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Noche de carnaval con una india apache

en Sexo con maduras

Llego algo tarde a la fiesta de carnaval del Club Recreativo Atalaya. El vampiro que baila con una bruja me saluda brazo en alto. Se llama  Julián y es un compañero de trabajo. He quedado con él allí, pero el jodido casi ni se da por enterado porque está pillando cacho. Yo me aparco en la barra de tarima para observar mejor el ganado femenino. Cerca de mí una cabaretera estilo berlinés, de chistera y esmoquin, discute con una india apache que lleva un disfraz repleto de flecos. Ambas parecen   tiquismiquis metidas a verduleras. Trato de apaciguarlas haciendo valer la estrella de sheriff que brilla en mi chaleco de cowboy...

  

—A   ver señoras, hacer caso a la autoridad:  una de ustedes baila conmigo, se termina así la discusión, y yo no las meto entre rejas, ¿quién se apunta?

 

Las dos mascaritas me miran agresivas, como preguntándome que quién coño me ha dado vela en aquel entierro, pero se han quedado descolocadas, mudas, como si hubieran perdido el hilo de la gresca. La india reacciona y se dirige a mí risueña:

 —Vale, rostro pálido, ¡bailemos!

 

Después  hace  una  reverencia  burlona  a  su  amiga-contrincante  y  se  despide  de  ella digamos que secamente:

  

Ahí te quedas ¡cabrona!

 

Luz de luna —que así se hace llamar la india— tiene la piel morena clara y el pelo negro corto, con las orejas al descubierto. Está pasadita de kilos, aunque no es gorda ni tampoco fea. Conectamos bien. Yo le digo que me llamo Alberto, pero ella evita darme su nombre verdadero, si bien acepta que la llame «Luz» a secas.  Bailamos durante un largo rato y luego tomamos una copa en la barra. Dice que la hago reír y que soy «un rostro pálido simpático». Está tremenda la apache: soberbio culo, modeladas curvas, grandes tetas. Trato de localizar a mi colega pero no lo veo por ningún lado. Luz se desmadra cuando casi una hora después volvemos a bailar piezas salseras. Sus contoneos al compás de la música son muy sexys. Los hombres no le quitan ojo y yo tampoco pierdo ripio.  Ella no parece que pretendiera tanto porque me dice que quiere sentarse...

Esta vez pillamos una mesa. Mi amiguete sigue sin dar señales de vida. Luz de luna pide un refresco y yo otro cubata. Es el segundo que bebo y para nada deseo emborracharme. Quiero mantenerme bien despejado a fin de no malograr una noche tan prometedora como aquella. Consigo otra vez que Luz se tronche de risa, pero también hablamos largo

y tendido de diversos temas y de su vida en la tribu apache, no de su vida real. En Carnaval no se pregunta a una mujer si está casada o  soltera, si tiene o no tiene hijos, si es viuda o divorciada. Lo importante es que ella esté a gusto contigo y que tú lo estés con ella…

Por fin hay como un rato de relax, quizá para que las mascaritas recarguen pilas. Hasta la orquesta toca ahora música melódica, canciones de siempre. Luz me pide volver a la pista y yo acepto con más ganas que antes por lo de bailar pegados. A ella la abduce esta música. Ahora la noto melosa, coqueta, gatita. Juega a que juegue con ella, a que la acaricie, la apriete, le diga cosas subidas de tono, le robe besos en el cuello o chupaditas en el lóbulo de la oreja. Desde que vuelve la música marchosa optamos por sentarnos.

Al regresar a la mesa fardo de que mi padre es el actual presidente del club, además de socio fundador, y le cuento que solía traerme allí casi desde que nací, hace ahora veintinueve años. Luz parece reparar más en mi edad que en la presidencia de papá   y replica que ella acaba de cumplir los veinticinco. Me vacila. Calculo que debe rondar los cincuenta.  Es  difícil  echar  la  cuenta  con  tanta purpurina de por medio. Tampoco me preocupa el tema edad. Las veteranas siempre se me han dado bien y ésta se conserva genial, al nivel de una veinteañera…

También le cuento que por la puerta del fondo se accede al jardín y le pregunto que si quiere que salgamos a tomar el aire. Acepta sobre la marcha. Trato de decirle a mi colega que me ausentaré un buen rato, pero sigo sin localizarlo. Cuando nos disponemos a abrir la citada puerta aparece un portero petudo que dice que no se puede pasar, aunque al ver quién soy rectifica de inmediato: «bueno, claro,  supongo que usted sí puede, y le ruego que me disculpe pues no le reconocí vestido de pistolero americano». Él mismo nos abre, incluso con reverencia, pero, visto lo que ha pasado, Luz duda en si entrar o no. Tengo que darle un par de empujoncitos hasta hacerla arrancar. El portero me dice que cerrará con llave para que no entre nadie más: «don Alberto, llame usted a la puerta cuando quiera volver al salón que yo le abriré». Ser hijo del presidente es un chollo…

Antes de adentrarnos en el precioso jardín prácticamente tenemos que rodear una piscina moderna construida por una directiva anterior. «Hay socios que le piden a mi padre que la quite pese a que costó una pasta gasta», le explico a la india buenorra. Abro una taquilla que tengo por allí   y saco una bolsa de plástico bastante abultada. Luz de luna quiere saber para qué la necesito y le digo que esté tranquila, que sólo contiene «un kit de supervivencia en jardines». A ella le causa risa esa extraña descripción, pero se queda amoscada. Aun así cambia de tema y, según vamos atravesando el jardín, me va diciendo el nombre de cada una de las flores que nos encontramos y hasta el de los árboles y arbustos. Pienso que es botánica o jardinera, pero no; digamos que vivió casi toda su vida en  el  campo  «como  una  india  apache».  A  Luz  le  encanta  aquel  jardín  de  toque versallesco con fuentes,  cascadas, estanque de patos, nenúfares...  y la piscina horrible que no pega ni con cola. A mí me gusta Luz de luna y el césped frondoso que hay casi al final del jardín, sobre todo la parcela que queda oculta entre cuatro palmeras.

Nada más llegar a ese recoveco —el único medio oscuro del jardín— le sugiero que nos tumbemos un rato para charlar bajo la luz de su nombre. Ella dice que no y que no, y que quiere marcharse. Yo ya he extendido la manta que traía en mi kit de supervivencia. La abrazo fuerte y la beso en la boca, pero ella me aparta la cara, aunque no logra zafarse de mí porque estoy hecho un cachas y mido una ochenta y seis, mientras ella debe medir sobre el metro sesenta y cinco. La beso y la chupeteo en el cuello y en el mini canalillo que deja expedito su disfraz de señora apache. Luz está nerviosa. Insiste en que quiere marcharse, y yo insisto en apretarle fuerte el culo y en arrimarle la cebolleta a su entrepierna. Es un culo nalgudo, pero durito, rico. Ella ya no sabe qué hacer ni qué decir. Me da que está pensando en por qué carajo aceptó venir conmigo al jardín y quizás en

que va a ser peor resistirse porque este tío es fuerte y lo mismo me suelta un guantazo que me deja inconsciente. O puede que piense en que, bien mirado, Alberto es un chico joven que está para comérselo, y que en Carnaval hay que darle al cuerpo caprichitos, y que un polvo es un polvo y nada más, y que ella es mayorcita y no tiene que darle explicaciones a nadie...

Lo cierto es que Luz de luna ya no sólo no rehúsa mi nuevo beso en la boca, sino que colabora  abriéndola  y  participando  en  el  baile  abrasador  de  las  lenguas.  Consigo enseguida que se tumbe y yo me recuesto de costado, un poco sobre ella y un poco sobre la manta. Más besos en la boca, con lengua hasta la campanilla, y besos también en la cara, los ojos, cuello, canalillo, orejas. Mi polla ya anda burra total y ella tiene que estar notándola caliente, dura, gorda y larga. Mi mano derecha descubre una cremallera oculta entre flecos que abre su vestido de arriba abajo y la descorre de inmediato. Trato de sacarle una teta, pero el sostén es estrecho e incómodo. Ella teme que se lo vaya a estropear y se incorpora un poco, lo desabrocha y se lo quita. Vuelve a tumbarse y yo me aplico sobre sus grandes tetas, ora amasándolas, ora estrujándolas, y me centro luego en sus pezones ya sea tirando de ellos o chupándolos, mordisqueándolos y lamiéndolos. Consigo que se le pongan tan duros y tiesos que casi parece que fueran a estallar. Luz no para de jadear y mueve de un lado a otro la cabeza como loca. Está que hierve y no descarto que haya tenido un orgasmo. Trato de sacarle las bragas y ella me ayuda engurruñando las piernas para que salgan más fácilmente y más rápido. Ya tengo a la vista su coño peludo y carnoso, ahora húmedo. Me encaramo sobre ella con mi boca a la altura de su entrepierna. Ahí me esmero en lengüetearle todo la zona y en chuparle, lamerle y pajearle el clítoris. Es especialmente protuberante y se lo he dejado erecto como un micro pene. Me bajo el pantalón y los calzoncillos por debajo de las rodillas y le enfilo la polla a su coño. Se la meto toda casi de un sólo arreón, mientras oigo que ella jadea, suspira y grita como una posesa. La follo a piñón fijo, sin pausa alguna, pero cambiándole el ritmo con frecuencia y dándole polla hasta el fondo, hasta el tope que fijan mis propios huevos. Luz se viene un par de veces, pero su última corrida, la apoteósica, ocurre justamente cuando le inundo la vagina con ríos de leche espesa y caliente. A ella la he dejado grogui, con los ojos en blanco, y ambos estamos extenuados y sudorosos después de sentir un placer enorme, un éxtasis. Yo me coloco boca arriba para relajarme y saborear el post polvo, y ella se recuesta en mi pecho, satisfecha y gozosa. Es el reposo de los guerreros...

 Al cabo de un rato Luz de luna me da un beso en la comisura de los labios y sugiere que volvamos al salón. Me hago hacia un lado, de manera que ella quede boca abajo sobre la manta, y le digo tajantemente que no, que todavía nos quedaremos allí un poco más. Le subo el vestido por detrás hasta dejarle el culo al aire y me dedico a estrujarle las nalgas y a masajearle la raja de arriba abajo y de abajo arriba. Ella me mira preocupada, como si tuviera un mal presentimiento, y yo no me ando con chiquitas y le confirmo mis intenciones sin rodeos de ninguna clase:

 Ahora voy a follarte el culo…

 

 — ¡¿Queeeé?! De eso nada que por ahí duele y encima la tienes muy gorda…


—Dispongo de un remedio para eso. No te dolerá…

  

—Déjate de historias que me producirás  un desgarro… Por ahí nunca  he dejado que me la meta ni mi ma… nadie… y tú tampoco lo harás…

 

Luz  de  luna  intenta  no  estar  boca  abajo,  porque  obviamente  se  siente  demasiado expuesta, pero se mueve despacio y me da tiempo a reaccionar y a impedírselo por completo,  sobre  todo  después  de  subirme  sobre  ella  bestialmente,  aplastándola,  y dejándola absolutamente inmóvil.  Me siento luego en cuclillas sobre su culo, alargo el otro brazo hacia mi kit de supervivencia en jardines, que me ha quedado a mano, y extraigo un tubito de crema lubricante con el que le embadurno bien el ojete, incluso metiéndole un par de dedos, y también me doy crema en la polla, que está otra vez empalmada a tope y lista para sodomizar aquel culo supuestamente virgen.

— ¡Suéltame hijo de puta!… ¡No lo hagas!… ¡Tengo un familiar que es policía y te denunciaré  por violación!... ¡No te librarás de ir a la cárcel!...

Me cuesta metérsela. Tiene un ojete chiquito y cerrado casi herméticamente. Es al cuarto o quinto intento cuando consigo entrarle el glande y ya después me resulta fácil meterle la polla entera, toda. Los gritos y quejidos de Luz de luna se entremezclan con la música salsera que viene del salón. No sé si en verdad estoy ante un culo virgen, pero como mínimo parece muy poco horadado a juzgar por su estrechura. Me embute la polla de una forma extraordinaria, placentera, como si estuviera hecho a mi medida, y me la solaza con su delicioso calor. Nunca he sido muy del polvo anal, aunque lo practico, pero esta vez supera con creces mis expectativas puesto que aquel recto no tiene punto de comparación con ninguno de los que he catado anteriormente…

Así las cosas, huelga decir que disfruto de aquel culo durante largo rato, follándomelo hasta su rincón último en todos los estilos: lento, rápido, fuerte, suave, brioso, pianísimo, al galope, salvaje… Luz de luna sufre bastante al principio, pero enseguida se calma y sus gritos quejumbrosos se convierten en gritos de placer, sobre todo cuando combino el mete saca con masajes en su clítoris. Al sacarle la polla, después de haberme corrido en su interior abundantemente, veo que un hilito de semen mezclado con sangre mana de su ojete. La limpio como mejor puedo con  un par de pañuelos de papel, nos arreglamos las ropas y volvemos al salón. Hablamos poco en esos momentos, ya que ambos estamos bastante cansados, pero ella no está molesta conmigo y me rodea con un brazo por la cintura mientras caminamos hacia la puerta. Yo le devuelvo el gesto poniéndole un brazo por los hombros. Durante el trayecto Luz estimula mi ego diciéndome que me he comportado como un campeón y que la hecho gozar como nunca había gozado con un hombre. Aún no me explico cómo no le eché otro polvo allí mismo…

El portero me abre la puerta con una sonrisita que habla por sí sola, dándome a entender que sabe de sobra lo que ha pasado en el jardín, y esperando una propinita que todavía le debo. Nada más pisar el salón Luz se va al baño, seguramente para asearse mejor, y yo me quedo esperándola por allí cerca justo cuando aparece mi compañero Julián, que viene acompañado de la cabaretera de chistera y esmoquin. Me dice que lleva un buen rato buscándome y yo le digo que el perdido es él, porque yo también llevo tiempo tratando de localizarle, y me presenta acto seguido a su acompañante:

Alberto,ésta guapetona que ves aquí es mi tía Inés, que hoy viene de cabaretera berlinesa. Te advierto que su marido es un armario  que mide casi dos metros.

En ese momento llega hasta nosotros Luz de Luna, que me da que no me ha visto. Julián se adelanta con una sonrisa de oreja a oreja, y dice orgulloso:

—Y ahora,  Alberto, te presento a esta guapa india apache. Dice que hoy se llama Luz de luna, pero su nombre verdadero es Beatriz. Mucho cuidado con ella porque es mi madre.

 

Fue un momento de ¡tierra trágame!, pero tanto ella como yo supimos aguantar el tipo y salir del atolladero. Ahora sé quién es y cómo se llama realmente mi india favorita, y hasta tengo su teléfono. La verdad es que nunca la he llamado y creo que nunca la llamaré. Aquello debe quedarse en un “accidente” carnavalero, sin más…