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Sueños de un seductor (Preámbulo)

en Amor filial

Siempre he sido un pervertido. Mis padres me cuentan que ya de muy pequeñito adoraba ir desnudo por la casa y que siempre estaba tocándome la colita. Encontraba gran placer en jugar con amiguitas y vecinas a los papás y a los médicos. Recuerdo las primeras pajas y el primer orgasmo como si fuera ayer, debido a la importancia que tales sucesos tenían para mí con apenas una década a mis espaldas. En realidad siento cierta nostalgia hacia aquellas pequeñas aventuras secretas y placenteras, llenas de descubrimiento y morbo.

En el instituto creció mi afición por la masturbación y me convertí en una máquina insaciable de eyacular. En  de BUP, perdí la virginidad. Ella estaba a punto de cumplir los 18, y a pesar de que tenía fama de “ligera de cascos”, también era su primera vez. Creo que buscaba alguien atractivo y discreto, fuera de su círculo cercano. Y allí estaba yo, cumpliendo los requisitos. Lo único que nos unía era compartir mesa en el aula; yo la utilizaba en el turno matutino y ella en el vespertino. Empezamos a dejarnos mensajitos escritos en el pupitre con ese arrojo inconsciente que da la adolescencia; una escalada de piropos inflamados por nuestras hormonas que culminaron en una visita a su casa una tarde de noviembre.

Quedamos en la cafetería del instituto para conocernos y follar (así se había establecido en el mensaje que dejó bajo la mesa la semana anterior). Ambos nos gustamos desde el primer momento así que sin más rodeos fuimos a su casa vacía y follamos como posesos. Mucha gente cuenta su primera vez como una experiencia decepcionante, pero para nosotros fue increíble. Gracias al vigor de la juventud, estuvimos follando como perros en celo más de dos horas. En aquella época no aprecié la firmeza de sus pechos y la tersura de sus nalgas, a esas edades es algo que se da por hecho, pero ahora mataría por castigar unos muslos como aquellos. En aquella época estaba como loco por ver un coño en vivo por primera vez, y esa fue la parte de su anatomía que más me fascinó. Sus labios vaginales, ocultos bajo vello púbico (en aquella época no estaba de moda el rasurado pélvico) ejercían una extraña fascinación sobre mí. Su vista, su olor y su sabor me fascinaba, así que no escatimé esfuerzos en proporcionarle todo tipo de placer. Ya en mi primer polvo relució esa especie de intuición que hace de mí un amante excepcional. Me corrí varias veces (ya no recuerdo si tres o cuatro), acostumbrado como estaba a mis maratones de pajas. Eso y el tamaño notable de mi miembro la llevaron a idealizarme como amante.

Follamos muchas veces más, hasta el punto que casi repitió COU por segunda vez, ya que empezó a faltar a clase. Con el fin de curso perdimos el contacto (entonces no había internet, ni móviles, ni nada parecido). Además, yo era un secreto; nadie podía enterarse de que se follaba a un pardillo de 2º de BUP tres años menor. Ella solía adoptar una actitud muy graciosa de superioridad, como si me estuviera haciendo un favor por follar conmigo, pero en el fondo me tenía gran cariño y, muchas de las tardes que quedábamos para follar como locos nos las pasábamos charlando en bolas sobre su cama, después del único polvo de la tarde. Creo que sólo conmigo era realmente ella, sin máscara que vestir ni reputación que mantener. Aún recuerdo su cuerpo de diosa adolescente, tumbado angulosamente sobre la cama en la media luz de su habitación, con los ruidos cotidianos del barrio, ajenos a la pasión juvenil, entrando confortables por la ventana.

Creo que se fue a estudiar a otra ciudad. Nunca he vuelto a ver a Raquel, pero jamás la olvidaré; aprendimos mucho juntos y tuvimos una relación más sana y respetuosa que la de muchas parejas.

Después de aquello he tenido muchas amantes. No creo que sea necesario aquí esgrimir una falsa modestia que iría en detrimento de la verdad: hace tiempo que perdí la cuenta de las chicas con las que he follado. Soy un amante excepcional, capaz de satisfacer a cualquier mujer, y todas las que me han probado han repetido, o al menos lo han intentado. Trato de ser una persona sensible y cariñosa, consciente del ejercicio de confianza que supone desnudarte física y emocionalmente ante otro, a veces un desconocido, por lo que me parece justo tratar a todo el mundo con el respeto que se merece, lo que no está reñido con el sexo salvaje si es que se tercia que así sea. Intento mostrarme cómplice y amable, pero no dudo en empotrar salvajemente a aquella mujer que así lo pida, con sus gestos o sus palabras.

La providencia me ha dotado del cuerpo perfecto para mi auténtica vocación: no sólo soy bastante atractivo, sino que además tengo gran control sobre la musculatura de mis partes, lo que me permite aguantar el orgasmo casi todo el tiempo que quiera. Esto me ha permitido participar en muchas orgías con gran solvencia. Puedo llevar al orgasmo a dos o tres mujeres a la vez antes de explotar en una tremenda erupción de semen. El mundo del porno ha perdido un gran actor conmigo. He vivido mucho tiempo en Alemania, por lo que mis facciones latinas y atractivas me han permitido penetrar a decenas de teutonas que casi sin yo querer, acaban en mi cama noche tras noche. Durante un tiempo llegué a pensar que en la pequeña ciudad donde vivía, todas las mujeres habían tenido sexo conmigo o al menos, habían oído hablar de mí.

Cuando oigo contraponer la fogosidad latina a la frialdad centroeuropea, no puedo evitar sonreír. He vivido las más tórridas aventuras en una pequeña ciudad en el corazón de Baviera; en Alemania he realizado mis fantasías más depravadas. He participado en tríos y orgias. Un par de veces meé sobre el rostro de una mujer. He practicado bondage en muchas ocasiones; he atado y “maltratado” a muchas mujeres, y otras tantas me han atado y “maltratado” a mí. Reconozco que soy un privilegiado, pues he podido cumplir todas las fantasías que se me han pasado por la cabeza. El pasado verano pude satisfacer una fantasía en la que jamás había pensado hasta bien entrada la cuarentena: el incesto.

Reconozco que jamás había pensado en ello. Una especie de cortafuegos psicológico me había mantenido inconscientemente alejado de esta depravación. Tengo algunas primas y una hermana menor, y aunque todas ellas son y han sido chicas bien parecidas, nunca había pensado en ellas como posibles amantes. No obstante, no soy ajeno a la moda que inunda las webs porno hoy en día; mujeres maduras con chicos jóvenes o al contrario, representando el papel de madre-hijo o padre-hija. Reconozco que, al amparo de esta nueva tendencia en internet, se despertó en mí el morbo por el sexo familiar. Relatos tórridos en diversos sitios web sobre sexo entre hermanos o padres con hijos me llevaron a considerar esta perversión como una posibilidad.

Quizá porque en el fondo pensaba que siempre sería una utopía irrealizable, la cosa empezó a obsesionarme. Yo, que había satisfecho todas las depravaciones me apetecieron, me encontraba ahora con la difícil tarea de lidiar con esta frustración. Pero cuando toda esperanza de consumar sexo familiar había sido desechada, volvieron a mi vida mi hermana Amparito y mi sobrina Gema. Mas no adelantemos acontecimientos, contemos la historia paso a paso.

Después de siete años satisfaciendo a mujeres alemanas, una de ellas me echó el lazo. Conocí a Gretta como a otras muchas, un sábado por la noche en un bar. Apenas era una niña de 20 y pocos años, rubia y preciosa, con poca experiencia en la cama, por lo que cayó rendida a mis encantos. Reconozco que su físico me ponía mucho, y fue lo suficientemente inteligente como para cazarme. Ella sabía de mi vida libertina, pero no se mostraba celosa; no parecía importarle no ser la única mujer en mi cama, incluso la llegó a compartir con otras chicas en más de una ocasión. Su presencia fue cada vez más recurrente en mi cocina y en mi cama, y casi sin darme cuenta, se había instalado en mi piso.

La inercia nos convirtió en pareja, y gracias a mi carácter pragmático y poco romántico, me pareció una buena opción para, a mis 35 años, ir asentando un poco la cabeza. Me empezó a apetecer algo de tranquilidad y estabilidad, y con Gretta aún podía catar alguna otra chica de vez en cuando sin problema alguno. Al principio ella también era promiscua, y en ciertas ocasiones la penetré junto con algún chico que traía a casa, pero poco a poco fue olvidando esa vida, sin exigirme a mí lo mismo, lo que me hizo más proclive a la monogamia: se estaba ganando la exclusividad a pulso. Tras un par de años de convivencia, conocí a sus hermanos y sus padres, convirtiéndonos así en pareja sentimental a todos los efectos.

Su familia era muy solvente económicamente, por lo que ella se dedicaba a estudiar carrera tras carrera sin importarle el dinero, hasta que consiguió un trabajo de traductora en una editorial (además tenía ingresos continuos derivados de las rentas de varias posesiones familiares). Yo por mi parte también ganaba mucho dinero como autónomo, programando para diversas empresas. Ambos podíamos trabajar desde casa, así que decidimos cambiar los rigores del clima alemán por las bondades del Mediterráneo. Nos compramos una Volkswagen Caravelle muy hippie, y nos mudamos a una pequeña hacienda más hippie aún en las afueras de Mahón, en Menorca, donde llevamos viviendo ya más de nueve años. El sexo sigue siendo importante en nuestra relación, aunque como es normal, a mis 46 años, mi fogosidad ha menguado. Desde que nos mudamos a Menorca, hemos practicado la monogamia convencida. Si existe la auténtica felicidad, nosotros la hemos encontrado, pues llevamos la vida que deseamos con la persona que deseamos.

Como el lector habrá comprobado, no se me da bien ir al grano, pero consideraba importante explicar quién soy, y cómo llegué a los morbosos sucesos del verano pasado.  

Efectivamente, tengo una hermana menor. No entraré en los por menores de nuestra relación, porque siempre había sido convencional. Mientras que convivimos en la casa de nuestros padres allá en Gijón, de donde somos, nos llevamos como cualquier pareja de hermanos: unas veces mejor y otras veces peor. Amparito es 5 años menor que yo, así que yo alternaba mi papel de protector en la calle, con el de hermano borde en casa. Siempre fue una chica mona, muy delgada y con gran delantera, pero como digo, nunca pensé en ella más que como hermana. Cuando ambos nos independizamos, al no convivir, empezamos a sentirnos más unidos entre los dos, y desde entonces, tenemos una sana relación, aunque nos veamos de uvas a peras.

Ella nunca ha tenido suerte con sus parejas. Fue probando novios hasta que se casó y

tuvo una hija a los veintimuchos: mi sobrina Gema. El cabrón de su marido las abandonó cuando la niña aún llevaba trenzas y no había vuelto a dar señales de vida. Mi hermana no ha vuelto a tener pareja estable desde entonces. Aunque sin duda habrá tenido aventuras esporádicas, siempre han vivido solas, y han formado las dos un equipo muy unido. Todo esto sucedió mientras yo estaba en Alemania, por lo que me pilló algo de lejos. Siempre me he sentido algo culpable por no estar ahí apoyándola cuando su vida se iba al garete, pero la distancia y mi trabajo de entonces hacían esto imposible; además ella nunca me lo recriminó.

La niña ha ido creciendo bastante ajena a mí. De vez en cuando le mandaba algún regalo, o hablábamos por video conferencia, pero nunca hemos tenido mucho trato. No obstante, Amparo le ha debido hablar muy bien de mí, pues siempre se mostraba muy emocionada y alegre cuando hablábamos por Skype o por teléfono. Gema ha crecido sin yo darme cuenta, y el curso anterior a los sucesos que intento relatar, empezó a estudiar en la Universidad del País Vasco, por lo que estuvieron todo el año separadas salvo visitas ocasionales. Cuando llegaron las vacaciones de verano, ambas tenían ganas de estar juntas unos días, así que decidimos entre los tres que vendrían a mi casa un par de semanas para descansar junto a la piscina o en la playa.

Fui con Gretta a recogerlas al aeropuerto, y cuando las vimos aparecer entre la multitud, me costó reconocerlas pese a que habíamos mantenido un contacto fluido mediante fotos y vídeos. Mi hermana Amparo se mantenía perfectamente joven, el tiempo no parecía pasar por ella, pues su figura seguía igual de estilizada y sus pechos igual de grandes. Gema por su parte era una atractiva jovencita que había heredado la característica nariz de nuestra familia, grande pero no aguileña. Era lo que algunos llamarían una “fea guapa” aunque a mí me conquistó desde el primer momento. Su busto era casi inexistente, en eso no se parecía a su madre, pero sus shorts blancos evidenciaban unos cuartos traseros contundentes. Madre e hija parecían dos piezas de perfecto encaje: la madre con busto grande pero muy delgada, casi sin caderas, y la hija casi sin pechos pero con unas caderas y un culo rotundo y firme.

Quisiera hacer aquí un inciso. Aunque mi invitación se habría producido de todas formas, en el fondo más perverso de mi ser la posibilidad del incesto anidaba desde el primer momento. Si algo he aprendido después de años de follar con decenas y decenas de mujeres, es que uno no debe cerrarse nunca ninguna puerta, y debe poner todos los medios a su alcance para que se den las condiciones de un posible encuentro sexual. Como ya he dicho antes, el incesto era una perversión que me atormentaba desde hacía un tiempo, y más allá de los naturales sentimientos de amor y cariño por mis familiares vivos más cercanos, la realidad es que estaba deseando verlas en persona para calibrar qué tipo de amantes serían. Tengo muy aceptado desde pequeño que soy un pervertido y si, por algún azar del destino, se presentaba la oportunidad de tener sexo con mi hermana o mi sobrina, ningún remilgo moral me iba a detener. El parentesco no era un freno para mis deseos depravados, sino más bien un acicate, y aquellas dos mujeres (las cuales parecían dos versiones de la misma persona) despertaban mis ansias sexuales no “a pesar” de ser quienes eran, sino precisamente por eso. Por si esto fuera poco, sus apetecibles cuerpos desprendían un gran magnetismo, pues a pesar de no tener un rostro especialmente agraciado (aunque repito, no eran feas), sus figuras parecían haber sido esculpidas para el goce sexual. Los tremendos melones de mi hermana (debía usar una 120) en el contexto de su liviana figura, así como las poderosas nalgas que asomaban bajo el escueto short de mi sobrina, parecían complementarse en una suerte de morboso puzle, por lo que desde el primer momento mi imaginación más libertina fantaseó con el menage a trois.

Pero no adelantemos acontecimientos. Esto será objeto de futuras entregas de este relato, si los lectores lo consideran oportuno. ¿Continuará?