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Doña Carmen, “La jueza” 2.

en Dominación

Doña Carmen, “La jueza”.

 

 

 

 CAPITULO 2

 

 

 

 Acaba de sonar el timbre. Seguramente sea el taxi que ha encargado. Al mirar por la mirilla le ve. Su corazón da un vuelco. No recuerda haberle dado su dirección.

 

-. Iba a salir.

 

-. Tú lo has dicho, ibas a salir...

 

Sin oponer ninguna resistencia se deja empujar. Hubiera sido suficiente con no abrir o simplemente decir “no”.

 

Las llaves están puestas. Simplemente las gira. La puerta está cerrada.

 

Cuando quiere darse cuenta está en el salón de su preciosa casa. La besa, la morrea con intensidad. La acaricia con ansia por encima de la ropa.

 

De nuevo un empujón, y su pene rígido, otra vez apuntándola.

 

Coloca las manos bajo los sobacos y como si no tuviera peso la levanta del suelo sentándola en la mesa. Se deja recostar. Está expectante. Con la mirada clavada en la lámpara del techo.

 

Poderosos dedos agarran sus tobillos y tiran de ellos hacia arriba. Al hacerlo abre sus piernas. La suave tela de la falda no soporta la tensión y se rasga...

 

-. Usas unas bragas muy caras princesita...

 

Las pantorrillas descansan sobre sus fornidos hombros. Se acerca a su cuerpo.

 

Manosea los pechos. Sin dejar de mirarla a los ojos agarra la blusa de diseño arrugándola y tira con fuerza rasgándola por el escote.

 

Siente como sus ojos se clavan en los pechos. La excita esa lujuriosa mirada. Ahora son las manos las que se clavan en los senos, hasta que una de ellas desparece.

 

Una navaja automática aparece de repente. Clic. La afilada cuchilla se acerca a los pechos. Hábilmente la introduce bajo el sostén.

 

No se atreve a mirar. Sabe a dónde se dirigirá el metal. Ahora está en medio de su busto. Siente la frialdad glacial del acero. Morbosamente recorre con ella el contorno de los pechos. La punta pincha suavemente los pezones, perfora varias veces la tela. Araña la suave piel de sus senos.

 

Tiene miedo al respirar, pero la caricia… ¡es tan placentera! Sabe que no la hará daño. Sabe que el arma solo es un juguete con el que incrementar su morbo, su placer. ¡Es tan excitante sentir el filo en su cuerpo!

 

Un corte. Por el agujero asoma el pezón. Está duro. Juega con él. Le retuerce, le aprieta, le acaricia. Otro corte en la otra copa del sostén. Lentamente despedaza el resto de la tela hasta que sus pechos están enteramente desnudos. El tirante izquierdo es el primero en sufrir la esperada mutilación. Es la hoja de la navaja quien retira la rasgada copa de su seno. Se asombra de lo tieso y puntiagudo que está el pezón. No controla su mano. Curiosa tiene que comprobarlo, que tocárselo. Ella sola juega con él. Incluso le encierra entre el pulgar y el índice apretando con fuerza, asombrándose de su dureza.

 

Los dedos de su amante apartan a los suyos. Sus toqueteos son más enérgicos, les golpea, les retuerce, les estira hasta arrastrar todo el seno. Su pezón es la válvula de un termostato que hace subir el calor.

 

Ahora la navaja se interna por el medio del sostén. El otro tirante. El sujetador acaba seccionado en cuatro cachos. Sus pechos se agitan libres encima de la mesa. Nota una fría corriente. Siente como el aire acondicionado acaricia deliciosamente sus tetas.

 

La navaja resbala desde sus pechos, recorre una y otra vez su estómago. Sabe a dónde se dirige. La tela que aprisiona su talle no resiste el certero corte. Ha cedido antes que la del sostén. La palma de la mano palpa su sexo. Todo el cuerpo se tensa. Un gemido la acompaña...

 

-. Te estás mojando princesita...

 

Es cierto. Es como si dentro de su sexo tuviera abierto un grifo. El filo penetra por su cadera y corta el elástico. Luego en el otro lado. Las bragas resbalan entre sus labios empujadas por los dedos de su amante. Quiere que se impregne de sus jugos. Ve como juega con la destrozada prenda, cómo lentamente se la acerca a la cara hasta depositarla en su nariz.

 

Es su olor. No la da asco, todo lo contrario. Aun se excita más. Es el olor a mujer, a deseo. Es la humedad de su sexo, el calor que la quema por dentro, la espera que la hace perder la cabeza... Desea ansiosa ese momento, desea sentirle dentro de sí.

 

Y se entrega a él. Completamente, sin condiciones. No la importa que los dedos de su amante jueguen en su sexo, abran sus labios obscenamente, pellizquen su abultado clítoris arrancándola gemidos de un delicioso dolor y por supuesto, suspiros de placer.

 

No la deja reaccionar. Con una sola mano la levanta. Siente una punta de carne que la abrasa. La penetración es brusca y poderosa. La roba el aliento. El aliento que necesitaba para poder gritar de placer.

 

Una corriente eléctrica la recorre. Ahora las sensaciones son distintas, completamente diferentes a las del otro día. Ya no hay dolor, o el dolor es distinto, no sabría qué decir. Cada empujón, cada embestida la trastorna. Se ahoga, la falta el aire, todo su cuerpo tiembla, el corazón se acelera, toda su piel recibe miles de sensaciones turbadoras.

 

De nuevo ese raro olor, como a tierra mojada. Pero ahora se mezcla con otro: con el olor a sudor. Pero no la importa. No es muy distinto al olor del encargado, y desde luego, no la repugna. Huele a hombre, huele a macho. Y ella necesita ese olor. Ese aroma... tan viril... tan penetrante... tan masculino...

 

Su instinto la arrastra. Sus caderas comienzan un baile desconocido para ella. La pelvis se mueve descontrolada. Sus brazos acarician nerviosos la espalda, sus uñas se clavan en su trasero haciendo que las embestidas sean más y más profundas. Desea que el pene la perfore, que la traspase completamente. Cada vez que se retira de ella se siente morir, para revivir ruidosamente con cada empujón.

 

Ensartada en su rabo, le rodea ansiosa con las piernas. Le mira con asombro. No puede ni hablar. Gime descontrolada. Jadea hasta secar su garganta. Jamás ha sentido tanto placer.

 

Un brutal orgasmo se apodera de su cuerpo. Casi la hace perder el sentido. Por primera vez en su vida, el éxtasis del sexo la posee, se hace su dueño.

 

Sus poderosos brazos la rodean juntando aun más los dos cuerpos. Aprisiona las nalgas. Sus dedos se clavan en ellas como garras. Las dos pelvis son una. Pequeños espasmos...y chorros de liquido caliente inundan su coñito.

 

Jadeante se desploma en la mesa. Tendida, expuesta. Aún tiene las piernas abiertas. De su sexo rezuman los dos fluidos mezclados.

 

Él camina desnudo por la habitación buscando una copa. No hay alcohol. Ella no bebe. Solo una botella de vino que la regalaron.

 

Sigue tumbada reponiéndose del agotador orgasmo. Le mira caminar de un lado a otro. Fisgando, mirándolo todo. Él ni la mira. No la presta atención. La da igual. La emoción la impide moverse. Tampoco lo desea. Solo quiere disfrutarlo. Ojalá este momento dure toda la vida, piensa.

 

Por fin logra levantarse. Al incorporarse todo la da vueltas. El placer aun la marea. Le busca por la casa. Está atolondrada por esas nuevas sensaciones. Allí está él. Sentado en un sillón mirándola, un cigarro y una copa de vino. La botella a su lado. Y con el goteante pene manchando la cara tapicería.

 

Déspota la ordena prepararle la cena. No hay ternura en él, pero no la importa, se siente mujer, se siente “una hembra”, en el más puro sentido animal...

 

-. Tú, se dirige a ella despectivo, follar putas me da hambre... Venga princesa, haz algo de comer...

 

La sorprende el insulto, no viene a cuento, pero más se sorprende obedeciendo. A algunos hombres les excita emplear palabras malsonantes, les pone a mil llamar puta a su pareja… Pero sabe perfectamente que él se lo está llamando por un motivo distinto. La está llamando puta porque es lo que piensa de ella.

 

Así tal y como está, sin ropa comienza a preparar algo de comida. Y la gusta estar desnuda para él. Él quiere verla desnuda... y ella se siente atractiva. Por primera vez en su vida sabe que un hombre la está mirando con deseo, con lujuria. La gusta. Está hasta orgullosa porque su cuerpo es capaz de excitarle. A él... A él que ha gozado de cientos de cuerpos de mujeres, su cuerpo le gusta. Se sonríe.

 

Quiere que le sirva la cena en el salón, solo para él, encima de la mesa en la que acaba de hacerla suya. Prepara la mesa como si fuera una empleada de hogar. La excita la sensación de servirle la comida desnuda. Solo el sentir el balanceo de sus pechos desnudos hace que sus pezones se pongan de punta de nuevo.

 

Es un excitante contraste de sensaciones. Por un lado, la avergüenza estar desnuda, pero al tiempo el deseo renace. No puede evitarlo y tiene que reconocerse a si misma que la gusta que la pellizque las nalgas de vez en cuando, que sobe obscenamente su cuerpo, que la recuerde despectivamente cómo la ha gozado, cómo se ha entregado al placer.

 

Unos días antes, si ve un caso parecido en el juzgado, ella hubiera dicho que esa mujer es una zorra cualquiera. Pero ahora... Si ella es una zorra... ¡pues la encanta ser una zorra! No solo gritaría a los cuatro vientos que vivan las zorras, sino que se arrepiente de no haberlo sido antes. La gusta ser una puta entregada a su macho.

 

A su lado mira discreta como engulle ruidosamente bocado tras bocado. No puede evitar pensar que es un cerdo comiendo. Sonríe.

 

Educadamente, se sienta y coloca en perfecto orden los cubiertos al lado de su plato y va a servirse.

 

Una mirada furiosa.

 

-. ¡Si quieres comer te esperas!... y si tienes hambre, ya sabes lo que hay de cena.

 

Retira bruscamente la silla sin levantarse... Al hacerlo raya el parqué. Apoya los talones en la mesa y se reclina. Su dedo señala la entrepierna. Ella solo mira. Perpleja, alucinada, sin atreverse a abrir la boca.

 

-. ¿Qué pasa nunca te has comido una polla? Pues empieza, que vas a aprender mucho... pero mucho, mucho… Ponte de rodillas aquí en medio...

 

Ni siquiera se levanta, tiene que arrastrase bajo sus piernas...

 

Hipnotizada mira el pene... El cilindro de carne se muestra erguido, desafiante. Había visto muchos penes en fotos, en libros, pero nunca tan de cerca. Su forma la sorprendió y la agradó...

 

Tiró de la piel hacia atrás... descubrió su cabeza. Tiró más por curiosidad que por práctica, por saber hacer, Esto es el capullo, se dijo a si misma…. Su color amoratado la resultó atractivo... formas suaves y redondeadas que terminan ... como marcando el limite, la separación... Es la cabeza de un ariete. El ariete del placer... pensaba. Es como si estuviera diseñado para ello. Qué bobadas, claro que está diseñado para ello. Decidida deja que él la sujete la cabeza y la empuje para que penetre en su boca... la lengua le recorre entero, sus labios le rodean curiosos recorriendo sus formas... Luego baja por el tronco. La lengua busca las venas. Quiere notar allí sus rugosidades. Quiere descubrir todas las formas. Con la boca es distinto a lo de abajo. Puede distinguir todas las rugosidades. Las venas, la dureza, las diferentes texturas de la piel o del glande.

 

La manda parar. Coge un plato y se vuelca los restos de la comida encima de sus genitales: -. ¡Tu cena!¡Vamos come! Gruñe cerdita. Un suave capón refuerza su humillante mandato.

 

Haciendo ruidos, le sigue el juego. Como un animal ingiere cada pedazo de comida... incluso los que han caído al suelo...

 

-. ¿Tienes algo para untar?

 

-. ¿Caviar? ¿Mahonesa? ¿Queso? ¿Foie gras? Pregunta deseando agradarle...

 

Sale arrastrándose y corre hacia la cocina. Vuelve cargada con los tarros y de nuevo se coloca entre sus piernas frente a su sexo.

 

Se ha desinflado, pero aun flácida la gusta. Con suavidad, la sujeta en la palma de la mano y unta la polla con el caviar. Su lengua lame incansable el miembro cada vez que se lo ofrece. Comienza a paladear sabores, turgencias, olores desconocidos, pero sumamente atrayentes. Él solo mira sonriente desde arriba, con cara de aprobación. Sabe que lo está haciendo bien. De vez en cuando un espasmo de placer le recorre y no puede disimularlo. A veces su respiración hasta se acelera. Se le ha escapado un sigue puta sigue…

 

Ya no hace falta que se lo ordene. Ella degusta como un gourmet cada uno de los sabores. Y chupa y lame la polla cada vez más dura.

 

Recostándose aun más, coloca hasta las piernas encima de la mesa... Mete un dedo dentro del bote y se unta él solo el ano... Ni lo piensa... Es suficiente una mirada para que ávida y golosa separe las nalgas y la lengua se interne dentro de su agujero más oscuro. Es una postura súper incomoda. Ella tiene que hacer todo. Retorcerse esforzarse por conseguir que la lengua alcance su objetivo.

 

Cuando alza la vista el pene se yergue completamente rígido ante sus ojos.

 

-. Te has ganado el postre… la indica irónico, chulo, repugnantemente machista.

 

Se masturba un poco. Chulesco retira la piel que cubre el capullo hasta descubrirle lentamente. Y la acerca a la boca. Suavemente le rodea con sus labios, como antes. Pero no es lo que él quiere. De un solo movimiento aprisiona con fuerza su cabeza y la sujeta. Dirigiendo sus movimientos la obliga a introducirse casi todo el pene. La llega hasta la garganta. Roza su campanilla, la dan arcadas, no puede tragar aire, la asfixia, la hace llorar...

 

Se siente humillada, pero de nuevo dominada por un extraño placer. Ahora esa sensación no solo es física. También es psíquica. El poder que ejerce sobre ella, el sentirse totalmente dominada por el macho. No es como ella había imaginado. Su amante no se parece al príncipe azul de sus sueños, no es culto... no es educado...ni tierno... Pero es fuerte... es viril... es…

 

De nuevo los temblores, los espasmos en el pene... Y obediente, degusta el pastoso sabor del semen por primera vez... Se ha vaciado entero. No la ha dejado separar la cabeza ni un milímetro. Solo cuando está completamente fofa permite que se retire y se siente en el suelo frente a él.

 

Le observa “derrengado”. En el sillón. Aun jadeante. Se ha corrido. Ha conseguido hacerle disfrutar.

 

Cuando se levanta la mira con desprecio... Se marcha a la ducha sin decir nada. Cuando sale se viste. La ignora. Es como si estorbara en su propia casa.

 

-. Princesa, dame el dinero... ¿O te piensas que esto es gratis?...

 

No sabe qué responder...

 

Histérico se pasea por toda la casa. Fisga. Abre los cajones, lo tira todo por el suelo...

 

Solo se atreve a susurrar... por favor no me hagas esto...

 

-. ¡¡¡¡Hago lo que me sale de los cojones!!!! ¡!!!y tú, haces lo que yo te diga!!!! ¿Vale? dice alzando la mano y haciendo un gesto de golpearla.

 

-. Si... responde atemorizada y sollozando... Aun no se lo cree. La amenaza. A ella. ¡A ella! Va a replicarle con todo su genio, con toda la autoridad de un juez, pero en vez de eso, solo solloza y gimoteando, a punto de romper a llorar, sale una suplicante pregunta ¿por qué me haces esto, si hago todo lo que quieres? Solo la mira con asco. No dice nada.

 

-. Pues venga, dame dinero... y si no alguna joya....

 

Y ella le obedece. Coge su cartera y le da todo lo que tiene.

 

Lo cuenta despectivo. No es mucho, dice.

 

Un seco portazo.

 

Desolada se acurruca en el sofá. Los restos de su elegante ropa están tirados bajo la mesa. Hace un par de horas cubrían elegantemente su cuerpo. Ahora son solo harapos. El salón está sucio, con comida tirada por el suelo. Nunca lo ha visto así.

 

Se pregunta qué acaba de pasar, qué acaba de hacer. Y vuelve a verse arrodillada en medio de sus piernas lamiendo el sexo. Se deja resbalar. La agrada sentir el frio del suelo sobre su piel.

 

No quiere hacerlo, no quiere. Sin que nadie la haya enseñado, la mano vuelve a encontrar ese secreto punto en la entrepierna. A su edad... con su posición social... Pero la arde. Llora. Y cuanta más llora, más la quema. Y más mueve la mano. Y más crece la insatisfacción. Los dedos no son suficientes. Necesita más.

 

Se ve de refilón en un espejo. Toda una Magistrada tocándose, masturbándose como una adolescente en la alfombra. Y lo malo no es eso, lo malo es que no puede parar y necesita sexo. Necesita más sexo.

 

No se explica cómo, pensó que la había tirado, pero allí, bajo la mesita del salón está la tarjeta del taxista. Y en el momento oportuno aparece. Recuerda perfectamente lo que la dijo y sobre todo el tono con el que lo dijo: “-. Ya sabe… si quiere volver a salir... No dude en llamarme...”

 

Y por supuesto, recuerda cómo el chófer la hizo suya. Recuerda el tamaño, la forma de sus genitales. Y se imagina arrodillada frente a él lamiéndolo, dejando que empuje y la penetre hasta lo más profundo de su garganta. Se excita aún más. Esto es cosa de brujas, dice sonriendo justo cuando va a alcanzar el primer orgasmo.

 

El teléfono está muy cerca. Se acaricia con él los pechos, incluso lo pasea por la entrepierna. No sabe ni qué hacer ni qué decir. ¿Cómo le dirá que quiere ser… poseída?... ¿poseída? No… lo que de verdad necesita es ser follada… Y lo que es peor, ¿Cómo le recibirá? ¿Vestida de forma sexy o normal? ¿O directamente desnuda? Para qué perder tiempo…

 

-. ¡Qué bochorno! Esto es vergonzoso…

 

Pero en vez de parar y tirar el teléfono, se excita aún más y reúne las pocas fuerzas que la faltaban para marcar. La decisión está tomada. Está llamando a un desconocido para ofrecerse…

 

-. … Sí… sé quién es Usted… No se preocupe… en diez minutos estoy en su casa… No… No hace falta que me recuerde la dirección ni el piso... ¿Y… qué tipo de servicio es el que desea?...

 

La conversación se interrumpió. Silencio. No se atrevía a decir nada. ¿Se habría equivocado con el taxista?

 

Por fin el chófer volvió a hablar… “Ya… Comprendo… Y Usted necesita un servicio… digamos…” discreto” … Comprendo… Ya… Lógicamente Usted entenderá que el precio del servicio supere al de una simple carrera… Si… Pero no es caro, es el alquiler del vehículo por horas… No… No admito tarjetas… Solo en efectivo. Pero no se preocupe… el dinero no es problema… ya sabe Usted que se puede pagar de otros modos… Oiga… A mí me da igual, es solo por saberlo, el servicio… ¿sería en su casa o?... Si… algunas “pasajeras” prefieren otro sitio… Si lo desea podemos ir a… A un lugar discreto… Si quiere… podemos ir a uno que creo que ya conoce… Si… donde nos conocimos… Está cerca… y además, ya conoce al dueño y que no habrá problemas para pagar sin dinero… Está muy agradecido porque le devolví de su parte una prenda… Por cierto, me dijo que si la veía la dijera que se acordaba mucho de Usted y que la diera recuerdos… ¿Qué cómo me espera? ¿Se refiere Usted… a… al tipo de ropa? ... Pues como quiera… No… no hace falta nada… Como Usted se sienta cómoda… No se preocupe de lo demás. Todo corre de mi cuenta… Si… No tardaré… Ya la he dicho que en menos de 10 minutos estaré en su puerta” …

 

Dejo caer el teléfono. Estaba llorando de nervios, pero sobre todo de vergüenza. Iba a volver a entregar su cuerpo. Incluso iba a “pagar” por tener sexo… No… no podía ser así. Tenía que recuperar la sensatez. Eso no era posible, no la estaba pasando a ella.

 

-. Ahora mismo le vuelvo a llamar y le digo que no, dijo en voz alta, si le diré que no, que anulo todo, que no venga que…

 

Pero en ese momento se acordó del dueño del motel, el que había abusado de ella. Aquel gordo baboso… ¿tendría que volver a ponerse la camiseta?… Si era verdad lo que decía el taxista, que le había visto y la daba recuerdos… Se habrá masturbado con las fotos que la sacó. Seguro que la camiseta estaría ahora más manchada … Apestaría…

 

No puede contenerse. Se excita aún más. Esta vez será distinto, piensa, esta vez la entrega será voluntaria y consciente. Ahora es una puta en celo, una guarra que necesita sexo y lo va a obtener. Al precio que sea. Cueste lo que cueste.

 

Llora y se masturba más y más… Se imagina la mirada triunfal del gordo, su cara de cerdo, sus ojos cargados de lujuria… Babeante mientras se desnuda o al menos mientras se baja los pantalones y los calzoncillos.

 

Ese guarro no se habrá lavado en un mes… apestará… Siente escalofríos de auténtico asco. Pero no puede dejar de pensar en lo que va a pasar. Estará allí, en aquella cama, desnuda, tumbada, abierta de piernas para él, esperando inmóvil que ese cerdo vuelva a sobarla, a tocarla, a intentar besarla… y a que la penetre… La sola imagen del gordo sudando y con su polla tiesa colocándola en su entrada la vuelve loca.

 

Es como si la mano no pudiera alejarse de su coñito, como si tuviera pegamento, como si estuviera soldada a sus labios… A su vagina…

 

El segundo orgasmo es aún más fuerte que el primero. Pero tampoco la calma. Necesita un cuerpo. Le necesita a él.

 

-. ¡Cómo tarda en llegar!… susurra agitada.

 

Llorando sigue tocándose. Jadea, gime, masturbándose aun con más energía buscando desesperadamente el tercer orgasmo. Solo piensa en arrodillarse y dejar que la polla del taxista invada su boca…

 

Tres timbrazos en el telefonillo de la calle y por fin oye el ruido del ascensor. Desnuda, apoyada en la pared junto a la puerta espera que suene el timbre. Una mano en la entrepierna. La otra, sujetando el pomo de la cerradura. El corazón parece que se la va a salir del pecho… Late a mil por hora. No se atreve a mirar por la mirilla.

 


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Como siempre, buenos o malos, se admiten sugerencias y comentarios.

 

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