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Adiestrando a mi cuñada 1 - O todo o nada

en Dominación

EL COMIENZO

 “¡Súbete encima de la mesa!”, le ordenó, perentoriamente, Alejandro.

            Puri se sorprendió tanto ante lo inesperado de la petición del hombre que, por un efímero instante, no supo cómo reaccionar, y antes de que su mente pudiera asimilarlo, él volvió a repetir la orden, pero esta vez en un tono mucho más perentorio.

            “¡¿Estás sorda o eres estúpida?!. ¡¿No me has oído?!. ¡¡Súbete en la mesa ahora!!”.

            Aterrada por la violencia contenida en su tono de voz, Puri se apresuró a cumplir la orden, subiéndose sobre la mesa, a pesar de la dificultad que suponían los tacones altos de sus zapatos.

            Una vez estuvo subida encima de la mesa, él la miró y volvió a hablar: “¡Ahora, desnúdate!”.

            La cara de Puri debió reflejar el desconcierto que sentía, porque, casi enseguida, Alejandro le espetó: “¿Es que siempre tengo que decirte las cosas dos veces?. No estoy dispuesto a ello. Bájate de ahí y vete”.

            Esta vez, la sorpresa de Puri fue mayúscula. ¡La estaba echando!. ¿Y su acuerdo?. ¡Esto no podía estarle pasando a ella!. ¡Después de tanto tiempo preparándose para esto, no podía echarla sin más!. Los pensamientos cruzaban su mente como una exhalación mientras él ni tan siquiera la miraba, abstraído en sus propios pensamientos. ¡Tenía que hacer algo!. ¿Pero qué?. La respuesta era obvia, tenía que demostrarle que estaba dispuesta a seguir adelante hasta las últimas consecuencias, y, en aquel momento, ella únicamente tenía una forma de hacerlo: desnudarse. ¡Tenía que hacerlo!.

            Lentamente, casi como si tuvieran vida propia y su mente no las controlara, sus manos empezaron a desabrochar los botones de su blusa, de uno en uno, mientras su mirada se clavaba en un punto de la pared detrás de Alejandro. ¡No podía mirarle a la cara mientras se exhibía desnudándose delante de él!. De repente, fue plenamente consciente de lo que estaba haciendo. ¡Estaba subida en una mesa como en un estrado, desnudándose delante de un hombre como una prostituta!. La idea hizo que un intenso rubor coloreara sus mejillas, y la turbación provocó que perdiera la concentración en lo que estaba haciendo, e hizo que sus manos tuvieran que luchar para desabrochar el último botón.

            Sin embargo, por fin todos los botones estuvieron desabrochados, y Puri se abrió la blusa, dejándola resbalar por sus brazos hasta quitársela, mostrando sus turgentes pechos, ocultos apenas bajo el mínimo sujetador y con las aureolas de sus pezones perfectamente visibles bajo la seda. Para aumentar su turbación, Puri pudo comprobar que sus pezones, ostensiblemente erectos, se marcaban claramente a través de la suave y fina tela de la pequeña prenda, lo cual no hizo sino aumentar su sonrojo.

            Con el rostro adorablemente enrojecido por la vergüenza y la mirada baja, Puri dudó nuevamente, durante un mínimo instante, antes de llevar sus manos al costado de la falda para bajar la cremallera. La dejó deslizarse por sus piernas, ayudando con un leve contoneo de caderas que, aunque él no dejó que trasluciera, excitó soberanamente a Alejandro, el cual, procurando que ella no se percatara, no se perdía detalle de su “actuación”, casi adivinando sus pensamientos y plenamente consciente de su turbación.

            Finalmente, Puri se deshizo de la falda con un puntapié. “Si quieres verme actuar como una puta, actuaré como una puta. Haré lo que sea para que no me digas otra vez que me vaya”, pensaba. Entonces, por fin, levantó la mirada hacia él, levantó los brazos, y giró sobre sí misma para que pudiera apreciar el conjunto de su cuerpo, dando gracias mentalmente ahora por haber elegido un conjunto de lencería con tanga, por más desnuda que se sintiera, incluso con la prenda aún puesta, y por más incómoda que fuera la dichosa tira de tela introduciéndose entre sus nalgas.

            Sin embargo, la reacción del hombre sentado frente a ella de nuevo la sorprendió desagradablemente. “¡Te he ordenado que te desnudes!. ¡Simplemente eso, que te desnudes, y no que me hagas un striptease como cualquier puta de tres al cuarto!. ¡¿Tan difíciles de entender son mis instrucciones?!”, bramó, “¡Quiero verte completamente desnuda ahora!”.

            Inmediatamente, Puri llevó sus manos a su espalda, tanteando hasta encontrar el cierre del sujetador. Sólo una furtiva lágrima que resbaló por su mejilla y el par de nerviosos intentos que necesitó para poder desabrochar el cierre revelaron cuánto la habían herido sus palabras. ¡Ella se estaba comportando así por él!. ¡Porque creía que aquello era lo que él quería!. ¡Porque creía que él quería verla rebajada a comportarse como una vulgar prostituta para humillarla de tal manera que desistiera de sus propósitos!. Si no era así, ¿qué demonios quería de ella?. ¿Cómo esperaba que actuara?. ¡Oh, Dios mío!. La mente de Puri bullía con aquellos pensamientos mientras se quitaba el sujetador, lo tiraba al suelo, se descalzaba, y procedía a quitarse las medias deslizándolas por sus bien torneadas piernas.

            Finalmente, introduciendo los pulgares en los costados del tanga, lo hizo deslizarse igualmente a lo largo de sus piernas y se lo quitó. La chica dudó un breve instante antes de incorporarse nuevamente. ¿Qué querría que hiciera entonces?. Después de su exabrupto, Alejandro parecía haber dejado de dedicarle la menor atención, a pesar de que se estaba desnudando para él, así que esperaría sus instrucciones. Sin embargo, mientras tanto, ¿debía esperar completamente desnuda o debía volver a vestirse?. Obviamente, desechó esta última idea tan pronto como le vino a la cabeza. ¿Debía volver a ponerse los zapatos de tacón?. ¡Ahora sí que la había hecho buena!. ¡¿Cómo se le había ocurrido pensar en esa idea?!. Sin embargo, sabía que a muchos hombres les excitaba contemplar a una mujer desnuda, “vestida” únicamente con unos zapatos de tacón alto, y, además, el mármol de la mesa estaba muy frío bajo sus pies descalzos, pero eso no le suponía mayor problema, algo que sí le planteaba la idea de volver a ponerse o no los zapatos.

            Su dilema se resolvió bien pronto. Sin mirarla, Alejandro se dirigió nuevamente a ella para darle sus nuevas instrucciones. “Baja de la mesa, coge una silla y ponla en el centro de la habitación. Colócate detrás de la silla y agarra el respaldo con ambas manos”, le dijo.

            Mientras la chica así lo hacía, él continuó: “Ahora, sin soltarte del respaldo, retrocede e inclínate hacia delante todo lo que puedas”.

            Puri obedeció sus órdenes al pie de la letra, ofreciendo, en esa posición, una agradable visión de su expuesto trasero. Entonces Alejandro se levantó del sillón y se acercó a ella por detrás. Puri, al sentir su presencia a su espalda, volvió la cabeza para mirarle. “¡No me mires!. ¡Mantén la cabeza agachada!”, le ordenó. “Ahora, separa las piernas”. Puri obedeció sin titubear. “Más, más, todavía más, todo lo que puedas”.

            Ahora no era únicamente su trasero lo que quedaba expuesto. En aquella posición, inclinada y con las piernas muy abiertas, todas sus partes más íntimas quedaban completamente a la vista del hombre. “¿Qué va a hacerme ahora?”, pensó Puri. Pronto salió de dudas al sentir la mano de Alejandro introduciéndose entre sus piernas, cogiendo su coño, y tirando de su cuerpo hacia arriba. “¡De puntillas!. ¡Y no se te ocurra plantar el pie sin mi permiso!”. Puri volvió a obedecer sin rechistar, pero un escalofrío recorrió su cuerpo. “¿Cómo es posible que siempre consiga sorprenderme?”, pensó, mientras sentía cómo la mano del hombre se retiraba de entre sus piernas.

            “Ahora vamos a hablar claro, Puri”, le dijo entonces. “Voy a exponerte la situación y sus consecuencias para que tú tomes tus propias decisiones sabiendo a qué te expones. ¿Me he explicado bien o también esto me veré obligado a repetírtelo dos veces?. Te advierto que, si eliges seguir adelante con esta historia tuya, será la última cosa que te diga dos veces. Así que, repito, voy a exponerte mis condiciones, - ¡y no se me te ocurra interrumpirme mientras lo hago! -, y tú vas a tener que decidir entre aceptarlas y continuar o rechazarlas, vestirte y salir de esta casa, eso sí, sin que nunca sepa nadie la que se ha hecho o dicho entre estas paredes o tú sufrirás las consecuencias. ¿Está suficientemente claro?. ¿Me has entendido bien?”. Puri cabeceó afirmativamente. “No, pequeña, no me basta. Quiero oírtelo decir. ¿Me has entendido?”.

            “Sí”, respondió la chica.

            Alejandro siguió hablando entonces. “Bien, de acuerdo entonces. Vamos a ver, primero, lo que tú pretendes de mí, ¿vale?. Bien, recapitulemos, según me has contado, tu nuevo grupo de amistades es muy liberal, y te gusta un chico del grupo que se llama Carlos y, supuestamente, tú también le gustas a él, o, al menos, eso me has contado, pero tiene fama de semental, - eso lo digo yo -, y tú has decidido acostarte con él pero no quieres que se dé cuenta de tu inexperiencia sexual, porque, además, tú aún eres virgen. ¿De verdad crees que, con dejar de ser virgen, ya vas a ser “sexualmente experimentada”?. ¡Ilusa!. ¡No, no me interrumpas!”, dijo él cuando pareció que la chica iba a responderle.

            “Así que tú quieres que yo te haga perder tu virginidad acostándome contigo, y estás dispuesta a hacer cualquier cosa por convencerme y conseguir lo que quieres, ¿me equivocó?. No, estoy seguro de ello. Si no, no te encontrarías ahora en esta situación, completamente desnuda y expuesta ante mí, ¿verdad?. Sin embargo, todavía no sabes qué voy a querer a cambio de acostarme contigo, y eso te saca de quicio, ¿a que sí?. Pues bien, vas a saberlo ahora mismo, preciosa”.

Puri había sentido cómo Alejandro paseaba arriba y abajo mientras le hablaba, casi como si disertara ante un auditorio repleto, pero ahora le sintió detenerse junto a ella y percibió la importancia de sus siguientes palabras.

Entonces él siguió hablando. “Bien, Puri, mi precio por librarte de tu virginidad y concederte una ligera experiencia sexual es tu libertad, de forma transitoria, claro, pero ese es mi precio, y la consecuencia práctica de ello es que, durante una semana, serás mi esclava, sin condiciones, y, obviamente, no ofenderé  tu inteligencia diciéndote que estoy refiriéndome a una esclavitud sexual”.

Alejandro hizo una pausa para que Puri pudiera tomar conciencia plena del significado de sus palabras, y luego prosiguió, diciendo: “Ser una esclava significa mucho más de lo que parece a simple vista, no te estoy diciendo que vayas a tener que traerme las zapatillas, hacerme la cena o cosas así, aunque también tendrás que hacerlo si así te lo ordeno. Ser una esclava significa obedecer sin rechistar, sea cual sea la orden recibida, aceptar ser humillada si tu Amo desea humillarte, soportar los castigos sin plantearte si son o no justos, - ¡o sí, querida, ten por seguro que serías castigada! -, estar siempre dispuesta a cumplir hasta el menor capricho de tu Amo, sin importarte que ello te suponga humillación o dolor, aceptar gustosa ser atada, humillada, azotada, sexualmente forzada, incluso, si ese es el deseo de tu Amo. Eso, en términos muy generales, es lo que significa ser una esclava. Y a eso es a lo que tú debes comprometerte ahora, Puri, si decides aceptar mi propuesta, y debes saber que yo no soy un Amo amable e indulgente, sino todo lo contrario, soy muy exigente y puedo ser cruel. Piénsalo detenidamente. Y, si tu contestación es afirmativa, entonces te daré instrucciones más precisas y te detallaré tus primeras obligaciones”, terminó Alejandro. “¡Oh, se me olvidaba una cosa!. Todo ello sería, claro está, después de que yo hubiera cumplido mi parte del trato haciéndote perder tu preciosa virginidad, para que, de esa forma, - ¡no temas! -, no entre dentro del pago del precio y te prometo que sería un amante tierno y amable contigo. No pretendo crearte un trauma sexual tu primera vez. Bien, ¿me has comprendido?. ¿Entiendes qué significa todo lo que te he dicho?. Si tienes cualquier duda al respecto, es tu última ocasión de resolverla, porque si respondes afirmativamente, el único interrogante que pretendo oir de tus labios será cuál es mi deseo. Voy a salir de esta habitación, Puri, y regresaré exactamente en cinco minutos. Cuando regrese, o bien te encontraré en esta misma posición, y eso significará que aceptas mis condiciones, y ya no podrás cambiar de idea, o bien te habrás vestido y marchado sin hacer ruido, con lo cual sabré que no las aceptas, ¿de acuerdo?. Asiente con la cabeza si me has comprendido”.

Puri, a pesar de sentirse totalmente estupefacta ante la propuesta que acababa de escuchar de los labios de Alejandro, fue capaz de cabecear afirmativamente, mientras su mente aún era incapaz de asimilar las condiciones del hombre.

Alejandro prosiguió: “Bien, entonces te dejo sola para que puedas tomar tu decisión. Sin embargo, para que tengas un ligero conocimiento práctico de a qué me he estado refiriendo todo este tiempo, aquí tienes un mínimo ejemplo. ¡Disfrútalo!”, y mientras hablaba, volvió a meter su mano entre las piernas de la chica, le agarró uno de sus expuestos labios vaginales con sus dedos, se lo pellizcó y retorció brutalmente, haciendo que Puri saltara literalmente de dolor, incorporándose rápidamente y encarándose con él, aunque algo en su mente y en la mirada de Alejandro le aconsejaron que ahogara en su garganta el grito de dolor que estuvo a punto de exhalar.

“Tú decides, Puri. Tu virginidad intacta o tu libertad. Piénsalo bien, tienes cinco minutos”. Y sin añadir más ni volverse a mirarla, Alejandro abandonó la habitación, dejándola sola y confundida.

La mente de Puri bullía con multitud de pensamientos contradictorios. “¡Maldito hijo de puta!. ¡¿No podía acostarse con ella y se acabó?!. ¡No, él tenía que salirle con esta descabellada proposición!. ¡Dios mío, si hasta estaba dispuesta a chuparle la polla!. ¡Me saca de quicio!”. De repente, una idea clara penetró en la maraña de confusión que oscurecía la mente de Puri. ¡Eso era lo que él pretendía conseguir!. “¡Nunca ha tenido la más remota intención de acostarse conmigo y ha ideado esa lunática propuesta para asegurarse así de que era yo, y no él, la que desistía!. Por eso me ha tratado de esa manera y me ha obligado a desnudarme como una vulgar puta, y por eso me ha pellizcado tan brutalmente, - ¡y por Dios que duele! -..., ¡para asegurarse de que me vaya!. ¡Cabrón!”. Sin que Puri se hubiera dado cuenta, sus pensamientos tomaban vida en sus labios y estaba hablando en voz alta, y, antes de que se percatara de ello, casi gritaba, ¡tan grande era su enfado contra él!.

De pronto, otra idea le sobrevino repentinamente. “¿Y si hablaba en serio?. ¡Cielos, no es posible!. ¡No puede pretender que sea su esclava, ni una semana, ni un día, ni una hora siquiera!. ¡Es descabellado!. ¡No puede decirlo en serio!”. Pero, como una inmensa pared en el camino de su razonamiento, se alzaba una y otra vez la misma cuestión: ¡la propuesta estaba clara!. ¡Y estaba claro que él había ganado la partida, sus condiciones eran inaceptables!.

Entonces, decidida a abandonar su plan y a buscar otras alternativas, empezó a recoger sus prendas, esparcidas por toda la habitación, dispuesta a vestirse y salir de aquella casa, pero no como él le había pedido, - ¡no, “ordenado”! -, o sea, sin ruido, sino que estaba decidida a marcharse dando un buen portazo. “¡Que se joda!”.

De repente, se detuvo. Si se iba a despedir con un portazo, ¿por qué estaba vistiéndose sin hacer el menor ruido?. ¿Por qué no iba a buscarle y le decía en la cara lo que pensaba de él?. En definitiva, ¿por qué estaba “obedeciéndole”?. Este pensamiento hizo que se sentara, aún a medio vestir, en el mismo sillón en el que Alejandro había estado sentado antes, reflexionando. “¡Dios mío, no puede ser verdad!. ¡No puedo estar planteándome esto en serio!”. Sin embargo, no pudo dejar de reconocerse a sí misma que había disfrutado de la sensación de indefensión que había experimentado mientras acataba sus órdenes. “¡Santo cielo, si casi me meo de gusto cuando me hizo inclinarme y creí que iba a meterme mano!. ¿Cómo puedo ser tan depravada?. ¿Cómo puede excitarme ser humillada de esa manera?. ¡No puede ser, es imposible!”.

Sin embargo, aunque su mente le aconsejaba lo contrario, su cuerpo, las sensaciones nuevas que había experimentado momentos antes, ganaron la partida y empezó a incorporarse, dispuesta a quedarse y a someterse a sus caprichos, cuando, de repente, una idea cruzó su mente. ¡Él había dicho que sólo tenía cinco minutos!. ¿Cuánto tiempo había pasado?. ¿Cuánto tiempo le quedaba para volver a desnudarse y colocarse en la misma humillante posición?. ¡No tenía idea, pero no sería mucho!.

Inmediatamente, terminó de levantarse del sillón de un salto y se quitó rápidamente las pocas prendas que había llegado a ponerse, quedándose nuevamente desnuda, y reasumió su posición, agarrada al respaldo de la silla e inclinada, con las piernas bien abiertas, - ¡justo a tiempo! -, segundos antes de que Alejandro volviera a entrar en la habitación.

Puri creyó por un instante que él se sorprendería tremendamente al verla allí, al comprobar que había aceptado sus condiciones, pero, si fue así, el hombre no dejó traslucir ni uno solo de sus pensamientos, es más, casi ni le dirigió la mirada siquiera. Simplemente, volvió a sentarse en el sillón, cruzó las piernas y, por fin, se dignó a dirigirle una mirada antes de empezar a hablar.

“Bien, Puri, has tomado tu decisión, y la has tomado libre y voluntariamente, sin ningún tipo de coacción. Ahora ya no hay vuelta atrás, ya no tendrás ocasión de arrepentirte, así que no me vengas llorando y suplicándome que lo dejemos, ¿de acuerdo?. Además, no te serviría de nada. Has aceptado ser mi esclava durante una semana a cambio de perder tu virginidad, y eso es lo que yo voy a obtener a cambio de lo que tú vas a conseguir. Ni más, ni menos”.

“Ahora”, prosiguió, “voy a explicarte algunas de las reglas, pero, - ¡te lo advierto! -, no son TODAS las reglas. Es más, podré cambiarlas en cualquier momento, y te aseguro que lo haré si me place, y cualquier infracción de las reglas será duramente castigada, así que, por tu propio bien, espero que lo hayas comprendido”.

“Bien”, continuó Alejandro, “éstas son las reglas:

  1. El único nombre por el que me dirigiré a ti y al único por el que responderás será el de “esclava”, y los únicos nombres por los que te dirigirás a mí serán “Amo” o “Maestro”.

  2. La esclava permanecerá callada, a menos que le sea dirigida la palabra, respondiendo entonces a su Amo con respeto y educación.

  3. La esclava cumplirá estrictamente todas las órdenes de su Amo, y nunca, repito, nunca hará preguntas, expresará dudas, o cuestionará las instrucciones que reciba de su Amo.

  4. Mientras permanezca en la casa, y aunque el Amo no esté, la esclava permanecerá siempre completamente desnuda.

  5. A menos que reciba otra orden, la esclava se mantendrá siempre a cuatro patas, como la perra que es, mientras el Amo se encuentre en la misma habitación.

  6. La esclava siempre se mantendrá aseada y perfectamente depilada, incluido el vello púbico.

  7. A menos que reciba otra orden, la esclava llevará puesto siempre su collar de esclava.

  8. La esclava informará a su Amo sobre cualquier infracción de las reglas, aunque él se encontrara ausente, y aguardará humildemente su castigo, aceptándolo con gusto, aunque sea injusto o desproporcionado a la falta cometida.

  9. Todos los agujeros de la esclava estarán permanentemente a disposición de ser usados por su Amo.

  10. La esclava aprenderá y será capaz de ejecutar cualquier posición que su Amo le ordene.

    1. A la orden de “sentada”, la esclava permanecerá sentada en el suelo, y sin levantar la vista.

    2. A la orden de “de rodillas”, la esclava se arrodillará, con las piernas ligeramente separadas, las manos a la espalda, y sin levantar la mirada.

    3. A la orden de “inspección”, la esclava adoptará la postura anterior, pero con las manos detrás de la cabeza.

    4. A la orden de “a cuatro patas”, la esclava se apoyará en sus manos y rodillas, manteniendo los pies ligeramente separados del suelo.

    5. A la orden de “humillada”, la esclava adoptará la posición anterior, pero pegando su cara al suelo y manteniendo el trasero levantado.

    6. A la orden de “ofrecida”, la esclava se tumbará de espaldas en el suelo, se cogerá las rodillas con las manos, y separara las piernas todo lo que pueda.

    7. A la orden de “abajo”, la esclava se tumbará en el suelo, boca abajo, con las manos en la espalda y las piernas extendidas y separadas.

    8. A la orden de “sometida”, la esclava adoptará la posición de rodillas, con las manos apoyadas en sus muslos, la cabeza alta y la boca abierta.

    9. A la orden de “águila”, la esclava se tumbará de espaldas, con los brazos extendidos y las piernas muy abiertas.

  11. La esclava tiene terminantemente prohibido excitarse sexualmente sin permiso del Amo. Experimentar un orgasmo sin consentimiento del Amo será severamente castigado.

  12. La esclava mantendrá su cuerpo esbelto y sano para el placer del Amo.

  13. Cada semana, - en tu caso, sólo será una -, la esclava escribirá una carta a su Amo en la que le explicará por qué una perra como ella merece su atención y le suplicará que la humille y la castigue duramente. La carta le será entregada en mano al Amo cada viernes por la noche.

  14. La esclava quemará toda su ropa interior, y nunca más la usará mientras sea propiedad de su Amo.

  15. La esclava no puede usar ningún tipo de juguete sexual ni masturbarse en ausencia del Amo sin permiso expreso de éste.

  16. La esclava practicará una hora diaria hasta que sea capaz de introducirse un calabacín grande en su coño y uno de tamaño medio en su ano.

  17. La esclava preparará cada noche un juego de esposas para sus muñecas y otro para sus tobillos, antes de irse a la cama cuando ordene su Amo.

  18. El ano de la esclava siempre estará dispuesto y limpio para el uso de su Amo, lo que significa que, antes de que él llegue para una sesión, se habrá aplicado un enema anal y se habrá aseado debidamente.

  19. La esclava usará laca de uñas de color rojo para las uñas de sus manos y sus pies.

  20. Salvo con su Amo, la esclava no mantendrá relaciones sexuales absolutamente con nadie, a menos que así le sea ordenado por su Amo.

    “Bien, de momento, estas son las reglas que deberás conocer y seguir durante la semana que pasarás siendo mi esclava. Sin embargo, la regla 14 es de aplicación inmediata, de tal manera que, cuando me acueste contigo, quiero encontrarme tu coño perfectamente depilado, de lo contrario, comenzarás tu período de esclavitud siendo severamente castigada”, continuó Alejandro.

    “Hoy es jueves. Te concedo todo el día de mañana y la mañana del sábado para prepararte debidamente y comprar lo que necesites de la lista que te daré antes de que te vayas. El sábado por la tarde te reunirás aquí conmigo para cumplir mi parte del trato, y el domingo por la tarde comenzarás a pagar tu deuda conmigo. ¿De acuerdo?. Asiente si me has comprendido”.

    Puri cabeceó afirmativamente, sintiéndose cada vez más desconcertada. ¿Cómo iba a poder acordarse de tantas reglas?. ¿En qué consistirían los “castigos” que le impondría si no las cumplía?. Y lo que más le dolía era la forma que él tenía de referirse a acostarse con ella como “su parte del trato”. ¿Es qué no podía decirlo claramente?. Incluso habría preferido que dijera que iba a joder con ella o que se la iba a follar. Su forma de decirlo lo hacía parecer como una transacción comercial, y eso la hacía sentirse aún más degradada, como una vulgar prostituta negociando el pago de un servicio. “Aunque, al fin y al cabo”, pensó, “eso es lo que soy ahora, una puta que vende su cuerpo a cambio de algo, aunque no sea dinero, ¿no?. Quizás soy peor que ellas, porque yo no necesito hacer ésto por dinero ni para acostarme con un hombre, pero, en cambio, lo estoy haciendo, me estoy degradando a mí misma voluntariamente. ¡Quizás hasta sea peor que ellas!”.

    Después de una leve pausa, Alejandro continuó con sus instrucciones para la chica: “Ahora voy a darte más instrucciones concretas para el domingo por la tarde, así que presta mucha atención.

    La esclava se preparará de la siguiente manera:

  1. El cuerpo de la esclava estará listo y preparado para su Amo tal y como ya te he descrito.

  2. La esclava vestirá un vestido corto, de color negro, medias también negras y zapatos de tacón alto, igualmente de color negro.

  3. A las seis en punto, la esclava llamará al timbre de la puerta de su Amo, que encontrará abierta, y entrará cerrando la puerta con llave detrás de ella.

  4. Nada más entrar, la esclava se desnudará completamente.

  5.  La esclava verá un collar y un juego completo de esposas para sus muñecas y tobillos. Se los pondrá inmediatamente.

  6. Luego se dirigirá al salón, donde se colocará en el centro de la habitación para someterse a la inspección del Amo, permaneciendo allí hasta recibir nuevas instrucciones.