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Rompiendo tabús

en Amor filial

La historia que voy a relatar no me ocurrió a mí, pero recuerdo cómo un compañero del colegio me la contó. Recuerdo que flipaba con su historia, aunque evidentemente no entró en muchos detalles; el escuchar aquello me causaba una sensación extraña que no sabía identificar entonces por mi tierna edad, y que ahora reconozco como morbo; también sentía envidia, porque su hermana era una de las chicas más guapas de la manzana. Voy a basar mi relato en las cuatro cositas que se atrevió a contarme. Aunque los detalles y la narración son de mi cosecha, lo cierto es que pasó. No creo que se inventara tamaña historia, es algo demasiado tabú como para joder la reputación de su hermana de esa manera. Me hizo jurar que no contaría nada y cumplí con mi palabra. Hoy, tantos años después, aún lo recuerdo con morbo y me pregunto qué habrá sido de ellos. Allá vamos, espero que os guste.

La mañana se estaba torciendo y negros nubarrones empezaron a formarse en el horizonte. Jaime los miraba con languidez desde la silla de su escritorio. No entendía por qué debía aprenderse de memoria esas cosas estúpidas que les enseñaban en clase de Ciencias Naturales. Nunca había sacado malas notas, pero no le entusiasmaba estudiar. Simplemente lo hacía porque era un chico bien educado y responsable. Esto no le hacía ser uno de los más populares del colegio, y su extrema delgadez y sus gafotas tampoco ayudaban. Era domingo por la mañana y se le ocurrían mil cosas mejores para hacer que estar estudiando Naturales, pero al día siguiente tenía un examen importante y le había prometido a sus padres, antes de que se fueran al pueblo, que estudiaría. Era una costumbre de la familia ir todos juntos (los padres y los 5 hijos) los domingos a misa al pueblo, y ya de paso comer en casa de los abuelos, pero tanto él como Malena, la mayor de sus hermanas, tenían examen el lunes, así que sus padres habían consentido dejarlos solos todo el día, depositando toda su confianza en ella para que no pasara nada.

-¡No discutais!- gritó mamá desde el rellano del ascensor mientras papá cerraba la puerta de la casa-. ¡Haz caso de tu hermana que es la mayor!¡Y tú!- dijo mirando ahora a Malena, quien permanecía de pie junto a Jaime en el recibidor de la casa observando cómo se iban todos- ¡Confiamos en ti, sé responsable y si pasa algo llama a casa de los abuelos! (en aquella época los móviles no existían). La palabra “abuelos” se vio cortada por el portazo que dio el padre con cara de cansancio.

Ambos se encaminaron sin mediar palabra a sus respectivos cuartos, enfundados en sus espantosos pijamas de invierno, pues cuando no había previsión de salir de casa, tenían la costumbre de no cambiarse. Recorrieron el pasillo en lenta procesión y se metieron en sus respectivas habitaciones situadas una frente a otra. Estaban tan flacos (la delgadez era cosa de familia) que el pijama de Jaime colgaba casi en línea recta desde sus hombros hasta el suelo, y lo mismo habría pasado con el de Malena si no fuera por los dos bultos de su pecho que, si bien no eran enormes, enmarcados en un cuerpo tan delgado parecían muy grandes para una chica de su edad. Jaime había ido desarrollando en el último año un creciente interés por el desnudo femenino, y aunque nunca había mirado a sus hermanas con ojos lascivos (¡por Dios, eran sus hermanas!), era consciente de que, al menos las dos más mayores, Malena y Laura, eran muy guapas. A pesar de ello, la única imagen que rondaba por su imaginación cuando se le despertaba el apetito sexual y su virginal pene se endurecía con el vigor propio de estas edades, era la de unas fotos de una revista porno que un chico repetidor le había enseñado una vez en el recreo. Una mujer rubia y muy maquillada era penetrada en varias posturas por un hombre con un pene enorme.

-Mola, ¿eh?-había dicho el chico mayor-. Cuando te empalmes, te la pelas y de repente, te da un gusto grandísimo y la lefa sale así como escupida; eso es que te has corrido.

Desde aquel día, había pensado mucho en aquellas fotos, e incluso había arrancado un par de anuncios de lencería de las revistas de su madre, para masturbarse mientras los observaba. Pero en casa eran muchos, compartía habitación con su hermano pequeño y la intimidad brillaba por su ausencia. Así que había intentado correrse por primera vez en su vida varias veces en el baño, pero no lo había conseguido.

Cuando, sentado a su escritorio, vio resbalar en el cristal de la ventana las primeras gotas de la inminente tormenta otoñal, su pene empezó a rezongar entre sus piernas, como si tuviera vida propia. Cuando era pequeño, su madre siempre le quitaba los calzoncillos cuando le ponía el pijama para que durmiese cómodo y él aún mantenía esta costumbre, así que su verga gozaba de libertad en la entrepierna. Quizá fue esa libertad junto a alguna que otra caricia en la zona mientras estudiaba, lo que había despertado a la bestia. A su mente acudió la imagen de una de sus compañeras de clase haciendo la prueba de resistencia en Educación Física.La chica era la que estaba mejor servida de delantera de toda la clase, y había sido una gozada observar el hipnótico bamboleo al trotar. Recordando aquello se pellizcó suavemente la punta del capullo moviéndolo dentro de su prepucio, lo que significó un punto de no retorno: ya no podría concentrarse. Mirando hacia la puerta entornada, se levantó y buscó los recortes de anuncios de lencería en su escondite. Los cogió, y se volvió a sentar, ocultándolos bajo el libro de Naturales, y allí sentado comenzó a tocarse observando todos los detalles de aquellas mujeres despampanantes en lencería. De repente, el ruido de una puerta abriéndose le heló el corazón. Sacó atropelladamente la mano de su entrepierna y ocultó los recortes bajo el libro de texto. Miró hacia la puerta con el corazón bombeando a 200 por el temor a ser descubierto por su hermana, pero lo único que acertó a ver por el estrecho hueco que dejaba la puerta entornada, fue a Malena pasando por el pasillo. Todo esto sucedió en dos segundos.

Mientras se tranquilizaba oyó cómo se cerraba la puerta del baño y se echaba el pestillo. Entonces actuó; no lo planeó, ni siquiera lo pensó, ni lo valoró moralmente; simplemente actuó. Tenía a una de las chicas más deseadas del barrio en el baño, y un minúsculo ventanuco de ventilación por el que podía asomarse si se apoyaba en la lavadora de la galería. No sabía qué iba a hacer su hermana en el baño, pero cabía la posibilidad de ver alguna parte prohibida de su cuerpo, y él estaba muy excitado. Sin arrastrar la silla para no hacer ruido se levantó y salió al pasillo. Con el sigilo de un ninja pasó por delante de la puerta del cuarto de baño; en la quietud de la casa vacía en la apacible mañana dominical, pudo oir nítidamente un chorrito. Estaba haciendo pis, por lo que tenía que darse prisa o llegaría tarde. Avanzó a zancadas sigilosas hasta la cocina y de ahí a la galería. Divisó el ventanuco en lo alto, y haciendo el menor ruido posible se arrodilló sobre la lavadora y se asomó al interior sin miedo, ya que si ella estaba sentada en el váter, debería estar casi de espaldas a la pequeña ventana. Así era. Malena estaba sentada en la taza y seguía oyéndose el chorrito. Quizá para estudiar más cómodamente, se había hecho la ralla en el medio y había recogido su pelo moreno detrás de las orejas en dos pequeñas trencitas que apenas llegaban a sus hombros. También podía ver un muslo derecho níveo y suave (volvió a tocársela levemente en la punta). El chorro de pis de su hermana empezó a perder fuerza hasta que se extinguió. Ella se limpió y se puso en pie. Entonces fue cuando Jaime, con la respiración agitada, el pulso a 200 y la erección más gloriosa de su vida presionando el pijama, vio las nalgas de su hermana. Eran blancas y perfectamente redondas. No era un culo muy grande, pues la chica estaba bastante delgada, y eso se notaba tanto en las nalgas como en los muslos, finos y separados entre sí. Pero lo cierto es que no tenía nada que envidiar a las chicas de la lencería. Cuando ella se agachó para subirse las bragas, y puso el culo en pompa, le pareció advertir una negrura entre los muslos, allí donde estos terminaban, pero el movimiento fue muy rápido y no pudo captar más. Unas bragas blancas de algodón, con motivos negros pequeños cubrieron el culo que medio barrio quería romper. Cuando se agachó a por el pijama, Jaime reaccionó y pensó que tenía que salir pitando de allí, porque para llegar a su cuarto tenía que pasar por delante de la puerta del baño y no le apetecía cruzarse con ella en el pasillo con la palabra “culpable” escrita en la frente. Volvió rápida pero cautelosamente por la cocina y se asomó al pasillo; todavía no había salido. Sin calzoncillos y en pijama, su erección era evidente. Avanzó rápido rezando para que su hermana no saliera y le descubriera, pero no había peligro pues se oía el grifo abierto. Llegó a su habitación y se sintió a salvo. La oyó salir del baño y entrar en su cuarto cerrando la puerta tras de sí. Sólo entonces Jaime fue plenamente consciente de lo que acababa de pasar. Pensaba que acababa de vivir la gran aventura de su vida, sin ser consciente aún de lo que le esperaba ese mismo día. Había espiado a su hermana y lo que es peor, esto le había excitado más que ninguna otra cosa en su vida. No sabía si en el catecismo se hablaba de algo así, pero seguro que debía ser pecado; y de los gordos. Recordaba la redondez y firmeza de las nalgas, la suavidad satinada de los muslos, pero sobre todo, aquella negrura entre estos cuando se agachó… Jaime había visto por primera vez en su vida un coño, y había sido el de su hermana, la bellísima Malena. No podía parar de frotársela sobre el pijama mientras recordaba todo esto.

Pero la lucha en su interior le turbaba: por un lado estaba excitadísimo, el corazón le galopaba en el pecho y el pene había alcanzado un grado de dureza similar al del acero reforzado. Sentía fuego en sus mejillas y no podía parar de acariciarse. Pero por otro lado, la férrea moral inculcada desde siempre le hacía sentirse mal consigo mismo; ¡era su hermana! ¿Cómo había podido hacerlo? ¿Y cómo es que le gustaba? ¿Por qué le había excitado tanto la visión de su hermana medio desnuda? ¡Dios, era su hermana! En ningún momento se le pasó por la cabeza dejar de masturbarse, estaba demasiado excitado, pero quizá, si se centraba en las modelos de la lencería podría sacar la imagen del culo de Malena de su cabeza. Se puso manos a la obra pero no había manera. Decidió estudiar y olvidar lo que había pasado, y casi lo consiguió por unos minutos, pero el recuerdo de lo que acababa de pasar volvía a él, así que se rindió y decidió seguir tocándose, esta vez pensando en ella. Así estuvo unos minutos, buscando la primera eyaculación. El grado de excitación era enorme, así que posiblemente lo conseguiría. De repente volvió a abrirse la puerta de enfrente y paró en seco ocultando velozmente su pene en el pijama. Pronto escuchó a su hermana en el salón hablando con alguna amiga por teléfono, así que siguió dándole a la zambomba. Cuando oyó que se despedía paró de nuevo y esperó a oir la puerta otra vez. Cuando esto sucedió siguió con la faena, pero con tanto frenazo y acelerón empezó a sentir una especie de dolor agudo en los testículos así que decidió parar un rato.

Sintió la necesidad de salir del cuarto, pensar en otras cosas, y así lo hizo. Salió al pasillo y miró la puerta cerrada de la habitación de Malena. Se dirigió a la cocina, abrió la nevera, y se quedó mirando a ninguna parte en concreto, sin poder quitarse de la mente la turbadora imagen del culo de su hermana. Volvió a cerrar el frigo sin coger nada y decidió tumbarse un rato en el sofá a mirar la tv. Daban algún programa juvenil, pero él tenía la cabeza en otro sitio. Un torbellino de emociones y pensamientos (muchos de ellos contradictorios)  se arremolinaban en su interior. Pensaba que estaba mal sentir eso, pero también sabía que si tenía la oportunidad de volver a espiar, lo haría; quería ver más, deseaba verle las tetas y el chocho.

Así estuvo absorto un buen rato, quizá una hora, cuando de repente escuchó abrirse la puerta del cuarto. Malena hizo su entrada en el salón y quizá por primera vez en toda la mañana Jaime la miró a la cara. Parecía aburrida por el estudio, pero aún así, seguía siendo preciosa (a él le pareció que estaba más guapa que nunca). Sus felinos ojos azules estaban enmarcados por dos mechones de pelo negro que nacían en la ralla del centro de su peinado. Su piel era blanca salvo por ciertas agrupaciones de pecas en las cercanías de su nariz y sus mejillas. Las dos trencitas aparecían tiesas tras sus orejas. Tenía desabrochados los tres botones del cuello del pijama de manera que podía verse un cuello largo y esbelto y su clavícula izquierda; incluso con aquel pijama estaba sexy. Era evidente que no llevaba sujetador (las chicas de la casa se lo quitaban para dormir), pues ningún tirante cruzaba aquella clavícula. El pezón de su pecho izquierdo se marcaba un poquito.

-¿No deberías estar estudiando, mocoso?-dijo ella.

-Ya me lo sé casi todo, solo me queda repasar- acertó a responder Jaime.

-Pues ayúdame a hacer la comida, que yo ya empiezo a tener hambre- exclamó dando media vuelta y dirigiéndose a la cocina.

Jaime creyó ver el borde de las bragas de su hermana atravesando en diagonal sus nalgas mientras andaba. Sabía que no debía mirar a su hermana con esos ojos, pero no podía evitarlo. Aquel culo con forma de cereza debía de ser la fruta prohibida. Se incorporó y entró tras ella en la cocina, sentándose rápidamente a la mesa, en previsión de que su pequeño mástil volviera a las andadas. Para comer había ensalada y tortilla, así que malena le alcanzó un cuchillo, una lechuga y dos tomates, indicándole que cortara y lavara las verduras. Ella sacó del frigo cuatro huevos y comenzó el proceso de batido mientras la sartén se calentaba. Como ella estaba concentrada en su tarea, no advirtió que Jaime no paraba de mirarla; más bien se la comía con los ojos, pues debido a los enérgicos movimientos de brazo para batir los huevos, los pechos de Malena se cimbreaban  trémula pero firmemente dentro de la sudadera. La reacción de su sexo no se hizo esperar, y agradeció el estar sentado. Se centró en lo suyo disimulando, lo que ayudó a rebajar un poco su erección. Las tortillas ya estaban en marcha cuando él lavó la ensalada y la aliñó.

Comieron en apenas 15 minutos, sin hablarse, sentados el uno frente al otro, y tras dejar todos los cacharros en el fregador, se tumbaron cada uno en un sofá a ver la tv.

En aquella época, la tv en España era mucho más ingenua que ahora, y era imposible ver nada excitante en la sobremesa, pero ella eligió una comedia romántica en la que los protagonistas eran una pareja de chicos guapísimos que descubrían el amor juntos. Al cabo de un rato ella exclamó:

-¡Qué suerte tienen algunas!

-¿Por?- preguntó él escuetamente.

-Pues mira, esa de la peli ha encontrado un chico que la quiere y la respeta, y están viviendo una historia de amor muy bonita.

-Sí, supongo que como todo el mundo.

-No creas que es tan fácil, mocoso- respondió ella incorporándose un poco en su sofá para poder mirar mejor a Jaime. Apoyó el codo izquierdo mientras seguía recostada y la prenda de dormir se deslizó un poco más, mostrando no sólo la misma clavícula de antes, sino también el hombro.

-No sé, todo el mundo acaba encontrando novia-zanjó él.

Ella se lo quedó mirando unos segundos, como digiriendo lo que acababa de oír y volvió a fijarse en la película, en la cual, después de varias escenas, los protagonistas consumaban su amor acostándose juntos, en una escena totalmente descafeinada.

-¡Y qué suerte tienen algunos!- las palabras se le escaparon a Jaime de la boca; ni siquiera había terminado la frase cuando ya empezó a sentir una especie de nervios. Ella se giró para mirarlo con una media sonrisa y le preguntó que por qué.

-Pues porque va a hacerlo con esa tía tan buena- siguió hablando en contra de lo que  su razón ordenaba. Ella guardó silencio un rato como reflexionando, y Jaime pudo observar otra vez la forma de aquel pezón que volvía a marcarse. Él no lo sabía, pero Malena empezaba a sentir una pequeña excitación, tanto por la película como por el comentario de Jaime.

-¿Nunca has tenido novia Jaime?- le soltó así de repente. Aunque tenía mucha confianza con todos los miembros de su familia, nunca había mantenido ninguna conversación personal con ninguna de sus hermanas. Realmente no hacía mucha falta porque en casa se hablaba mucho en la mesa, y prácticamente lo sabían todo de todos.

-Claro que no-.

-¿Y nunca has hecho nada con una chica?

-¿Pero qué dices?-dijo él fingiendo con el tono de su voz que le molestaba la pregunta.

-No sé, ¿ni un besito ni nada?

-Una vez en el pueblo una niña y yo nos besamos un rato detrás de la parroquia.

-¡Ala! ¿en serio? ¿pero con lengua?- siguió ella, cada vez más interesada en la historia de su hermano, y menos en la película.

-¡Que va!, eramos pequeños- dijo él como si ahora ya fuera un adulto. El interés que ella mostraba por su historia, sumado a los acontecimientos de la mañana, consiguió que se le pusiera dura al instante. Le excitaba sobremanera tener ese tipo de conversación con ella, que su preciosa hermanita se interesara por su vida íntima. El silencio podía cortarse, hasta parecía que se hubiera apagado la tv. Él, como guiado por un apuntador, consiguió hacer los comentarios y las preguntas adecuadas, empezando por la que rompió la barrera de pudor entre ambos.

-¿Y tú has hecho algo ya?

-¿Y a ti qué te importa mocoso?-se revolvió en el sofá.

-Vale, vale, perdona. Como tú preguntaste…

-No pasa nada…- y tras un breve silencio- ...lo máximo que he hecho ha sido besarme con un chico del instituto a oscuras, en casa de una amiga. Jugábamos a algo estúpido y nos pusieron esa prueba, así que entramos a una habitación y nos morreamos.

-¿Y no te metió mano?

-¡Y dale con las preguntitas!- exclamó ella haciéndose la ofendida.

-Jo, lo siento; no lo haré más…

-Bueno, me tocó un poco una teta, pero se pasó el tiempo y nos abrieron la puerta los demás.

-Pobre chico, se quedaría con las ganas de seguir- se atrevió a decir Jaime, que notaba, al igual que Malena, como si una barrera entre los dos hubiera caído, y pudieran hablar francamente.

-Y pobre yo también, que una no es de piedra- respondió ella. Este comentario hizo que por primera vez, Jaime se diera cuenta de que su hermana también se excitaba y le interesaba el sexo. Pues claro, era una chica normal como otra cualquiera, y tenía las mismas necesidades que todas las demás. Lo que pasaba es que nunca había pensado en ella y en sexo a la vez, y se le hacía raro. Raro y tremendamente excitante. Malena se quedó pensativa y preguntó:

-¿Nunca has pensado en cómo será la primera vez que lo hagas?

-No. Algunas veces pienso que quiero hacerlo, pero no en cómo será.

-Yo sí lo he pensado y es una sensación rara, porque por un lado, muchas veces quiero hacerlo, pero luego pienso que me voy a morir de vergüenza y no sé si quiero hacerlo. En fin, que quiero pero no quiero.

-Ahora que lo dices, da un poco de susto.

-¿Verdad? Pienso en quedarme desnuda delante de un chico, y me muero de vergüenza.

-Pues no sé por qué. Todo el mundo dice que eres muy guapa, y tienen razón- dijo. Jaime no podía creer lo que estaba pasando. Se estaba creando una atmósfera super-erótica en el salón, hablando los dos de tales intimidades con tanta confianza mientras fuera la tormenta no cesaba de descargar y las nubes negras encapotaban todo el cielo.

-Qué mono eres, muchas gracias hermano.

-Es verdad. Yo sí que me moriré de vergüenza cuando me tenga que desnudar delante de una chica, que estoy hecho un palillo.

-Jajaja, no es para tanto- respondió la hermana. Tenía las mejillas enrojecidas, pues ella no era inmune al erotismo que suponía tener una conversación tan tabú con su hermano menor. Tras unos segundos, se mordió el labio inferior sonriendo, apagó la tv y dijo:

-Oye, ¿hacemos una cosa?

-Qué- respondió él medio asustado medio emocionado por el giro que estaba tomando el asunto.

-A lo mejor… digo yo que... si nos desnudamos uno frente a otro… tal vez perdamos algo de vergüenza- soltó a trompicones. Le costó muchísimo llegar al final de la frase, pues la cosa era como muy prohibida; un trueno retumbó oportuno justo cuando terminó. Los corazones de ambos chavales galopaban a una velocidad endiablada y la sangre se arremolinaba en las mejillas de los dos hermanos.

-No sé- acertó a decir él. Sabía que debía decir que no, pero se resistía a hacerlo.- También me da vergüenza que me veas tú…

-Podemos hacer una cosa. Apagamos las luces y como está anocheciendo, nos vemos medio en sombras.

Efectivamente, aún no era de noche, pero los nubarrones habían ensombrecido bastante el cielo y la tarde estaba ya declinando.

-Bueno, vale- aceptó.- Pero no te rías.

-Lo juro- dijo ella. Los dos rieron nerviosos y Malena se levantó a apagar la luz de la lámpara. La penumbra se apoderó del salón, y el ambiente resultó perfecto. La suficiente oscuridad como para no poder mirarse con claridad a los ojos, pero la suficiente luz como para ver el cuerpo del otro sin problemas. Ella volvió de apagar la lámpara y quedaron de pie uno frente a otro, sobre la alfombra. Jaime suplicó para sus adentros que la penumbra disimulara la enorme erección que estiraba su pijama, y al parecer así fue, porque ella no hizo gesto alguno de notarlo. Sólo se oía la lluvia en los cristales y las respiraciones agitadas de los dos.

-Primero la parte de arriba- dijo Malena.- Tú primero.

Sin rechistar, se sacó la sudadera. Efectivamente estaba muy flaco, pero no resultaba desagradable ni gracioso; al contrario, la tenue luz esculpía ciertas líneas en su torso dibujando lo que intentaban ser unos pectorales y unos abdominales que resultaron muy del agrado de Malena.

-Te toca- dijo él casi temblando. Ella se sacó también la sudadera por la cabeza en un movimiento que Jaime vivió como a cámara lenta y la tiró al suelo. Delante de Jaime aparecieron dos pechos preciosos que temblaron firmemente cuando ella arrojó la prenda. No eran muy grandes, pero lo suficiente como para que colgasen en la medida justa. Su perfecta redondez nacía en las axilas y se completaba cerca del esternón. Dos pequeñas aureolas que Jaime estimó rosadas en la oscuridad, enmarcaban sendos pezones que parecían tirar de aquellas gloriosas esferas hacia arriba, pues hacia allí apuntaban. De sus esbeltos hombros colgaban unos brazos delgados y delicados que dejaban un buen espacio entre ellos y su cintura. El ombliguito negro parecía un punto entre los “paréntesis” que formaba su abdomen a cada lado. La penumbra acentuaba las sombras que formaba cada línea del cuerpo de aquella diosa adolescente.

Él se quedó sin habla, hipnotizado. Hubiera podido estar observándola así eternamente. La única parte de su cuerpo que se movía era su misil, al ritmo de las pulsaciones incontrolables que la extrema excitación le estaba produciendo.

-¿Te gustan?- preguntó ella con valentía.

-Sí- respondió con un hilo de voz.

-Ahora los pantalones. Tu primero otra vez.

-Malena… no llevo ropa interior.

-Ya lo sé- sonrió.- ¿Te crees que no me había dado cuenta?

Él miró hacia abajo y efectivamente, ninguna sombra habría podido ocultar el bulto de sus pantalones. Despacio, casi como si se estuviera arrepintiendo en el último momento, agarró el elástico del pantalón y lo deslizó hacia abajo, quedando totalmente desnudo ante su hermana. Aunque no podía verle los ojos con nitidez, era evidente, por la inclinación de la cabeza, que ella estaba mirando aquel torpedo, duro como la roca, que apuntaba directamente a la cara de ella. Él también se miró; nunca se la había visto tan grande. Le había crecido tanto que la punta de su glande asomaba fuera del prepucio, cosa que nunca había sucedido sin ayuda. Aunque le daba mucha vergüenza que ella se percatase, no podía evitar las pulsaciones de excitación que hacían que su pene se moviera de arriba a abajo de tanto en tanto.

Así estuvieron unos eternos segundos: él casi tiritando de nervios; ella con la respiración tan agitada que hacía que sus pechos subieran y bajaran rítmicamente. Sin mediar palabra ella hizo lo mismo que él y se quedó en bragas. Por supuesto, eran las mismas con las que la había visto en el baño por la mañana. Un bultito destacaba en la zona de la vulva, y hacía que dos muslos de mármol se separaran levemente al llegar a tales regiones. Entonces ella tiró de las bragas hacia abajo y estas se precipitaron hasta sus tobillos. Un coqueto triangulito de vello negro se situaba en el justo centro entre dos tímidas caderas. Ahí estaba; el primer coño que veía en vivo y era el de su hermana. El felpudito ejercía una mágica atracción sobre él, y no podía dejar de mirarlo. Le apetecía examinarlo, estudiarlo, manejarlo; descubrir todos sus secretos y rincones.

En teoría, el juego había llegado a su fin, pues de eso se trataba: desnudarse delante del otro para perder vergüenza. Evidentemente, él pensaba que la cosa no pasaría de ahí, pero se daba por más que satisfecho. Había visto por primera vez en su vida a una chica completamente desnuda, y para colmo era preciosa y ¡era su hermana! Pensó en guardar en su memoria lo mejor posible todos los detalles del cuerpo escultural que tenía delante, pues era material de primera para futuras pajas; seguro que el orgasmo llegaría pronto.

Pero para ella la cosa era distinta. Le gustaba aquel torso fibrado y aquel pene duro y saltarín. El vello más cercano a sus labios vaginales estaba totalmente empapado y expandía la humedad al interior de sus muslos. En su conciencia también se estaba librando una gran batalla moral, pero llegados a ese punto, no le pareció tan mal alargar el juego tanto como fuera posible.

-Se te mueve la polla- dijo en tono neutro. Oir a su dulce hermana pronunciar esa sucia palabra, le provocó otro espasmódico movimiento de pene.

-No puedo evitarlo.

-¿Se te ha puesto tan dura por mi?

-Sí- respondió en un hilo de voz, lo que provocó más lubricación aún en la vagina de ella. Estaba excitadísima y sentía un deseo irrefrenable de tocársela. Traspasó el último círculo del infierno cuando preguntó:

-¿Te la puedo tocar?- exclamó invadida por el miedo y la vergüenza, pero sin poder evitarlo.

-Vale- dijo él.- Pero yo a ti primero.

-Vale- dijo ella. Y todo lo que sucedió a continuación fue vivido por Jaime como en un sueño, donde haces las cosas sin saber muy bien ni cómo ni por qué.

Se acercaron al sofá y se sentaron. Ella echó el culo hacia delante dejando la mitad de sus nalgas suspendidas en el aire. Él alargó la mano, la posó en su bajo vientre y la fue deslizando hasta que hizo contacto con el vello. Siguió hacia abajo y notó el aumento de humedad. La miró extrañado y comprobó que ella tenía los ojos cerrados y por su boca entreabierta respiraba nerviosamente. Notó el principio de su rajita; allí el vello estaba directamente empapado. Empezó a manosearla. No sabía muy bien dónde ni cómo tocarla, pero a juzgar por los gemiditos que comenzó a soltar, no lo estaba haciendo mal. De repente ella le acarició el pelo y susurró:

-Abre la boca y cierra los ojos.

Él obedeció al instante y pudo sentir los labios de su hermana sobre los suyos. La lengua de la chica acarició la del chico, se endureció y la recorrió en círculos rodeándola. Jaime se sentía transportado degustando la saliva de Malena, mientras no paraba de acariciarla. Se separó para tomar aire y vió que ella se estaba pellizcando un pezón. Eran los orígenes de una auténtica viciosa. Entonces él se arrodilló en el suelo frente a ella. La perspectiva que tenía era inmejorable: los muslos abiertos, el chochito abierto, las nalgas colgando…

-Bésamelo- jadeó

Acercó su cabeza lentamente hasta que se lo besó empapándose la boca y la nariz. Se dijo que aquello no sabía bien, pero le gustaba, ¿cómo era ello posible? Se acercó otra vez y lo volvió a besar. Ella casi gritó “¡chupa!” y le sujetó la cabeza, así que comenzó a lamerla mientras ella gemía con los ojos cerrados y se pellizcaba los pezones. Entonces le invitó a que le metiera dos dedos, le cogió la mano y lo guió, metiéndole los dedos en aquel agujero encharcado, suave y caliente. Entonces soltó un grito de dolor; había sido desvirgada y afortunadamente apenas había notado un segundo de dolor agudo, pero nada más. Jaime inició el mete-saca mientras ella gemía y se movía el clítoris en círculos. Era evidente que sabía masturbarse. No pasó ni un minuto hasta que arqueó la espalda en un espasmo y soltó varios grititos agudos. Se desplomó en el sofá con los ojos cerrados y se relamió los labios. “Se habrá corrido” elucubró él. Sacó los dedos y vió que los tenía algo teñidos de la sangre de su hermana. No se asustó, sabía lo que eso significaba. Transcurrido un minuto, ella abrió los ojos, sonrió y dijo un quedo “te toca”. Le indicó que se sentara igual que ella, y obedeció. La chica se arrodilló en el sofá y le acercó una teta a la cara. Él se las sujetó por abajo y chupó la más cercana. En esos menesteres estaba cuando sintió los dulces deditos de su hermana recorriendo su muslo hasta el escroto, que también fue acariciado. Un escalofrío azotó su cuerpo cuando ella agarró el pene. Con curiosidad, bajó toda la piel lentamente dejando el glande totalmente al descubierto. Mientras sujetaba la polla con una mano, con un dedo de la otra recorrió los contornos del glande. Realmente no le estaba masturbando, simplemente satisfacía su curiosidad. Él estaba en el noveno cielo, con la respiración agitada veía a su hermana tocársela con una erótica mezcla de curiosidad y vicio. Cuando ya llevaba un rato subiendo y bajando su mano por su verga, Jaime pensó que por mucho que estuviera disfrutando, debía sincerarse con ella.

-Malena… yo aún no me corro, podemos estar así toda la tarde…

Ella paró, lo miró directamente con sus preciosos ojos azules y sin decir una palabra sonrió y se colocó de rodillas en el suelo tal y como había hecho él antes. Recorrió sus muslos  con las manos desde las rodillas y cuando estaba llegando a las ingles, se abalanzó sobre su miembro se lo metió en la boca y empezó a hacer con la lengua lo mismo que cuando lo había besado. Jaime echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y empezó a bufar. Volvió a mirarla y ella lo estaba mirando con la boca llena: las trencitas tras las orejas, las mejillas rosadas, los ojazos azules mirando hacia arriba… aquella nínfula era chica más guapa del mundo.

Durante unos diez minutos la lamió, la chupó, la succionó, la cubrió de saliva caliente, le sobó el escroto con los labios… utilizó todo el repertorio que había visto en una cinta porno que le había dejado una amiga.

Malena seguía muy caliente, así que de repente se incorporó, se subió a orcajadas sobre Jaime, apuntó con su pétreo rabo a su tesoro, y muy lentamente se fue sentando sobre él hasta engullirla por completo. Él pensó que le haría daño retirar toda la piel hacia atrás, pero el lento movimiento de ella, quien tenía una especie de “sexo” sentido para hacer siempre lo más adecuado, hizo el lance de los más placentero. Comenzó a cabalgar despacio. Los dos gemían y resoplaban; Jaime sentía la humedad de ella hasta en el vientre y le resbalaba por el escroto. Notaba sus nalgas en los muslos cada vez que ella bajaba y se la metía por completo en sus entrañas, lo que producía un “chop” que delataba el grado de excitación de la chica. Pasaron así un buen rato; él advirtió que ella llegó al climax al menos dos veces más, pues de repente aceleraba el ritmo, apretaba los dientes y le arañaba los hombros y el pecho. Hacían la pareja perfecta: la chica insaciable con el chico interminable. Se besaban y se acariciaban sin parar. Él disfrutó del momento: le estrujaba los perfectos pechos y le sobaba el culo alternativamente. De repente, un cosquilleo empezó a apoderarse de su pene; una sensación jamás sentida comenzó a embargarle. “Creo que me voy a correr”, pensó.

-Malena, creo que me voy a correr…

-Y yo- susurró jadeando- no pares, no pares, no pares.

No podía pensar en nada, la sensación placentera iba en aumento, gemía sin cesar, apretaba los dedos de los pies, hasta que la sensación llegó a su pico, contrajo todos los músculos de su cuerpo, apretó las nalgas, e inmensos y poderosos chorros de semen que se había ido acumulando durante todo el maravilloso día, comenzaron a invadir la vagina de su hermana. Cinco, seis y hasta siete espasmos soltaron sendos chorretones que anegaron sus entrañas y empezaron a resbalar y desbordarse chorreando por sus testículos. Afortunadamente cayó al suelo y no a la alfombra. Sin sacarla, ella se recostó sobre él y permanecieron así un rato.

Les dio tiempo a recomponerse y ordenarlo todo antes de que llegaran los demás.

 

No sé más de la historia. No sé si lo volvieron a hacer. Sí sé que Jaime lo disfrutó en todo momento y vivió una gran experiencia con la que muchos fantaseamos.