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Un motivo llamado sexo. Capítulo 5

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Un motivo llamado sexo. Capítulo 5

 

Es curioso como las vidas de dos desconocidos se pueden cruzar en un instante de eterna intimidad y luego no volver a verse nunca más.

Tras el médico volví a casa para recoger unos cuadros. Había terminado dos cuadros que me encargaron. Una de mis ocupaciones es la pintura. Pinto por encargo todo tipo de obras y a veces preparo algún cuadro para concursos y certámenes, o hago algún cartel para las fiestas de algún pueblo.

Carlos es una especie de gurú de una empresa informática. Mi esposo asesora en el campo de los videojuegos, yo no sé muy bien en qué consiste su trabajo, pero me habla de tendencias de mercado y cosas así. Por lo visto hace estudios sobre jugabilidad y realiza encuestas entre los usuarios de un determinado videojuego, de sus decisiones dependen las transformaciones que se hacen en los productos de la empresa antes de salir al mercado. Lo que sí es cierto es que le pagan muy bien. Él es ingeniero de carrera y tiene una cabeza muy bien amueblada.

Tal vez es por eso de los videojuegos, he pensado, por lo que mi esposo pone tanto de imaginación en esto del sexo. ¿No será que su mente no para de fantasear con su trabajo y luego no es capaz de regresar a la realidad? A lo mejor sólo se realiza en ese mundo onírico de lo irreal, de lo etéreo.

El que me doble la edad con cuarenta y cuatro años no ha supuesto ningún problema. Es más he de reconocer que desde niña me he visto atraída por los hombres mayores que yo. Económicamente, no pasamos ningún tipo de ahogo, más bien lo contrario. Con lo que gana Carlos hay de sobra para llevar un ritmo de vida más que satisfactorio, y tenemos un colchoncito de pasta en el banco, por si las moscas. Si yo gano algo con mis cuadros me lo quedo para caprichines.

Estuve entregando las obras en casa del cliente y luego quedé con Irene. Me moría de ganas por saber si había hablado con Ramón y si era así, los pormenores de su charla.

Carlos suele comer en la zona de su empresa para no perder tiempo en venir a casa. Así que como había cogido un buen dinerito por las obras invité a Irene a comer en Zalacaín, uno de los restaurantes más exclusivos de la capital. A veces he visto comiendo allí a gente como Botín. Una vez vi a Antonio Banderas y más de una me he cruzado con algún que otro ministro.

-Irene, por favor, no traigas una de tus pamelas. Ven más discretita- Le había pedido por teléfono.

-¿Qué pasa con mis pamelas?- preguntó contrariada.

-Mujer no te enfades es tan solo que……….en fin, haz lo que te dé la gana. La mesa está a nombre de Michelle Hernández a las 14:30-

Paseé la calle Serrano haciendo tiempo. Me encantan sus tiendas de ropa. Entré en Intimissimi, una tienda de lencería realmente exclusiva. Me enamoré instantáneamente de un tanga de la marca Elegant Rock en color rosa salmón era de encaje y transparencias, tenía el mismo tono que una camisetita de tirantes que tengo.  Iba a quedarme realmente tremendo. Pensé inmediatamente que ese tanga sería  la ropa interior con la que me iba a ver Ramón.

Cuando llegué, esta vez se me había adelantado Irene, que bebía sorbos de un Martini en el que buceaban tres o cuatro aceitunas. En la mesa unas anchoas de Santoña, con tal apariencia, que inmediatamente después de darle los dos besos a mi amiga, tome su tenedor y le robé un par de ellas.

-Traes hambre, eh-

-No creas- le respondí- es que me vuelven loca las anchoas, ya lo sabes-

-Las anchoas y las pollas de los novios de tus amigas-

-Hay que ver lo bruta y lo grosera que eres Irene-

Mi amiga soltó una risa realmente impropia para un restaurante tan exclusivo. En ese tipo de sitios hay que reírse en otro tono. A pesar de su forma de ser me encanta Irene. La nuestra es una amistad de esas que sabes que no se van a desmoronar, pase lo que pase.

Hice un gesto al metre, que se aproximó casi corriendo.

-La señora dirá-

-Me preguntaba si tendrían algún reservado libre-

-Deme un minuto- dijo antes de salir tan apresuradamente como había llegado.

-¿Un reservado?- se extrañó Irene- te van a sacar un ojo de la cara-

Le puse una sonrisa socarrona, autosuficiente.

-No hay problema con el dinero, hoy he cogido tres mil pavos de los cuadros que me encargó el chino-

-¿El chino que ha hecho negocios con Carlos?-

-Ese mismo- le aseguré- Yo creo que me los encargó por quedar bien con mi marido. Pero sea como sea, los tres mil pavos me han venido que ni pintados.

-¡Joder chica!, las hay que se despeñan y caen de pie-

Ahora la que rió fuera de tono fui yo.

Creo que nuestras risas provocaron que el metre nos encontrase reservado antes de lo previsto.

-Si son tan amables acompáñenme las señoras, el reservado está listo- Era un saloncito pequeño, con apariencia de biblioteca particular, en la planta de arriba. Dos grandes estanterías ocupaban sendas paredes y en la otra un gran sillón de lectura junto a un inmenso ventanal. En el centro una mesita redonda muy, muy coqueta. Los camareros llamaban antes de abrir y al salir volvían a cerrar la puerta, lo que confería la encuentro una intimidad y distinción realmente agradables.

Degustamos una lasaña de hongos con foi, unas trufas frescas de temporada y de plato fuerte nos decidimos por el solomillo de venado guisado con reducción de Pedro Ximén y acompañado con un puré de manzanas realmente exquisito.

-¿Con que leches harán el puré para darle a las manzanas este sabor?- Le pregunté a Irene. Ella, simplemente, se encogió de hombros.

El Vega Sicilia que degustamos nos producía un bien estar adicional. Ese vino es todo un clásico, muy reconocido internacionalmente. 200 euros por botella. Ya podía estar rico.

Cuando trajeron el venado y nos abrieron la segunda botella de vino ya no pude aguantar más.

-Irene ¿has hablado con Ramón? ¿Está cerrada la cita de esta tarde para tu casa a las ocho de la noche, como hablamos?-

-Chica no sé cómo has aguantado tanto sin preguntarme- respondió mi amiga- Sí, llamé a Ramón y le cité en casa con el objeto de darle la noticia personalmente. El muy cerdo se creía que necesitaba un polvo y venia con el armamento preparado-

-¡No me digas!- exclamé incrédula -¿Cómo de preparado?

-Ya sabes Michelle, no te hagas la tonga. Nada más entrar en casa me abrió el batín sacándome las tetas y se bajó la cremallera del pantalón-

-Y  ¿qué hiciste?- Pregunté poniendo esa sonrisa que ponemos las mujeres cuando insinuamos el tema.

-No me mires así, zorra. No me lo follé. Todo lo contrario. Le dije que debía guardar las fuerzas para la tarde y me reí. No tardó ni dos segundos en preguntarme que qué coño había para la tarde-

Le he contado el asunto despacio. He puesto a Carlos como un depravado y a ti como una pobre y sumisa esposa amante que está dispuesta a ese sacrificio por su esposo.

Tragué saliva antes de preguntar a Irene-¿Y ha aceptado?- En mi rostro debía reflejarse la ansiedad. Irene sonrió de una manera inequívoca.

Reímos y llenamos las copas con más vino.

-Está dispuesto a follarte delante de tu maridito y de mí. Pero ha puesto una condición-

-No me vengas con sorpresas ¡joder!- le dije contrariada -¿Qué se le ha ocurrido a ese efebo?-

-Sólo pide que los mirones actuemos como si no estuviésemos allí. Que no hablemos con vosotros y mucho menos intervengamos en modo alguno. Vamos que quiere hacértelo como si estuviese a solas contigo-

-¡Dios!-exclamé- me estoy poniendo cachonda, Irene. Estoy nerviosa como un flan-

-Lo que yo te digo es que no debiésemos beber más vino- me dijo mi amiga- son casi las cuatro. Te quedan cuatro horas para venir a mi casa con Carlos-

Irene tenía razón, con todo el dolor de mi corazón dejamos casi media botella de Vega Sicilia. Eso si me pedí un arroz con leche de postre, me encanta como lo ponen, con su azuquita quemada por encima.

Irene me llevó en su Audi rojo hasta casa. –Gracias por la comida Michelle. A las ocho en casa, ser puntuales- se despidió.

-No te preocupes- le respondí cerrando la puerta y viendo el deportivo rojo alejarse rápidamente.

Quise acostarme para echar una siestecita. Pensé que me vendría bien hacerlo. Pero me fue imposible. Estaba muy nerviosa y excitada. Desde que me casé con mi esposo no había catado otro pene, y no lo hubiese hecho si no me lo hubiese pedido Carlos. Tan solo sabía que Ramón iba con la camilla de masajes de su hermano y que estaba como un tren el chico, 19 añitos, no os digo más. Pero no tenía ni idea de cómo iba a tener lugar el desarrollo de los acontecimientos.

Carlos se retrasó bastante, llego cerca de las siete y cuarto. Pero me había avisado por wasap “llegaré justo pero no te preocupes”.

Ambos sabíamos lo que estaba en marcha, y sin embargo disimulamos el uno con el otro. Fingiendo no saber nada. Eso me excitó más.

-Carlos- le dije con un dialogo de verdaderos tontos- Ramón es un masajista muy bueno que trata a Irene. Date prisa porque a las ocho nos esperan en casa de ella. El chico llevará la camilla para la sesión-

Mi esposo estaba en la ducha y yo junto a él en el lavabo dándome los últimos toques de maquillaje, con mi tanga y mi camisetita rosa salmón me veía realmente espectacular.

-Oye- pregunto Carlos- ¿Ese Ramón, desde cuando trata a Irene?

¡Qué cabrón!, el tono insinuante de su pregunta y el matiz de su voz eran más que pícaros. No le contesté. Me resultaba mezquino el interés de Carlos por la vida privada de mi amiga.

Cuando abrimos del garaje, ya dentro del coche, para ir a la de Irene las miradas de mi esposo y la mía se cruzaron un instante. Un pellizco me atenazaba el estómago.

-¿Carlos, estás seguro de lo que vamos a hacer?- Le pregunté con tono dubitativo. Desde nuestro matrimonio la fidelidad del uno al otro ha sido una base firme en la que, no sin cierta desidia, yo me encontraba segura y cómoda. Proseguí: -Aún estamos a tiempo, mi amor. No me hago a la idea de que un desconocido, prácticamente, vaya a tenerme así, delante de ti-

-No vayas a dar la vuelta atrás- me dijo mi marido – Si no sale como está previsto o si no quieres volverlo a repetir, lo comprenderé-

Me tomó de las mejillas y posó un beso muy dulce en mis labios. –Sabes que te amo Michelle. Y que esto no tiene nada que ver con mi inquebrantable y sincero amor por ti- Sus ojos de niño mayor me miraban suplicantes.

-Está bien, vamos- le dije

Las presentaciones y los primeros instantes en casa de Irene fueron realmente tensos. Mi amiga puso un pequeño ágape. Unas cervezas y alguna lata de conservas.

Carlos me miraba con excitación y lujuria. Cuando coincidían nuestras miradas él miraba después a Ramón en un gesto lascivo, indicándome con los ojos  que deseaba verme en los brazos del chico. Ramón por su parte era un chico aparentemente tranquilo, pareciera que la cosa no iba con él. Yo le miraba de vez en cuando. Ya le conocía pero hoy todo era muy distinto al par de veces en las que le había visto en compañía de mi amiga.

Charlamos del tiempo, del frío que ha venido a Madrid de golpe, y de que se esperan nevadas para el fin de semana. La meteorología es tan socorrida para matar esos ratos tensos en los que no se sabe de qué hablar!

Irene rompió el hielo yendo directamente al asunto.

-Bueno Ramón que se nos echa la hora encima y has de darle ese masaje a Michelle-

Ramón clavó en mí sus ojos, y un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Me dieron ganas de salir corriendo. Pero Carlos se merecía este sacrificio. Me colma de atenciones y ni uno solo de mis caprichos ha quedado sin cumplir.

-Vosotros quedaros aquí- dijo Ramón, poniéndose en pie. Se dirigía a Carlos y a Irene.-Tú ven- me dijo tomándome dulcemente de la mano. Y al decirlo dulcificó tanto la voz que casi me desmayo. Aquello era tan sumamente nuevo, distinto e irreal, y mi alma estaba tan aturdida que no sabría decir que sentimiento predominaba en mi interior.

Decidí abandonar mi resistencia mental y dejarme llevar por los acontecimientos.

Según nos alejábamos del tresillo y la mesita en la que Irene había dispuesto las bebidas y los platos hacia el centro de la sala en la que ya estaba colocada la camilla, Ramón puso su mano sobre mi culo, descaradamente, para que Carlos lo viese. Un escalofrío de deseo y excitación me recorrió entera y mis pezones se pusieron tiesos automáticamente. Apretó el cachete sobre mi vestido de punto y me sonrió. El condenado era atractivo. Pensé que no todos los días se le pondría delante la ocasión de follarse a una mujer casada delante del marido. Y mucho menos una casada de 22 años tan espectacular como yo.

Entre su sonrisa y la contemplación de la gran camilla, casi cama de masajes, el lugar en el que todo iba a suceder, mi piel se erizó y sentí como me abandonaba cualquier resquicio de duda. Estaba dispuesta a hacerlo, a dejarme manosear y quién sabe qué más cosas, por aquel mozalbete.

-Preciosa, quítate el vestido y los zapatos y túmbate boca abajo-

Mientras me desvestía miré a mi esposo. El sillón en el que estaba sentado quedaba a unos dos metros y medio de la camilla. Me extrañó la rapidez, pero Carlos ya estaba erecto, se le notaba el pene pujante y duro, un bulto que a pesar de estar bajo los pantalones no podía confundirse con el pañuelo o el móvil. Irene me guiñó un ojo, la muy zorra. Sentada junto a Carlos y gozando con todo aquello.

Al quitarme el vestido y dejar ver mi tanga nuevo aparecieron en mi ego reflejos de un exhibicionismo que tengo desde siempre. Sé que a otros les gusta ver, y a mí, no me importa que me observen.

Me tumbé en la camilla, boca abajo. Ramón extendió una toalla tapando mi culo. Pasó su mano por los mofletes de mi trasero. Tomando contacto por primera vez con mi piel desnuda.

Luego tomó un cuenco y volcó un gel de masaje. Era como gelatina, de consistencia babosa y transparente, tenía olor a almendras, y al contacto con la piel era tan resbaloso y agradable que al sentir las manos de Ramón en mis pies todo mi cuerpo se relajó para sentir aquellos amasamientos con los que comenzó a regalar a los deditos, uno por uno, primero; y a las plantas y los talones después.

Se notaba que no tenía prisa. Ni yo tampoco.

Ramón llevaba unos pantalones blancos muy anchos y una blusa de mangas, ancha también y del mismo color. No llevaba slip. Y lo sé, porque desde los primeros minutos en los que se puso con mis pies, los golpecitos que daba su pene suelto bajo el pantalón contra la tela, así lo atestiguaban. La dimensión del cacharro prometía. Me dieron ganas de tirar de la goma del pantalón y descubrir el falo de mi masajista. Incluso llegué a pensar en hacerlo, pero hubiese sido precipitar demasiado los acontecimientos.

-Abre un poquito las piernas Michelle, he de trabajar la cara interior de tus muslos- Obedecí, lo hice de forma automática, sin cuestionarme siquiera la orden. Mi tanga rosa salmón estaba parcialmente engullido por mi raja. Lo noté. Pero aún la toalla  lo tapaba todo.

¿Qué sentiría Ramón al verlo así, cuando retirase la toalla?

Vi que Irene se acercaba más a mi esposo y que le comentaba algo al oído. La muy zorra seguro que lo hacía así para provocarme. Me miró y noté su sonrisa. Días más tarde sabría de su propia boca lo que le había dicho:

-Ya verás que trabajo tan fino va a hacer Ramón-

La mano de Irene se había puesto en el muslo de Carlos y aquello me turbó. Noté que mi concentración en las atenciones de Ramón se había evaporado, así que decidí dejar de mirar a mi esposo y volver al hedonismo de la sesión.

La condición puesta por Ramón de que todo debía suceder como si no estuviésemos los cuatro en la habitación, sino él y yo a solas, era algo que confería una atmósfera especial, un morbo. Nos comportábamos como si ellos no estuviesen, y ellos como si lo estuviesen viendo en un cine.

Ramón tomó confianza. Lo notaba en sus caricias con el gel sobre mi piel. Caricias cada vez más y más intensas. Una mujer sabe la forma en que un hombre  la toca y Ramón me tocaba como si ya me estuviese haciendo el amor.

Me quitó la camiseta salmón de tirantes y vio mis pechos por primera vez. Con la mano en mi espalda me obligó a reclinarme de nuevo y se situó en la cabeza de la camilla. Yo aproveché para contemplar a escasos centímetros aquella indiscutible erección contenida bajo el tejido blanco de sus pantalones.

-¿Todo va bien, Michelle?- Me preguntó cariñosamente. Su voz era envolvente y provocaba sentirse más y más excitada, pero a gusto a la vez.

-Mejor que bien- le respondí- eres todo un artista con…. (Suspendí la frase mirando entre sus piernas) las manos. Vi su sonrisa antes de apoyar mi cabeza en el hueco de la camilla. Veía el suelo, pero sentía sus manos en mi espalda. Acariciaba mi cuello y amasaba la espalda hasta agarrarme la cintura. Luego apretaba las caderas y finalmente metía sus dedos bajo la toalla inspeccionando la tira del tanga. En uno de sus contactos con la braga, tiró de ella hacia arriba, provocando que se metiera más en mi rajita . Estuvo varios minutos masajeando, recorriendo con los nudillos, con la yema de sus dedos, con las palmas de sus manos.

-Relájate del todo- me pidió-observo que aún estás algo tensa-

¡Dios mío! Había quitado la toalla y sus dedos sacaban el tanga de entre los labios del coño. ¡Me estaba quitando el tanga! Sabía que iba a suceder pero no lo esperaba aún. El erotismo de sus manos bajando el tanga y recorriendo mis piernas hasta los tobillos era sumamente embriagador. Me mojé instantáneamente.

Comenzó a amasar mis muslos, pero muy cerca del coño. Ahora ya contemplaba mi rajita totalmente desnuda y depilada y yo  había lubricado por la excitación y mi coñito supuraba alguna gotita de néctar brillante y denso.

Abrió mis piernas lo suficiente como para ponerse de rodillas entre ellas y agarró ambos glúteos separándolos al máximo. El gel que había derramado sobre mi cuerpo hacia que los labios rosados de mi almejita resplandeciesen con reflejos y él separaba de nuevo los mofletes de mi trasero, abriendo mi chocho como una fruta madura y jugosa, apetecible de comer. Sus atenciones se prolongaban desde el culo a los muslos y sus dedos llegaban tan cerca de mi coño que invadían las ingles y presionaban sus laterales, apenas a unos milímetros de la rajita rosada y húmeda.

-Date la vuelta-

Me incorporé algo mareada por la posición y en parte por la tremenda excitación. Ya desnuda del todo me tumbé boca arriba. Mi esposo se había sacado el pene y se tocaba. No me extrañó, ya lo esperaba. Irene me miró. Supe que quería hacer algo con mi marido. Sus ojos me pedían permiso.  Una mirada interrogante. ¿Puedo hacerlo con él? Me preguntaban aquellos ojos grandes y negros. Le sonreí. En una inequívoca respuesta: Sí puedes.

Al fin y al cabo si a mí me iban a hacer de todo delante de mi esposo, ¿por qué no iban a pasar ellos también un buen rato? Sé que Irene sería incapaz de liarse con Carlos, y que solo la ineludible atmosfera sexual era lo que la excitaba.

Los protocolos y las falsas educaciones se acabaron nada más tumbarme boca arriba. Ramón se inclinó besándome la boca a la vez que colocaba su mano directamente en mi raja. Yo respondí agarrando el pene duro bajo el pantalón y apretando mi mano en aquel increíble cilindro, matando las ganas que me consumían de aferrar aquel rabo. Era mayor que el de Carlos y lo tenía tan duro que parecía que fuese a tener su orgasmo de un momento a otro.

Miré a mi esposo antes de que la boca de Ramón llegase de nuevo a mi boca. Carlos estaba serio. Se masturbaba lentamente y recorría el muslo de Irene hasta topar con las bragas de flores amarillas que llevaba.

El rostro de mi masajista me tapó la escena y sentí la lengua jugar en mi boca abierta mientras los dedos resbalosos separaban los belfos de mi sexo  y lo penetraban. Se alojaron dentro y comenzó a masturbarme con ellos. Uffffffff. El morbo de la situación, traspasada por los dedos de un chico más joven que yo, delante de mi esposo y de mi amiga, era tan grande que hacía muchos años que no me había puesto tan cachonda. Hambrienta de sexo, salida, cachonda, abandonada a lo que quisieran hacer de mí. Y Ramón lo notaba.

Mi mano seguía sopesando y agarrando la tremenda tranca bajo los pantalones. Así que Ramón se incorporó y deshizo el nudo de la cinta que los mantenían en su cintura. ¡Joder! ¡Qué pene tan perfecto! Ramón lo tenía depilado del todo y eso me encantó. Apenas podía aguantar las ganas de abalanzarme sobre aquel caramelo.

Ramón estaba en el lateral derecho de la camilla. Con su mano izquierda pellizcaba mis pezones y sobaba mis tetas. De vez en cuando metía los dedos en mi boca para ver como lamía los dedos. Yo le demostraba lo que sé hacer con la boca y con la lengua y él los metía en la boca hasta los nudillos. La mano derecha estaba en mi coño todo el rato, seguía poseyéndolo, todo el tiempo y de vez en cuando los llevaba hasta el ano, donde apretaba al llegar, consiguiendo entrar unos milímetros más en cada viaje. Metió el dedo gordo en mi raja, y a la vez, con el anular me traspasó finalmente el ano. Ambos dedos dentro.

Miré a mi espectador. Irene había tomado ventaja y estaba inclinada sobre la entrepierna de mi esposo, haciéndole toda una señora mamada. Pero mi concentración y mis desvelos no estaban ya en lo que ellos hiciesen, en aquella polla de mi esposo lamida por mi mejor amiga, tenía otra verga más gorda en la mano y la masturbé con fuerza, provocando que Ramón encogiese el culo hacia atrás por mi envestida. No había visto un pene más duro en mi vida.

Ramón dedicó sus dos manos a mi coño. Inclinado hacia él, abrió los labios y comenzó a masajear el clítoris, qué ya estaba hinchado y rojo. Grité de placer y mi esposo no pudo aguantar más y volcó su leche en la boca de Irene.

Allí estaba yo, masturbando a Ramón mientras él se ocupaba de mi clítoris.

-La señora está contenta con el masaje- Me dijo antes de darme un nuevo beso en la boca.

-Fóllame Ramón, fóllame, ya no aguanto más, métemela-

-Pero la señora está siendo observada por su esposo. ¿No le importa?- Aquella fingida timidez, la demora provocada por Ramón me pusieron el límite de la locura.

-¡Fóllame, de una vez!- Grité antes de que mi boca fuese tapada esta vez por su pene.

-Antes la señora debe prepararlo un poco-

Fueron los minutos de mi vida en los que más fervientemente he deseado ser follada. Aquellos cinco, tal vez diez minutos en los que lamí su prepucio, sus testículos, engullendo la tranca todo lo que podía entrar. Y cada vez que la sacaba, entre chupada y lametón le volvía a pedir:-Fóllame Ramón, por favor- Mi coño palpitaba, hinchado de sangre, pidiendo lo suyo.

Se volvió a subir a la camilla y sentí la cabeza del pene abrir la rajita lentamente, tan lentamente que llevé mis manos a sus culo musculado y empujé para que me entrase. – Me voy a correr- le dije.

-No lo hagas aún zorra, aguántame dos minutos siquiera-

Pero yo no aguantaba.

Él de rodillas, yo con mis piernas abiertas hasta el infinito. Me penetraba tan dulce y delicadamente, acariciando mis pechos, mirando mi expresión de éxtasis, que me abandoné sin importarme que Irene y mi esposo, que ya se había guardado la polla, nos estuviesen observando.

Ramón me folló así durando tres o cuatro minutos, acelerando cada vez más. Yo alternaba las miradas a mi masajista con las que daba a mi esposo. Ya había conseguido lo que quería, verme así, tal y como estaba ahora.

Cuando sentí llegar mi orgasmo miré fijamente a mi marido. El sabe cuando lo tengo y quise que supiese que me corría en su honor, en honor del hombre que me ha hecho su esposa.

Ramón me colocó de lado, con el coño enfocando hacia nuestros espectadores. Él tumbado detrás de mí. Elevó mi pierna derecha y me penetró de nuevo. Nuestros sexos depilados sentían cada roce y cada caricia. Y entonces le sentí llegar. Una aceleración brutal y después acometidas espaciadas muy duras, que sonaban contra mi culo.

Sacó el pene para que lo pudiese ver mi esposo e Irene y volcó la leche en mi sexo desnudo y brillante por el masaje.