miprimita.com

Reencuentro anal con mi primo diez años después

en Amor filial

 

 

Desde que sus padres (mis tíos) se mudaron a otra ciudad por motivos de trabajo, mi primo Toba y yo hacía ocho años que no nos veíamos. Tiempo atrás, cuando teníamos diez u once años, pasábamos juntos un montón de horas y éramos uña y carne;  ahora que su familia ha regresado nos hemos visto un par de veces, pero nos mostramos casi como extraños, distantes, desconfiados… Aquel viernes, sin embargo, decidí dejarme de historias y de malos rollos: lo llamé al móvil y le propuse un plan:

—Mis padres y mi hermana se van mañana al pueblo para pasar el finde y tengo toda la casa para mí solo. Quiero que te vengas a comer y que pasemos el día juntos, a nuestra bola, oyendo música y demás, ¿te hace?

 

—Sí, claro. Me parece una idea estupenda, Lucas. Antes o después pensaba proponerte algo similar.

Esa noche casi no dormí recordando nuestras vivencias de niño y supongo que a él le ocurriría más o menos lo mismo. Algunas eran verdaderamente inolvidables, como por ejemplo la cantidad de veces que me di gustito en su culo metiéndole la polla entre las nalgas. Eran polvos infantiloides, de niños precoces, lógicamente todavía sin penetración ni eyaculación. Toba también me la chupaba a menudo. Él a veces decía que era «mi mujercita» y otras «mi putita» y yo, que hasta le besaba en el cuello mientras me lo follaba, le seguía la corriente susurrándole «estás muy buena cariño» o «tu  culito es el más rico del mundo». Cosas de críos, supongo…

En realidad, a mí siempre me pareció que Toba era una niña con pene o más bien con penecillo. Se pirraba por ponerse los vestidos de sus hermanas y por pintarse los labios, y le apasionaba infinitamente más el baile que el «odioso» fútbol. Su voz era afeminada e incluso andaba con el remeneo de caderas típico de algunas mujeres…

A las once de la mañana del día siguiente Toba ya llamaba a mi puerta con impaciencia, timbrando insistentemente. Le abrí sin más vestimenta que una toalla enredada en la cintura:

—Me has pillado justo cuando iba a meterme en la ducha.

Traía dos bolsas con tarrinas de comida preparada y se fue derechito a la cocina —recordaba muy bien dónde estaba— para dejarlas sobre la mesa y después en la nevera y en el congelador.

—He traído tortilla de papas, calamares y helado de chocolate. Espero haber elegido bien.

—Me gusta todo, sí, pero no tenías porqué molestarte.

 

—Así nos ahorramos tener que cocinar.

 

Ahora —ambos con dieciocho años recién cumplidos— la forma de hablar de Toba seguía siendo tremendamente afeminada y sus poses y modales hasta exageraban los de cualquier mujer. Vestía un pantalón rojo corto, camiseta ajustada a juego, pírsines en los lóbulos de las orejas y el tatuaje de su mascota, un dálmata, en el brazo izquierdo.  Era la imagen cantosa de un maricón fino de pies a cabeza, pese a lo cual sentí que volvía a haber química entre nosotros y, de hecho, hablamos largo y tendido como si no hubieran pasado los años. La sorpresa mayúscula saltó cuando le dije que me iba a la ducha:

— ¿Sabes qué, Lucas? A mí también me apetece darme una duchita.

— ¿¡Ah, sí!? Pues, no sé, si quieres dúchate tú primero…

 

— ¿¡Y por qué no nos duchamos los dos juntos!?

 

— ¡Ah! Pues por mí parte no hay ningún problema.

 

—Y por la mía menos.

 

Obviamente el sorpresón era que ¡Toba quería ducharse conmigo!  Loco de contento, se desvistió delante de mí sin cortarse ni un pelo y en unos segundos ya pude recrearme en su cuerpo desnudo, blanco como la leche, rellenito pero no gordo, con algún que otro michelín en la cintura. No era el cuerpo de una mujer, claro, pero sí equiparable en alguna medida. Su culo por ejemplo se asemejaba más al de una chica que al de un chico. Era de una redondez perfecta, carnoso, durito, prieto, respingo y totalmente pelón.  Toba tampoco tenía pelos en el pecho, ni en los hombros, ni en los brazos;  a lo sumo una mata rizada en el pubis enmarcando sus diminutos genitales y alguna pelusilla lacia en los sobacos. Saltaba a la vista que la naturaleza equivocó el diseño en mi primo. Debió hacerlo con tetas y coño y no lo hizo.

Cuando entramos en el baño naturalmente me quité la toalla que llevaba enlazada en la cintura y Toba se quedó boquiabierto, sin poder apartar la vista de mi entrepierna…

 

—Jo, Lucas… ¡Cómo te ha crecido la polla! Te juro que nunca había visto una tan grande ni tan gorda.

 

Al margen de su asombro, lo que de verdad me pareció extraño fue que mi primo entrara en la ducha llevando consigo la banqueta de plástico del baño, pero no tardé en entenderlo: se sentó sobre ella y me pidió que no abriera el agua. Mi verga colgaba a un palmo de su cara...

— ¡Y qué bonita es, tú! ¡Una joyita de polla! ¡Qué campeona! ¿Me dejas que juegue con ella?

Asentí con la cabeza y, acto seguido, Toba me la descapulló y encapulló varias veces con una mano, y con la otra me daba apretoncitos deliciosos en los huevos. Antes de que se la metiera en la boca yo ya tenía una erección bestial y mi polla lucía sus espléndidos veintidós centímetros de largo. Empezaba así una de las mejores mamadas que me han hecho en mi vida. Mi primito la chupaba de maravilla, voraz, sorbiéndome el glande como si fuera una golosina, lamiéndola una y otra vez desde la base hasta arriba del todo, lengüeteando y pespunteando los pliegues del prepucio y hasta los del frenillo. Ni sé cómo le cabía en la boca un nabo tan gordo, pero el jodido no sólo se manejaba estupendamente sino que hasta lo engullía casi por entero. Concentrado en su quehacer, Toba chupaba y chupaba incansable, mejorando la mamada segundo a segundo. Un encanto de chica, seguro, y una mamona de Primera División. Lástima que mi corrida saliera disparada antes de la cuenta. Él aguantó mis cañonazos de leche a pie firme, sin rechazo de ningún tipo, sin arcadas, sin hacerle ascos; simplemente tragando lefa en cantidad y tan ricamente, encantado de la vida. La mala suerte fue que un momento de  la corrida se le salió la polla de la boca y, claro, le solté rociadas en el pelo, los ojos y hasta los oídos. La verdad es que Toba quedó hecho un asquito pringoso, pero menos mal que todo ocurría en la ducha. El agua, el gel y el champú nos dejaron como nuevos…

Yo me quedé un ratillo más en el baño, para un afeitado rápido, y Toba se ofreció voluntario a preparar la mesa en la que comeríamos. Tanto fue así que hasta la decoró con un jarrón de cristal con flores que debió traerse del salón. Después comimos estupendamente y muy rápido ya que mi primo —el ama de casa— sólo tenía que calentar la comida en el micro y servirla. Cuando terminamos de dar buena cuenta del postre, a Toba se le ocurrió exactamente lo mismo que yo tenía en la cabeza, pero se me adelantó y lo soltó antes:

 

—Propongo que ahora nos echemos a dormir una siestita…

 

— ¡Gran idea! Yo también te iba a sugerir justamente eso.

Tanto a él como a mí se nos dibujó en la cara una sonrisa cómplice y picarona, sabedores ambos de que esa siesta no iba a ser precisamente para dormir. Pero antes de irnos a mi habitación, Toba —que seguía en su papel de ama de casa—se empeñó en fregar los platos y en recoger la cocina, y no paró hasta dejarla como los chorros del oro. Yo aproveché ese impasse para hacerme con un blíster monodosis de mantequilla y dejarlo sobre la mesilla de noche de mi cuarto por si se terciaba. Recientemente había visto en televisión el reestreno de la película “El último tango en París” y desde entonces ansiaba follarme a alguien por el culo utilizando la mantequilla como lubricante…

Cuando entramos en mi habitación nos quitamos rápidamente la toalla que llevábamos en la cintura y nos acostamos en la cama en pelotas, tapados únicamente por una sábana. De entrada estuvimos quietecitos, hablando de cosas intrascendentes, pero en seguida Toba se ocupó de mi polla, primero zarandeándola de un lado a otro, a la vez que me sopesaba los huevos, y luego ya pajeándomela  abiertamente y a muy buen ritmo. Logró que empalmara a tope, claro, pero tuve que quitársela de las manos por miedo a correrme prematuramente y, lo que es peor, sin probar otras artes amatorias. Simulé un cierto cabreo.

 

— ¿Estás molesto conmigo, Lucas? ¿Te la chupo otra vez?

 

—Ni estoy molesto contigo ni quiero que me la chupes. Ahora estoy frito por follarte el culo.

 

—Hummm… No sé yo, primete.  La tienes demasiado gorda.

 

— ¿Te vas a poner remilgoso a estas alturas? Te follaré con delicadeza...

 

—Aunque así sea, lo más probable es que me hagas un estropicio.

 

— ¿Vistes la peli “El último tango en París”? Marlon Brando se la mete por el culo a María Schneider con la ayuda de un poco de mantequilla.

 

—Seguro que la polla de ese tipo era más pequeña que la tuya.

 

—No es eso, no… La mantequilla es un super lubricante y casualmente tengo aquí, en la mesa de noche.

 

—Ya, ya… Y yo me creo lo de “casualmente” ¿no, cabronazo? ¡Tienes esa mantequilla aposta! ¡No engañarías ni al más tonto del mundo!

 

Toba estaba trabadísimo. Por un lado deseaba sentir mi polla dentro de su culo y por otro le preocupaba que pudiera hacerle mucho daño. Tampoco tenía claro que la mantequilla fuera el “super lubricante” que yo le vendía para convencerle. Era un mar de dudas, pero lo meditó unos minutillos y por fin tomó una decisión:

—Vale, Lucas… Te dejo que me la metas por el culo, pero debes hacerlo como dices, sin violencia, suavecito, y embadurnándome muy bien con la mantequilla.

 

—Eso está hecho, Toba. Te trataré como a una reina.

 

—Otra cosa: si te pido que me la saques, porque no aguante el dolor o por lo que sea, tú la sacas inmediatamente.

 

—No tienes porqué preocuparte.

 

Enseguida hice que se acostara bocabajo, apoyando su zona pélvica sobre una almohada. Así conseguía que su culo quedara más alzadito, más a tiro. Después le unté mantequilla en el ojete, con generosidad, por dentro y por fuera, y me di también en la polla. Mientras me la pelaba un poco para que se me empalmara del todo le abrí las nalgas con la mano izquierda y vi que su ojete era muy chiquito y rosadito. La verdad es que aparentemente parecía imposible que mi polla pudiera entrar por allí, pero yo estaba plenamente convencido de que entraría si ponía el empeño necesario. Así que me arqueé todo lo que pude, para ver que le colocaba la polla frente a su ojete, y presioné fuerte sin éxito…

 

— ¡Es horrible, Lucas! Me haces un daño enorme y todavía ni ha entrado.

Volví a insistir, como más fuerza si cabe, pero fallando por segunda vez de una manera estrepitosa. Toba, dolorido, trataba de convencerme para que desistiera:

 

— ¡Déjalo, cariño! ¡Por ahí no entra ese pollón tuyo! ¡Hazme caso, porfa! Te la chuparé otra vez y te quedarás igual de a gustito…

 

Le pedí que me permitiera un último intento y asintió moviendo la cabeza al tiempo que mordía las sábanas. Apreté de nuevo con mucha fuerza, pero esta vez haciendo a su vez un ligero movimiento rotatorio con la polla y ¡milagro milagroso! conseguí meterle todo el glande y hasta dos o tres centímetros más. Mi sonrisa de regusto y satisfacción chocaba con los quejidos de Toba:

 

— ¡Ay! ¡Ay! ¡Uf! ¡Duele mucho! ¡Sácala ya! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ay!

 

Me había costado enormemente meterla como para ahora sacársela sin más por un quejidito de nada. Seguí empujando y le entré lo menos media polla. Toba chillaba tanto o más que si lo estuvieran apaleando:

— ¡No, no!¡Basta!¡Sácala de una puta vez, bestia!¡A… A…Ah!

 

—Aguanta un poco, Toba… Desde que tu culo se adapte a mi polla dejará de dolerte y disfrutarás a tope.

 

— ¡Y una mierda! ¡Es horrible! ¡Ay! ¡Uf! ¡Ay! ¡Te digo que la saques!

.

Teniéndola ya tan metidita lógicamente uno tendía más a clavársela hasta el fondo que a desistir. Así que continué horadando aquel recto hasta que mi polla quedó totalmente embutida en su interior. Lo paradójico fue que Toba parecía ahora más tranquilo, como si de repente le doliera menos o ya hubiera pasado lo peor. Aun con todo preferí quedarme quietecito, en estambay, para dar tiempo a que el recto se acostumbrara y se amoldara a mi polla.

— ¡Joderrrrrrrr, Toba! ¡Me vuelve loco tu culo tan estrechito! ¿No será tu primera vez?

 

—Es mi primera vez con un pollón tan grande como el tuyo, cabronazo... Sabías que me estabas matando y seguías metiéndomela sin parar. ¿No quedamos en que me la sacarías si yo te lo pedía?

 

—Bueno, no sé, sí… Pero no he podido... Y tú ya sabes que no voy a parar ¿verdad? Lo de ahora sólo es un mini  descansito  que nos vendrá bien…

 

—Me gusta éste descanso, pero quiero que me lo hagas más agradable diciéndome cosas al oído como cuando éramos pequeños…

Conociendo a Toba, entendí que era el momento de reanudar la enculada y empecé con pequeños vaivenes, con un folleteo ligero; le sacaba cuatro o cinco centímetros de polla y volvía a metérselos suavecito, minimizando riesgos, despacio. Toba acompasaba mis movimientos con otros de su culo en sentido contrario. Aquello nos estaba encendiendo al máximo…

 

— ¡Qué culo tienes, mami! ¡Qué maravilla!

 

—Métemela un poquito más fuerte, pero no mucho ¿eh? Que siga rico, cariño, sin que me haga daño…

 

—Claro, bombón, lo que tú digas… Poquito a poco es mejor, ¿así te vale? ¿Te gusta así?

 

Ahora le sacaba unos diez centímetros de polla y sobre la marcha se los enchufaba otra vez, y lo hacía algo más rápido y más duro…

—Me está gustando, sí. Siento que mi culo ya te pertenece y que harás con él lo que te venga en gana.

 

Y lo que ya me apetecía era follarme aquel culito de mi niñez al galope, a todo ritmo, duro, y a ello me puse sin reparar en nada más…

— ¿Qué me haces, hijoputa? Todavía así no, joder, no tan fuerte, otra vez me estás dañando, baja el ritmo…

Lejos de apaciguarme, sus palabras me ponen frenético y le doy pollazos a barullo, hasta el fondo, hasta que mis huevos rebotan en sus carnes. La verdad es que ni yo mismo me reconozco; estoy desatado, loco, empujo con todas mis fuerzas una y otra vez, enfurecido. Quiero llegar al confín de aquel culo que estrené de niño, hasta donde nadie ha llegado nunca. Noto que mi rabo está haciendo estragos allí dentro y eso me estimula; es como si de verdad quisiera romperle el culo…

— ¡Afloja, Lucas! ¡Diosssssssssss! ¡Me vas a destrozar!

Pero no aflojo. Sigo dándole pollazos sin tino, sin freno; no puedo parar de ninguna manera. Sé que Toba no se merece un trato así, pero es superior a mis fuerzas.  Él me habla, me grita, me suplica… y yo me lo follo más y más rápido, más y más profundo, fuerte, duro, impíamente, sin tregua, que muerda la sábana o el colchón, que se joda el marica… De repente me sorprende en gordo:

 

—¡¡Siiií!! ¡Eres un puto cabronazo, pero me está gustaaaando, a…a…ah! Ya no quiero que la saques, métemela toda, dame caña, no pares, rómpemelo si es lo que quieres…

Contando con su visto bueno, mis embates se recrudecen de una manera bestial, salvaje; soy como un toro bravo follándose a una vaca en celo, el león fiero super potente contra la leona felina sumisa, una máquina de encular a piñón fijo, adentro y afuera, empujando con violencia. Toba lo aguanta como un macho, pero es mi hembra, mi mujercita; dice que se lo diga más veces al oído, pero ya no acierto a articular palabra, soy un follador nato, empedernido, torturador, no puedo dejar de taladrar el culo blanco y pelón de mi primito, el de la putita con micro pene. Las últimas embestidas son verdaderamente apoteósicas, estremecedoras, increíbles, brutales…

 

—¡¡¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiií!!! ¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhh!! ¡¡A…A…Ah!

Siento que anego su culo con mis cañonazos de leche espesa y caliente; le agarro fuerte de las caderas, afianzándolo, y sigo corriéndome como loco en el interior de su culo, chingarazos a tutiplén, abundantes, densos. Gozo y más gozo, disfrute total. Toba también siente un placer superior. Nada hay para él como tener mi polla dentro de su culo soltándole lefazos. Soñó con ello siempre. Exhausto me dejo caer sobre su espalda entre flipando y flotando. Dice que le diga algo y le digo que quiero follarle el culo muchas más veces, que me vuelve loco, que le viene como un guante a mi polla. Dice que él quiere ser mi mujercita siempre…

Así fue el reencuentro con mi primo Toba diez años después… ¡Qué gozada!