miprimita.com

Sorpresa en el metro

en Hetero: General

Mi esposo y yo hemos llegado a un acuerdo. No comentaremos nada entre nosotros que venga de las cosas conocidas a través de la lectura de mis relatos.  Así, aunque él sabe ya por el último, que mi amiga Irene está preparando la gran sorpresa con Ramón, Carlos no puede hacer uso de ese dato en nuestras charlas.

Así yo escribo más libre, sin miedo a poner algo que mi esposo no deba saber. Es kafkiano, ya lo dije antes, la situación me confunde y a veces me desborda, pero cada vez me resulta más divertida.

Por otro lado a Carlos le mantiene todo esto muy excitado. El que yo haya accedido a acostarme por primera vez desde nuestra boda con otro hombre y, además, delante suya, pero sobre todo el que todo esto lo vaya a escribir en un relato en el que miles de tíos sepan los detalles de mi encuentro con Ramón, suponen para él una dosis tan elevada de morbo y erotismo que está súper activo, con el pene duro casi de continuo.

Iba en el metro, camino de mi tocólogo. Me reviso dos veces al año a pesar de mi edad. Tengo antecedentes por cáncer de útero en la familia y me gusta estar muy controlada. Me sujetaba a una barra de esas que unen el suelo con el techo. Aunque no me hubiese podido caer aunque me soltase, ya que el vagón iba bastante lleno.

El vibrador de mi teléfono se puso en marcha y escuche la melodía del wasap. Era Irene. La muy bruta no tiene ningún cuidado en las palabras que escoge:

-Tienes la polla de Ramón a tu entera disposición. Ya he hablado con él y está de acuerdo. Creo que tu no tenías dudas de eos ¿verdad zorrón? No te lo perdonaré. Follarte uno de mis novios- jajajajj-

Me reí. Miré a mí alrededor. Me resultaba cómico estar leyendo aquello tan íntimo en medio de un vagón lleno de tanta gente.

Escribí:

-¿Cómo lo haremos?-

Irene tardó un siglo en contestar. No me extrañó al ver la parrafada que había escrito. Volví a mirar a mi alrededor, un señor mayor, de unos setenta años estaba totalmente pendiente de mi escote. Me miró a los ojos y me dedicó una sonrisa. Estaba de pie, como a veinte centímetros de mi cuerpo. Me di la vuelta y le ofrecí la perspectiva de mi redondo trasero enfundado en el vestido ajustado de lana negra.

Continué leyendo el wasap de Irene, que ponía:

- No sé si estarás de acuerdo, pero Ramón y yo hemos pensado en montar un numerito. Sabes que el hermano de Ramón es masajista. Le dejará la camilla de masajes y la traerá a casa. Le diremos a Carlos que Ramón es fisioterapeuta y que te tiene que arreglar una lesión en el muslo. O si prefieres le dices que la lesión es en el coño. jajajajaj

Montaré la camilla en la sala grande, esa tan acogedora en la que tomamos el té cuando vienes a casa. Sé que te gusta.

Y si no tienes inconvenientes, en principio, Carlos y yo seremos los testigos del asunto. Vamos, que Ramón te follará con público.

Jajajajaj.

Me alucina la idea de ver a Ramón ocupándose de ti mientras Carlos y yo comentamos las jugadas-

¡La muy zorra! No podía creer el montaje que había preparado. Pero la verdad es que la sola idea de llevar a cabo semejante plan me puso tiesos los pezones.

Entramos en la siguiente estación y cuando vi la cantidad de gente que había en el andén, dudé seriamente que fuesen a caber. Al abrirse las puertas un rio de gente, empujando para colarse en el habitáculo entró como marea que nos aprisionó a todos unos contra otros.

Fue entonces cuando recordé el señor mayor al que había dado la espalda. Le sentí llegar contra mi culo de manera descarada. El vestido de lana negra entró en contacto íntimo con la tela del pantalón de su traje.

Cuando una chica de 22 años, como yo, nota un pene morcillón en contacto con su trasero, sabiendo que el pene pertenece a un viejo verde como aquél, se supone que ha de separar su culito del viejo y, si es necesario, irse del lugar para evitar que el asaltante se envalentone.

Pues bien, yo no hice nada de eso. Me gustó sentir el contacto obsceno de aquella entrepierna. Disfruté durante dos estaciones del refriegue al que me sometía. Al principio el pene estaba blandito aunque consistente, pero al cabo de las dos paradas ya se había tornado mucho más tieso, y el viejo hacia ostentación de su dureza contra el culito de aquella joven, que era yo.

Me había olvidado de Irene con tanta frotación. El wasap volvió a sonar:

-Esta tarde a las 20.00 horas tendré preparado todo. Díselo a Carlos y confírmame para decírselo a Ramón-

Me di la vuelta, no necesitaba estar agarrada a la barra. Contesté a Irene: -ok-

El viejo quedó frente a mí y me miró con una sonrisa de agradecimiento. Se la devolví. Ambos sabíamos lo que estaba sucediendo. Dejó caer su brazo y el dorso de la mano entró en contacto con el filo del vestido y con mi muslo. Su mano era cálida, no una de esas con dedos fríos, desprendía calor agradable al tacto. Otra vez sentí su mirada. Tenía los ojos azules y unas gruesas gafas de pasta negra. Olía bien, pero a esas colonias de señor mayor. Iba impecablemente arreglado. A pesar de las canas guardaba el atractivo que sin duda había tenido de joven. Era alto como de un metro ochenta y ocho. En sus ojos había una petición, muda, pero expresiva: ¿Me dejas meterte mano?

Sus dedos pasearon la frontera de la lana negra con mi muslo y la mirada de los ojos azules se clavó en la mía. Creo que supo en ese mismo instante que sí, que podía, que tenía permiso para tocar.

Los dedos veteranos y sabios acariciaron el muslo escalando milímetro a milímetro. La presión de los pasajeros ocultaba totalmente las maniobras de la exploradora mano. Pegué mis tetas contra su pecho para que las sintiera bien. Eso le envalentonó y el índice de la mano del viejo se posó por encima de mi tanga amarillo, justo entre los labios del coño. Durante dos estaciones más me dejé manosear el coño por aquel viejo, restregándole las tetas.

Nadie pareció darse cuenta de lo bien que lo estábamos pasando. Abrí las piernas y sentí el dedo colarse bajo la braga y penetrarme.

En el rostro de mi ladrón se notó el placer que le dio encontrarlo tan mojado. Mirándome con descaro, me folló con el dedo en medio de un vagón de metro, atestado de gente. Y, el cabrón, supo exactamente cuando tuve el orgasmo y empujó su dedo hacia dentro y su mano contra mi clítoris. Una vez terminadas las contracciónes de mi entrepierna me dirijí a él:

-Me bajo en la próxima, me permite- Le dije sin borrar la sonrisa.

-Por supuesto- me dijo, sacando su mano del sitio en el que la tenía y apartándose caballerosamente para dejarme salir.

Mi mano bajó hasta sus pantalones y agarré dos segundos el falo duro del señor, acariciando después sus testículos. Él  hizo amago de seguirme.

Me giré y le negué con la cabeza.

-No es posible, voy al médico- le dije.

Al cerrarse las puertas del convoy, le vi a través de los cristales. Guiñé un ojo y él me devolvió el guiño.

Es curioso como las vidas de dos desconocidos se pueden cruzar en un instante de eterna intimidad y luego no volver a verse nunca más.