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La seducción de mi tita Irene al detalle (y 2)

en Amor filial

  

La seducción de mi tita Irene había resultado un éxito —véase el primer  relato— pero también es cierto que me quedaron pendientes asignaturas tan básicas como follarle el culo («no, que eso duele» decía) o hacer que me aplicara una buena mamada. Convencido de que se había hecho adicta a mi polla, daba por sentado que antes o después yo acabaría aprobando esas asignaturas, pero tras la vuelta de Anthony, su marido británico, las cosas se complicaron y encima ella no sólo consiguió “desengancharse” de mi verga sino que terminó pasando de mí olímpicamente.

Pero la situación no estaba tan grave como para arrojar la toalla y menos teniendo yo un “carta” bajo la manga. Después de uno de nuestros primeros polvos, y mientras tita Irene dormía recostada en mi pecho, se me ocurrió hacer un selfie que ahora me venía de maravilla. Aunque la foto no ofrece nada especial —ella está  semi tapada por una sábana— nuestras caras sí se ven perfectamente y se nota además que estamos desnudos y que la imagen recoge el típico momento de relax entre dos amantes que acaban de follar como locos... Así que la utilicé como moneda de cambio:

—Tita, ¿puede wasapear o hay moros en la costa?

 

—Puedo, pero no sé si quiero…

 

—Le envío una foto y luego la comentamos, ¿vale?

 

—Humm…

 

Nada más recibir la foto, ella retomó el wasapeo inmediatamente:

 

—¿Sabes que eres un mal bicho? ¿Cómo se te ocurre sacarme una foto así sin mi permiso? ¿Acaso quieres romper mi matrimonio?

 

—No quiero romper nada, tita, pero sí deseo pasar otro ratito con usted, el último, y palabra que no la molestaré nunca más…

 

—Ni lo sueñes, ¿te enteras? ¡Aquello fue un error que no se repetirá!

 

—Ya… Lo entiendo… Pero a tito Anthony puede darle un infarto cuando el pobre vea esa foto… ¡y la culpa será suya!

 

—Eres un tipejo despreciable, un chantajista asqueroso.

 

—Soy todo eso, sí, pero no olvide esta cita: mañana, a las 10.00 horas, en mi picadero... Sea puntual para que no me ponga nervioso y envíe la foto a su querido “husband”. Besitos…

Tita Irene no faltó a la cita y llegó a su hora. Nada más abrirle la puerta me alegró la vista porque venía rejuvenecida, con un calzado deportivo blanco plateado, falda azul por encima de las rodillas y camisa fucsia abotonada hasta lucir canalillo. Recuerden que era, y es, una cincuenta y pocos años de carnes todavía lozanas, ni flaca ni gorda, ni alta ni baja, muy buen culo, grandes tetas… Cuando llegamos al salón ella intentó ir directamente al grano o más bien a “su” grano:

—A ver, David, ya estás eliminando para siempre esa maldita foto...

—¿Ahora? Preferiría hacerlo al final, con los deberes hechos.

—¡Qué hijo de…! Bueno, vale, acabemos con esto lo antes posible…

Firme en su decisión, entró en mi dormitorio (ya lo conocía) y sin perder ni un segundo empezó a desvestirse. Un minuto después estábamos los dos en cueros. A mí me correspondía tomar la iniciativa, y la tomé:

—Venga, porfa, siéntese aquí, al borde de la cama…

Le hablaba bajito, cariñoso pero autoritario, sabiendo que eso le molaba. Ella obedecía como una perrita faldera pese a que, según daba a entender, estaba allí obligada por mi  “vil” chantaje… En fin, lo cierto es que adivinó mis intenciones enseguida. Nada más plantarle la verga a catorce o quince centímetros de su cara, la miró y la reconoció. Era la  grandota y gorda que días atrás le llenaba el coño de lefa. Entendió que procedía agarrarla y lo hizo suave, delicada; luego la pajeó un poco y, chica lista, se la metió en la boca sabedora de que era lo que yo deseaba… Las primeras chupadas ya descubrieron su paripé. Nadie que hiciera una mamada a regañadientes la chuparía tan ricamente como la chupaba ella, toda afanada y con cara de satisfacción …

—¡Qué bien la chupa, tita! ¡Es una crack!

La muy jodida saboreaba mi polla con regusto, flipando, sin prisas pero sin pausas, haciendo ruiditos y dedicándole hasta piropos:

—¡Qué polla tan bonita! ¡Glup, Glup! ¡Qué linda! ¡Mmmm! ¡Cómo me gusta chuparla! ¡Glup, Glup! ¡Mmmm!

Aquella era una mamada magistral. Me engullía casi toda la polla, la lamía de arriba abajo, de abajo arriba y de izquierda a derecha, o circunvalando; me succionaba el glande, lo sorbía, se hacía flemones en los dos mofletes, le daba lengüetacitos a los huevos. La tita ejecutaba esas artes al nivel de una puta de alto standing. Llegado el momento quise sacarle la polla para correrme fuera de su boca y hasta se enfurruñó conmigo. Con los ojos casi desorbitados y moviendo la cabeza de un lado a otro insistía en que ni por asomo me atreviera a sacársela, que la dejara dentro de su boca y que ella ya se las arreglaría...

Y se la dejé dentro, claro; es más, ya puestos, le agarré la cabeza con mis manos y le follé materialmente la boca, metiéndole y sacándole la polla como si se tratara de un coño, mientras ella me la anillaba con sus labios. La explosión de lefa no se hizo esperar. Salía casi a chorros, a borbotones, y tita Irene se la tragaba toda, golosa, glotona, sin hacerle el menor asco, sin desperdiciar ni una gota. Aquello fue para mí un gozo extraordinario  y ella sonreía pícara, como si  acabara de hacer alguna travesura. Todavía se dio a la tarea de limpiarme la polla palmo a palmo, con lamiditas de la lengua y pespunteo minucioso por los pliegues del prepucio. La tita se esmeró hasta dejármela lustrosa como una patena. Sin duda había currelado de guinda y por eso ahora reclamaba su premio:

—David, has disfrutado a tope, te has corrido en mi boca y me he tragado toda tu leche sin rechistar; ahora te toca a ti eliminar de una puñetera vez esa foto tan comprometedora…

 

—¡Joder, tita! ¡Siempre con sus prisas de mierda! Ahora nos relajamos un poco, tomamos un refresquito, y después nos ponemos al asalto final de despedida… Cuando acabemos  me cargo la foto en su presencia para que no le queden dudas, ¿hace?

 

Se amuló un poco, pero marchó al baño, se enfundó el mismo albornoz de la otra vez, me trajo una toalla para que me la enrrollara  en la cintura y, obediente como siempre, optó por seguirme el juego:

 

—Okey, vayamos a la cocina a recuperar fuerzas para el último asalto…

 

Recuerdo que tomamos zumos, galletas y dátiles. Enseguida me sentí otra vez como un toro y se lo solté sin rodeos:

—Volvamos a la cama. Esta vez quiero follarle el culo…

 

—¡¿Queeeeé?! ¡Ni loca! Eso duele cantidad...

 

—Tengo un gel lubricante maravilloso;  le unto bien el ojete,  me unto toda la polla ¡y verá qué rico le entra!

 

—Tratas de embaucarme, pero no me convence lo que dices…

 

—Sólo le pido que hagamos una prueba de nada, que me deje metérsela un poquito ayudado por el lubricante, a ver qué tal, y si le duele se la saco al instante, ¿de acuerdo?

 

—No me fío… Tú no me mereces mi confianza… Seguro que no me la sacas aunque me ahogue en lágrimas. Así que olvídate de mi culo... Si quieres te la chupo otra vez o follamos como Dios manda.

 

—Su culo es lo único que me falta por catarle.

 

—Pues te aguantas. Ni mi marido me la ha metido por ahí.

 

—¿Qué me aguante dice? O me deja que la encule o hago llegar la foto que ya sabe a tito Anthony. Usted decide…

 

—Eres asqueroso, una víbora sarnosa.

Me insultó, pero ya en camino a mi dormitorio y sabiendo de antemano lo que le esperaba. Allí se sacó el albornoz de mala gana y, jetuda, aguardó a mis instrucciones:

 

—Colóquese bocabajo, levante un poquito el culo, así,  déjeme ponerle esta almohada debajo, ¿a qué está cómoda? Ahora puedo untarle mejor la cremita y es una postura ideal para que mi polla entre fácil. Mantenga las nalgas separadas ayudándose de las dos manos…

Acto seguido yo me coloqué de rodillas sobre ella, a horcajadas, con una pierna a cada lado y con la polla ya lubricada, empalmada, dura, gorda, cabezona… Debajo de mí, y a mi disposición, su culo blanco, de perfecta redondez, de nalgas torneadas con hoyitos, de un nivelazo increíble para una mujer de su edad. Ella hizo un último intento por tocarme la fibra:

 

—Mejor no me la metas, David, porque me causarás desgarros; mi culo no está preparado para una polla como la tuya; sé un buen chico, anda…

Ni caso… Me recoloqué a horcajadas sobre ella, me agarré la polla, tiesa como un mástil, y  la acerqué hasta la hendidura, apuntando y afianzando el glande contra el  ojete; después presioné fuerte un par de veces hasta que logré vencer la resistencia del pequeño orificio y pude meterle el glande y un trozo de verga. Irene se pilló un rebote:

—¡Ay! ¡Ay! ¡Uf! ¿Lo ves, cabronazo? ¿Ves como sí que duele? ¡Ya la estás sacando! ¡Sácala inmediatamente!

 

—Duele sólo al principio, pero luego ya no, verá que no…

 

—Prometiste que me la sacarías si me dolía, ¡y me duele, joder! ¡Así que sácala ya! ¡No la quiero dentro ni un segundo más!

No se la saqué, claro, sino que se la enchufé hasta hacerla desaparecer dentro de su culo. Veinte centímetros de polla embutida en un recto no horadado, solazado de calor, que la apretaba lo justo y le venía como un guante. Tuve la deferencia de mantener la polla quietecita hasta que el culo se fuera acostumbrando a su tamaño y grosor, pero al poco ya la moví ligeramente, con leves vaivenes de tanteo, y me percaté enseguida de que tita Irene ya los acompasaba tímidamente. Era la señal para pasar al ataque, pero preferí confirmarlo:

—¿Ya no le molesta que la tenga metidita en su culo, verdad tita?

 

—Todavía duele un poco…

 

—¿Sigues queriendo que te la saque?

 

—Quizás sea lo mejor…

De eso nada… Se la saco un poco, siete u ocho centímetros, y se la vuelvo a meter lentamente, observando su reacción; la saco de nuevo diez u once centímetros y se la meto toda otra vez. Repito esa cadencia tres o cuatro veces seguidas y compruebo que ya la tita no gimotea ni protesta, sino que aparentemente disfruta… Es el momento de embestirla, de empalarla a tope, y la penetro con brío, fuerte, con saña, clavándole la polla hasta el fondo. Incluso le cambié el rollo bruscamente:

 

—¿Ahora te gusta, puta perra? Pues toma polla, cabrona, y toma más, y más, así, te encanta duro ¿eh mamona?

Sigo penetrándola con fiereza, y le palmeo el clítoris mientras le meto al culo con ahínco… Irene puede que goce, no sé… Yo ya le asesto los últimos pollazos, a lo bestia, y me corro copiosamente en lo más recóndito de su culo. Cuando le saco la verga, un hilito rojizo escapa también de su ojete. Pobrecita tita Irene. La compensé borrando la foto del móvil. Un trato es un trato y éste, creo, fue un trato bien hecho. Ustedes dirán…