tener ocupado hasta la saciedad.

Bonifacio estaba preparando la harina, mezclándola con el azúcar y la levadura. Sus musculosos brazos y sus manos fuertes aparecían manchadas de la harina para repostería.

-¿Te ayudamos?- propuse galantemente.

Bonifacio se giró sonriendo amablemente – Podéis poner el horno, que vaya precalentándose. Saca unas sartenes que hay dentro y ponlo a 140 grados –

El ruido de la batidora montando las claras atrajo mi atención. La verdad es que no había hecho un bizcocho en mi vida. Me acerqué y Bonifacio me pareció el negro que mejor olía de la tierra.

- Toma Michelle – Me dijo – Dale tú a la batidora mientras voy añadiendo la mezcla –

- ¿Qué lleva la mezcla? – pregunté.

- En el líquido hay huevos, aceite de girasol y yogourt de limón. Y el sólido que estamos añadiendo tiene la harina, el azúcar y dos sobres de levadura –

Tardamos bastante en añadir todo el bol de sólido en la masa, que poco a poco fue tomando una consistencia mucho mas densa. Luego Bonifacio untó el molde con aceite y vertió la masa, metiendo el bizcocho en el horno. Bonifacio me explicó:

- A 150 grados estará antes de una hora. Hay que sacarlo cuando esté dorado, así que tendré que vigilarlo –

Me pregunté si mi amiga Irene habría intentado seducir a Boni mientras estaban de compras. Les había notado algo raro en la forma de dirigirse el uno al otro.

- Te gusta Irene – Le pregunté aprovechando que mi amiga se había ido a echar un cigarrito a la parte trasera de la parcela de la casa.

- Me gustáis todas las mujeres – Mirándome con unos ojos más que golosos. Estaba claro que había evadido el tema, y me dio la impresión de que ocultaban algo.

Me impresionaba el aspecto seductor y las bellas facciones del negro. Era altivo, como si procediese de sangre real. Su cabeza totalmente rapada lucía allá arriba. Bonifacio debía medir más del metro noventa.

 Andrés pasaba todo el tiempo visitando los restaurantes de su franquicia. Siempre tenía algo que hacer. Aquella tarde no hicimos nada especial. El bizcocho salió tremendamente sabroso y esponjado. Vimos televisión y nos fuimos pronto a dormír.

Cuando bajé a desayunar  la mañana siguiente, Andrés se había vuelto a encargar de organizarlo todo en la terraza. Un espacio acristalado con vistas al mar, en la segunda planta de la casona. Irene ya engullía uno de los croissants, abundantemente untado de mantequilla y mermelada, me pareció de pera.

– Me tenéis que disculpar. He tenido que despedir al encargado de uno de mis locales. El muy cabrón me estaba robando – Nos miró interrogante. En mi rostro seguro que pudo ver la sorpresa dibujando una mueca de incredulidad.

– Como está el trabajo, parece mentira que alguien se complique así la vida –

— Eso mismo le he dicho yo, Michelle. Además no sabes la rabia que me da tomar este tipo de decisiones. Me resulta muy desagradable – Andrés hablaba con total sinceridad. Se le veía afectado por el asunto.

— Así que ya podéis imaginar, he de encargarme de todo lo que hacía ese cabrón, y, además, buscarle suplente. Pero hoy os dedicaré más tiempo- El pendiente brilló cuando me dirigió su habitual sonrisa. Pensé que era un brillante.

Fuera hacía frío. En las noticias habían pronosticado una máxima de 13 grados, pero tras la cristalera y con el radiador puesto, daban ganas de quitarse la ropa y tomar el abundante sol que entraba por los ventanales del palacete.

Bonifacio pasó a estar pendiente de nuestras necesidades, mientras Andrés desayunaba con nosotras.

—Ayer Lucio se manifestó como un magnífico guía turístico – Dijo Irene a su primo.

Enseguida sentí la mirada escrutante de Andrés. La muy zorra de Irene había dicho la frase con sorna.

Me ruboricé y Andrés supo en ese mismo instante que Lucio había tomado prenda en el recorrido del sendero histórico.

Decidí vengarme:

— Pues no parece, según creo, que Bonifacio sea peor que Lucio en esos menesteres. ¿No?-

Irene me miró con verdadera inquina. Y yo sonreí. Había acertado. Entre Boni y mi amiga había habido algo más que una simple mañana de compras.

— Esta mañana vendrá Lidia – Dijo Andrés, para romper el enfrentamiento que crecía entre Irene y yo– Es la mejor fisioterapeuta de Ribadesella. Me hace una ITV de vez en cuando. Tiene unas manos maravillosas- Andrés nos miraba comer nuestras tostadas. Él se había preparado un croissant con queso cabrales y miel. Una extraña combinación, pensé.

— Os he de poner sobre aviso de que es totalmente lesbiana – Pero os respetará al máximo si queréis una sesión con ella.

— Pues a mí – Dije – no me vendría mal que me mirase la columna. Ayer tuve una pequeña caída con el quad y me he resentido en la cadera –

¿Cómo no me habías dicho nada? – Preguntó casi enfadado Andrés.

— Es que no fue nada – Miré a Irene – Y Lucio se ocupó de mis magulladuras. No tengo nada serio, pero me duelo-.

Irene y yo cruzamos una sonrisa cómplice.

Terminamos de desayunar y subí a mi habitación. La llegada de Lidia me sorprendió allí, tomando un baño. Bonifacio llamó a la puerta.

-Michelle, Lidia ha llegado. Cuando termine con Andrés subirá aquí a tu cuarto para mirarte la espalda. Andrés ha dicho que estés preparada en una media hora-

- Muchas gracias Boni – Contesté desde el sopor de mis carnes desnudas flotando en el agua jabonosa.

Cuando Lidia llamó a mi puerta, ya tenía puesto el batín de ducha. Me había quedado desnuda para el masaje o lo que fuese a hacerme.  Al verla, me sorprendió su físico, Lidia era demasiado femenina para ser lesbiana declarada. Me la había imaginado con el pelo corto, espaldas anchas y cintura estrecha. Las lesbianas que yo conozco en su mayoría son algo machorras. Entró  y me plantó dos besos en la mejilla, realmente dulces. Era rubia con un cuerpecito lindo, con cintura estrecha y buenas caderas. Se adivinaban unos pechos hermosos y bien formados.

-Ya me ha dicho Andrés lo de tu caída – Me dijo tras los besos.

- No fue nada – Repuse – pero me ha quedado un dolor aquí en la cadera- Me toqué el riñón derecho en el que realmente me habían quedado secuelas del leñazo.

Recogió su pelo con una goma de color azul y, luego, se volvió hacia mí. Con una expresión de radiante candor, Lidia solicitó mi ayuda.

—Descorre la cremallera de mi vestido..., Michelle. No quiero mancharlo - Se acercó con paso corito, echando una vistazo a mi anatomía, según se acercaba.  La piel de Lidia emitía un blando aroma en extremo agradable era esencia de Adolfo Dominguez. Bajé la cremallera y Lidia descolgó los hombros de su vestido dejándolo caer al suelo. Realmente estaba de diez la chica. Su piel era blanca, muy blanca y al despojarse de su vestido me dí cuenta de que se quedaba tan solo con un tanguita blanco, de esos de hilo dental, del que asomaba el bigotito rubio de vellosidad púbica. El tanga y una camisetita color butano fosforito e no muy buen gusto.

El pelo rubio no estaba cuidado en exceso, ese detalle si me pareció más coherente con cierto desaliño que llevan algunas lesbianas.

Sé que su corazón latía acelerado, se lo noté y la atmósfera acuosa del dormitorio, a causa del baño que me había dado, acrecentaba su azoramiento. Lidia dejó su vestido en una silla antes de plantarse ante mí.  Sus ojos rasgados de color azul descansaron en el albornoz que yo llevaba.

- No hace falta que lleves eso. Desnúdate y túmbate en la cama, Michelle. Vamos a ver ese golpecito –

Mis aureolas de color malva capturaron su atención. Apuntaban agresivamente, hacia ella. Mis puntas estaban en de carne de gallina, erectas por la situación. Lidia vino directa hacia mí y los palpó suspirando.

No me atrevía a reprochar la actitud de fisio, una fuerza extraña, una atmosfera erótica, me mantenía paralizada, como el día anterior en la playa.

Lidia remangó su camiseta butano mostrando los suyos, blancos y medianos pero muy tersos. Los alzó ante mí, con ambas manos invitándome a tocarlos. Emplazaba en ello tanta ingenuidad en el gesto, como si fuera una niña jugando, que no pude evitar seguir sus insinuaciones y palpé el seno izquierdo de la chica.

Lidia bajó las manos y adelantó el torso ofreciendo las dos tetas que sobe casi tiritando. Me sorprendí dominada por la consistencia de aquellas carnes jóvenes. Y al quitar las manos, acaricié los tiesos cabos. Lidia tuvo una reacción que yo no esperaba, adhirió sus pechos a los míos. Por segundo día consecutivo me veía asaltada sin permiso.

Lidia siguió apretándose contra mí, haciéndome retroceder hasta chocar contra la pared. En el dormitorio se mezclaba el olor del perfume de Lidia con el de las sales del baño, que aún humeaba.

¿MM... No debías mirar el golpe de mi cadera?  — Le recordé tímidamente.

Me regaló la más hermosa sonrisa y recalcó su apretón.

Sentía vibrar sus carnes, como si tuviesen carga eléctrica.  Lidia me soltó y recorrió con su mano mi brazo hasta llegar a la mía. Me llevó hasta la cama y me tumbó de espalda, dejando el albornoz cuidadosamente doblado a los pies.

-¿Aquí?- preguntó presionando directamente sobre el lugar en el que tenía el dolor-

-¿Eres maga o qué?- le dije sorprendida por la puntería de su tacto.

- Tienes una pequeña contusión, no te la ves, pero ha sido fácil encontrar el golpe. Verás Michelle- me explicó - la articulación de la cadera consta de dos huesos. La cresta ilíaca y la parte superior del hueso del fémur al que se denomina trocánter mayor. Se te ha producido  un ligero hematoma en la cresta ilíacas, o mejor dicho en el tejido blando circundante-

Todo esto me lo explicaba mientras palpaba dulcemente el lugar, buscando con la yema de los dedos.

-Tienes afectado un tendón. Pero muy ligeramente- Amasó durante más de veinte minutos. Comenzó fregando con las palmas de las manos, dijo que para aumentar el riego sanguíneo en la zona y luego metió sus dedos con más fuerza, haciéndome algo de daño.

- Es para recolocar algunas fibras que estaban contraídas a causa del golpe. No te preocupes si mañana te duele algo más que hoy a causa de mi arreglo, pero te garantizo que en tres días no te queda ninguna secuela-

¡La condenada Lidia era muy buena con las manos! –

Debía haber terminado cuando se tendió en la cama, junto a mí, alzó uno de sus muslos separados y se giró para mostrarme su sexo. ¡Joder! Tenía el coño abierto, un ojal rosado y brillantemente húmedo. Ahuecaba la barriga insinuando un perverso convite.  Un mareo me invadió súbitamente, un pálpito tremendo e irrefrenable.

Me miraba sin decir palabra, con las piernas abiertas y el coño rosado insinuante.

- Si no quieres lo comprenderé, te pediré perdón y me marcharé – Comenzaba a sentir los beneficios de su masaje en mi cadera. Estaba agradecida y no iba a quedar mal con aquella chica rubia y fina. Miré el bigotito de pelo rubio sobre el coño. Me incorporé y me arrodillé entre las piernas de Lidia.

El pecho de la chica se inflaba y desinflaba con rapidez a causa de la excitación. Cuando quiero ser zorra, sé lo que debo hacer. Acerqué lentamente mi boca a los pezones sonrosados y los besé, encajando el botón de carne entre los labios de la boca y sorbiendo en el beso, delicadamente.

Ella se agitaba, con los muslos abiertos y aquel coñito rosado que no podía dejar de desear.

Me vi obligada a descender a causa de mi incontinencia sexual. Lo hice perezosamente, hacia su abdomen y, finalmente, hacia su entrepierna. Los muslos se cerraron en torno a mis orejas. Cautiva así de aquellas compuertas, degusté, por fin, el sabor salado del sexo de Lidia en mi boca.

Me resultaba incómoda la presión de sus muslos en mi cabeza, pero el frenesí de tener mi boca en su rajita la obligaba a hacerlo, fuertemente.

—¡Sigue, Michelle! —me pidió Lidia—. Sigue mi amor, no pares

Me encontraba tan cachonda, comiéndome aquel coño que noté como de entre los labios de mi sexo resbalaba una gotita hacia el muslo. Mis dedos se sumergían ya en aquella abundante melaza, en la esencia que extraían de la rosada caverna, latente y convulsionada por el deseo. Aumenté el ardoroso ojo, jugando con mis dedos entre los labios rosados. Lidia sudaba, pequeñas gotitas que recorrían la piel depilada junto al bigotito rubio.

Lamí el abdomen entre el ombligo y el bajo vientre. Lidia me animaba con sus jadeos, cerrando sus crispados puños sobre la cama, agarrando con desesperación las sabanas bajo ente sus dedos.

Me desorienté, perdida entre aquellas jóvenes y blancas carnes, con mi lengua habitando entre los pelos del bigotito púbico y paseando el ombligo hondo y tierno. Todo a mi alrededor desaparecía nublado por la otra realidad, la de la piel de Lidia. Se diluían en la nada la habitación, la humedad y el aroma que venía del baño. Tan sólo existía aquel coño jugoso y tierno, aquellos suspiros y gemidos de placer. Introduje la lengua en la sima de su sexo y degusté el sabor de sus humedades. Introduje mi lengua tan hondo en ella que llegué a meterle la nariz.

—¡Joder, Michelle! —gimió Lidia con una voz borracha de placer y sentidos nublados—. ¡Qué zorra eres, cómo me comes, me matas de placer, amor mio!

Cuando penetre con mis dedos, por fin, la vagina abierta resbalando sobre los labios entre los aceites de su deseo, sentí que la fisioterapeuta tensaba todo su cuerpo, elevando las caderas, sin reprimir los jadeos y el gritito que salió de su boca.

Fundí la mía contra el coño, como si fuese el tentáculo de un pulpo. Luego colé mis dos manos entre las sábanas y aquellas posaderas redondas y blanquecinas, elevando el culo y el chocho que me estaba comiendo.

¡Dios mío! —Exclamó Lidia—. Michelle, no sé cómo lo haces pero me vas a matar...-

Me encantaba tener su culo redondo reposando en las palmas de mis manos. Me zambullí de nuevo en la rajita rosada  bebiendo de nuevo aquellos humores, degustando a lengüetadas el sabor de su locura. El clítoris se le había puesto muy rígido y yo lo apresaba con los labios y le dedicaba lametones entre los suspiros de placer de mi sanadora, que gemía y gemía.

Separé las manos, provocando que sus glúteos se abriera como flor en primavera. Me llegó por primera vez el olor del ano, prieto y cerrado, me encantó su perfume, es un perfume que solo exhala una desembocadura como esa que tenía delante. Lidia dejó escapar otro gritito al sentir la punta de mi lengua en él.

Me incorporé por encima de su sexo, me apetecía ver la cara de la chica. Tenía los ojos cerrados. Apreté con la lengua sobre el clítoris y me relamí de gusto al percibir el gesto consternado de placer en su ceño fruncido. Y así, lamiendo y contemplando las reacciones que mis lametones le producían pasé un buen rato, pero de vez en cuando me sumergía de nuevo entre los glúteos para volver a ensalivar y a oler el ojete del suculento culo.

- ¡Por favor, Michelle! Quieres meter tu dedito en mi ano – Pidió, casi suplicando. Yo froté el esfínter con el dedo corazón, ensalivándolo con un escupitajo. Ambas nos sentimos muy sucias, pero eso nos gustaba, dos zorras dándose placer en el secreto de una casona de Ribadesella.

Lidia sintió primero un ligero desconcierto al sentir la presión de mi dedo, pero inmediatamente un intenso placer crispó su rostro. Casi me corro sólo de verla, bajo mis caricias, muriendo de gozo.

Poco a poco fue cediendo y mi dedo entrando sin prisa, pero sin parar. Me sentía dominadora empalando su ano y apreté hasta instalarlo totalmente dentro, hurgando en sus tripas con la yema y el nudillo, sintiendo el calor y la presión de las paredes del intestino.

Aquel glorioso ojete se ceñía a mi dedo como un guante de látex. Con una presión dulce.

—Nunca me han follado el culo como lo estás haciendo, Michelle, te lo juro—dijo Lidia.

Aquello me puso cachonda y apreté hasta el límite de mis fuerzas el dedo en el recto, comiendo a la vez el coño, lamiendo y sorbiendo el clítoris y los labios. Lidia rugió ante mi acometida. No he visto nunca un coño más mojado que aquél.

Lidia agarraba mis cabellos rojizos con desesperación, intentando aumentar la cadencia de los lametones de mi lengua. Yo buceaba con la lengua la cueva rosa, intentando infructuosamente encontrar el fondo del desfiladero.

 Mis dedos se demoraban en el clítoris, para desaparecer a continuación engullidos en la fruta abierta. Dedos besados por los horizontales labios de Lidia. Primero le entraron dos dedos sin problemas, pero al ratito de follarla con ellos, me di cuenta de que un tercero no iba a sobrar y ¡vaya que si no sobró! El coñito hambriento y glotón se tragaba mis dedos con gula.

—¡Cómo me gusta tenerte dentro, Michelle —exclamó Lidia, pellizcando sus pezones con dureza, excitada hasta el extremo por la follada que le estaba obsequiando. Ya que mis dedos ocupaban generosamente sus dos agujeros, ano y coño.

Lidia rasguñaba las sábanas, puso sus pies en mis hombros y me apartó. Le venía el orgasmo. Metió una mano entre los muslos cerrándolos y se revolcó a un lado al otro. Gemía como una posesa, en un orgasmo infinito, que parecía no terminar.

En la penumbra de la habitación degusté cada segundo contemplando a Lidia vestirse, recogió el tanga blanco de hilo dental y tapó el coño que me acababa de desayunar. Después tapó sus senos con la camisetita butano. Me acerqué a ella y la besé en la boca. Tal vez haya sido el beso más dulce de mi vida.