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Aurora al anochecer

en Amor filial

Esta es la continuación de la historia “Aurora al alba”, publicada hace unas semanas. Siento haber tardado tanto, pero la musa es caprichosa. Para seguir bien el argumento deberías (re)leer la primera parte aquí: https://www.todorelatos.com/relato/139026/

Aurora al anochecer

Sabía que mi respuesta a su mensaje de whatsapp marcaría un antes y un después en nuestra relación. Por eso lo leí tantas veces antes de responder. Por eso y porque me maravillaban sus palabras. La valentía que demostraban y el amor que derrochaban. Esa manera de tirarse al vacío, de desnudar sus sentimientos me halagó. Me parecía sorprendente que una muchacha como ella sintiera esas cosas por un hombre como yo. Dejémonos de hipocresías: hay algo de transacción en todas las relaciones, todos calculamos si una persona está “a nuestro alcance” cuando nos interesamos por ella, y sinceramente, Aurora es una chica al alcance de muy pocos. Su belleza es imposible, de las que uno piensa que sólo existen en el cine. Aún me sorprende cómo puede caber tanta belleza en el estrecho espacio de su rostro; tanta sutileza y equilibrio en su delicada figura. Además, es risueña e inteligente, de esas personas cuya alegría y optimismo introducen un contrapunto a las encorsetadas relaciones a las que estamos acostumbrados. Creo que antes de amarla admiraba su madurez y espontaneidad.

Aquella tarde ella tenía extraescolares, así que no se encontraba en casa. Sentado al escritorio de mi despacho, tardé varias horas en responder, y me decidí por lo siguiente: “Mentiría si te dijera que sólo siento cariño por ti. No quiero dañar a nadie y por eso estoy hecho un lío, pero lo cierto es que iluminas mi vida, cada vez con más fuerza. Yo también te quiero.” Cuando vi que estaba “En línea” supe que ya no había vuelta atrás. Nos habíamos declarado nuestro amor, y las cosas cambiarían para siempre. La verdad es que eso era lo que sentía y si ella había sido tan valiente como para decírmelo, yo no podía ser menos. Cuando el chivato de “En línea” cambió por “Escribiendo…” mi corazón se aceleró. Yo, un hombre hecho y derecho, me sentía como un adolescente intercambiando mensajitos con ella. “Siempre te estas preocupando por todo. Me quieres y eso me hace muy feliz. Lo demás no me importa. Estoy llegando a casa, nos vemos en la cocina?” Como siempre, Aurora haciendo las cosas más fáciles. Otra demostración de su talento para encarar la vida de manera desenfadada y alegre.

Con nervios en el estómago fui a la cocina. Mayte (mi mujer, su madre) atendía allí a ciertos quehaceres domésticos. Me estuvo hablando mientras yo me preparaba una infusión, pero apenas la escuchaba. Ella y sus problemas: el trabajo, la hipoteca, las facturas, las supuestas amistades que no soportaba: empezaba a estar harto de esas conversaciones. Su voz se convirtió en un rumor de fondo mientras yo seguía inmerso en mis pensamientos. Aurora entró a la casa dando su tradicional portazo, lo que me sacó de mi ensoñación. Apareció con las enormes gafas de pasta negra que usa para estudiar y sonriendo, me perforó con sus profundos ojos azules. Saludó con gran naturalidad, como si no estuviésemos siendo cómplices de un terrible secreto hacia su madre, allí presente. Cogió una fruta, para lo que permaneció unos segundos agachada con la puerta del frigorífico abierta. Al pasar por mi lado su dulce olor quedó flotando ante mí. Cerré los ojos para percibirlo mejor, para dejarme embriagar por las sensaciones que tal aroma provocaba en mi masculinidad. Todo mi ser gritaba en silencio ante el deseo de abrazarla allí mismo y hundir mi cara en su cuello para degustar aquella fragancia. Imaginé su cuerpo cálido y breve perderse entre mis brazos mientras aquella cocina se difuminaba a nuestro alrededor hasta desaparecer. Solos los dos fundiéndonos en uno, mientras el mundo desaparecía.

A pesar de que llevábamos meses compartiendo momentos muy íntimos, casi ni nos habíamos tocado, y sentía la necesidad física de hacerlo. Habíamos estado provocándonos mutuamente el orgasmo, pero siempre a través de la ropa de cama. Sus deditos entre los míos y la tibieza de sus muslos sobre mí, eran el único condimento a la magnífica presión que su juvenil sexo ejercía sobre mi miembro mientras me retorcía con ella encima. Ni besos ni caricias engalanaban aquellos gloriosos despertares y aunque el morbo del secreto y lo prohibido excitaban mi mente y mi cuerpo hasta el extremo en esas ocasiones, la verdad es que necesitaba algo de contacto.

-Voy a ducharme- dijo en tono intrascendente cuando salía de la cocina. Creo que su madre ni la oyó, pero su comentario me puso alerta y fue interpretado por mi mente loca de deseo como un reclamo sexual. La hembra, anunciando su disponibilidad al macho. Así me lo tomé yo, y su última mirada antes de desaparecer lo confirmó.

Permanecí unos minutos más en aquella cocina. Participé vagamente en el monólogo de Mayte intentando adoptar un aire de naturalidad, pero mi pensamiento no se apartaba de la idea de Aurora duchándose.

Cuando me pareció conveniente, aún con la taza en la mano, salí de la cocina y me dirigí escaleras arriba con la determinación de un sonámbulo. Calculaba que había dejado pasar el tiempo suficiente para que Aurora se duchase y así era, pues la puerta del baño estaba abierta y la estancia emanaba un calor vaporoso y aromático que resultaba de lo más excitante. Las gotas de agua aún resbalaban por la mampara de la ducha y pensé que apenas unos minutos antes ella había estado allí desnuda, con el cuerpo húmedo y caliente, acariciando cada centímetro de su piel.

Al otro lado del pequeño pasillo, la puerta de su cuarto estaba entornada, lo que me pareció una invitación. Me acerqué sin saber muy bien qué demonios pretendía hacer ni qué iba a pasar. Con su madre en la cocina era evidente que no podía reclamar una sesión improvisada del juego de “el prisionero”, pero no podía evitar buscar a Aurora. Era como una especie de imán. La sangre corría a toda velocidad por mis venas, lo que hacía que me palpitaran las sienes y que mi miembro estuviera a punto de alcanzar su máxima solidez. Empujé con suavidad la puerta, que chirrió quedamente al desplazarse. Los rojizos matices del crepúsculo entraban por la ventana e inundaban la habitación de cálidas y reconfortantes tonalidades. Había entrado allí otras veces, pero esa tarde me parecía que estaba accediendo a la guarida de un animal fascinante y peligroso. De pie junto a la cómoda y vestida con el albornoz, ella me miraba con mechones de pelo mojado adornando sus agradables facciones. Se diría que había estado esperándome pues no le sorprendió verme apoyado en el marco de la puerta, con la taza en la mano. Me regaló una sonrisa y dejó caer la prenda desde sus hombros, quedando desnuda ante mí. La piel de su cuerpo inmaduro parecía blanco marfil. Extrajo unas braguitas rosas del cajón de la cómoda mientras seguía sonriendo y se las ajustó. El elástico de las bragas lucía un lacito que adornaba el glorioso bulto que formaba su monte de venus en la prenda. Me pareció más sexy en braguitas que desnuda.

Los pasos de Mayte subiendo por la escalera me sacaron de mi embeleso y maldiciendo mi suerte por tener que dejar de disfrutar de semejante espectáculo, alcancé ágilmente el baño antes de que apareciera y me encerré. Me senté en el taburete. Una tremenda erección palpitante me molestaba en mis calzoncillos. Todo parecía estar envuelto de la irrealidad de los sueños, y me sentía algo fuera de mí; lo que me estaba sucediendo sólo pasa en las novelas y tenía que tragar saliva y asimilarlo. Si yo, a mi edad, estaba viviendo todo esto con tanta intensidad, ¿qué estaría pasando por su cabecita? Sentí el móvil vibrar en el bolsillo y lo saqué. “Mensaje de Aurora” decía la pantalla de bloqueo.

-Te gusto? ;)

-Pequeña, eres el animalillo más bello que he visto en mi vida.

-Jajajaja, exagerado.

-Te lo prometo. Eres muy bonita.

-Gracias ;*. Pero hay un problema

-Cual

-Que tú me has visto a mí, pero yo no te he visto a ti

-Quizá podamos arreglar eso un día de estos

-No sé si podré esperar… Te haces un selfie en el espejo? ;)

No podía creer que Aurora la dulce, la del colegio católico, la niña del uniforme y los brackets estuviera manteniendo con su padrastro tal conversación. Había que tener mucha seguridad para decir esas cosas, aunque fuese por whatsapp. “Un minuto” respondí. Y poniéndome de pie, me miré al espejo. La persona que me miraba desde allí me pareció un desconocido. Me desnudé y me hice unas fotos. Seleccioné aquella en la que me pareció que mi formidable erección se veía más grande y la mandé. “Escribiendo…”

-Vaya! No sé cómo tardé tanto en notarla bajo el edredón

-Jajajaja no es para tanto

-Y está así por mí?

-Sólo tú me la pones así

-No sé si está bien (por mamá), pero me encanta leer eso

-No te sientas mal, los sentimientos son incontrolables

-Siempre dices lo apropiado, y siempre me haces sentir bien. Te quiero

-Y yo a ti pequeña

-Uf, como me gustaría que me abrazases ahora mismo

-A mí también. Abrazarte y hacerte mía

-Hasta el último de mis pelos es tuyo. Puedes hacer conmigo lo que quieras

Alucinaba con esa manera de entregarse sin reservas. Quizá después de tantos años de agradable convivencia, sentía gran confianza hacia mí, y me consideraba alguien cercano y sensible. Pensé que podía subir el tono de la conversación. Me vi reflejado en la mampara de la ducha y una bombilla se encendió en alguna parte:

-Me gustaría estar dentro de ti

-Me gustaría sentirte en mi interior

Bien, no parecía que fuera a asustarse por nada:

-Me gustaría darte mi leche

-Me gustaría que me la dieras

-Puedes venir al baño?

-Sí pero… no estamos solos

-Te voy a dejar un regalo en la mampara de la ducha. Espero que te guste. Cuando me oigas salir ven rápido

-Vale. Yo ya te dejé un regalo en el cesto de la ropa sucia

Sobre otras prendas, había allí un culotte con un dibujo de Hello Kitty en la parte de delante. Lo acerqué a mi cara. Su aroma era una mezcla de sudor íntimo y suavizante, pues solía ducharse a diario. Definitivamente, Aurora era una fantasía hecha realidad: una preciosa colegiala con uniforme y bragas de Hello Kitty. Sólo le faltaban las trenzas. Me levanté, me acerqué al cristal y comencé a masturbarme mientras aspiraba aquel olor afrodisíaco. La imagen de sus pechitos de porcelana envueltos en las tonalidades rojizas del crepúsculo vino a mi mente con fuerza. La tórrida conversación también me había excitado mucho así que, en cuestión de segundos, varios chorros enérgicos de mi espesa esencia empaparon la mampara de la ducha y resbalaron unos centímetros hasta que se detuvieron.

Me recompuse y salí del baño. Ella apareció en el pasillo ataviada con cómodas prendas que delataban sus incipientes formas femeninas. La ausencia de sujetador bajo la camiseta era más que evidente. Nos cruzamos silenciosamente mirándonos a los ojos. Su cabello, aún húmedo y perfumado, desprendía una fragancia embriagadora. Justo cuando Aurora cerraba el pestillo del baño, Mayte salió de nuestro cuarto y me vio allí parado con la taza en la mano.

-¿Te has metido el té al váter? Qué raro estas esta tarde…

Con la serenidad que proporcionaba el reciente orgasmo, sonreí e hice un chiste sobre las cualidades laxantes del poleo. Bajamos juntos las escaleras. Ahora que había eyaculado sentía cierta compasión por Mayte, que permanecía totalmente ignorante sobre los terribles tejemanejes que nos llevábamos su hija y yo desde hacía unos meses. Cuando sentí el móvil vibrar en mi bolsillo, la chispa del morbo brotó nuevamente en mi interior, así que alcancé mi despacho y me encerré. El mensaje de whatsapp era una foto de un primerísimo plano de la boca abierta de Aurora. Sus labios carnosos y sus dientes enjaulados enmarcaban una lengua blanqueada por mi esperma. “Delicioso” rezaba el mensaje. Me recosté en el sillón y la imaginé de rodillas lamiendo el cristal. Reflexioné sobre la situación. ¿Cómo evolucionaría este asunto? Tenía rendida a mis pies a una chica que podría ser la fantasía erótica del más pintado; por otro lado, dormía en la habitación de al lado y era la hija de mi mujer. Me sentía muy cerca, y a la vez muy lejos del paraíso del morbo. Saqué de mi bolsillo sus braguitas y las volví a oler. Sonreí. Mi pene palpitó.