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La vecina temía que le pasara algo... y le pasó

en Sexo con maduras

Hace algún tiempo tuve que irme a vivir,  por razones laborales, a una ciudad situada a casi dos mil kilómetros de mi ciudad natal. Al principio me sentí raro, inadaptado, pero por suerte conseguí alquilar un piso cerca de mi  trabajo y todos los días iba y venía andando, una bicoca que obviamente me facilitó la estancia y el disfrute de la ciudad... Viene esto a colación porque en mi mismo rellano, puerta con puerta, vivía una señora mayor, Teresa, de 64 años, y su hija Mariana, de 38. La primera era viuda, empleada bancaria jubilada, y la segunda, divorciada, no estaba casi nunca en la casa debido a que su cargo en cierta empresa la obligaba a viajar por todo el país y en ocasiones hasta por el extranjero. Yo tenía entonces 34 años; es decir, que entre Teresa y yo existían treinta años de diferencia, una circunstancia que no impidió que llegara a tener mucha confianza con esta señora y la prueba es que un lunes por la noche, a las diez o así, llamó a mi puerta para darme una llave de su piso a fin de que yo pudiera entrar a socorrerla si alguna vez sufría un percance estando fuera su hija. Habiendo la buena vecindad que había entre nosotros, esa idea suya me pareció de lo más natural, lógica, y de hecho yo también le di a ella una llave de mi piso por si la emergencia sucediera al revés, gesto que la llevó a comentar en tono de guasa: «David, está claro que somos buenos vecinos, pero la pena es que la diferencia de edad entre nosotros nos impida ser pareja porque, de no ser así, si yo tuviera unos años menos, te juro que tú no te me escapas».

Esa frase tópica y desenfadada paradójicamente casi me quita el sueño. Al meterme en la cama no se me iba de la cabeza la parte de «te juro que tú no te me escapas», palabras que a su vez me provocaban una retahíla de pensamientos calenturientos: «…que si nunca me había cepillado a una veterana como ella y ya me tocaba, que tenía amigos que decían que las sesentonas todavía estaban muy buenas y que bien valían para un desahogo, que Teresa no me parecía tan vieja, que se conservaba estupenda, que no se le apreciaban arrugas feas, que tenía un muy buen culo y grandes tetas, que la tendría en el bote a poco que me lo propusiera…».

En los cuatro días siguientes esas ideas no volvieron a mi cabeza, pero el sábado, que no quise salir de marcha, reaparecieron con enorme fuerza después de ver en la tele una película que trataba precisamente de la seducción de una vieja ricachona por parte de un tipo sin escrúpulos que vivía de esos tejemanejes. Mi caso no era ése exactamente, pero lo de seducir a la «vieja» Teresa empezaba a obsesionarme. Tal es así que, emulando al prota de la peli y ya bastante excitado, a las tres de la madrugada se me ocurrió que debía entrar en su piso para inspeccionarla y ver si podía verle las tetas o los muslos mientras dormía y quién sabe si hasta el coño porque, con el fuerte calor que estaba haciendo, lo mismo dormía destapada y en pelota … No le di más vueltas, abrí con la llave,  y entré en su piso procurando no hacer ruido. Llevaba una linterna en la mano, pero no debía parecer un ladrón porque iba únicamente con el calzón corto de mi pijama. Al llegar a su dormitorio observé que Teresa dormía con una pequeña luz roja encendida, como las de los puti clubs, lo cual me permitía ver sin ningún problema y sin tener que usar la linterna. Lo malo era que dormía tapada hasta el cuello con una sábana. Así que mi visita clandestina estaba resultando todo un fiasco: sólo podía verle la cara y escuchar algunos ronquiditos. Aún con todo no me privé de meter la mano dentro del calzón y manosearme la polla y los huevos, mi preámbulo habitual para un inminente pajote. Pero tampoco. En ese instante la vieja hizo un movimiento como si fuera a despertarse, me puse nervioso, y salí del dormitorio hacia el pasillo a toda pastilla, con la mala suerte de propinarle una fuerte patada involuntaria a un cántaro metálico de adorno que había en el suelo. El ruido espantoso que metió el jodido cacharro rodando por el pasillo despertó a Teresa y despertaría hasta un muerto:

—¿Quién anda ahí?—, preguntó sobresaltada y horrorizada, a punto de ponerse a gritar como una loca. No me quedó otra que intervenir para tratar de tranquilizarla:

—Cálmate Teresa, por favor... Soy yo, David, que he entrado un momento…

Ella hablaba desde su dormitorio y yo lo hacía desde el pasillo. Los dos estábamos tensos por la inesperada situación.

 

—¿Y para qué coño has entrado, David? ¿Por qué no has llamado a la puerta?

 

—Bueno, verás, perdona… Es que escuché un ruido raro, creí que procedía de su piso, y entré para ver si le pasaba algo, tal como habíamos acordado…

En ese momento Teresa salió al pasillo y encendió la luz para que no habláramos a oscuras. Ya parecía más tranquila, pero seguía cabreada…

 

—¡Joder, chico! ¡Me has dado un susto de muerte!

 

—Lo siento, de verdad que no quería despertarte…

Ella había salido al pasillo vestida únicamente con su camisón de dormir y noté que los pezones y las areolas oscurecían a la tela del camisón, como le pasaba también en la entrepierna respecto al vello púbico

—Lo peor es que con el susto que todavía tengo en el cuerpo, no podré volverme a dormir. Deberías darme una alegría que me compensara y quizás así me duerma…—dijo Teresa sin perderle la vista al voluminoso paquete que se marcaba en el calzón de mi pijama veraniego.

 

—¿Una alegría? ¿A qué te refieres?

 

—Ven, cariño, que te lo explico enseguida—, me dijo llevándome de la mano hacia su dormitorio.

Nada más entrar se sentó a los pies de la cama y me atrajo hasta tener su cara cerca de mi calzón, momento en el que me lo bajó de un tirón, dejándolo a la altura de las rodillas. Mi polla, ya completamente empalmada, saltó disparada como si tuviera un resorte.

 

—Jo, chico, que bonita verga… ¡Hummm!... ¡Y qué grande! ¡Y qué gorda! ¿Me dejas que te la chupe un poquito?

 

—Claro, claro… Haz con ella lo que quieras…

La chupó, la lamió, la encapuchó y descapuchó, la engulló, y a la vez me apretaba suavemente los huevos y jugueteaba con ellos. Era una mamona de primera. Disfrutaba teniendo mi polla en su boca y yo me sentía como en la gloria. No paró de trabajármela hasta que me corrí a borbotones sin que Teresa hiciera nada por sacársela de la boca. Y encima fue una corrida super abundante, copiosa, que debió tragarla de varias tomas. Lo cierto es que se bebió toda mi leche, espesa y caliente, sin derramar ni una sola gota y sin hacerle ningún asco. Sólo dejó de chupar y de rebuscar restillos de lefa con la lengua hasta cerciorarse de que la polla quedaba absolutamente limpita y lustrosa.

Tras su soberbia mamada, Teresa no quiso perder ni un segundo ni andarse por las ramas. Así que se sacó del camisón de dormir, se quedó en cueros, y fue al grano conmigo:

—Aclárame una cosa, David: ¿me encuentras demasiado vieja o de verdad te gusta lo que ves? —me preguntó tratando de dirigir mi vista hacia su cuerpo.

 

—Me gusta lo que veo, sí, y creo además que estás mucho mejor que algunas de mis amiguitas jóvenes.

—¡Cómo me encanta oír eso que dices! Ahora tienes ocasión de demostrarlo decidiendo si te vuelves a tu camita o si te acuestas en la mía para hacernos mutua compañía —apostilló Teresa a la vez que se echaba a en la cama bajo la sábana.

Yo no dije nada, simplemente me saqué el calzón del pijama y me metí en la cama con ella, ya excitado y con la polla semi tiesa. Esta vez tomé la iniciativa. Me apliqué sobre sus pezones, y se los chupé y se los mordisqueé hasta ver que se levantaban erectos sobre sus gruesas areolas. Teresa suspiraba, resoplaba, jadeaba... Supe que no fingía su calentura porque, al tocarle el coño, estaba muy humedecido por los flujos vaginales. Obviamente llegaba el momento óptimo para follármela. Así que me coloqué entre sus piernas, me encaramé un poco sobre su cuerpo y, con sólo un par de golpes de cadera, le metí la polla lo más adentro que pude y me centré en el folleteo, primero suave, despacito, y luego a ritmo más fuerte y acelerado. Teresa me dijo después que ella se corrió dos o tres veces. No lo sé. Sí me consta que gritaba como una loca y que respiraba entrecortadamente, sofocada, y que se arrebató toda cuando sintió los primeros chingarazos de mi gran corrida. Un polvazo y una fenomenal amante veterana, de vagina con un alto poder succionante. Ambos dormimos a pierna suelta hasta las diez de la mañana. Ella se levantó primero que yo y me preparó el desayuno. Una buena chica de 64 años. Se la notaba contenta, radiante. A  buen seguro llevaba demasiados años sin follar y lo necesitaba cómo agua de mayo. Después de desayunar pensé que era un buen momento para volver a la cama y follarla de nuevo, pero preferí pactar antes el tipo de polvo...

—Teresa, ¿me dejarás que te folle el culo?

 

—No. Ya no tengo edad para eso. Me harías mucho daño…

 

—¿Ni con una crema lubricante bien untada?

 

—De ninguna manera.

 

—Bueno, tranquila, ya he pillado el mensaje, pero dime: ¿no nos vamos a acostar otro ratito?

 

—Sí, claro, aunque a dormir, sólo a dormir… Estoy mal. Me faltan tres o cuatro horas de sueño y mi cuerpo lo acusa.

 

—Okey, okey… Creo que hasta yo tengo sueño.

 

Y volvimos al catre; ella a dormir y yo supuestamente a lo mismo. Antes pasé por el baño y me hice con una loción corporal que podía servir de lubricante y la llevé con disimulo al dormitorio por si se terciaba. Nos acostamos los dos en pelotas a sugerencia mía «por el calor tan asfixiante que había». Teresa se durmió enseguida y yo me mantuve despierto aposta. Esperé un  rato quietecito, paciente, hasta que noté por los ronquiditos que su sueño ya vera lo bastante profundo. Ella dormía de costado con el culo dando a mi polla, una posición ideal para mis propósitos. Agarré la crema, le mantuve abiertas las nalgas con una mano, y con la otra le unté el ojete abundantemente, incluso le metí un dedo para lubricar el primer tramo de las paredes del recto. Todo lo hacía suavecito, despacio, cuidando que no se despertara, y la verdad es que no hizo ni el más mínimo amago de despertarse. Yo también me embadurné la polla convenientemente, y luego, ya burra total, se la enfilé al ojete. Por suerte no encontré mayor dificultad para meterle el glande y dos o tres centímetros de verga. En este punto sí que hizo un movimiento indicativo de que iba a despertarse, pero me estuve quieto, le acaricié la cabeza, y continuó durmiendo como una bendita. Esperé varios segundos, la abracé fuerte por la cintura, y de dos o tres arreones se la metí toda, entera, hasta tenerla  completamente empalada. Entonces sí que se despertó, enfadada y furiosa:

 

—¡Joder, David, te dije que por ahí no quería!  ¡Sácala que duele mucho! ¡Que me vas a partir en dos, loco de mierda! ¡Sácala!

Teresa no paraba de gritar cosas así mientras intentaba en vano zafarse, pero yo hacía oídos sordos a sus súplicas y la follaba sin miramientos, enérgico, con ritmo, llegándole hasta el fondo. En uno de sus intentos de escapatoria pudo levantar algo el tórax y fue peor el remedio que la enfermedad puesto que yo aproveché para meterle mis brazos por debajo de las axilas y tirar de ellos y de ella hacia atrás, con lo que lograba afianzarla y maniatarla para que mi polla campeara a sus anchas entrando y saliendo de su culo. En esa posición tan cómoda y dominante mi corrida no se hizo esperar. Fue una descarga tremenda de lefa chingada al son de protestas, insultos y quejidos. Cuando le saqué la polla del culo, Teresa me ordenó que me marchara inmediatamente y me amenazó con denunciarme por violación.

Han pasado bastantes días y no sé nada de ninguna denuncia ni me ha pedido que le devuelva la llave. Así que me debato entre sorprenderla con otra visita clandestina a su piso o esperar a ver si detecto alguna señal por su parte. Ya veré…