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Ayudando a mi tía a superar su divorcio

en Amor filial

La celebración de aquella boda familiar me estaba resultando un coñazo. Todas las chicas invitadas iban con sus parejas y yo, que acababa de cumplir veintitrés años,  me aburría como una ostra. Le dije a mi madre que quería largarme y ella me pidió que me quedara un ratillo más para no mosquear a la parentela, pero unos minutos después cambió de idea:

—Toba, vete ya si quieres porque así aprovechas y llevas a su casa a la tía Delia. El marido le pidió el divorcio hace poco y a la pobre le ha entrado ahora una de sus bajonas y prefiere marcharse para no dar la nota.

 

Hacía tres años que no veía a mi tía Delia. Era una mujer madura  de 46 o 47 años, más bien guapa, rellenita pero no gorda, ni alta ni baja, tetas grandes, nalgas interesantes. Aquella noche vestía un traje de fiesta escotado, de lentejuelas, que la hacía bastante sexy.

Mientras íbamos hacia su casa en mi coche,  mi tía no tardó en utilizarme de pañuelo de lágrimas. Al parecer  estaba asistiendo a unas sesiones de terapia de grupo en las que le recomendaban que hablara de su separación a todo quisque y sin cortarse, con naturalidad, porque así las rupturas resultan menos traumáticas que si se callan y se guardan dentro. De ahí que se desahogara conmigo:

 

—Ya sabes que tenemos una hija, tu prima María, que estudia Informática y que actualmente se encuentra en Polonia de beca Erasmus. La pobre todavía no sabe que su padre y yo estamos en trámites de divorcio, pero no se lo diremos hasta que no acabe el curso—, me comentó amarga.

Nada más oír esas palabras supe que estaba ante una ocasión de oro para follármela, algo con lo que soñaba desde mis primeras pajas adolescentes. Ahora todas las circunstancias jugaban a mi favor: el marido huido, la hija estudiando en el extranjero y ella sola, con la guardia baja y necesitada de consuelos varios.

 

—Mi marido anda con una tipeja colombiana, treinta años más joven que él, y encima se pasea con ella por delante de mi casa y de mi trabajo para chincharme todavía más. ¡Qué hijo de puta! ¡Qué mal bicho!—, gritó cabreada.

 

No tenía ni puñetera idea de cómo coño tirarle los tejos a una tía carnal —la hermana “pequeña” de mi madre— pero esa última confidencia suya me indicó el camino. Sólo tuve que echarle cara y seguir el hilo de la conversación:

 

— ¿Sabes qué te digo, tía Delia? Pues que no seas tonta y que te busques tú también a un macho joven que te alegre el cuerpo. Eso te sentaría mejor que cualquier terapia de grupo.

 

— ¡Qué listillo eres, Toba! Ni que fuera tan fácil. A los jóvenes ya debo parecerles una abuela.

 

—Pues a mí no me lo pareces y pienso que estás muy buena. Me gustas en cantidad.

 

— ¡Déjate de decirme chorradas y no me faltes al respeto! ¡No olvides que soy tu tía!

 

—La verdad no debería ofenderte: estás para mojar pan.

 

— ¡Cambia de tema, joder, que me estás poniendo de los nervios! No me obligues a tener que hablar de esto con tu madre…

Me callé y se calló. No cruzamos ni una sola palabra más durante el resto del trayecto. Delia iba pensativa, meditabunda, y hasta se hizo la dormida. Seguro que le daba vueltas en su cabeza a lo que yo acababa de decirle con voz baja y seductora. Puede que se preguntara si de verdad un “macho joven” la ayudaría a recuperarse de su traumático divorcio o si ella sería capaz de acostarse con un sobrino al que doblaba la edad.

Llegamos a su casa terrera cerca de la media noche. Le anuncié que iba a acompañarla hasta la puerta porque era tarde y había demasiada oscuridad. Así que aparqué el coche justo enfrente, en el único sitio que había, y cruzamos juntos la ancha calle hasta llegar a su puerta. Allí volví a la carga:

—Delia, deberías invitarme a tomar algo. No te conviene estar sola en tus circunstancias. Me portaré bien...

Yo estaba convencido de que si me invitaba a entrar en su casa sería de facto casi como darme el «sí» a follar. Mi tía volvió a quedarse pensativa, indecisa, pero de repente miró a un lado y a otro para cerciorarse de que no nos observaba ningún vecino cotilla, agachó luego la cabeza y, quizás algo avergonzada, me dio luz verde:

—Bueno sí, Toba, pasa… Qué menos que invitarte a una copa cuando has sido tan amable de traerme a casa.

 

Nada más entramos, y tan pronto hubo cerrado la puerta,  decidí no andarme por las ramas. La abracé fuerte y le di un beso de los que incendian los cuerpos. Yo no había ido allí a tomar copas y ella sabía que era así. Al principio se mostró esquiva e intentó hacerme la cobra, pero enseguida abrió su boca dando paso a  mi lengua y se pegó a mí como una lapa; por el contrario, me cortó bruscamente cuando quise tocarle el culo y las tetas por debajo del vestido:

—No, Toba, no… Es un vestido muy caro y me lo vas a estropear. Ven conmigo, ven…

Ya entregada, mi tía ahora era una mujer muy distinta. Me llevó de la mano hasta su dormitorio y allí ella misma se sacó el vestido y lo colgó con mimo en un perchero, al tiempo que yo le quitaba el sujetador y las bragas y la dejaba en cueros. De nuevo besos apasionados, sobadas de tetas y culo, así como masajeos y palmeos al coño. Enseguida la tumbé sobre la cama bocarriba y, mientras yo me desvestía a toda prisa, ella no le quitaba ojo a mi cuerpo.

 

—Jo, Toba. No tienes ni pizca de grasa. ¡Menudo torso! ¡Menuda tableta!

La verdad es que yo practicaba deportes y me machacaba en el gimnasio precisamente para tener un cuerpo atlético de metro ochenta, bien musculado… Delia quedó todavía más extasiada cuando al quitarme los calzoncillos pudo observar que mi polla, palote total, apuntaba al techo tiesa como un obelisco.

No tardé nada en encaramarme a horcajadas sobre su cuerpo y, buscando cumplir con nota alta, primero le trabajé los pezones a base de lamidas, chupetones y tirones hasta dejárselos erectos; después le lengüeteé el clítoris y zonas aledañas durante un rato y acto seguido le metí la polla en el coño de apenas dos o tres bombeos. Veinte centímetros de verga dura y venosa embutida enteramente en un coño de labios carnosos, húmedo y caliente. Mi tía era fogosa y por su griterío la noté harto necesitada:

 

— ¡Mete, mete! ¡Dale fuerte, dale! ¡Qué bien follas, Toba! ¡Tú si eres un macho, no el flojeras de mi marido! ¡Clávamela toda!, ¡Así, así, así…!  ¡Uff! ¡Uff!

Me ponía a mil que me dijera esas cosas mientras la penetraba y a ella le salía de natural decírmelas. El encaje perfecto…

— ¡Fóllame mucho, Toba! ¡No pares! ¡Taládrame con tu pinga! ¡Métemela hasta el fondo! ¡Eso, eso, eso…! ¡Rómpeme el coño! ¡Así, así! ¡Ahhh! ¡Uff! ¡Ahhh! ¡Dame, dame! ¡Uff!

 

Y le hinqué polla a destajo, con energía, al galope, metiéndosela una y otra vez hasta el fondo de su hirviente chocho. Lo hacía así porque percibí que mi tía era una fierecilla a la que le gustaba el sexo durito, fuerte, sin tibiezas. A cada momento me hacía saber que quería sentirse presa, dominada:

— ¡Soy tu putita, tu esclava en la cama! ¡Haz conmigo lo que tú quieras! ¡No te cortes! ¡Inúndame con tu leche! ¡No hay peligro de nada! ¡Córrete dentro!

Ciertamente, me corrí y se corrió... Borbotones de lefa le regaron el coño hasta fundirse con sus fluidos vaginales. Fue un empacho de placer, un goce brutal. Creo sinceramente que hacía bastante tiempo que mi tía no disfrutaba de un polvo así. Llegó a decirme que había tenido tres orgasmos, aunque me da que exageró para estimular mi ego.

Y después, claro, vino el obligado reposo, el relax. Pensé que ella se dormiría, pero no. Largaba hasta por los codos y yo no sabía ni de qué puñetas me hablaba. Menos mal que de repente decidió callarse para ponerse a juguetear con mis atributos. Primero me lamió los huevos, luego me pajeó un poco la polla y por fin se la metió en la boca y  me la chupó tan ricamente…

 

— ¡Qué bonita es, Toba! ¡Y qué grande! ¡Y qué gorda! ¡Hummm! ¡Glup! ¡Glup! ¡Qué rica! ¡Hummm!

La jodida la mamaba de fábula. Unas veces la engullía casi toda, hasta asfixiarse, y otras me sorbía el glande o me la lengüeteaba de arriba abajo y de abajo arriba como si saboreara una piruleta o un polo. Pronto sentí que me venía y, cosa rara en mí, tuve un cierto reparo a soltarle la leche dentro de la boca, pero, cuando intenté sacarle la polla para correrme fuera, la mamona me lo impidió con firmeza:

— ¡No te preocupes, Toba! ¡Córrete en mi boquita! ¡No me dará ningún asco! ¡Dame a beber tu lechita!

 

No necesitó decírmelo dos veces… Segundos después mi tía ya se tragaba los primeros chingarazos de mi espesa y turbia leche, pero, al venirle la tos, ella misma se sacó la polla de la boca y provocó que las demás descargas acabaran pringándole los ojos, la cara e incluso el pelo. La pobre quedó hecha tal asquito que hasta necesitó darse una ducha…

Cuando volvió del baño, todavía en pelotas pero semi cubierta por un albornoz, me pareció que mi tía estaba incluso más rica que antes. Di varias palmaditas en el colchón para indicarle que volviera a la cama y ella me obedeció al instante como lo haría una perrita faldera. Se quitó el albornoz y se acostó bocabajo, con el culo ofrecido y sonriéndome pícaramente mientras me miraba a los ojos con la cara ladeada sobre la almohada, como lo haría una niña traviesa. De inmediato tuve la sensación de que deseaba que la sodomizara, y para ver si estaba en lo cierto la tanteé un poco amasándole las nalgas, manoseándole la rajada del culo y metiéndole uno y dos dedos en el ojete. Parecía que le gustaban mis manejos, pero quise que me lo confirmara:

— ¿De verdad quieres que te folle el culo? ¿Estás segura de que no te haré daño? —le pregunté como un gilipollas subnormal del quince, seguro que influenciado por el parentesco.

 

No me respondió con palabras. Se limitó a estirar un brazo hasta la mesilla de noche y a hacerse con una pomada lubricante que tenía por allí y que luego me ofreció brazo en alto.

—Úntame bien el ojete y úntate tú la polla. Así todo irá de puta madre —dijo secamente mientras colocaba una almohada bajo su pelvis para mejorar la postura.

Aun embadurnándolo con la crema, me costó bastante vencer la resistencia del aquel pequeño agujero porque, si bien no era un culo virgen, sí hacía mucho tiempo que no se la entraban por allí y el ojete parecía haber recuperado parte de su rigidez. Lo cierto es que, después de dos intentos fallidos, por fin conseguí meterle el glande y un buen trozo de polla. Delia sufría, pero aguantaba como una valiente estrujando y mordiendo la sábana. Empeñado esta vez en no comportarme como un gili, no sólo no aflojé nada sino que le clavé toda la polla, enterita, impíamente.  Ella seguía aguantando como una mártir sin llantos ni protestas. Después de que la tuve totalmente empalada sí le concedí algunos segundos de respiro para dar tiempo a que su culo se adaptara a la largura y al grosor de mi polla, pero enseguida ya pude follármelo a mi antojo, metiéndosela y sacándosela sin la menor dificultad. No soy muy del polvo anal, pero reconozco que mi polla encajaba en aquel recto como en un guante a medida. Me hacía la presión justa y me solazaba con el calor ideal. Tuve que esforzarme para no correrme demasiado pronto y lo conseguí a base de cambiar continuamente el ritmo del folleteo, alternando suaves y lentos movimientos de pistón con pollazos profundos, fuertes, y hasta algo violentos. Mi tía seguía sin quejarse, más allá de morder las sábanas, y por momentos temí hacerle un estropicio. Suerte que no fue así gracias a que me corrí antes. Manguerazos de mi tibia leche le empaparon los últimos rincones de su culazo y, mientras me corría, Delia gritaba de placer. Me aseguró que ella también se había corrido, pero lo mismo era otra mentira piadosa.

Esa enculada nos dejó rendidos. Mi tía me pidió por favor que la dejara dormir, ya que al día siguiente tenía que ir a trabajar (es auxiliar de juzgado) y a mí me vino guinda su propuesta porque también tenía mucho sueño. Por la mañana el despertador sonó a las siete en punto y lo apagué sobre la marcha sin que ella se despertara. Yo amanecí con la verga morcillona, media instalada en sus nalgas. Normal que me entraran ganas de darle un último repaso antes de que se largara al trabajo, sobre todo al notar que tenía el chocho calentito y húmedo. Así que, procurando no despertarla, se la fui metiendo al golpito, poco a poco. Ella no se despertó hasta que la tuvo toda dentro:

 

— ¡¿Qué haces Toba?! ¡Eres un golfo! ¡Me estás violando!

 

—No exageres, tía… No oíste el despertador y decidí despabilarte metiéndote la polla. Es una forma agradable de hacerlo, ¿no?

 

— ¡¿Me tomas el pelo, cabronazo?! ¡Sácala inmediatamente que  tengo que irme a trabajar!

 

— Y digo yo… Si echamos uno rapidito y luego te alcanzo en mi coche, ¿no llegarás puntual a tu trabajo?

Fue un polvo de «buenos días» maravilloso. Mientras se la metía hasta el fondo le palmeaba el clítoris y le pellizcaba los pezones. Esta vez mi tía sí que se corrió y al mismo tiempo que yo. Genial. Llegó al curro un poco tarde y al despedirnos me dijo que todo aquello había sido un error y que «nunca más» follaríamos. Casi me descojono de la risa…