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No soy una puta

en Hetero: General

No soy una puta A pesar de encontrarme contentísima de haber conseguido pasar ese duro casting para el empleo de secretaria de dirección en aquella macro empresa, después de una selección de más de cien candidatas, lo que no me cuadraba tanto era que el director general, quisiera hacerme la entrevista definitiva en su casa. Quise ponerme elegante para la cita, pero al mismo tiempo revelar lo mejor de mí, sabía que era mi última oportunidad, así que fue mi blusa roja, la de las ocasiones especiales, que es muy escotada y mi pantalón blanco ceñido, que me hace un culito respingón. Llegué al domicilio en cuestión en un chalet lujoso a las afueras y al llamar al timbre me llevé una sorpresa doble: En primer lugar, porque fue el director en persona quien me abrió la puerta, envuelto tan solo en una toalla que rodeaba su cintura exponiendo su torso desnudo y segundo que estaba más bueno que el pan, un pedazo de tío de los que quitan el sentido, vaya cuerpo.

- Hola, tu eres… - me dijo sin quitar ojo de mi cuerpo. - Lucía. – contesté avergonzada. - Ah si, Lucía, yo soy Victor, perdona que te reciba de esta guisa, pero es que acabo de llegar de un viaje y estoy solo… - dijo intentando disculparse, mientras que yo no podía quitar la vista de las gotas de agua que resbalaban por su pecho hasta llegar a unos abdominales preciosos. - No pasa nada. - Pero pasa, no te quedes ahí. Si no te importa me esperas aquí en el salón y estoy contigo en un segundo. ¿vale? - De acuerdo, gracias. - Ah, sírvete una copa del bar… - dijo subiendo la escalera que debía conducier a su habitación.

Reconozco que aquello no era muy normal, desde la cita en sí, hasta su recibimiento, pero también es cierto que mereció la pena, pues mi futuro jefe, estaba como quería el tío.

Fui recorriendo el salón y viendo algunas fotos que tenía sobre la chimenea, en todas ellas aparecía elegantemente vestido y saludando a distintas autoridades: ministros, alcaldes, empresarios… También había otras practicando deporte y donde se destacaba su cuerpo fornido. Había trofeos de varias actividades deportivas, entre ellas, de vela, windsurf y demás. Sin duda que ese cuerpo se había moldeado con aquellas disciplinas. Miré los libros y los discos, intentando no ser demasiado cotilla, pero no podía evitar curiosear cuales eran sus gustos, al fin y al cabo podría ser su próxima secretaria y como ta,l conocer sus secretos.

Llegué hasta un espejo largo que adornaba una de las esquinas de aquel elegante salón y me vi reflejada en él. Estaba roja como mi blusa y mis pezones estaban remarcados. Sabía que me tenía que haber puesto sujetador. Me senté en el sofá esperando a que mi nuevo jefe bajara y busqué la mejor posición para recibirle: ¿piernas cruzadas? ¿Ligeramente ladeada?... En eso estaba cuando apareció en el salón vestido con un pantalón tipo pirata y una camiseta que seguía mostrando su precioso torso.

- Ya estoy aquí, Lucía. ¿no te pusiste una copa? - No… no me apetece, gracias. - Vamos mujer, te voy a servir un licor que te va a gustar, ya verás. - De acuerdo, pero poquito, no acostumbro a beber. – contesté con timidez.

Era imposible retirar la vista de aquel chico, porque era joven, no más de 30 años y estaba encantada no solo por estar casi elegida para el empleo, sino de que él fuera mi jefe y yo su secretaria personal, nunca había tenido esa suerte, ya que todos mis jefes superaban los 50 años, algunos muy bien llevados, todo sea dicho, pero es que este era espectacular.

Me sirvió la copa y se sentó a mi lado, observando en primer lugar mi escote, para después pasar su vista por mis pezones puntiagudos que pugnaban por rasgar la blusa.

- Lucía, te había visto en foto, pero nada que ver con la realidad. – dijo de pronto. - ¿No me imaginaba así?. - Lucía, por favor, tutéame… somos casi de la misma edad, tengo 27 años. - De acuerdo Víctor… yo tengo 22. – contesté. - Genial. Pues eso, que te vi en foto, pero al natural eres muchísimo más guapa. - Gracias – mi turbación se notaba en el calor que me subía por los carrillos. - Disculpa que te recibiera así, con la toalla, pero es que no me dio tiempo. - No, no pasa nada. – añadí y recordé aquel instante, algo que me empezó a excitar, saber que ese chico tenía aquel cuerpo y estaba junto a mí y además que iba a ser mi jefe… - No te habré asustado con todo eso, pero al fin y al cabo nos vamos a ir conociendo y creo que es mejor romper el hielo de entrada y dejarnos de formalismos. - No, no me asusté… solo me quedé sorprendida. – dije. - Bueno, una chica tan linda como tú, ya estará acostumbrada a... - A ver torsos como el tuyo no. – dije la frase sin pensar.

Víctor se rió por lo que le acababa de decir y sosteniendo mi mano entre las suyas me miró de forma que me desarmaba. A continuación besó mi mano con dulzura.

- ¿Te gustó entonces? - Bueno, yo… - No te preocupes mujer, me gusta que una chica preciosa como tu me piropee. - Pues sí, me gustó. - Bueno, pues entonces, me vuelvo a quedar sin la camiseta y así también rompemos más el hielo. De repente Víctor se quitó la camiseta mostrándome de nuevo su torso desnudo, unos pectorales preciosos, unos abdominales marcados, todo depiladito, un portento de hombre musculoso, además de guapo.

- Toca, toca, mujer… - dijo acariciándose a la altura de su ombligo. - No, yo no… - Que sí, toca, sin miedo… - insistió y agarrando mi mano la posó sobre su torso.

Madre mía, yo quería morirme, al tocarle todo mi cuerpo se estremeció percibiendo su calor y la dureza de esos músculos entre la yema de mis dedos era fantástico. Creo que mis pezones se endurecieron aun más. En un caso como aquel, debería haber salido huyendo, pues la cosa se estaba poniendo enredada, pero no opté por eso sino seguir acariciando los músculos fuertes de mi nuevo jefe que me miraba sonriendo.

- Bueno, ahora te toca a ti. - me dijo de pronto. - ¿Cómo? – contesté asustada retirando mi mano. - Pues que yo también quiero ver tu torso. – añadió mientras yo me quedaba perpleja. - Pero yo no… - Claro, mujer, déjame. – dijo agarrando mi blusa y comenzándola a subirla. - No, no, perdona Víctor. – contesté impidiéndoselo y levantándome dispuesta a irme. Víctor se levantó junto a mi y me sonrió de tal forma, que su forma de expresarlo después me - Perdona bonita, pero si vamos a ser compañeros, creo que es necesario no tener secretos ni puritanismos. Si te incomoda, dímelo. Pero creo que es justo que yo reciba mi parte. – dispuso. - Pero es que yo... – intenté explicarme, creyendo que aquello no era ni medio normal. - Al principio te puede chocar Lucía, pero es normal que nos conozcamos, seguramente iremos a playas juntos y es prácticamente lo mismo. He tenido otras secretarias que no han puesto objeción, pero si tú te sientes incómoda o cortada… Sus palabras, a pesar de que todo me pareciera una locura, me hicieron pensar si por esa tontería pudiera perder el empleo y en cierto modo me animaron a envalentonarme y mostrarle mi torso, tal y como me pedía a modo de pago por haberlo hecho él. Me levanté lentamente la blusa sin pronunciar palabra hasta dejar mis tetas al desnudo.

- Guau, Lucía, eso si que es un torso, bueno dos... – dijo admirando mis pechos balanceantes. - Gracias. – me sentí agradecida por sus palabras.

A continuación pasó su mano por mi cintura acariciándome igual que yo momentos antes y después sin cortarse alcanzó mi teta derecha y la sobó varias veces, para posteriormente hacer lo propio con la otra. Cerré los ojos y no dije nada, tan solo me dejé acariciar por mi jefe, algo aturdida por lo que estaba aconteciendo pero muy excitada y sin esfuerzo ninguno para que se detuviera.

- Bueno, como premio de haberme enseñado tanto, te muestro yo lo mío. – dijo de pronto, cuando ante mi asombro y aun con mi blusa levantada, se quitó los pantalones, que no llevaban nada más debajo, quedándose desnudo ante mi. - ¡Víctor! - ¿Te sorprendí? – dijo agarrando su polla acariciándola con lascivia.

Nunca había visto ninguna parecida, era hermosa, además de grande, con las venas marcadas, un glande sonrosado que se tornaba violáceo a medida que aquella cosa crecía.

- ¿Te atreverías a quitarte los pantalones? – me preguntó sin dejar de pajearse.

Esta vez no contesté, ni tampoco me pareció tan mal, recordando sus anteriores palabras de poderme mostrar de igual manera en una playa. Esta vez quise ser valiente y sin saber muy bien como, me bajé los pantalones, más que decidida, sin acordarme que había elegido mi tanga más pequeñito debajo, algo que le encendió aun más.

Se aproximó a mí y agarrándome del culo me atrajo hacia él, quedando pegados.

- Lucía, que buena estás. Nunca tuve una secretaria como tú. Eres increíble. - Pero Víctor, yo no… Mis palabras fueron acalladas con un beso. Su boca se apoderó de la mía, algo que tampoco pude rechazar, pues estaba demasiado caliente y demasiado atraída por ese hombre. Nuestras lenguas se unieron, nuestras bocas se besaron y nuestras manos se acariciaron, palpando esos cuerpos que nos atraían mutuamente. Víctor me invitó a sentarme en el sofá y agarrando mi tanga lo apartó ligeramente dejando mi sexo al descubierto. Yo no era dueña de mis actos, ni tampoco podía frenar todo aquello, me sobrepasaba. Se arrodilló entre mis piernas y comenzó a besarme en mi sexo, que ardía de ganas de recibir una lengua como la suya.

Me sentía en la gloria, allí tumbada en el sofá y presa de sus caricias. Sus manos sobaban mis pechos y su boca hacía delicias en mi intimidad, recorriendo los pliegues de mi abultada vagina que palpitaba. Tampoco pude evitar correrme cuando se adueñó de mi clítoris, le mordió, le besó, le absorbió con sus labios y cuando su lengua me acarició por todas partes hasta hacerme ver la gloria. Mi orgasmo llegó acompañado de unos gemidos prolongados, mordiendo el dorso de mi mano.

Víctor se puso en pie a continuación, observándome, admirando mi media desnudez. Mi blusa a la altura de mi cuello, mi tanga ladeado y mis piernas abiertas y temblorosas debían excitarle más que estar desnuda del todo.

- ¡Lucía, chúpamela! – me ordenó acariciando nuevamente su miembro. - ¿Cómo? - Que me la chupes. – ordenó otra vez.

Sus palabras sonaron esta vez a jefe, no había duda y resultaron una imposición, algo a lo que no estaba dispuesta. Todo lo que hasta entonces me había parecido parte de un juego de dos, ahora era una orden directa de un jefe a su secretaria - No… – contesté algo dubitativa. - ¿Cómo que no? ¿Acaso no quieres el empleo? – dijo en una frase que resonó en mi cerebro, pues el muy cabrón, me estaba haciendo conseguir la vacante de una forma muy poco ética. - No soy una puta. – contesté firme y decidida. - Bueno, yo diría que hasta ahora sí que lo has sido. Creo que merezco una compensación. ¿No te gustó? - Pero ¿Cómo que lo he sido? - Si, pareces haber disfrutado de mi lengua ¿O no? - Si, pero no quiero que… - Si quieres ser mi secretaria, serás también mi puta. – volvió a decir contundente.

Debería haber salido corriendo, darle un bofetón y olvidarme de todo. Sin embargo dos cosas me empujaban a no hacerlo: el empleo y aquel jefe tan macizorro. Sabía que me estaban proponiendo sexo por dinero, aunque fuera un potente sueldo, estaba vendiendo mi cuerpo por un empleo a un desconocido. Sin embargo, algo dentro de mí me impedía huir y lo que deseaba realmente era agarrar aquel pene que se balanceaba ante mí y que deseaba tener entre mis labios. La palabra puta, siempre me sonó fatal, pero esta vez cuando él me dijo que yo sería su puta, aquello me hizo sentir que realmente lo era, como la atracción que sentía por él, tan fuerte y tan evidente que no pude más que rendirme y arrodillarme bajo su mirada irónica y burlona.

- Vamos putita. Chupa de una vez. – añadió él sin dejar de observarme sonriente y con su enorme polla entre sus dedos.

Me limité a obedecer. Agarré aquel hirviente tronco y comencé a mamarlo como nunca antes había hecho, le dediqué una mamada de lo más profesional, esmerando mi trabajo como si fuera el informe más importante de mi vida. Quería hacer un trabajo especial y así debía serlo, pues Víctor gemía de gusto cuando mi lengua jugaba por toda la longitud de su falo y cuando chupaba sus huevos con consistencia. Por un lado me sentía en la obligación de hacerlo y por otra me encantaba, nunca antes había probado el placer de sentir la polla de un tío como ese y que además me tratase como lo que estaba siendo… su puta.

Ordenó que me levantara y agarrándome de los brazos, me puso contra el sofá de espaldas a él. Mi culo quedó hacia arriba y él sin mediar palabra comenzó a pasar su glande a largo de mi coño.

- ¿Eres o no eres mi puta? – me preguntó cerca de mi oído. - Si. – dije casi gimiendo, esperando que me penetrase de una vez. - No te oigo, zorra. ¿Eres o no eres mi puta? ¡Quiero oírlo! – dijo casi gritando.

Yo lo único que deseaba es que me follase, que me penetrase de una vez, sentir su gloriosa polla en mi interior.

- Si, soy tu puta. – contesté volviendo mi cabeza hacia él y poniendo mi cara más lasciva. - Así me gusta. – Sentenció, insertando su polla de golpe en mi sexo.

Me folló con fuerza, agarrando mi cintura, tratándome como a una vulgar furcia, pero es que yo había descubierto que lo era y lo peor de todo es que me gustaba serlo, así que me concentré en darle todo el placer que una buena profesional podía darle, apretando las paredes de mi vagina para proporcionarle todo el placer y sacarle hasta la última gota a su preciada polla y así fue, no tardó en correrse en mi interior en abundantes chorros que me inundaron, al tiempo que yo conseguía alcanzar mi segundo orgasmo disfrutando de un momento único, de la forma que nunca había imaginado, sintiéndome sucia y al mismo tiempo satisfecha.

Desnudos permanecimos durante un rato, sin mediar palabra, sentados en el sofá, incluso cuando él abrió un portafolio y firmó mi contrato como nueva secretaria personal a su servicio y además su puta particular y más profesional.

Sylke (19 de diciembre de 2007)