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Dos pueblerinos se lo montan con la señora Elena

en Sexo con maduras

Aquella tarde me dio por entrar en casa de manera sigilosa, sin hacer el menor ruido, y oí lo que Elena le decía a mi madre:

 

—Te voy a contar lo que me pasó el sábado. Es una historia casi de película. No te la conté ayer porque estaba tu hijo delante.

No suelo ser cotilla, pero despertó mi curiosidad el hecho de que la señora Elena —amiga íntima de mamá— no quisiese que yo la oyera. Así que entré de puntillas en mi cuarto y, allí oculto, con la puerta media entornada, pude enterarme perfectamente de esa historia “casi de película” que es la que aquí cuento, si bien debo aclarar que los detalles eróticos tuve que imaginármelos porque obviamente fueron omitidos por la protagonista.

Según entendí, Elena y su marido, Ramón, salieron aquel sábado por la mañana con idea de hacerle kilómetros a su coche nuevo. Recorrieron varias carreteras secundarias y, a eso de las dos de la tarde, llegaron a un pueblo pequeño del Alto Aragón.  No se veía a casi nadie por las calles ni por la plaza. Entraron en una tasca para picar algo. El local estaba tan vacío como el propio pueblo. Detrás de la barra había un hombre joven, de unos veinticinco años, con pinta de ser el encargado, y del otro lado un tipo de su misma edad que no parecía un cliente, sino más bien un amigo suyo. Ambos bebían cerveza en grandes jarras y  Elena le recalcó varias veces a mi madre que los dos jóvenes eran «altos, fuertes y guapos». Ramón percibió algo raro e inquietante en aquel local y quiso marcharse, pero su guapa señora, harta ya de buscar sitios donde comer, se empeñó en quedarse alegando que más valía pájaro en mano que ciento volando. También pasaba que a la buena mujer —de cincuenta y cuatro años acabaditos de cumplir, seis menos que su marido— la ponían en canción los dos aldeanos que había en aquel garito y que la desnudaban con la mirada. Siempre le subía la autoestima que a su edad aún pudiera gustar a jóvenes tan apuestos como aquellos dos. «De algo tiene que servirme las duras palizas que me meto con el aerobic y con la bicicleta estática», le comentó a mamá jocosamente.

No les quedó otra que comer de picoteo puesto que al parecer el cocinero estaba de baja. Así que mataron el hambre a base de pan campesino, tomates aliñados, tortilla de patatas y platazo de jamón serrano. Ramón, haciéndose el machote, le dio por pedir y por beberse media jarra de vino y después la casa les convidó a unos licores supuestamente «digestivos». Elena declinó tomarse su chupito, pero Ramón por el contrario se zampó el suyo y el de ella y hasta un tercero y un cuarto a los que les volvió a invitar “atentamente” el joven tabernero. Al final pasó que el bueno de su maridito no se tenía en pie, que se le cerraban los ojos, y que no conseguía pronunciar dos palabras seguidas. Era evidente que no estaba ni para conducir ni para nada, cómo advirtió su mujer, y de ahí que el tabernero y su amigote lo llevaran a la trastienda para que pudiera dormir la cogorza en una cómoda cama. Elena no descartaba la posibilidad de que aquellos tipos le hubieran echado en la bebida algún somnífero pulverizado, pero no quiso comentar nada al respecto no sea que fuera a liarla parda. Lo cierto es que minutos después los dos jóvenes se acercaron a ella con el propósito de sacar tajada de la situación…

Primeramente le hablaron sobre lo flojeras que era su marido y del poco aguante que tenía, pero enseguida los dos tipos fueron girando la conversación hacia el tema que les convenía y además lo abordaron sin rodeos, con descaro, sin cortarse ni un pelo…

— ¿Sabe qué, doñita? Debido a que en este pueblo escasean las mujeres, casi nunca podemos desahogarnos como es debido—, comentó el dueño de la tasca, Jorge, sin quitarle ojo al canalillo de Elena.

Y ahora que su marido duerme como una marmota, usted bien que podría alegrarnos el día…—, añadió Lucas, el amigo, al tiempo que se apretujaba la entrepierna.

 

— ¡¿Yoooo?! ¡Pero chicos! ¡Si ya soy mayor! ¡Si casi les doblo la edad! ¡Si hasta podría ser vuestra madre!— acertó a decir Elena mientras se percataba de que Jorge atrancaba la puerta del local para que no pudiera entrar ningún cliente inoportuno.

— ¿Acaso nos toma por idiotas, señora mía? Usted no sólo no nos parece nada vieja, sino que encima está super buena. Tiene un cuerpazo que envidiarían no pocas jovencitas. Créame que me he cepillado a titis muchísimo más mayores que usted—, dijo Lucas al tiempo que se agarraba otra vez sus atributos.

 

Dado el cariz que estaban tomando los acontecimientos, Elena pensó que la cosa no estaba como para intentar resistirse, sino más bien para colaborar y para tratar de que todo discurriera por cauces normales. Al fin y al cabo la culpa de lo que allí iba a pasar la tenía su marido por empinar el codo más de la cuenta y por dejarla a merced de aquellas fieras…

 

—Sois dos pillos de mucho cuidado…— dijo ella sonriendo con picardía y sorprendida de no estar nada nerviosa.

Lucas entendió que esa coquetería era la luz verde que esperaba y de inmediato rodeó a Elena con sus brazos y le plantó un beso tremendo en la boca metiéndole la lengua hasta la campanilla. Ella intentó poner orden cuando logró recuperar el resuello…

 

—Chicos, por favor, tratadme con delicadeza que yo ya no estoy para muchos trotes.

Jorge se colocó detrás de Elena y se pegó a su cuerpo como una lapa a la roca, dejándole sentir en el culo su ya duro y abultado paquete al tiempo que le hablaba casi al oído…

 

—No se preocupe, doñita. La vamos a tratar como si fuera una reina. Disfrutará como nunca…

Lucas sugirió que todos pasaran a la trastienda, idea que a Jorge le pareció estupenda pero que en cambio alarmó a la mujer:

— ¿A la trastienda? ¿Se olvidan de que allí duerme mi marido?

 

—No, seño, no nos olvidamos de eso. En la trastienda hay otra habitación mejor y más fresca que la de su marido. Seguro que le encantará…

 

Cuando Elena entró en la citada habitación concluyó en que era un picadero en toda regla: cama de matrimonio larga y ancha; gran espejo horizontal en la pared en el que se reflejaba toda la cama; preservativos de todas clases sobre la mesa de noche, y pastillas azules y rosadas encima de una cómoda para solventar cualquier inoportuno gatillazo.

Los dos jóvenes se dieron prisa en desvestirse y luego ayudaron a Elena a hacer lo propio. En menos de un minuto ya estaban los tres en cueros. Ella lucía un cuerpo maduro estupendo, muy bien modelado, de tetas granditas algo caídas, culo redondo todavía bastante terso y respingo, y coño extra peludo de labios carnosos y rojizos. Ellos presentaban torsos y brazos musculados, sin un sólo gramo de grasa, y pollas grandes y gordas, ambas de similar tamaño, entre veinte y veintidós centímetros de largo. Elena las miraba absorta, ya que eran de un calibre superior con creces al de su marido.

Lo primero que hicieron aquellos dos tipos fue sentar a Elena a los pies  de la cama y acercarle sus pollas a la  boca para que se las trabajara. Elena se puso a ello con esmero y ansia. Ya metida en aquellos menesteres tenía claro que lo mejor era emplearse a fondo y hacerlo bien. Chupó y chupó, primero una y después la otra; las engulló, las lengüeteó arriba y abajo y poro a poro, les sorbía los prepucios, chapoteaba ruidosamente con ellas dentro de su boca y hasta se hacía flemones en los dos cachetes. Ni una profesional se hubiera desempeñado con mejores mañas.

—Eres una mamona de primera, Elena, pero ahora quiero catar tu chochito a ver si traga tan bien como tu boca—, le dijo Jorge, tuteándola por primera vez, mientras la colocaba a cuatro patas sobre la orilla de la cama con las piernas hacia fuera. Él, de pie, se acomodó entre los muslos de la mujer y le metió su polla en el chocho hasta el fondo, hasta que sus gordos huevos chocaban en la pelvis. Le bastaron un par de empujones para clavársela toda, enterita, casi al compás de los suspiros y jadeos de una Elena excitadísima y húmeda. Lucas, que para nada quería permanecer inactivo, optó por subirse sobre la cama y por acercar de nuevo su polla a la boca tragona de Elena. Veterana complaciente, ella volvió a chupársela de buena gana y tan golosa como antes. «Lo siento por mi maridito, que es una excelente persona, pero aquellos dos machos me estaban dando un placer brutal que yo no podía rechazar por nada del mundo, pues sentía que hasta me rejuvenecía», le comentó Elena a mamá.

Jorge estuvo un buen rato dándole polla a la vieja, metiéndosela hasta lo más hondo de su chochete, para al rato intercambiar la posición con Lucas. Éste también la penetró a tope, con ahínco, e incluso consiguió que Elena subiera el tono de sus jadeos y diera claras señales de que se corría.

— ¡Uff! ¡Uff! ¡Me corro, me corro! ¡Oh! ¡Ah! ¡Uff! ¡Me co…!

También Lucas se vació a la vez dentro de su coño después de hincarle unos últimos pollazos fieros y penetrantes. Borbotones de espesa lefa se mezclaron con los calientes fluidos vaginales de la ya despendolada señora Elena que, habiéndose sacado la polla de Jorge de su boca para poder respirar mejor, vio como éste le descargaba en toda la cara una abundante corrida que le pringó de espesa y pegajosa leche los ojos, el pelo, los oídos, el cuello y hasta las tetas. Necesariamente tuvo que ir al baño para asearse debidamente porque, según le dijo a mi madre, la habían dejado «hecha una mierdita».

Cuando regresó del baño intentó vestirse, pero sus dos amantes ya habían recuperado las fuerzas y cortaron de raíz su intentona, que por otra parte la había hecho sin mucho convencimiento y hasta con desgana.

—Aún es demasiado pronto para que te vistas, Elena... Tenemos que darte otro repasito y, ahora que ya nos conocemos, seguro que te haremos gozar mucho más que antes—, dijo Jorge en un tono medio sugerente medio autoritario

No se lo comentó a mi madre por recato, pero lo más probable es que Elena se estuviera relamiendo los labios con las palabras de Jorge. Aquellos amantes pueblerinos habían conseguido que se corriera, algo que probablemente no le sucedía con su marido desde hacía la tira de años, y ahora los mismos tipos le iban a dar otro buen meneo. La cosa prometía…

De hecho, Jorge y Lucas antes que nada se emplearon a fondo en calentarla a tope. Jorge le chupeteó las tetas, las mordisqueó y las pellizcó hasta dejárselas con los pezones tiesos y erguidos; y por atrás Lucas le recorrió con su lengua la espalda y la columna hasta conseguir que una corriente fogosa invadiera el cuerpo de Elena. Aquellos individuos sabían lo que se traían entre manos y lo ejecutaban además con sapiencia, acompasados, como si lo tuvieran bien entrenado con antelación. Y no contentos con esto, Jorge se aplicó luego con esmero en la entrepierna de la señora, primero lengüeteándole los labios de su peludo chochito y luego chupándole a destajo el clítoris; por la trasera, Lucas se entregó por entero a un cunnilingus de lo más ortodoxo, recorriéndole y humedeciéndole la rajada de su culo y lamiéndole sobre todo el ojete, por donde tenía previsto entrar con su polla más pronto que tarde. La vieja estaba sumida en un sinvivir, arrebatada total, ardiente como una perra en celo…

— ¡Ah! ¡Ah! ¡A…Ah…Ah! ¡Oh! ¡O…Oh…Oh! ¡Ah! —,gritaba la señora sofocada y con los ojos en blanco.

Viendo esa manifiesta calentura, Jorge y Lucas sólo cruzaron una mirada y, sin más, ya los dos sabían a qué atenerse. Jorge se tumbó en la cama bocarriba, haciendo que Elena se colocara a horcajadas sobre él, y le ensartó la polla en el coño, ya húmedo total. Su polla campeaba a sus anchas por aquella cueva de placer; entraba y salía briosamente para disfrute de Jorge y de la propia Elena, quien por el contrario sufrió un ataque de pánico cuando Lucas intentó follarle el culo...

 

—Por ahí no, por favor, que me harás un destrozo... Mi culo ya no soporta eso, me reventarías— dijo la vieja amargamente

 

—Tranqui, doña. Yo tengo un lubricante maravilloso e infalible y verás que no habrá problemas— le contestó Lucas desistiendo momentáneamente de la penetración, cosa que no tranquilizó del todo a Elena.

—Sí que habrían problemas ¡joder! Sus pollas son demasiado gordas para un agujero tan chiquito. Además, hace un montón de años que no me la meten por ahí—, dijo ella con cara de preocupación.

 

—Hasta que no catemos este culito tuyo, tú no puedes saber con certeza si te haremos daño o no— sentenció Lucas, a la vez que le untaba el ojete con mantequilla, su «lubricante» infalible.

Segundos después, Lucas ya afianzaba su polla en el ano de Elena y, al tercer o cuarto intento, logró introducirle todo el glande y hasta unos centímetros más, lo que provocó quejidos y protestas por parte de la señora, que hasta llegó a patalear:

— ¡Te digo que por ahí no, joder, que duele mucho! ¡Sácamela ya que no aguanto! ¡Uf! ¡Uf!  ¡Ay! ¡Ay! ¡Sácala inmediatamente o te denunciaré!

Pero ni ese pataleo ni sus gritos de dolor frenaron a Lucas, pues éste continuó metiéndole la polla hasta sentirla desaparecer por completo en el interior del aquel recto estrecho y caliente. Sólo entonces se estuvo quieto unos instantes para dar tiempo a que aquel placentero conducto se acomodara a la envergadura de su venoso miembro, y  al poco ya se dedicó con fervor a sodomizar el culo de Elena, sin duda rico, bien parado y de nalgas pequeñas pero resultonas. Los primeros pollazos fueron suaves, de tanteo, pero enseguida Lucas la empaló a  toda pastilla, sin miramientos, metiéndole la polla hasta las entrañas con penetraciones duras, bestiales, y prácticamente al mismo ritmo endiablado con el que Jorge venía follándole el chocho. Curiosamente, Elena ahora se mostraba menos protestona y más sumisa, prueba inequívoca de que estaba gozando a tope la doble penetración. A veces trataba de decir algo, pero a lo sumo le salían refunfuños raros, berridos, gruñidos, palabras entrecortadas ininteligibles…

— ¡Grrrr! ¡Mmmm! ¡Agggggh! ¡Brrrr! ¡Uuuujuu! ¡Bueeee! ¡Groar! ¡Glouglou!    

Las corridas de unos y otros no se hicieron esperar.  Lucas anegó el culo de Elena con lechita espesa y caliente, y Jorge se vació igualmente en el chochito veterano y labial de la señora. Elena no le comentó a mamá si se había corrido o no, pero yo calculo que en esta segunda sesión debió venirse lo menos tres veces.

Finiquitada la jodienda, Lucas y Jorge le sugirieron a Elena que se acostara un ratito con su marido para que, cuando él despertara o cuando ella decidiera despertarlo, la encontrara tumbadita a su lado tan ricamente. De hecho, cuando Ramón despertó de su pedo se congratuló de ver que su mujer había dormido a su lado:

 

— ¿Dónde estamos, Elena?

 

— ¿Es que no te acuerdas, Ramón? Estamos en la tasca donde comimos. La jarra de tintorro y los licores que bebiste no sólo te emborracharon, sino que debieron provocarte una bajada de la tensión. Menos mal que los chicos nos dejaron esta habitación y esta cama para que pudiéramos descansar y recuperarnos bien. Conducir en aquel estado hubiera sido suicida…

Cuando se levantaron y salieron de la habitación, Ramón se tomó un café doble bien cargado, pagó la cuenta, dejó una buena propina, y dio las gracias a los dos jóvenes por las atenciones que les habían dispensado a él y a su esposa. Ellos también tuvieron palabras de agradecimiento, sobre todo hacia Elena, e insistieron en que estarían encantados de que volvieran a visitar el pueblo otro día. La señora Elena no hizo ningún comentario, claro, pero su sonrisa iba de oreja a oreja…

Debo confesar que, mientras escuchaba este relato, me casqué dos pajotes. Resultaba muy excitante para el chaval de diecisiete años que era yo por aquel entonces. Nada más terminó Elena de contarle a mi madre la historia, tuve claro que podía hacerle chantaje: o follaba conmigo o su maridito se enteraría por mí de lo que verdaderamente pasó en la tasca de aquel pueblo. Ya les contaré como fue la cosa…