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Maestra poseida VII

en No Consentido

Capitulo 7

En esta ocasión, Yolanda condujo el coche saliendo del barrio de su maestra. Había decidido que sería necesario viajar a otro pueblo a aproximadamente unos 50 kms. De allí para asegurarse de que nadie reconocería a la maestra. Cuando llegaron y hubieron aparcado el coche, le recordó a Puri que debía seguirla dos pasos más atrás y hablar sólo cuando le dieran permiso. Sólo cuando Puri echó a andar por el parking, se dio cuenta de lo semidesnuda que estaba. La falda apenas cubría sus muslos desnudos sobre sus medias y los pechos se movían libremente debajo del ajustado suéter. Los tacones altos hacían que su trasero oscilara sinuosamente. Quiso volver al coche y esconderse, pero sabía que no podía hacer eso. Con las fotos nuevas que Yolanda tenía en su poder, estaría en sus manos tanto tiempo como ella quisiera.

 

La primera parada fue en una tienda de lencería. Yolanda cogió unos leotardos rojos una talla demasiado pequeña, dos pares de calzones de ciclista negros, de nuevo una talla demasiado pequeños, y varios camisones de varios colores.

 

Yolanda llevó a Puri a los probadores y la instruyó, "Pruébese cada artículo y salga para mostrarme cómo le queda."

 

Puri entró en el probador y se quitó su ropa. Se puso los leotardos, que eran claramente demasiado pequeños y notó cómo le apretaban las nalgas y cómo se ceñían a su coño desnudo. Forcejeó con los calzones de ciclista demasiado apretados y abrió la puerta, esperando ver a Yolanda. Pero Yolanda no estaba a la vista. Cautamente, se movió sin separarse de la zona de los probadores y vio a Yolanda por la tienda mirando sostenes. Esperó que Yolanda la viera y se acercara para comprobar su atuendo, pero cuando Yolanda la vio le hizo señas de que se acercara a su lado. Con la cara roja de vergüenza, Puri caminó por la tienda con la ropa de gimnasia demasiado estrecha, seguida por las miradas de los empleados y de algunos clientes.

 

Después de que Yolanda inspeccionase su atuendo, le mandó que volviera y le mostrara a la vendedora cómo le quedaba. "Parece un poco incómoda, ¿no?", le dijo la empleada.

 

"A ella le gusta de esta manera, ¿verdad, señorita Gómez?."

 

La humillada maestra contestó, "Sí, señorita García."

 

"Bueno. Vaya de nuevo, póngase el liguero y las medias, y pruébese los camisones."

 

La empleada miró a la maestra volverse y darse prisa en regresar a la seguridad de los probadores. De nuevo se vistió con el liguero, las medias y los zapatos de tacón. Se probó un camisón negro que cubría mejor su cuerpo que la ropa que había llevado a la tienda. Se la obligó de nuevo a hacer cabriolas sobre sus tacones por la tienda y a exhibirse para Yolanda y la vendedora.

 

"Ese sí que le sienta bien", comentó la vendedora.

 

"Coja una talla más pequeña y pruébeselo, señorita Gómez."

 

Puri cogió una talla más pequeña del camisón y después de probárselo y de volver a exhibirse para Yolanda y la vendedora, se le dijo que cogiera uno de cada color en el tamaño más pequeño. Cuando Puri se hubo vuelto a poner su ajustada ropa, salió del área de probadores y fue con Yolanda a la sección de sostenes.

 

"¿Qué talla usa, señorita Gómez?".

 

"Una 95, señorita García", le susurró la avergonzada maestra delante de la dependienta.

 

"Nos llevaremos este", dijo Yolanda, dándole a Puri un sostén de la talla 90. Entonces Yolanda se movió por la tienda mirando corsés y cinturones.

 

"¿Tiene esas medidas que le tomé, señorita Gómez?".

 

“Sí, señorita García”, contestó, sacando el papel de su bolso.

 

"Arca, 35; Cintura, 23; Caderas, 33."

 

Yolanda rebuscó entre los corsés hasta halló uno de la talla 21 de cintura. Entonces halló un body con las medidas de 90 de pecho, 21 de cintura, y 31 de caderas.

 

"Estos también nos los llevamos".

 

Yolanda también le dio a la maestra varios ligueros de varios colores y varios colores diferentes de medias. Puri tomó todas sus compras y un dependiente diferente empezó a marcar sus compras.

 

"¡Oh, creo que se ha equivocado de talla, señora. Me parece demasiado pequeño para usted", dijo mientras marcaba el body.

 

"A ella le gustan apretados", contestó Yolanda por la pobre maestra. Nunca se había gastado tanto dinero en comprarse ropa en su vida y sabía que sólo acababan de empezar.

 

La siguiente parada fue una tienda que era muy popular entre las muchachas adolescentes. Yolanda forzó a Puri a que se probara y que les mostrara a ella y a una vendedora joven varias faldas, blusas, vestidos y suéteres. Se gastó cerca de 100.000 ptas. en una ropa que sería más adecuada para una muchacha adolescente pero un poco fuera de lugar para una maestra de mediana edad.

 

"Toda esta ropa le quedará mejor a su nueva imagen más juvenil, señorita Gómez".

 

Puri sabía que haría el ridículo si llevaba estas ropas en el colegio, pero, por lo menos, no sería despedida por llevarlos. Se cargó a Puri con los paquetes mientras caminaban por el centro. Ya era cerca de la hora de la comida, y cuando pasaron cerca de un restaurante, Yolanda decidió que tenía hambre. Entró, se sentó en una mesa, y mandó a la señorita Gómez que le pidiera un sándwich de pollo, patatas fritas y una Coca-Cola."

 

Puri pidió la comida para Yolanda y se le ordenó que permaneciera de pie al lado de ella, sujetando todos los paquetes mientras Yolanda disfrutaba de su almuerzo y de la humillación de la maestra.

 

"Si quiere comer algo, hágalo", le dijo Yolanda, "Pero recuerde lo que tiene que hacer antes de comerlo."

 

Puri decidió que, por supuesto, no tenía hambre. ¿Pero por qué estaba su coño tan mojado?. Después de que Yolanda hubo terminado su comida y de que Puri hubo limpiado la mesa, se encaminaron hacia una zapatería. Se le dijo a Puri que se sentara y ahora su falda corta llegó a ser un problema real. El joven vendedor le preguntó, "¿Puedo ayudarla?", en cuanto vio sus largas piernas desnudas.

 

"A ella le gustaría ver sandalias de tacón alto de 10 cms. que se sujeten con cintas en la pantorrilla", le dijo Yolanda, hablando por la humillada maestra.

 

"¿De qué número?".

 

"¿De qué número, señorita Gómez?".

 

"Del 37".

 

"Tráigaselas del número 36”, corrigió Yolanda.

 

El joven se dio prisa en moverse y volvió al poco con un brazo lleno de cajas. Se arrodilló delante de la maestra y empezó a ayudarla a probarse los zapatos. Era imposible para Puri mantener sus rodillas juntas mientras se probaba un par tras otro de zapatos de tacón. Se la obligó a que hiciera cabriolas sobre los tacones altos alrededor de la tienda. Los zapatos le estaban o demasiado apretados, o demasiado cortos. Después de probarse cerca de diez pares de zapatos con tacones de 10 cms., y varios pares con tacones de 8 y 9 cms., la cara de Puri estaba realmente roja. Y para su más absoluta humillación, su coño goteaba literalmente.

 

"¿No tiene zapatos con los tacones más altos?", preguntó Yolanda.

 

El vendedor estaba demasiado feliz para responder. Su polla era bastante visible debajo de sus pantalones cuando se levantó para buscar los zapatos en la trastienda.

 

"¿Ha visto cómo está este pobre hombre, señorita Gómez?".

 

Puri quería llorar, "Sí, señorita García."

 

"Apuesto a que a usted le encantaría chuparle la polla, ¿verdad, señorita Gómez?".

 

"No, señorita García".

 

"Pero usted me dijo que le encantaba chupar una polla, ¿no?".

 

"Sí, señorita García."

 

"Pues quizá yo pueda llegar a un acuerdo con él para ahorrarle algo de dinero."

 

"Por favor, no lo haga, señorita García."

 

Yolanda se rió, "Ya veremos."

 

El hombre volvió. "Tenemos un par de sandalias negras de tacón de 12 cms. de altura que se sujetan al tobillo de su número", le dijo el vendedor a Yolanda, ignorando a la asustada maestra.

 

"Vamos a probárselos."

 

El excitado vendedor se arrodilló nuevamente y le puso los zapatos a Puri. Le hizo hacer un movimiento con el pie de tal manera que la hizo abrir sus piernas, proporcionándole una vista absolutamente clara de su coño afeitado.

 

"Ande con ellos para nosotros, señorita Gómez", mandó Yolanda.

 

Puri se levantó de su silla y luchó por caminar sobre los tacones más altos.

 

"Señorita Gómez, me parece que se ha sentado en algo", le preguntó inocentemente Yolanda, señalando a la mancha mojada en la falda de Puri y en la silla. La horrorizada maestra quería morirse. Su cara estaba de color remolacha rojo y sus piernas empezaron a temblar.

 

"¿Podría traernos algo para limpiarse?", preguntó Yolanda al vendedor.

 

Cuando el vendedor hubo desaparecido en la trastienda a toda prisa, Yolanda se acercó a Puri y le susurró, "no se preocupe, no voy a obligarla a hacérselo. No me cae bien."

 

El dependiente volvió y le dio la toalla a Yolanda. "¿Por qué no la ayuda a limpiarse?". El vendedor estaba demasiado feliz para ayudar y empezó a dar golpecitos con la toalla sobre la mancha mojada de la falda de Puri. Él, por supuesto, aprovechó esta oportunidad de rozar la entrepierna de la humillada maestra, sin saber lo cerca que había estado de que ésta se viera obligada a hacerle una felación.

 

Una vez que el vendedor hubo terminado, Yolanda se decidió por las sandalias de tacón de 12 cms., tres pares de 10 cms., tres pares de 9 cms., y dos pares más de 8 cms. El cargo del total en su tarjeta de crédito fue de 60.000 ptas. Ahora Puri se tambaleaba verdaderamente con los paquetes y su falda se la subía continuamente mientras caminaba, y la mancha mojada era claramente visible. Además, su ajustado y corto suéter se le subió también, casi dejando a la vista sus pechos mientras se dirigían hacia el coche.

 

"Una parada más antes de comer, señorita Gómez", dijo Yolanda, saliendo del parking del centro comercial. Condujo hasta que se detuvieron frente a un sex-shop.

 

"Aquí tiene una lista, señorita Gómez. Compre todo lo que figura en la lista y asegúrese de pedirle ayuda al vendedor. No quiero ninguna equivocación."

 

Puri bajó despacio del coche mientras leía la lista:

 

3 consoladores de tamaños diferentes, 1 consolador grande negro, unas pinzas para los pezones con cadena, 1 par de esposas para las muñecas, 1 par de esposas para los tobillos, 1 mordaza con forma de polla, 1 pelota de mordaza, 1 fusta de cuero, 1 par de bolas chinas, 1 tubo de lubrificante y 1 vagina de plástico.

 

No tenía ni idea de qué eran algunos de los artículos. Miró alrededor del parking y vio otros tres coches.

 

"Dése prisa, señorita Gómez". Puri abrió la puerta de la tienda e inmediatamente llegó a ser el centro de atención de los tres tipos que estaban dentro de la tienda. Pensó en pedir ayuda y escapar tan rápido como le fuera posible. Se dio cuenta del olor y se alegró de oler así porque de esa forma no podrían oler sus fluidos vaginales.

 

"Necesito comprar estas cosas", dijo Puri, dándole la lista al vendedor.

 

Él examinó la lista y sonrió, "¿Estas cosas son para usted?".

 

"Sí", le susurró Puri.

 

"¿Y qué va hacer usted con todas estas cosas?".

 

"Lo que me manden."

 

"¿Quién?. ¿Su marido?".

 

Puri no supo qué decir. "Un amigo", dijo finalmente.

 

El vendedor salió de detrás del mostrador, puso un brazo alrededor de Puri y la acompañó hasta una estantería llena de juguetes sexuales en la pared. Empezó a darle los artículos de la lista. Aprovechaba cada oportunidad para tocarla de las maneras más penosas. Después de lo que le pareció una eternidad, por fin pagó la nueva factura de varios miles de pesetas en su cargo y dejó de la tienda.

 

"¡Vuelva pronto, tesoro!", la llamó el vendedor mientras sus clientes la miraban apreciativamente.

 

Puri puso los artículos en el asiento trasero y Yolanda mandó, "Coja el consolador pequeño y el lubrificante y póngalos en su bolso."

 

Puri hizo como se le mandaba.

 

"Vamos a comer", le dijo Yolanda. "Apuesto a que está hambrienta."

 

Puri se dio cuenta de que estaba muy hambrienta.

 

“Comeremos en un italiano”, le dijo Yolanda mientras se dirigía a un popular restaurante italiano.

 

Se sentaron en una mesa del fondo del comedor. Yolanda se pidió una comida y una ensalada sin aliñar y sólo picos largos para Puri. En cuanto Yolanda hubo encargado la comida, Puri supo lo que vendría, pero no estaba preparada para la siguiente orden de Yolanda.

 

"Vaya a los servicios y ponga un poco de lubrificante en el extremo del consolador y métaselo en el ano. Asegúrese de metérselo entero para que no se le salga fuera."

 

Puri se puso de pie muy despacio y cogió su bolso con el consolador y el lubrificante en su interior.

 

"Deje el bolso aquí, señorita Gómez."

 

"Pero..."

 

"Saque lo que necesita y deja el bolso aquí."

 

Puri sacó el lubrificante y el consolador del bolso y los escondió lo mejor que pudo mientras se apresuraba en llegar a los servicios. Una vez allí, ella se metió rápidamente en un aseo y empezó a pensar en su situación. Aquí estaba, una respetada maestra en unos servicios, vestida como una prostituta. Varios miles de pesetas más pobre y viéndose obligada a meterse un consolador enorme en su ano virgen. Ella empezó a sollozar incontrolablemente.