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Esther y los albañiles

en Orgías

Soy Esther amiga de Amalia, como sabéis por mi anteriores relatos soy viuda, y después de probar las pollas de los amigos de Esther, me junte con el hermano de mi marido Víctor que es desde entonces el que me folla aunque no dejo de echar de ver en cuando una canita al aire Era una mañana de verano muy calurosa. Al despertar me estiré en la cama y noté que Víctor ya no estaba a mi lado. Miré el reloj despertador y vi que marcaba las ocho.

De repente me sobresalté, al oír algunas voces que venían de la cocina.

Me tranquilicé al notar que una de esas voces era la de Víctor. Entonces recordé lo que me había dicho la mañana anterior. Ese día vendrían unos albañiles a iniciar una remodelación en la cocina y el baño principal. Seguramente Víctor estaba hablando con esos hombres antes de irse a la oficina.

Cerré los ojos otra vez, totalmente amodorrada por el calor. Estaba desnuda en la cama, con tanto calor. Cuando volví a despertar, el reloj marcaba casi las diez.

Presté atención a lo que sucedía abajo en la cocina, pero solo pude escuchar que los albañiles hablaban.

Esa mañana estaba particularmente muy caliente. Hacía varios días que Víctor no me follaba; siempre con la excusa de estar estresado y agotado por el trabajo. Yo me las arreglaba bastante bien con mis dedos y algunos juguetes; pero esa mañana sentía que eso solo no iba a alcanzarme.

Necesitaba polla, una buena polla dura, tenía pensado llamar a algún amigo mío y de Amalia para que viniese a follarme tenía el chocho empapado.

Así como estaba tendida boca arriba en la cama, empecé por acariciarme las tetas, poniendo bien duros mis pezones. Luego fui bajando mis manos por mi cintura y mi vientre hasta llegar a mi entrepierna; me lamí un dedo y con el mismo empecé a acariciarme la pipa; con la otra mano seguía acariciándome las tetas alternadamente.

Me detuve un momento  para buscar y encontrar mi juguete favorito: un enorme vibrador de color negro con forma de polla. Muy realista, con las venas marcadas en la silicona y una tremenda cabeza para friccionarme bien las paredes internas de mi humedecido coño. Lo encendí y me cubrí el cuerpo con la sábana; para tratar de atenuar un poco la vibración. Lo único que me faltaba era ser descubierta por un albañil mientras me masturbaba en mi propia cama…

Coloqué el vibrador a la altura de mi pipa y metí primero dos dedos y luego tres en mi dilatado coño. Empecé a sacarlos y meterlos haciendo movimientos circulares, mientras mi juguete acariciaba mi inflamada pipa.

Antes de acabar empecé a meter directamente el vibrador hasta el fondo ; imitando movimientos como si me estuvieran follando.

Tuve que morder una almohada para que no se oyeran mis gemidos de placer y seguí un poco más hasta que sentí una tremenda descarga de electricidad por todo el cuerpo; un orgasmo imposible me invadió de repente, haciéndome vibrar por cada poro de mi piel. Me estremecí, se tensaron todos los músculos de mi cuerpo y grité de placer, pero mordí la almohada para que esos hombres no me oyeran allá abajo…

Me quedé descansando boca arriba sobre la cama, con el vibrador en una mano y la otra acariciando suavemente mi coño húmedo; seguí sintiendo espasmos un buen rato.

Cerré otra vez mis ojos, totalmente relajada por mi breve sesión de sexo solitario y, con la modorra que me provocaba el calor, volví a quedarme otro rato totalmente dormida en la cama…

Decidí ir hasta la cocina para prepararme algo de desayuno y de paso provocar un poco a los albañiles. Quería ver la reacción de ellos cuando me vieran; seguramente se les pondría bien dura la polla a todos…

Así que me puse mi tanga negro y una camiseta de algodón bastante transparente, que dejaba adivinar mis formas por debajo de la tela. Me puse unas sandalias de taco alto para realzar mis piernas y; antes de abandonar el dormitorio, me acaricié los pezones hasta hacerlos endurecer otra vez necesitaba una polla de carne en mi coño.

Me miré al espejo y decidí que bajaría así, mostrando mi culo casi desnudo bajo esa camiseta casi transparente. Los albañiles se iban a volver locos porque la verdad es que con la edad que tengo según le dicen a Victor estoy para esta follame  las 24 horas del día.

Bajé la escalera andando sensualmente, arreglándome el cabello y haciendo como que creía estar sola; pero los tres hombres que encontré abajo notaron mi presencia enseguida: mis tacones hacían demasiado ruido.

El que parecía ser el jefe era un hombre que pasaba de los cincuenta, vestido con una camiseta musculosa bastante vieja y unos pantalones desteñidos. Llevaba barba de varios días y traía un cigarro entre sus labios. Me saludó mirándome de arriba a abajo; sentí que me desnudaba con la mirada. Mis pezones terminaron de endurecerse aún más y mi coño volvió a humedecerse.

Los otros eran un poco más jóvenes; también vestidos con ropa de trabajo bastante sucia. También me miraron con cierta lujuria en sus ojos.

Los tres habían estado concentrados en el piso, antes de mi llegada.

“Buenos días”, dije sonriendo y tratando de parecer lo más natural posible.

“Buenos días”, contestaron ellos al unísono sin salir de su asombro.

“No quiero interrumpirlos, por favor, seguir trabajando”, les dije mientras me encaminaba meneando las caderas hacia el frigorífico para buscar algo de desayuno…

Abrí la puerta de la misma y me aseguré de agacharme lo suficiente como para que ellos pudieran ver bien mis largas piernas y mis nalgas casi desnudas. Saqué una jarra de leche y me enderecé, Al girar pude ver que los tres hombres simulaban hacer su trabajo; pero ya no daban golpes en el piso.

Anduve despacio hacia la barra de la cocina, siempre meneando mis caderas y dejé ahí la jarra de leche, mientras le guiñaba un ojo al más joven, Luego me moví hacia la alacena y me paré en puntas de pie, para intentar alcanzar un paquete de cereales en el estante más alto.

Sabía que haciendo ese movimiento, los tres hombres iban a poder contemplar y deleitarse con la visión de mi firme culo.

Esta vez al girar, los tres ya me miraban con expresión de deseo y lujuria en sus caras. Caminé de nuevo hacia la barra y me serví la leche mezclada con cereal. Tomé un plátano de la frutera y le dije al más joven, que intentaba disimular para no girar a mirarme:

“Me gusta mucho los plátanos y a  ti.?

El pobre chico carraspeó y apenas respondiendo que también a él le gustaban.

Dirigiéndome a los otros dos hombres les pregunté lo mismo.

Ellos sonrieron y se miraron entre sí. El mayor me contestó:

“A mí me gusta que me la pelen, pero no pelarla”.

El segundo agregó:

“A mí me gusta ver cómo la chupan” Y ambos rieron estruendosamente.

El chico se animó a preguntar: “Y a Usted señora cómo le gusta?”.

Entonces los miré a los ojos a los tres y les dije con mi voz más sensual:

“A mí me gusta mucho pelarla, recorrerla con mi lengua y chuparla…”

Sin dejar de mirarlos empecé a pelar el plátano lentamente y después me metí la punta en mi boca; empezando a lamerlo y chuparlo como si fuera una polla real… La metí y saqué varias veces de mi boca, luego con la lengua empecé a lamerlo por todos lados con los ojos entrecerrados.

Les pregunté: “Qué les parece así?”. Ellos se quedaron mirándome boquiabiertos, como si no pudieran creer lo que veían y pronto pude ver cómo a los tres ya se les abultaba el pantalón en la entrepierna.

El mayor de ellos de pronto reaccionó y se acercó a mí con una mirada cargada de deseo. Antes de que yo pudiera darme cuenta, se agachó y me aferró por la cintura, cargándome sobre su hombro. Les ordenó a los otros dos hombres que continuaran trabajando sin distraerse.

Entonces enfiló hacia la escalera y empezó a subir, llevándome así cargada.

Me dio un buen par de sonoras palmadas en mis cachetes expuestos, mientras sonreía y me decía socarronamente:

“Señora, te gusta los plátanos , yo le voy a dar un buen plátano”

Entró a mi habitación y me tiró sobre la cama matrimonial. Con un rápido manotazo, me arrancó la camiseta del cuerpo, desgarrándola. Sonrió al ver mi tanga negro con una notoria mancha de humedad…

La tomó por el elástico y lo desgarró. Se llevó el trozo de tela a la nariz y aspiró con los ojos cerrados, disfrutando el aroma de mi chocho.

Después se quitó esa ropa sucia de trabajo y pude ver una enorme polla oscura frente a mis ojos. Se abalanzó sobre mi cuerpo desnudo y me hizo abrir las piernas con su peso. Su olor a sudor me puso más cachonda todavía más…

Besuqueó mi cuello, dejándome unos buenos moretones, mientras sus toscas manos callosas apretaban mis firmes tetas.

Un par de sus dedos se colaron repentinamente dentro de mi hambriento coño, haciéndome gritar por la sorpresa, más que por el dolor de tanta rudeza. Empezó a meterlos y a sacarlos, provocándome más humedad.

“Yo te voy a dar plátano, pedazo de puta…” Susurró a mi oído, mientras se acomodaba mejor entre mis muslos abiertos.

El dolor de la penetración me puso realmente cachonda. No esperaba que esa polla fuera tan grande y gruesa. Abrí mi boca como para aullar a todo pulmón, pero no pude exhalar ni un solo gemido, me recordaba a la polla de Rafael el amigo de Amalia el panadero.

Me la metió a fondo en una sola estocada brutal, dilatando las paredes internas de mi coño de una manera tremenda. Jamás había sentido tanto dolor mezclado con placer dentro de mi chocho.

El albañil me miró a los ojos, preguntándome si me gustaba su polla dura.

Ni siquiera le contesté; lo miré a los ojos con mucha calentura, como pidiéndole que no separará. El tío me aplastó contra las sábanas y empezó a bombearme la coño sin piedad… sin escuchar mis alaridos y gritos de éxtasis y dolor, importándole solamente su propio placer.

Me follo así salvajemente por un buen rato, sosteniéndome por la cintura, mientras se hundía a fondo en mi chocho. Yo me sentía todo el tiempo a punto de explotar, hasta que, en un momento, una especie de golpe eléctrico recorrió mi cuerpo y acabé aullando a todo pulmón, mientras un intenso orgasmo le indicaba a ese rudo hombre que su polla era realmente buena.

El  albañil sintió mi explosión de placer y ya no se aguantó más sus ganas, corriéndose él también, descargando todo su leche hirviente dentro de mi agradecida coño. Cayó exhausto sobre mi cuerpo, preguntándome:

“Te ha  gustó cómo te he follado, Señora…?

“Sí, hijo de puta, me mataste con tu  pollón bien duro…” Suspiré.

Él se salió de mi coño y bajó de la cama, empezó a vestirse.

Entonces el segundo albañil apareció en la puerta del dormitorio. Su jefe dijo:

“La Señora ya está lista para otro, Burro…”

Cuando escuché ese apodo me quise morir, imaginando el tamaño de la polla que calzaría  ese otro hombre.

El Burro sonrió mientras miraba mi cuerpo desnudo y empezó a desnudarse.

Su polla ya tiesa era el doble de grande que la de su jefe y entonces pensé que eso adentro de mi chocho  iba a ser genial. Seguramente iba a gozar como una perra en celo, pero esa cosa gigantesca me iba a desgarrar el chocho.

El hombre adivinó mi pensamiento, porque me dijo sonriendo:

“Quédese tranquila, señora… yo te voy a tratar con suavidad…”

 

Me hizo poner en cuatro como una yegua en celo, sobre la cama y él  subió detrás de mí culo y coño chorreante de la leche de su jefe..

Le supliqué que me la metiera despacio, no quería que me lastimara. Sus rudas manos acariciaron mis caderas y pronto sentí que la punta de esa pollón gigantesco se abría paso entre mis bien lubricados labios del chocho.

Metió apenas la mitad y con eso me hizo ver las estrellas; apenas podía soportarlo dentro de mi lubricado coño, que ardía pero pedía un poco más.

“Despacio, quiero un poco más…” Susurré, cerrando mis ojos al sentir que su polla seguía avanzando dentro de mi coño, empezando a provocarme oleadas de placer y dolor al mismo tiempo.

El Burro aferró mi cintura y empezó a bombearme muy despacio, haciéndome sentir un intenso calor por la fricción en mis paredes del chocho.

Yo empecé a gemir y a sentir más placer que nunca con esa tremenda polla entrando y saliendo de mi coño. Antes de poder darme cuenta, ya había tenido tres orgasmos casi consecutivos, mientras el  albañil detrás de mí incrementaba su ritmo de follada.

Mi cuarto orgasmo fue el más intenso de todos, haciéndome aullar como una perra en celo. Al abrir mis ojos me di cuenta de que teníamos público. Parado apenas cruzando la puerta estaba el tercer albañil, el más joven, observando cómo el Burro me  follaba cuatro patas.

El  chaval se masajeaba la polla por debajo del pantalón, mientras presenciaba todo el espectáculo con la boca abierta de incredulidad. Le indiqué que se acercara; quería tener ocupada mi boca con otra buena polla para dejar de gritar tanto. Mis vecinos podrían llamar a la policía de lo contrario.

El chico sacó una polla respetable, pero no tan enorme como las de sus compañeros. Cabía en mi boca muy bien, sin hacerme doler las mandíbulas.

Cuando empecé a chuparla y tragarla, justo el Burro se tensó y descargó toda su leche en mi hambriento coño. Me provocó otro nuevo orgasmo, que no fue muy audible, teniendo mi boca llena con la polla  del más joven.

El Burro sonrió satisfecho y se salió muy despacio de mi chocho, como si quisiera prolongar su placer un poco más. Me dio un par de palmadas en mi culo y salió desnudo de la habitación.

Le pregunté al chaval si quería ocupar el lugar que había dejado libre el Burro.

Me miró con expresión de tristeza, diciendo:

Pero yo solamente les doy por el culo a las hembras, Señora…”

Le dije que a mí me encantaba que me dieran por el culo y una vez más observé su polla ahora bien tiesa, calculando que cabría en mi culo sin doler.

El chico sonrió con deleite y saltó sobre la cama. Aferró mis caderas y escupió sobre mi entrada anal. Pronto lo sentí deslizarse dentro de mi estrecha entrada, pasando mi esfínter anal sin dificultad.

Me la metió hasta el fondo y yo sentí un cosquilleo de placer, nada de dolor.

El  chaval me acarició las tetas desde atrás, provocando la erección de mis pezones. Luego empezó a moverse, bombeándome con suavidad. Le pedí que me follara más fuerte; quería sentir su polla rompiéndome el culo.

Grité y le supliqué que no se detuviera, mientras esa polla dura me traspasaba, provocándome un intenso placer anal.

El albañil finalmente acabó, llenándome el culo de leche tibia. Gritó con ganas y se aferró a mis caderas mientras se corría en mi trasero.

Después se salió, me dio un último beso en la nuca; agradeciéndome haberle entregado mi estrecho culo para su placer y luego se fué.

Me quedé un rato tendida sobre la cama, vestida solamente con las sandalias de taco alto, sintiendo la humedad de mi coño muy dilatado y el ardor en mi culo. Me hice una última paja, hasta acabar gimiendo y luego me encerré en el baño a darme una buena ducha, que me quitara del cuerpo el olor a sudor de los albañiles y los restos de leche que me habían dejado.

Luego bajé a la cocina, para prepararme algo para almorzar. Tanto sexo matinal me había abierto el apetito.

Encontré a los tres albañiles trabajando, como si no hubiera  pasado nada. Ellos respondieron cordialmente a mi saludo y continuaron  con su tarea, sin prestarme más atención.

Entonces pensé si todo no había sido un sueño: los plátanos, la cama revuelta y sucia de leche, la entrega de mi culo, los tres polvos consecutivos, el olor a sudor, el Burro.

La obra no la terminaron ese día en el próximo os contare lo que paso en la siguiente visita.

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