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Sacando de un apuro a mi hermana

en Amor filial

Felisa me llamó el miércoles y el jueves, pero yo aparezco por su casa el sábado a media tarde. Nada más llegar me lío a destripar la lavadora averiada. El cacharro se resiste y me hace sudar la gota gorda, pero yo sigo erre que erre aflojando y apretando tuercas. Los manitas de turno somos así de tozudos. Felisa agradece mi empeño y procura relajarme con dimes y diretes…

—¿Sabes, Jaime? Mi maridito intentó arreglarla, pero me temo que la dejó peor de lo que estaba. Es un chapucero de cuidado.

La noto tensa, tristona y guapa. Treinta y cinco años, y nada que envidiar a ninguna veinteañera. Una hembra de pies a cabeza: lozana, carnosa, rica. Para comérsela. Tiempo atrás me inspiró buenas pajas.

—¿Y dónde anda tu marido? ¿Dónde se mete ese genio de pacotilla?

—Se ha ido de pesca. Pasará el día y la noche mar adentro, en el yate de su jefe. Pelota que es el chico.

—¿No te la estará pegando con una ballena? —pregunto guasón, mirando desde el suelo y de reojo los torneados muslos que asoman debajo de su bata.

—Pudiera ser. Últimamente parece más seboso y más grasiento. —comenta siguiendo la broma.

Me da en la nariz que el genio marital la tiene desatendida. Su culito bailón y sus erguidas tetas parecen pedir guerra.

— ¡Mira que listo! Pues no sabía yo que fuera aficionado a la «piscimanía»…

— A él le priva todo lo que sea estar fuera de casa, libre de cualquier problema doméstico.

—¿Y el crío? ¿También se te ha ido de marcha?

Preguntas con segundas. Quiero hacerme una composición de lugar. Hoy puede ser el día

«D». Llevo años deseándola en secreto, sin atreverme a nada. Ahora que es casada y madre quizás me resulte más fácil.

—Sí, de marcha con mis «adorables» suegros. Vinieron a recogerle hace un rato. Me lo traerán de vuelta esta noche empachado de helados y golosinas, y más caprichoso e insoportable que nunca. Es mi sino…

Por fin descubro el problema de la maldita lavadora. Una piedra enana, insignificante, ha sido capaz de frenar a toda una turbina. La quito y asunto resuelto. Respiro satisfecho. Felisa debería darme un premio: su coño o su culo. Que elija. Y una mamada de propina…

—Gracias, Jaime, eres un sol, —dice estampando un besito cariñoso en mi mejilla, y añade:—¿te sirvo un güisquito como premio?

El premio no es ése, Felisa. Lo justo sería que me brindaras tu chochito húmedo para que mi polla se deleite en su interior. No sé cómo no te das cuenta…

—Un güisqui a estas horas ¡qué va! Es temprano para eso. ¿No tienes una cerveza bien fría?

—Sí, claro, pero vete para el salón. Allí estaremos más cómodos. Yo también me tomaré una contigo, ¿vale?

—Vale.

¿Cómodos? Mejor sería saborear nuestros cuerpos: tu boca en mi polla, mi boca en tu chocho. ¿Has hecho alguna vez un sesenta y nueve, Felisa?

—Ya estoy aquí, «caro» mío—, dice medio canturreando al llegar al salón.

Cerveza, chistorra, queso y biscotes. Un apetitoso tentempié. Deduzco que quiere que le haga compañía durante largo rato. Se siente muy sola. La cerveza entra de maravilla y la película que dan en la tele engancha. Se titula «Acoso». Michael Douglas le echa un polvo de cine a la espectacular DemiMoore.

—¿Otra cerveza? —me pregunta dulzona, pero nerviosilla. La escena ha sido fuerte y excitante.

—Sí.

Otra ella, y otra yo. «La malta y el lúpulo la gloria cantan», dice un proverbio alemán sobre la cerveza. Y algo sí que nos canta dentro. Ambos estamos muy a gusto. Felisa se ha sentado más cerca, hombro con hombro, muslo con muslo. Puedo sentir su aliento…

—Me está entrando sueñito —dice melosa—. No estoy acostumbrada a beber nada que contenga alcohol.

—Apoya tu cabeza aquí—le sugiero caballeroso, ofreciéndole mi hombro,

Al hacerlo giro el cuerpo y logro que aún se acomode mejor. Su cara queda ahora a disposición de mi boca. Paso un brazo por su espalda y la estrecho tiernamente. Ella cierra los ojos y yo aprovecho para besar sus mejillas.

—¿Qué haces, Jaime? —pregunta en tono severo, pero sin ademán de querer interrumpir mis carantoñas.

—¿Es que no los sientes? Te hago mimitos para que te relajes yduermas bien…

—Bue… Bueno… pero no… no te pases… no… ¿eh, pillín? —dice casi gagueando, haciéndose la somnolienta.

Su brazo izquierdo se apoya en mi vientre y sus dedos estrujan levemente mi cintura. Me parece una señal, un visto bueno sutil, pero aun así decido andar con tiento, paso a paso, temeroso de romper la magia del momento…

—Voy a darte otro besito mimoso —le anuncio para calibrar su reacción.

Felisa ni se inmuta, no abre los ojos, no habla. Finge dormir. Ahora el beso es en la boca y más duradero, más intenso, pero todavía tierno y suave. Sé que le ha gustado porque vuelve a clavar sus dedos en mi costado, pero prefiero atar todos los cabos:

—Tú no te cortes, cielo. Si te molesto sólo tienes que decírmelo y pararé al instante. —le murmuro al oído.

No dice ni pío. Me siento autorizado a elevar el listón. Mi lengua juguetea ahora con sus carnosos labios, los humedece, y arrastro su brazo vientre abajo hasta dejarlo reposar sobre mi pinga. Su leve presión la vuelve más dura e hirviente. Está en un tris de reventar el pantalón. Lucha contra su confinamiento…

Es hora de jugarme el todo por el todo. Me desabrocho el cinturón, bajo la cremallera de la bragueta y deslizo el pantalón y el calzoncillo simultáneamente. Mi polla irrumpe empinada como un obelisco, grande y gorda. Felisa no la ha visto, sigue de ojos cerrados.

Llevo su mano hasta mi pinga y ella la empuña sabiamente, sin sobresaltarse, como si la esperara, como si ansiara tenerla. Manosea, masajea, descapucha y encapucha con suavidad. Logra que crezca hasta límites insospechados…

—Así, cielo, que bien lo haces… cómo me gusta… así… así… dale, dale… pero afloja de vez en cuando…así…así…no dejes que me venga en tus manos…

Estoy enloquecido, frenético, lanzado. Mi lengua acaba abriéndole la boca, y su lengua encuentra la mía. Un beso de tornillo. Y otro y otro. Besos pasionales a tutiplén. Nuestras bocas son cráteres de fuego. Botón a botón le abro la bata hasta el ombligo. Me impresiona que aquellas tetas tan erguidas ni siquiera estuvieran levantadas por un sujetador. Son turgentes, recias, de pezones inhiestos y golosos. Me atrapan y las atrapo. Chupo, lengüeteo, pellizco, las masturbo una y otra vez bucalmente. No sé si Felisa ha abierto los ojos, pero si sé que está entregada al placer. Una de sus manos se esmera con mi polla, la otra me agarra de la cabeza para que mi boca siga trabajando en sus pechos. Y ya jadea, grita, murmura:

—Chúpame… mámame…tírame de los pezones…¡ay!... así… así… ¡ay!... estíralos…

¡qué bien te sale!

Le quito la bata, le saco la braga, la recuesto sobre el sofá y me desvisto en un pispás mientras contemplo extasiado su coño peludo y sedoso. En mis veinticinco años de existencia jamás había visto un chocho tan rodeado de pelos. Me lanzo sobre él y lo inflo a lengüetazos y lamidas. Me sebo con su clítoris hasta dejarlo como un penecillo erecto. Felisa no se tiene en sí. Está desquiciada de placer. Se ha corrido y lleva los ojos en blanco, turbios, desorbitados, pero quieremás, quiere pinga…

—Fóllame, Jaime…Nome aguanto…Me estás matando…Hazme tuya…Métemela…

—Sí, cielo, a eso voy… Ya verás como te hago disfrutar… Llenaré de polla tu chochito caliente…

Cuando me disponía a penetrarla, Felisa tiene una reacción inesperada: se revuelve, me empuja, y se levanta con una rapidez endiablada. Quedo patidifuso, boquiabierto, aturdido. No esperaba esa estrechez de última hora. Pero no. Me reservaba otra grata sorpresa. Se coloca en un lateral del sofá, de pie y encorvada, con una mano sobre el apoyabrazos y la otra agarrada al espaldar. Quiere que sea a cuatro patas, me ofrece

sumisa su retaguardia. Un cuatro sui géneris, muy suyo, genial. De inmediato me coloco detrás de ella y le enchufo mi polla en su coño. La penetro despacio, sin violencia, buscando que la sienta entrar centímetro a centímetro. Pretendo que sea ella la que marque el ritmo del polvo, y enseguida se decanta…

—¡Folla, cabrón! ¡Folla duro! ¡¿Eres marica o qué?!

Eso no tendrá que decírmelo dos veces. Fin a la ternura. Ya no la trataré con la delicadeza que se debe tratar a una hermana de madre, sino como a una hembra sedienta de sexo, ardiente y experimentada. La penetro fieramente hasta el fondo, hasta que mis huevos se estrellan contra sus carnes, hasta sus mismísimas entrañas. Mi polla entra y sale de aquel húmedo y succionante chocho con ensañamiento, con bríos, a velocidad de vértigo, pletórica.

—¡Toma! ¡Toma! ¡¿No querías?! ¡Toma polla!

Las mías son penetraciones fuertes, arrítmicas; sus movimientos son bamboleos hábiles y deliciosos. El peligro de una copiosa y prematura corrida es ya inminente, pero Felisa vuelve a sorprenderme con su dominio de la situación. Se endereza hasta sacarse la polla de su caliente aposento, me la agarra por debajo de sus ingles y la eleva hasta enfilarla contra su ojete. La entiendo de inmediato. El cambio de conducto retrasará la corrida. Siempre he soñado con follarle ese culito prieto, pero temo que no esté debidamente lubricado…

—¿De verdad que no te dolerá, Felisa? ¿Estás segura de lo que quieres?—pregunto ante la posibilidad de hacer un desaguisado en el precioso culo de mi hermana.

—Tú dale, rómpemelo… Nome pasará nada…Dale…

Y le doy, claro. Con un fuerte empujón de mis caderas logro meterle la mitad de la polla, y de una segunda embestida se la clavo entera, hasta que los huevos fijan el tope. Pienso que por allí ya han entrado antes y no pocas veces. Mi pinga ha quedado perfectamente embutida y sin apenas dificultad. Puedo entrar y salir a mis anchas. Es un culo rodado, entrenado para la enculada. Sabe acomodarse, sabe acompañar el ritmo, sabe aprisionar una pinga y lograr que sienta todo el ardor que es capaz de dar. Jamás imaginé que a Felisa le gustara tanto que la sodomizaran.

—¿Te gusta por el culito, eh reina?... ¡Pues toma!... ¡Toma!... ¡Es toda tuya!... ¡Toma!...

— ¡Qué bien me follas, Jaime!... ¡Esto sí es!... ¡Dale, dale, dale!... ¡Fóllame duro!.. ¡Así!

¡Así!... ¡Me corrooooo!

Se corrió en mis dedos, en los dedos que le masturbaban su clítoris, y yo me corrí en su increíble culo. Leche a borbotones, caliente y espesa, inundando su recto. Fue el delirio. El éxtasis total. Un sueño dorado.

Al poco noté a Felisa preocupada, cabizbaja, inquieta…

—¿Qué te ocurre? ¿Te arrepientes de hayamos follado?

—No, en absoluto. Es mejor ponerle los cuernos con mi hermanito que con un desconocido. Así todo queda en familia. ¿Y tú te arrepientes de algo?

—Claro que no. Somos personas adultas y ambos queríamos follar. ¿Qué puede haber de malo en que deseáramos disfrutar de nuestros cuerpos?

—Ha sido maravilloso, sí, pero debes irte ya. Mis suegros no tardarán en llegar.

—Lo sé, yme iré enseguida, pero aclárame antes una cosa: ¿me llamarás si se te rompe otro aparato?

Ni sí ni no y un beso fraternal en la mejilla a modo de despedida. Ya veremos…