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El gris malvado

en Otros Textos

 

“Ante la banalidad del mal, las palabras y el pensamiento se sienten impotentes.” H. ARENDT.

Es domingo por la tarde en el mes de Julio, y Jaime está sólo en casa. Es un gris funcionario de 46 años, calvo, miope y algo rechoncho. Su mujer y su hija se fueron ayer a la residencia playera, mientras que él ha debido quedarse unos días más por trabajo. El aire acondicionado no funciona y debe conformarse con un viejo ventilador desempolvado convenientemente para esta situación de emergencia. El calor es intenso y su torso está cubierto por una molesta película de sudor, ya que el ventilador sólo consigue remover el aire caliente. El sofá se le adhiere por doquier y cambia de posición continuamente buscando las partes más frescas. Está viendo un partido de tenis femenino en TV, y los cuerpos estilizados de las deportistas han hecho que su pene se moviera inquieto dentro de su pantaloncito, así que distraido, lo ha desenvainado y juguetea con él sopesando la creciente probabilidad de masturbarse escuchando los gemidos de las tenistas al golpear la pelota. Siempre le ha parecido muy erótico ese gemido, a medio camino entre el suspiro liberador y la queja lastimera.

Hace varios meses que toda su actividad sexual se reduce a estos momentos de intimidad; cree que su mujer está envejeciendo mal, y ya no le excita. Por eso ni se tocan desde hace tanto, pero no pasan más de dos días sin que Jaime se proporcione placer a sí mismo, ya sea en la ducha o en el despacho, viendo algún vídeo porno. En esas disquisiciones se halla Jaime cuando suena el timbre de la puerta. ¿Quién puede ser? Sin duda, algún vecino del residencial pues no es el telefonillo de la calle, sino el timbre directo de su puerta. Vive en un dúplex adosado, y se encuentra en la salita de arriba, así que decide asomarse a la terraza y observar cuidadosamente.

Es una niña; la hija de una vecina. La madre es una mujer divorciada bastante atractiva, rubia natural, guapa y sonriente; el paso del tiempo ha dejado huella en la firmeza de sus atributos femeninos pero su cuerpo mantiene unas medidas y proporciones que denotan una época pasada muy gloriosa. Es una auténtica MILF. Ojalá su mujer se hubiera mantenido tan bien. Al recordar a su vecina piensa en su mala suerte por no tener una mujer guapa, y algo sumisa, en lugar de su corpulenta y temperamental esposa.

La niña apenas levanta un metro del suelo. Jaime nunca se había fijado en ella pero esta tarde la muchacha casi no lleva ropa: apenas un top que muestra su tripa y un minúsculo short. En realidad parece un pijama. El cabello sucio y desgreñado, se recoge a duras penas en una coleta. Como su madre, luce el exotismo de tener ojos rasgados y pelo rubio. Sin duda es el prometedor boceto de una bellísima joven.

En un primer momento casi se molesta por la interrupción de su erótica actividad y piensa en no dar señales de vida. No comprende qué puede querer la niña. Quizá ha sido mandada por su madre a pedir algo, pero él está medio desnudo y excitado, a punto de masturbarse. La niña insiste y vuelve a tocar el timbre. Se mueve distraídamente esperando respuesta. En la fina tela del short se marca el borde de las braguitas.

Jaime observa en silencio mientras la excitación le lleva a perder el buen sentido. Se le ha ocurrido que quizá podría mostrarle a la niña el bulto de su pantalón. Se dice a sí mismo que no es algo tan grave, sólo es un bulto, ni siquiera le va a enseñar la verga. Aunque siente una sincera curiosidad por ver qué cara pondrá la niña, la realidad es que le excita la idea de que ella piense en su pene. Antes de actuar, examina los demás balcones y ventanas del residencial, comprobando que nadie es testigo de la jugada. Entonces da un paso adelante y acomoda el gran bulto entre los barrotes del balcón, haciéndolo más que evidente.

-¡Hola!- dice sonriendo. La niña mira hacia arriba sorprendida.

-¿Está Clara?- pregunta guiñando los ojos por el sol y enseñando una irregular dentadura que combina piezas enormes con evidentes ausencias. Pregunta por la hija de Jaime. No tenía ni idea de que su hija conociese a esta vecina. Su madre debe haberle dado a la pobre el pasaporte para quedarse sola y tranquila viendo la telenovela, a pesar de que hace un calor insoportable a estas horas. Maldita zorra poligonera.

-No cariño, está en la playa con su madre- responde Jaime en un impostado tono amable. O la chica no se ha dado cuenta aún de su protuberancia, o disimula muy bien.

-Es que yo soy su amiga- proclama. Y entonces sucede. La niña clava su mirada en el bulto de Jaime. De alguna manera, siente una especie de atracción que la incita a no dejar de mirarlo. Él puede sentir su mirada en la entrepierna. Ello le excita aún más; y le envalentona. Descuelga su brazo derecho y se acaricia descaradamente el bulto ante la mirada de la chiquilla.

-Pues lo siento pero no está…-

-Vale- dice la niña con su vocecilla, pero no acaba de irse. Mira de soslayo las impúdicas caricias que el padre de Clara se regala mientras que parece meditar qué puede hacer ahora. Seguramente ha agotado sus posibilidades con otros vecinos y es la única niña que queda en el residencial. La perspectiva de una aburrida tarde sola y oprimida por el tremendo calor parece cernirse sobre ella. Ante la ausencia de otros niños, la pobre sólo necesita un poco de atención. Jaime se percata de todo esto, y lo valora como una gran oportunidad.

-¿Quieres pasar y juegas con sus juguetes? Tengo polos de fresa…

La niña parece sopesar la oferta. Por un lado, la actitud del vecino y el bulto que demuestra le infunde cierto pudor, o incluso temor. Por otro lado está sola, y su madre le ha dicho que no vuelva en un par de horas, pero que no salga del residencial. Además es el vecino, el padre de Clara, no puede pasar nada malo.

-Vale- dice, y sonríe algo nerviosa.

-Bajo a abrirte- exclama Jaime, y entra en la casa maquinando el próximo paso. Se dice a sí mismo que no está haciendo nada malo. Sólo invita a una amiguita de su hija a casa para que no se achicharre con el calor. De paso, podrá disfrutar inocentemente de las vistas, pero lo cierto es que está siendo más responsable que su propia madre (se dice a sí mismo).

Abre la puerta con la mejor de sus sonrisas y se echa a un lado para dejar entrar a la pequeña. Al ponerse de perfil su bulto se hace aún más evidente. A ella le llega a la altura del hombro y casi tiene que esquivarlo al pasar. Jaime inspira profundamente cuando la cabecita rubia pasa bajo su nariz, con la esperanza de captar algún olor, el que sea, pero no es así. La invita a esperar en la habitación de su hija mientras va a buscar un helado de fresa al congelador.

Cuando vuelve, la muchacha está sentada en el suelo con las piernas cruzadas y unas muñecas. Tal postura hace que las perneras de su escueto short se estiren mostrando unas tiernas ingles y los comienzos de sus braguitas blancas. Jaime le alcanza el helado y la nena sonríe mostrando sus mellas al cogerlo. Él se abre otro helado y se sienta en la silla del escritorio, mirándola descaradamente. Echa la espalda hacia atrás, evidenciando la mole que forma su mástil en el pantaloncito. Hacía siglos que no tenía una erección tan poderosa y persistente. Todo este jueguecito de andar en el límite de lo legal y lo moral le ha encendido. La niña vuelve a fijar su atención en la entrepierna del hombre y su mirada se azora, concentrándose en las muñecas. Ambos saborean sus helados en silencio.

-¿Cómo te llamas?- pregunta Jaime.

-Ainara- responde ella.

Él le dice que es un nombre precioso, y que significa “golondrina”. Ella se siente halagada con las atenciones del hombre y su agradable conversación. No es boba y sabe que los chicos tienen pito, pero nunca había imaginado que uno pudiera ser tan grande. Se siente rara, y no puede dejar de reír como una tonta.

Jaime está disfrutando de lo lindo. Nunca imaginó que exhibir de esta forma su paquete ante esta niña pudiera resultar tan excitante. Le encanta comprobar cómo ella no puede parar de mirársela. El top luce un dibujo infantil de un unicornio sobre un arcoiris. Es evidente que no lleva sujetador; nunca lo ha llevado. Dos pezones inmaduros irrumpen en la tela del vaporoso top augurando futuros pechos enhiestos. Las rodillas lucen infantiles moretones.

El momento ha llegado. Ha estado moviéndose peligrosamente en la delgada línea entre lo permitido y lo prohibido. La frontera del buen gusto ya la sobrepasó, pero piensa que hasta ahora no ha cometido ningún delito. Aunque hace un rato que sus actos son moralmente reprochables, legalmente se mantiene en un fino y peligroso equilibrio. Ahora Jaime se encuentra ante una de esas encrucijadas de la vida. Ya no puede dar más pasos hacia el morbo y la lascivia sin entrar en territorio comanche. Cualquier nueva propuesta supone dejarse arrastrar hacia el infierno. ¿Pero por qué dejar pasar esta oportunidad? Tampoco está pensando en algo tan malo como penetrarla. Tal vez desnudarse, hacerse mutuamente unas caricias, unos besitos en diversas zonas del cuerpo… Nadie tiene por qué enterarse, y nadie saldría dañado. ¿O tal vez debería comportarse como un buen hombre olvidando sus instintos primarios y volver ante la TV dejando a la niña tranquila? Si se pone otra vez en manos de las tenistas, quizá consiga sacar el demonio que se ha apoderado de él y que reside actualmente en su miembro. Seguro que si hace esto, una vez alcanzada la paz del orgasmo, mirará a la muchacha con otros ojos. Sí... ¿por qué complicarse la vida? Hállase envuelto Jaime en estas penosas meditaciones cuando de repente, en un tono totalmente intrascendente, Ainara exclama:

-Te enseño lo mío si me enseñas lo tuyo.

Jaime traga saliva. Puede sentir el suelo abriéndose bajo sus pies y ante ellos, una pasarela que lo lleva directo hacia el mismísimo centro del averno.