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Asturias (el viaje)

en Hetero: General

Carlos y yo nos hemos separado provisionalmente.

He ido con Irene a casa de un primo en Asturias.

Mis relatos los comentaré por aqui.

Estábamos sentadas en la inmensa sala de espera del aeropuerto. Habíamos deambulado por las tiendas del “duty free”manoseando y observando los lujosos productos en las inmaculadas estanterías. Me había perfumado con uno de los tarritos probadores de esencia de Loewe Femme, y creo que me había pasado. Elegimos un asiento junto a una cristalera desde el que se veía el sitio exacto de la pista en el que aterrizaban los aviones. Anochecía y las luces de los aeroplanos se veían a lo lejos. Venían en fila, como con un intervalo de tres minutos. Uno tras otro, sin parar.

-Irene- dije a mi amiga, sentada junto a mí – no sé si hago bien huyendo del problema. Creo que me has forzado demasiado a salir corriendo.

Irene suspiró, fastidiada por mis reproches.

-No huyes, simplemente has de tomar distancia. Desde otro lugar, viviendo con otra gente, ya verás como los problemas cambian de tamaño y tu mente estará más lúcida para tomar una decisión definitiva-

Andrés, primo de Irene nos había ofrecido ir a vivir a su casa junto al mar en Villaviciosa, Asturias. Con él, claro.

-El tiempo que haga falta, primita- Había contestado ante la petición de Irene.- Y más tratándose de dos chicas tan bonitas como vosotras. La verdad es que me encuentro un poco solo en esta casa tan grande-

Andrés era dueño de un hotelito en la localidad y tenía, repartida por Asturias, una cadena de restaurantes, todos con el mismo nombre, como una franquicia. Alcaraván, se llamaban.

-Y ¿por qué le puso Andrés ese nombre tan raro a sus restaurantes, Alcaraván?- pregunté a Irene.

-No te lo vas a cree. Es el nombre de un pájaro. Se ven muchos allí en Villaviciosa y por la ría del Eo, es grandote pero feo, oscuro, así como gris. Mi primo es de esos tipos raros a los que les gusta observar aves. Es capaz de tirarse horas mirándolas con un catalejo de esos gigantes, que parecen de los de ver estrellas. En fin, que le puso ese nombre, pero no sé muy bien por qué-

Irene me siguió hasta la puerta de embarque, ya quedaban no más de treinta personas por subir.

La azafata ere regordeta, nos cortó el billete con una sonrisa idéntica a la que regalaba a cada pasajero. La rampa acababa en otra cola, la enésima, pero gracias a Dios, la última antes de vernos sentadas por fin.

Las dos llamábamos la atención. Yo llevaba un modelito ajustado, negro, a medio muslo. Mi melena muy cuidada y ligeramente maquillada. Pero sin duda la palma se la llevaba Irene, con sus inmensos pechos exhibidos sin remilgos en el infinito escote. El vestido era blanco en una tela basta, pero le quedaba como un guante. La piel bronceada y la melena negra de contrastaba con el vestido de forma sublime, resaltando el canalillo que separaba las generosas ubres de mi querida amiga.

Por lo que a mí se refiere, estaba mucho más a gusto con Irene a mi lado. No me agrada que me miren y remiren todo el rato, y con ella junto a mí, yo pasaba casi desapercibida.

Tras la habitual monserga de las salidas de emergencia y los chalecos inflables, el avión despegó puntual. Siempre me sobrecoge esa aceleración brusca que no sabes cuándo va a terminar en desastre. No puedo olvidar los casos de despegues funestos, las imágenes con todo achicharrado y la gente muerta. Me estremezco en el aeroplano, con el cinturón bien apretado, aunque sabes que no te va a servir de nada.

¡Gracias a Dios todo fue bien! Irene cerró la corredera de la ventanilla, entraba un sol de ocaso, casi de frente en nuestros rostros. Me miró. —Voy a echar un sueñecito. No he pegado ojo en toda la noche—dijo con una mirada cómplice. Era consciente de que yo sabía que había pasado la noche con Marta.

Irene es bisexual, aunque prefiere hombres. Pero no le hace ascos a alguien como Marta, una verdadera muñequita de dieciocho años que conoció en un local de baile.

Le sonreí—yo prefiero leer, no tengo sueño. Yo sí que he dormido- le apunté con sorna.

Irene entornó los ojos y en menos que canta un galló dormía profundamente. ¡Qué facilidad chica! A mí me cuesta un horror.

El vuelo era fuera de temporada y el avión iba medio vacío. Sentí ganas de sentarme de una manera más holgada. Además, Irene me dejaba caer de vez en cuando la cabeza. Estaríamos más cómodas las dos.

Me desabroche el cinturón y me fui a la parte de atrás. Dos asientos para mí sola en la penúltima fila. Me senté estirando mis piernas totalmente y dejando caer mi brazo en el asiento de al lado. Realmente estaba bastante más cómoda, y sin querer acabé cayendo en un ligero sueño.

No habrían pasado ni diez minutos cuando entreabrí los ojos de nuevo. Una pareja se había acomodado en las butacas del otro lado del pasillo a las que yo ocupaba. Me creían dormida sin duda, pues, de no haber sido así no hubieran actuado con tal descaro.

El hombre de unos treinta y cinco años, tenía a la mujer, que seguro era mayor que él contra la pared del avión. Echado prácticamente encima de ella. Metía su mano bajo la falda y de vez en cuando miraba a ver si venía alguna azafata. Yo cerraba los ojos en cuanto él se daba la vuelta y simulaba dormir. Me resultaba tremendamente morboso espiarles.

Me estremecí al comprobar, tras una de las ojeadas de él, se desabrochaba el pantalón y la mujer metía su mano agarrando la dureza que no podía disimular.

El hombre volvió a mirar al pasillo. No venía nadie. Después me miró a mí, pero yo no moví ni una pestaña, con los ojos cerrados.

-Estás loco- me pareció oír susurrar a la mujer – Nos van a ver-

Pero él no hizo caso y sacó el pene totalmente erecto de su guarida. Me pareció grande, a decir verdad, algo torcido a la derecha y con un prepucio pequeño para mi gusto.

Ella lo acariciaba y él hombre comenzó a cerrar los ojos, disfrutando de las lisonjas, magreando con la mano izquierda las tetas de la mujer, por encima del vestido.

— ¡Vamos a dejarlo Paco! —dijo ella con tono mimoso. Eran sin duda asturianos, por el acento. El tenía cara de niño y el pelo rizado. Desnudó uno de los pezones forzando el cuello del vestido de ella. El pezón estaba duro, la teta era blanca y pequeña. Se la notaba muy excitada. Sin dejar de manosear el instrumento del caballero, la mujer pasó a ser víctima del magreo de las poderosas manos en su pezón, lo pellizcaba una y otra vez.

Estuve tentada de hacer como que despertaba para volver a mi asiento y dejarles más libres. Pero pensé que tal vez eso les hiciese desistir y dejarlo. Y no quería ser la causa de un precipitado final para el festín que se estaban regalando el uno al otro.

— ¡Chúpamela! —le dijo a ella.

— ¿Sabes que eres todo un irresponsable maravilloso?-

El cabello de la mujer me tapó la visión pero los movimientos de su cabeza, arriba y abajo eran más que esclarecedores de lo que estaba haciendo.

Me vi inundada por una ola de calor súbito que me recorrió entera. Me sorprendí ante el hecho de que sin hacer calor, mi frente sudaba hasta el punto de que temí que las gotitas fueran a delatarme.

Él agarró los cabellos de la mujer, dirigiendo la velocidad y amplitud de sus movimientos. Ella se apartó un momento para besarle y pude ver como masturbaba con la mano el pene duro del hombre. Uffff…. Mi excitación ante el descaro que demostraban, era inconfesable y sentí como me mojaba bajo el tanga. No sé si eran conscientes de que les podía ver, pero creo que en el fondo les daba lo mismo.

Él hombre metió la mano bajo la falda y al cabo de dos segundos vi unas bragas blancas deslizarse por las piernas de ella. El ayudó a sacar los zapatos de la mujer a través de los perniles de las braguitas, y tras olerlas, el muy cerdo, se las guardó en el bolsillo.

Metió la mano entre los muslos que ella voluntariamente separó ampliamente y acarició el sexo abierto y babeante.

— ¡qué buena estas Maite! ¡Estás muy mojada, cariño!-

Ella cayó pero una risita nerviosa acompañó a la mujer mientras él seguía con sus dedos entretenidos bajo las faldas de ella. Pero mis ojos sólo veían el pene manoseado por la femenina mano, aquella verga dura como el acero que se cimbreaba ante la masturbación torpe.

A pesar de la impericia evidente de la mujer para menear aquella vara leñosa y gorda, los jadeos de él denotaron que le llegaba la hora de eyacular.

—Te gusta tener mis dedos dentro, ¿eh?, ¡puta!-

Mis pezones se erizaban bajo el vestido negro. Tenía unas ganas locas de pellizcarlos y de tocarme el coño sin dejar de verles. En cierto modo era un suplicio tener que permanecer haciéndome la dormida y a la vez contemplar el furor creciente de los movimientos de ellos. Él ya ni siquiera miraba al pasillo, ni a mí.

—¡Me voy a correr! —gritó la mujer.

Él al oír las palabras de la mujer se sintió venir y arqueó el cuerpo forzandola a bajar la cabeza hasta el pene. Eyaculó dentro de la boca y el semen recorrió de vuelta la verga, mojando los testículos y manchando los pantalones. Pero el semen no paró, siguió saliendo un buen rato como geiser glorioso acompañando las convulsiones del cuerpo de él.

El hombre me miró antes de ponerse de pie y arreglarse las ropas.

-Volvamos a nuestro asiento- le dijo a ella, y se perdieron por el pasillo hacia la parte delantera del avión.

Al cabo de unos cinco minutos regresé a mi asiento.

—Pero ¿dónde te habías metido? ¿Traes una cara rara, Michelle?- Me dijo Irene.

No pude evitar contarle con pelos y señales el encuentro que acababa de contemplar en palco de primera.

Irene rió escandalosamente.

-¡Calla mujer! ¡A ver si te van a ori!-

-¿Quiénes son?- Me preguntó curiosa.

-Aquellos, los de la tercera fila-

-¡Pero si ella podría ser su madre!-