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Del ocaso al amanecer

en Poesía Erótica

Ya llegó el ocaso tras las montañas nevadas, y las sombras de las cumbres cobijan con su manto oscuro la joya de la ciudad, que duerme a sus pies, entre los bosques de cerezos y los cipreses, como una mariposa que descansara en el centro de una rosa.

El sol que se retira y la oscuridad que viene, porfían unos momentos, mientras las nubes bajas  con su velo azul de crepúsculo extiende sus alas tranparentes sobre los valles, succionando el color de las cosas y las formas que se desvanecen, gritos mudos de noche antes de morir.

El jolgorio y los ruidos del día se diluyen desarmados, melancólicos como ecos de muerte, que viajan a lomos de la brisa nocturna que nace.

Finalmente la noche sale triunfadora y la diadema de constelaciones la coronan como dueña de todo y de todos.

¿Quién es esa bella mujer que está junto al muro, bella, de piel blanca, cabellos rojos, como un reflejo de luna nacido de la serpiente azul del rio que corre más allá?

Es ella. ¿Qué otra dama puede contar presos de su belleza más numero de amantes? Ofrecida mil veces y mil veces conseguida por otros tantos hombres. Sedientos de amor y de sexo. Es ella Michelle. La gran prostituta de occidente.

Ninguna otra sabe libar el sexo de los varones con semejante maestría en medio del resplandor de una noche serena, provocando tempestades de pasión en cualquier hombre dichoso de poseerla durante unos instantes.

¿Oís las carnes suspirar bajo la lengua dulce de mi boca? ¿Veis flotar entre las sombras los extremos de mis senos blancos y delicados? ¿Percibís la fragancia de mi sexo, de mi ano tierno y jugoso? Esperad me contemplaréis desnuda, preparada para el asalto del pene hermoso y henchido.

Se percibe el rumor de unos pasos; mi rostro resplandece como la cumbre que toca el primer rayo del sol y voy a su encuentro. Mi corazón, late violentamente cuando mi mano llega a él, temiendo que se evapore la felicidad de volver a tenerle. -¡Carlos! ¡Michelle! –exclamamos al vernos, y caemos el uno en los brazos del otro. Todo huye: con las aguas, las horas; con las horas, la felicidad; con la felicidad, la vida. Todo huye a fundirse en el tiempo, ese tirano tremendo, cuyo ojos son la destrucción y cuya esencia es la nada.

Ya la estrella del alba anuncia el día; la luna se desvanece como una ilusión que se disipa, y los sueños, hijos de la oscuridad, huyen con ella en grupos fantásticos. Los dos amantes permanecemos aún bajo el verde abanico de una palmera, mudo testigo de nuestro amor y las ropas desperdigadas y mis piernas abiertas que se ofrecen.

Carlos vuelve el rostro y exhala un suspiro hondo y ligero antes de sumergirse en la fruta que le ofrezco, antes de gustar mis jugos, lamiendo con su lengua mi excitación.

¿Quién es esa sombra que se acerca? ¿Acaso un desconocido? No. Carlos ha citado a ese joven, un hombre de tez morena. Venido a nuestras tierras de más abajo del Sahara. Un moreno que viene a compartir nuestro amor

Carlos le ve también, siente hervir su sangre en las venas y queda inmóvil, como si la mano invisible le tuviera asido por el cabello. Los dos hombres se contemplan un instante de pies a cabeza; y me miran después a mí. Desnuda en la hierba. Meretriz dispuesta a ofrecerse como ofrenda al amor. Más tarde se abalanzan sobre mí. En silencio, devorando mis pechos tiernos. Hundiendo sus dedos poderosos en mi sexo.

El sol nace; diríase al verlo que el genio de la luz, vencedor de las sombras, ebrio de orgullo y majestad, se lanza en triunfo sobre su carro de diamantes, dejando en pos de sí, como la estela de un buque, el polvo de oro que levantan sus corceles en el pavimento de los cielos. Las aguas, los bosques, las aves, el espacio, los mundos tienen una sola voz, y esta voz entona el himno del día. ¿Quién no siente saltar su corazón de júbilo a los ecos de este solemne cántico?

Los ojos curiosos de los dos hombres que me comparten están fijos con una mirada aturdida en mi piel poderosa que suda abrazada y poseída por ellos. Alternan mis agujeros, se los ceden el uno al otro. Me poseen una y otra, y otra vez. El ano tierno el coño jugoso, la boca golosa.

Y yo borracha de pene, de semen, de sudor. Gime la puta que llevo dentro con tanto placer en tan poco tiempo.