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Un motivo llamado sexo. Capítulo 9

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Un motivo llamado sexo. Capítulo 9

El primo Andrés no había regresado aún. Irene y yo hicimos solas nuestra primera cena en la casa. Bonifacio había preparado unos cachopos, típico filete Asturiano. No es un sanjacobo. Es mucho más que eso. Eran enormes, estaban hechos con dos filetes de novilla repletos de jamón y queso, empanados y fritos.  Bonifacio se había puesto una camisa blanca que hacía resaltar aún más su oscura piel. Al servir los filetes nos dijo: -ahora los hacen también de cecina, o les ponen queso de cabra. Son tendencias modernas, lo que nunca le ha de faltar a un cachopo es la compañía de abundantes patatas fritas y pimiento rojo- Efectivamente era así.

-¿Sólo se hace aquí en Asturias?- Le pregunté.

-Se hacen en otros sitios, pero siempre son copias del auténtico- me contestó- Es muy recomendable el cachopo de La Manduca-

-¿La Manduca?- pregunté extrañada.

-Si- me dijo - Es un lugar remoto en las Regueras. Lo del tamaño de los cachopos de La Manduca no tiene nombre, si os parecen grandes estos que os he preparado, tendríais que ver uno de allí-

No había comido una carne preparada así en mi vida. El queso y el jamón se fundían en mi paladar junto con la carne haciendo del cachopo un plato para comer despacio, degustando cada bocado.

Yo me encontraba confusa aún por lo que había sucedido en el baño con Irene. No podía pensar en otra cosa, y menos bajo las miraditas de complicidad que me obsequiaba mientras hablábamos.

Esa noche no pude conciliar bien el sueño. Sentía oleadas de calor, marejadas de sexo enfurecido entre mis piernas, reviviendo los lametones de Irene, sus descarados dedos en mi interior. Mis pechos erizados bajo el saltito de cama negro, semi transparente. Cambiando de postura bajo las sábanas.

Me dormí tarde y tarde me desperté. Irene, que no había querido interrumpir mi descanso, se había ido a la ciudad en compañía de Bonifacio a realizar algunas compras, según me comentó su primo.

Andrés se había ocupado del desayuno al oír la ducha de mi cuarto. Cuando bajé, el simpático cincuentón me esperaba  con una radiante sonrisa. Sobre la mesa pan tostado, un sinfín de mermeladas, miel, cuajada, café recién hecho y leche caliente, amén de un surtido curios de embutidos y quesos. Todo un festín.

-¿Has dormido bien? ¿No has extrañado la cama?-

-¡Oh, sí, por supuesto! Es un colchón muy cómodo, y la almohada es de las que me gustan, recia, pero mullida y acogedora-

Andrés rió con una risa de perro pulgoso, muy peculiar.

-Irene está de compras en Ribadesella, con Boni. Y, por desgracia, yo no puedo acompañarte esta mañana, ya sabes, los malditos negocios-

Hubo un silencio mientras yo engullía las rebanadas de pan y daba tragos largos del humeante café. La mermelada de cerezas estaba exquisita.

Andrés me miraba comer. -He llamado a Lucio. Es uno de mis empleados, lo tengo de comodín.

¿Has montado en quad alguna vez?-

-Sí- le contesté- una vez en una casa rural en Donostia, hicimos un recorrido por un valle precioso. Lástima, pero no recuerdo el nombre del lugar-

-Lucio es un experto conocedor de las mejores rutas de la zona para hacer en quad- me aclaró- ¿Te apetece? Hace una mañana espléndida. Lo pasarás de maravilla-

Asentí con la cabeza. No podía contestar con la boca llena.

En diez minutos, antes de que terminase de desayunar, Lucio me había sido presentado, Andrés se había marchado a sus negocios y el chico me explicaba los pormenores del recorrido que íbamos a realizar.

Lucio era joven, pero aún parecía más joven de lo que era. Yo le hubiera calculado dieciséis o diecisiete años. Aunque el muchacho se apresuró a asegurarme que tenía cumplidos los diecinueve. Aniñado en las facciones, no así en el cuerpo. Robusto y grande, yo diría gordete, de estómago redondo, cara esférica y pelo corto y negro, pelo pincho, llamábamos ese tipo de cabello en el colegio. El mozo era charlatán en extremo y sus palabras se atropellaban queriendo salir a trompicones.

-Señorita- me dijo- si le parece bien..-

Le corté inmediatamente. – No me llames de usted, tutéame, por favor- le pedí- Soy Michelle-

-Está bien, como quieras - prosiguió- Pues, verás Michelle, haremos en quad La senda fluvial del Río Guadamía, es una recorrido de unos cuatro kilómetros, pero con diversas entradas y salidas en las que lo dejaremos para ver otras cosas. Nos encontraremos en un ambiente medieval que conserva los atributos de las calzadas antiguas. Era la ruta de paso de los comerciantes de antaño y se usa desde la época romana-

Me ilusiono sobremanera la introducción de Lucio-

-Y,dime, Lucio, ¿qué más sabes de ese camino?-

A Lucio le encantó que me mostrase interesada, no disimulaba su atracción por mí. Sé distinguir cuando un mozalbete se vuelve loco por mis huesos desde el principio. Y éste era el caso. La forma de mirarme, casi con la boca abierta y esa especie de tartamudeo tímido que provoca la chica que te gusta, además de otros detalles más carnales, me aclararon el súbito enamoramiento del chico hacia mi persona. Puso en juego toda su erudición sobre el tema del camino, seguramente para cautivarme:

 -La senda pertenece en la vieja rota litoral, la llamaban la Vía Marítima de Agripa que cruzaba toda la costa cantábrica. ¿Te imaginas Michelle, las escuadras romanas con sus corazas recorriendo estas tierras?-

Lucio era tan elocuente y se sumergía con tal pasión en su descripción que me conseguía hacérmelo revivir. Prosiguió:

-El río Guadamía, separa Ribadesella y Llanes, atravesaremos tres puentes de piedra del período antiguo, los reconstruyeron en la edad media, me dijo mi abuelo. También veremos tres o cuatro molinos de agua, Te gustarán Michelle. Y eso sin contar lo bello del paisaje, revestido por un bosque de ribera, salpicado de pequeñas cascadas o torrenteras. Verás truchas, anguilas, reptiles y anfibios-

Cuando Lucio me explicó el funcionamiento de la moto de cuatro ruedas, me hizo sentar y después se sentó detrás de mí. Puso sus manos sobre las mías en el manillar durante la explicación, y arrimó más de la cuenta su entrepierna a mi trasero, haciéndome sentir lo contundente del paquete que guardaba en su interior.

Ya en marcha, dibujando el camino entre árboles, me gustaba la sensación de libertad al apretar el acelerador del quad. Era un quad Warrior de 125cc, con un motor de 4 tiempos y que podía ponerse a más de 65km/h. Pero, sobre todo, lo que imponía más era su poder de aceleración, que te obligaba a agarrarte fuertemente al manillar.

Comenzamos la senda en Llames de Pría, junto a una  capilla. Salimos en dirección Sur, por la carretera que va al hermoso pueblo de Cuerres. Como a un kilómetro, a la derecha, cogimos un ramal señalizado. En poco tiempo cruzamos el río por un puente medieval y bajamos a la playa de Guadamía.

Descendimos hasta los acantilados de Castroarenes, realmente imponentes, contra un mar azul intenso, bañados por el sol. Tienen un gran perímetro y las rocas, como pilastras afiladas, se constituyen de forma concentrada dejando en el centro un tostado fondo donde pegan las olas. El mar ingresa en estas plazas. En algunos casos se forman verdaderas piscinas naturales. Bajo los grandiosos acantilados se encuentran estrechas bahías con oleajes rompientes. Unos quince metros de altura cayendo en vertical sobre el mar.

Allá, más arriba, laderas verdes donde pastaban caballos, y, más allá, perfilada en la lejanía, la cordillera cantábrica. Un sitio verdaderamente espectacular. Mi alma se limpiaba a cada respiración de ese aire cargado de ozono, con la naturaleza bañando y limpiando mis penas.

Pero como no hay plan perfecto, sucedió algo que no estaba en el guión. En la arena de la playa, en un acelerón, al subir una rampa, mi quad chocó contra unos arbustos ocultos y volcó. No me hice daño pero quedé ligeramente consternada, con un ligero mareo, más fruto del susto que otra cosa.

Lucio frenó el suyo en seco y se apresuró a venir en mi socorro.

-¿Te has hecho daño?- me preguntó realmente preocupado.

-No es nada- le dije, sentándome junto al quad volcado. Había ido a aterrizar con el trasero, sobre la arena, blanda y mullida que amortiguó el golpe.

Lucio me tomó en brazos, ante mi sorpresa.

-Te llevaré más cerca del mar. La brisa marina te sentará bien- me dijo.

Era agradable ir en brazos del fuerte chico, agarrada a su cuello, aspirando el ligero perfume que aun guardaba su cara a loción de afeitar. Seguro que era Jan.

Lucio me sentó en una roca muy plana y estrecha, y, antes de que diese tiempo a protestar, desabotonó mi blusa.

-Así respirarás mejor- dijo.

No tuve opción de decir nada. Pero la verdad es que empecé a encontrarme mejor.

Lucio se apartó, poniéndose detrás de mí, dejando libre a mis ojos el infinito paisaje del Cantábrico. La playa estaba desierta. Solos los dos. Escuchaba su respiración. Sin duda se había excitado al desabrochar mi blusa.

-¿Te encuentras mejor?- me preguntó.

Iba a responderle cuando noté sus manos entrar desde atrás, a través del escote abierto de mi blusa. Me retenía contra su cuerpo con una fuerza realmente mayúscula. Coló sus grandes manos bajo el sujetador, asiendo mis pechos con rudeza.

-Realmente eres preciosa- me dijo.

Hice un intento por zafarme del abrazo del oso al que me sometía Lucio, pero mis esfuerzos fueron infructuosos. Se había sentado en la roca. Tras mi culo, el de Lucio había ocupado su sitio. Sentí su pene duro contra mí.

Cuando quise hablar la mano de mi carcelero tapó mi boca y su lengua y sus dientes comenzaron a morder y lamer mi orejita.

Hubiese gritado, pero nadie me habría escuchado. Y, la verdad, aquello me estaba gustando.

Sus dedos paseaban golosos por mis pechos, amasando, fregando, rasgando, rozando. Sumergiéndolos en la blanda carne caliente de la teta como si de almohadón de plumas se tratase. Mi piel se erizó cuando metió su lengua en el pabellón de mi oreja. Y, de repente, un agudo dolor vino del centro de mis tetas. Había pellizcado mis pezones con fuerza,  sin sutileza alguna, como si ordeñara una res asturiana.  Giró el pezón durante el pellizco, preso entre sus rústicos dedazos. Pero yo, en lugar de gritar, comencé a gemir ante el tremendo morbo del momento.

-Lucio- le dije- No debes conseguir a una chica así, a la fuerza- Asomó su cabeza tras mi hombro izquierdo, sus manazas aún en mis tetas. Me sonreía.

-Pero, ¿te está gustando, no es cierto?-

-No me refiero a eso- le dije- tú ya sabes lo que quiero decir-

Sacó las manos de debajo del sujetador y de la blusa, se puso de pie y me cogió en volandas, retrasando mi posición en la roca y sentándose de frente, con su cara de niño y su cuerpo de hombre, totalmente erecto.

-Quiero verte las tetas, Michelle. Sólo un instante. Pero quiero que lo hagas de forma voluntaria, que concedas el enseñarme tus tetas sin que yo te fuerce-

Aún quedaban tres botones por quitar. Los fui sacando de sus ojales, uno a uno, lentamente, el sujetador color hueso con irisaciones rosas y gasa casi transparente fue apareciendo ante la mirada fija y atónica del chico. Luego subí el sujetador por encima de mis senos y mis pezones rosados aparecieron desnudos sobre la blanca piel pecosa, iluminada con descaro por el sol de invierno.

Lucio alargó la mano en una petición con el gesto de su mirada, extendiendo los dedos hasta casi rozar mis aureolas.

-¿Puedo?- dijo por fin.

Asentí con la cabeza y las yemas de los dedazos groseros del zagal comenzaron a acariciar y a amasar, esta vez con mi beneplácito. Tal vez por eso ahora sus caricias eran más tiernas y no los pellizcos dolorosos que me había arrancado hacia unos segundos. En la cara de Lucio una expresión de retrasado, con la boca caída y un hilo de baba saliendo de la comisura de sus labios.

Pensé que tal vez no había sido una buena idea ponerme falda para montar en quad, pero nunca pensé que el motivo de que no hubiese sido tan buena idea fuera el que Lucio se había acercado hasta conseguir hacerme oler de nuevo su loción de afeitar y que su mano subía ahora por mi muslo mientras la otra seguía sobándome el pecho.

-¿En Madrid como te lo hacen, Michelle? ¿Son dulces, o lo hacen por las bravas, como yo?-

Su mano instalada bajo la falda alcanzó la tela mojada del tanga y su dedo se entretuvo en la mancha húmeda entre mis labios. Sonriendo su triunfo ante mí.

-¿Te piden que te subas la falda o te la suben de golpe?-

Seguía manoseando mis tetas con la otra mano. No le contesté. Estaba demasiado excitada y no hubiese sabido qué decir.

-¿Sabes lo que hacemos aquí?-

Lucio me tomó del cuello y me obligo a arrodillarme. Sentí la arena de la playa clavándose en mis rodillas. Su empujón hizo que me precipitase de manos, quedando a cuatro patas. Noté el tirón de mi tanga que se rompió como si fuese de papel. Luego vino su lengua entre los labios de mi coño, grosera, sin atenciones. Pero gemí, gemí como una zorra a la que estuviesen regalando las mejores atenciones de su vida.

Lucio babeaba al extremo de mojarme todo el culo y el sexo con sus babas densas y abundantes. Las fronteras de mi sexo eran sorbidas y mordidas. Dejó descolgar su mano y entró duro, con su dedo índice entre mis labios hasta activar el clítoris. En ese mismo momento arqueé la cintura, sacando el culo hacia mi amo.

 Me golpeó el culo, en el cachete derecho y abrió de un fuerte manotazo mis piernas. Las rodillas derraparon por la arena dibujando dos surcos.

Como a veinte metros de nuestra posición, en la orilla donde se peleaba el mar con la arena, la espuma de la orilla crecía primero para diluirse después, ola tras ola. El incesante rumor del mar era la música de fondo con la que los dedos de Lucio bailaron con los labios mi coño.

-¡Joder, Michelle. Este coñito depilado es la cosa más perfecta que he visto en mi vida!-

Si me hubiesen dicho que a la media hora de excursión iba a estar a cuatro patas en una playa, sin bragas y con el cicerone follando mi ano con su dedo anular, no lo hubiese creído.

-En Madrid los chicos enseñarán su polla dura a las chicas ¿No?-

Al sacarse la polla, un pene corto y gordo, una gota transparente asomaba por el ojo del prepucio. Lucio acercó el dedo hasta que la tocó. Un hilo de aquel líquido se formó entre la punta de su pene y el dedo. Él chico lo llevo hasta los labios de mi boca.

-Lámelo, zorrita de ciudad-

Me estaba volviendo loca el juego del niño. El muy cabrón había conseguido sacarme de mis casillas. Saqué la lengua y puse cara de puta antes de lamer el dedo mojado de semen que venía de su rabo.

Lució se arrodilló detrás de mí. Sentí el golpeteo de su pene contra mi culo. Lo fregó contra mi clítoris, jugando a separar los lab, casi me corro.

Luego se puso delante de mí y me la pasó por la nariz. Olía a orina, pero me atraía igualmente. El capullo me pasaba por los labios y los agujeros de la nariz y  Lucio babeaba, como un subnormal, con gesto de niño deficiente.

-¿Vas a hacerlo, Michelle? ¿Me la vas a chupar?-

El capullo parecía que le fuese a explotar. Y, antes de que pudiese darle mi beneplácito su pene comenzó a follarme la boca. Sus manos me agarraban la cabeza, haciendo imposible la huída y su sexo cilíndrico parecía el pistón de una maquinaria que no sabía frenar, cada vez más deprisa.

¡Me corro, Michelle! —Gimió casi imperceptiblemente—. ¡Me voyyyyy!

La eyaculación sucedió fuera. Un primer viaje cayó en mi pelo y luego en mi cara. Metí el pene con las contracciones en mi boca y terminó de eyacular en ella. No había visto una corrida más prolífica en mi vida. El semen me salía de la boca como una fuente, aparte del que tragué.

-Cuando quieras, Michelle, hacemos otro sendero en quad- me dijo, según aparcábamos las motos junto al palacete de Andrés.

Le vi marchar fuerte y poderoso. Él se giró en la cancela de entrada, dedicándome una hermosa sonrisa triunfadora.