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Halloween especial

en Transexuales

Halloween sorpresa

Estas noches de macrobotellón de Halloween son de las más concurridas del año en la playa y evidentemente ni Juanlu, ni Héctor ni yo mismo queremos perdérnoslas nunca.

Ahí estábamos los tres, ataviados de algo parecido a unos zombies sacados de un Viernes 13 cualquiera y disfrutando de nuestro súper puente valenciano, con cuatro días por delante y con pocas ganas de volver a la rutina de Madrid. Además de la buena temperatura nocturna, la vista era reconfortante: Una playa abarrotada de gente disfrazada pasándoselo en grande, rodeada de un sonido ensordecedor atestado de risas y conversaciones por doquier que lanzaban al aire los múltiples corrillos formados y por supuesto, lo más importante: las caras guapas de las chicas valencianas.

A pesar de nuestras expectativas, lo noche no se estaba dando todo lo bien que deseábamos, si bien las vacaciones estaban siendo bastante bien aprovechadas, en lo que respecta al contacto femenino, prácticamente cero, sino fuera por la hermosa contemplación de sus bellos cuerpos y poco más, porque tías buenas en Valencia, a miles; lo juro, pero de lo que se dice ligar y cachete con cachete, nada de nada.

En ese mismo momento, fue cuando cambió nuestra suerte y a partir de ahí el resto de la noche. Justo frente a donde nos encontrábamos, dos pivones esperaban impacientes en la parada de taxis que hay junto a la playa. Los tres nos quedamos flipados,  dos chavalitas explosivas y aparentemente solas: una morena y la otra rubia, como decía la canción… y que aparentaban más edad de la que realmente debían tener, la una disfrazada de vampiresa, con una camiseta ajustada negra, minifalda del mismo color, al igual que su capa de lo más sexy  y la otra, la rubita, con una capa roja también y unos leggins rojos ceñidos que hacían aullar al más pintado rematando con un escote impresionante en su atuendo de diablesa cachonda. Una oportunidad como esa no se podía desaprovechar.

 Me acerqué hasta ellas:

-          Hola chicas.

Nos miraron a los tres como si fuéramos bichos raros, pero bueno, eso es lo normal en estos casos... ojo, que no lo digo porque nosotros estemos mal, todo lo contrario, tenemos nuestro sex appeal, Héctor principalmente que es el cachas y se las lleva de calle, pero el caso es que la negativa siempre la llevamos delante, eso ya es costumbre. ¡Qué duro es esto de ligar! ¿Por qué las tías nos lo ponen siempre tan complicado?

Volví al ataque:

-          ¿Nos estabais esperando?

Se miraron entre ellas y contestaron al unísono, mirando hacia el infinito, como si lo tuvieran ensayado:

-          No. Estamos esperando un taxi.

Yo la primera negativa la toreo, como está mandado, pero sigo en mis trece, faltaría más:

 -   No creo que pase ninguno a estas horas. Sí queréis os llevamos nosotros, tenemos la furgo ahí mismo aparcada.

 La morenita de ojos verdes me hizo un repaso rápido y contestó con desdén:

-          No gracias... Vivimos muy lejos.

Al decir eso mientras miraba a unos labios que decían “cómeme” le pregunté de nuevo con exagerada sonrisa:

- ¿Lejos… cuanto es?

-  Ufff, mucho. Sagunto, a más de 30 km.

Sagunto no nos pillaba de paso en absoluto, pero bueno, a eso se podía hacer la honrosa excepción de transportar a dos bombones de bandera como aquellos.

Miré a mis compañeros, con una de esas señas identificativas que solo nosotros conocemos, pero a las que sobran las palabras. Ligarnos a dos valencianas tan bonitas como aquellas era ya casi un deber, una pura necesidad. Como digo, físicamente no soy un adonis, pero de labia no ando nada mal y total, no tenía nada que perder y sí mucho que ganar, pues las niñas estaban de rechupete, no podía evitar fijarme en esas piernas morenas de la chica del vestido corto, ni en el escote de la diablesa de pantalones de segunda piel que me llevaba esa ricura en cuestión:

- Veréis, somos de Madrid, este es Héctor, este Juanlu y yo que me llamo Santi. Nos vamos mañana y queríamos despedirnos de esta preciosa ciudad tomando unas copitas en la playa, pero si es acompañado de dos diosas como vosotras, sería el broche definitivo.

Me alegré de haber arrancando una sonrisa de ambas, porque hasta entonces todo posible acercamiento con probabilidad de éxito parecía inútil. Continué mi ataque, porque siempre soy el que lleva la voz cantante:

-  ¿Como os llamáis?

-  Paula.

Fue la rubia de generoso escote la primera en contestar. Y a continuación su amiguita morena.

- Yo Tamara.

Cuando me acerqué a ellas en el plan “Encantado de conoceros y tal” sus caras retrocedieron extendiendo su mano a modo de “hasta aquí puedes leer”.


Reconozco que lo teníamos bastante mal, dos preciosidades de la noche para nosotros era mucho pedir, pero uno no pierde la afición, por mucho que se le resista la cosa, más cuando preguntamos por qué estaban tan solas y que nosotros las protegeríamos en todo caso, que llevábamos buen rollo, que éramos gente legal, lo dije incluso enseñándoles el carnet de identidad, para que se sintieran más seguras.

Ellas parecían relajarse por momentos o al menos esa impresión me dio, a medida que avanzábamos en la charla o más bien en mi monólogo. Yo lo interpretaba como una buenísima señal, más todavía cuando nos confirmaron que habían quedado con otras amigas para hacer un botellón en esa playa pero el caso es que sus coleguillas, las habían dejado inconcebiblemente tiradas y para colmo no tenían cómo volver a casa. Esa era nuestra baza y me adentré más en mi estrategia.

-  Mira, si os parece, podemos tomar esas copas que os ibais a tomar con vuestras amigas, ahí, junto a la orilla y después decidid si os llevamos u os cogéis un taxi, porque la espera puede ser algo larga.

La rubia pareció pillar el mensaje del llamado ultimátum, miró a su amiga, después a mí y luego volvió hacia la otra de nuevo para susurrarle algo al oído, que yo traducía como que no tenían más alternativas, pero la morenita de piernas interminables decía que no nos conocían, que tal, que cual.  Cuchicheaban entre ellas mientras nosotros parecíamos estar mirando las estrellas como si tal cosa... disimulando, ya se sabe, aunque para estrellas, ellas dos. Vaya dos palomitas. No sé si la noche, los disfraces, las ganas que teníamos o qué sé yo, pero aquellas dos pavas eran de lo más bonito que he visto en mi vida, lo juro.

Paula se lanzó como portavoz de las féminas:

- Vale tomamos un par de copas, os las pagamos y nos vamos.

- ¡Puta madre!... quiero decir, que genial. Pero de pagar nada, estáis invitadas, faltaría más.

La verdad es que aquel impulso me salió solo, no esperaba una respuesta afirmativa y menos tan rápida. Disimulé mi euforia lo mejor que pude.

Tamara, la morena vampiresa, no hacía más que tirar del brazo de su amiga, pero esta insistía en decirle algo que yo no alcanzaba a escuchar mientras nos encaminábamos con ellas hacia la orilla. Supongo que el hecho de estar al aire libre, en una playa donde había mucha más gente esparcida y estar medio iluminados todos por las luces del paseo que bordeaba todo el litoral, les acabó de convencer del todo.

Nos sentamos en corro, como mandan los cánones de un buen botellón, extendimos una toalla en el medio y comenzamos a charlar, sin entrar en profundidades... cosas banales y poco comprometidas. Eso sí, sacamos unos vasos de chupito y dos botellas de Vodka negro.

Paula se quedó intrigada:

- ¿Qué bebida es esa?

Esta vez fue Juanlu el que por fin abrió la boca.

- Es vodka. ¿No lo habéis visto nunca?

- No, de ese color... jamás.- afirmó Tamara

- Es buenísimo, ya veréis y no se sube casi nada, además tiene un sabor afrutado genial, como a moras.

Héctor abre pocas veces la boca, pero esa vez para meter la pata:

-          Bueno, que no se sube...

Le pegué un codazo y a continuación aclaré su tesis:

-Sí, se sube, joder, pero menos que el blanco, hombre. Se puede tomar con lima, con naranja, limón... o solo como ahora.

Serví los cinco primeros chupitos en sus correspondientes mini vasos, porque eso sí, bien preparados, vamos siempre. El primer trago fue con la condición de que se bebiera de un golpe. Me quedé mirando la cara de las chicas y no pareció disgustarles, si es lo que tiene uno, que sabe vender los productos a base de bien. Así que sin tiempo a relajación me dispuse a servir otras cinco copitas que ya estaban colocadas sobre la toalla. Y así la tercera tampoco se hizo de rogar.

Tamara seguía algo reacia, además debía estar incómoda de rodillas para no enseñar con su minifalda más de lo debido y comentaba que no quería beber demasiado, que no estaba acostumbrada que si esto, que si lo otro...

Con el cuarto chupito servido, ya no parecía estar tan incómoda al sentarse de medio lado. Se le notaban los carrillos algo más encendidos, porque a pesar de estar en penumbra esas dos muñequitas resplandecían por sí solas, hay que ver qué suerte la nuestra. Si me lo hubieran dicho media hora antes, lo hubiera negado. Esas tías no se van con tíos como nosotros.

Definitivamente se negaron al quinto chupito ni a pesar de insistirles que  los vasos eran enanitos, que estaban invitadas y que su compañía era como el mejor de nuestros sueños.

No quisimos forzar más la situación, por lo que caballerosamente nos ofrecimos a acompañarlas hasta su casa, algo que ya no pusieron en duda, pues sabían que éramos una de sus pocas opciones para regresar a casa, descartando la de ir a pie, por supuesto.

Tenemos una furgoneta súper grande que utilizamos para nuestras salidas de fin de semana y que en la parte trasera tiene además de nuestros sacos y mochilas, un colchón gigante donde dormimos los tres.

-          No tiene asientos – Afirmó Paula al abrir la puerta corredera.

-          La verdad es que resulta hasta más divertido ir sin ellos… - expresó Juanlu.

Se miraron entre ellas por enésima vez y se subieron a la furgo. Se acomodaron juntas apoyadas contra una de las paredes y me ofrecí a servir el último chupito. Puse la toalla sobre el colchón para no mancharlo y serví los cinco vasos.

-          No, ni hablar, ya hemos bebido mucho… - saltó Tamara.

-          Podemos jugarnos los chupitos a “trago o prenda”. Así es más divertido. – dije de pronto.

La verdad es que lo dije apagando la voz, pero se me había escuchado a la perfección. Casi fue algo tan espontáneo como absurdo, lo sé, pero lo dije por si colaba. Se hicieron las longuis, pero cuando les explicaba que se trataba del viejo jueguecito de la botella, que gira y al que señale o se bebe un trago no pusieron muy buena cara, especialmente la morena. Dejé claro que ellas podrían abandonar el juego cuando quisieran:

-          Vamos, no os vayáis preciosas. Mira, sirvo esta ronda y así terminamos la botella, luego jugáis y si no os gusta pues nada, arrancamos este trasto y os llevamos, en serio.

Supongo que varios chupitos encima le hicieron apuntar a Paula un “sí” más inmediato de lo que ella hubiera esperado y por supuesto su amiga que le miraba con cara asesina. Creo que Paula era la más marchosa de ellas y la que nos abonó el terreno. Me imagino que lo de las prendas le atrajo lo suficiente para dar ese paso. Y fue precisamente ella, la que animó a su amiga, echándonos el capote definitivo:

-          Vamos, tía un ratillo... no seas tan cortada y nos echamos unas risas.

Tumbé la botella haciéndola girar fuertemente y eso que sobre la toalla no era el mejor lugar, desde luego. Llegó a dar poco más de una vuelta y se detuvo frente a Héctor. Este prefirió empezar con prenda y se deshizo de la camiseta luciendo su torso atlético. Buen comienzo, pensé y juro que no hice trampas. Eso pareció gustarles a las chicas y sonriendo volví a girar la botella antes de que nadie se arrepintiese. El mismo Héctor aprovechó la coyuntura para sacar la siguiente botella de la mochila y servir unos vasitos extras para los arrepentidos que no contribuyeran con prenda. La siguiente en perder fue Paula que aportó sus zapatos de tacón, eso sí, ambos, tal y como habíamos quedado previamente. Después fuimos cayendo alternativamente. Unas veces le dábamos al trinqui y otras pagábamos con una prenda.

En un momento de la partida estábamos nosotros tres con el torso al aire, pero ellas preferían seguir bebiendo, en lugar de quitarse ropa, pues ya estaban descalzas. Pero claro, con tanto chupito encima, llegó un momento en el que tenían que ceder y como no, fue nuevamente Paula, la más lanzada de las dos que optó por no beber en todas las rondas, pues se la veía bastante tomadilla. En uno de sus turnos se puso de pie y se deshizo de su camiseta roja ajustada, dejándonos atónitos mostrando un sujetador de color rojo también que abultaba unas prominentes y redondas tetas. Su amiga la miraba como si estuviera loca. Y locos nos tenía a nosotros que intentábamos disimular nuestras respectivas erecciones.


El siguiente turno fue a parar a mí y decidido pasé de beber, para ponerme en pie y quitarme los pantalones. Las chavalas cuchichearon entre ellas, al ver que mis gayumbos mostraban algo aumentado en su interior. La botella giró de nuevo y fue a detenerse frente a Tamara que a esas alturas estaba más envalentonada quitándose la minifalda, pues debajo de su camiseta ajustada no parecía llevar nada y lo pospuso para mejor ocasión. Sus minúsculas braguitas fueron la delicia de nosotros tres y francamente, no creíamos que aquello estuviera sucediendo realmente. La botella malvada quiso caer nuevamente en Tamara, que esa vez le pegó un trago al chupito de vodka.

Paula le preguntó a su amiga si quería dejarlo en ese momento, pues la cosa se iba calentando y respondió algo que nos dejó a todos atónitos:

-         Ni de coña, tía.

Sin duda que ese puntillo de alcohol le había dado más valor o mejor dicho la ofuscación propia de una borrachera de vodka, creo yo, pues la modosita se estaba lanzando de lleno.

Uno de los momentos estelares de la noche fue la pérdida total de ropa por uno de los participantes y el turno fue a caer en Juanlu, que mostraba una gran empalmada, ante la algarabía de la concurrencia, prioritariamente femenina, todo sea dicho.

Con alguna ronda de alcohol de por medio, la siguiente en palmar, fue Paula, que a duras penas se despojó de esos leggins tan ajustaditos que nos llevaba. Se quedó igualmente conjuntada de color rojo, con su tanga y sostén a juego, pero por causas del destino perdió nuevamente ella.  Se pensó unos segundos si dar el trago, hasta que algo apurada decidió liberarse de aquel sostén que mantenía unos inconmensurables y perfectos pechos. La visión para todos fue imborrable, como el movimiento de esas turgentes y redondas tetas que ella sabía mover como nadie.

Algo repuestos del susto, continuamos la partida, con el contratiempo de ser Juanlu el perdedor, quien ya estaba despelotado. Hubo un pequeño debate, de qué hacer en un momento como ese, pero ellas fueron las que quisieron un numerito especial a lo “boy” que nuestro amigo les regaló de la mejor manera que pudo, dando rienda suelta a su imaginación, tocándose aquí y allá, bailando como todo un profesional, para deleite de las chicas, que se mostraban cachondas aplaudiendo nerviosamente.

Acabó su turno (minuto pactado a partir de ese momento para todas las pruebas) pero a ellas pareció dejarles con la miel en los labios. Los pezones de Tamara estaban marcadísimos en su top, algo que me ponía aun más burro de lo que ya estaba.

Héctor, nuestro sansón particular, perdió también su última prenda y cuando se bajó su boxer apretado, se hizo un silencio en todo el grupo al advertir que el miembro de nuestro amigo tenía unas dimensiones extraordinarias. Joder, vaya número calzaba el bueno de Héctor. Fue Tamara la que rompió ese silencio:

-          ¡Vaya pollón!

Las risas y el cachondeo fueron la tónica a partir de ese momento y todos sabíamos que acabaríamos en bolas más tarde o más temprano, de modo que no sé si el vodka, la inercia del juego, la noche especial del Halloween o vete a saber qué, pero aquello no tenía freno.

Corrió el vodka en alguna pasada de ellas y ya perdí la cuenta de cuantos chupitos podríamos llevar encima entre todos, pero las botellas vacías, para entonces tres, daban cuenta del desaguisado.

Tamara perdió su turno, ya totalmente sin remilgos y se nos plantó de pie en medio del círculo, quitándose el top, para dejar paso a dos tetas preciosas, mucho más pequeñas que las de Paula, pero no menos redonditas y admirables. Sus pezones se veían como garbanzos de grandes. Vaya dos pivitas que teníamos delante, la suerte del enano, que digo yo.

La noche estaba alcanzando el máximo de la demencia, con esas dos pedazo de tías entre nosotros, esperando con auténticas ansias que se despojaran de su última prenda.

Desgraciadamente no hubo suerte y el siguiente en perder fui yo y como solo estaba con mis calzoncillos, que a duras penas podían sostener mi erección, pues me levanté y ofrecí mi desnudez al completo. Ellas daban grititos y chocaban su palma en señal de celebración por haber conseguido despelotarnos a todos antes que ellas.

-          Bueno chicos, nosotras lo dejamos ya… - dijo Paula mientras Tamara se descojonaba de nuestras caras de alucine.

-          ¡Eso no vale! – protestó Juanlu.

Estaba claro que ellas habían ganado el jueguecito de la botella, consiguiendo disfrutar de nuestros cuerpos en bolas y nuestras pollas en ristre pero era nuestro turno ¿no?

-          Dijimos que hasta donde quisiéramos. – Añadió Paula.

-          Claro – salí yo en el momento en el que estaban recogiendo su ropa para ponérsela – eso es lo que habíamos hablado pero no me parece justo.

-          ¿Por qué?

-          Pues porque vosotras no os habéis desnudado y mira nosotros, estamos en bolas y con una empalmada fuera de lo normal. – añadí todo digno a pesar de estar desnudo y bastante ebrio.

-          Pero las reglas estaban claras desde el principio. – apostilló Tamara mientras su amiga se tronchaba de risa.

Mis amigos y yo nos mirábamos con una cara de evidencia que manifestaba nuestro desagrado, pues ellas tenían razón, esa era la condición, pero me seguía pareciendo una gran injusticia.

-          Yo creo que habéis salido ganando, primero porque nos habéis derrotado en el juego y segundo porque somos tres, pero al menos, dejadnos veros en pelotas, como premio de consolación aunque sea un instante.

-          Jajaja… que listo. – soltó Tamara.

Sí, no tenía ni pies ni cabeza, pero en el fondo, qué mejor imagen que poder disfrutar de la desnudez de esos bomboncitos, que parecían dos modelos caídos del cielo.

-          Venga chicas… quitaros esas braguitas… al fin y al cabo no nos vamos a volver a ver y creo que en nuestra vida veremos dos cuerpos como los vuestros.

-          Jajajaja… eso fijo. – dijo chulescamente Paula.

-          Por favor, aunque sea la última tirada y podamos veros a una. – rogué poniéndome de rodillas viendo que ellas estaban empezando a ceder. Si es lo que tiene el vodka negro.

Se miraron, se partieron de risa de nuevo y luego cuchichearon.

-          Vale, hacemos una cosa: Doble o nada. – sugirió Paula.

Ahora éramos nosotros los que nos mirábamos extrañados y con enormes dudas.

-          Difícil el doble o nada. Estamos en pelotas – dije.

-          Está claro, jajaja, pero siempre hay alternativas.

-          ¿qué son…?

-          Pues si una de nosotras pierde, nos desnudamos las dos.

-          ¿Y si no?

-          Pues está claro, si uno de vosotros pierde, pagaréis todos un castigo.

 

El hecho de ver a esas chicas en pelotas merecía lo que fuera. Y por muy dura que fuera ese castigo, el riesgo era lo de menos, con la posibilidad de verlas completamente desnudas.

-          Y ¿qué prenda? – preguntó Juanlu.

-          Pues si perdéis alguno, también nos desnudaremos, pero nos tendréis que comer el sexo a ambas hasta que nos corramos.

Supongo que si en ese momento hubieran puesto una cámara en aquella furgoneta, nuestras caras debían ser como la del tipo que ganó el 50x15 y nuestras pollas debían pensar lo mismo, porque solo imaginarlo se erguían aun más.

Una vez confirmada nuestra autorización sin poder evitar mostrar nuestra excitada ilusión y tras unas nuevas risas por parte de ellas, puse en marcha el juego pensando que esa noche de Halloween era el mejor regalo y la mejor sorpresa que jamás pudimos soñar.

La botella giró casi una vuelta, hasta caer justo frente a mí. Para ser honrado dire que no me gusta hacer trampas, pero esta vez, por primera vez en mi vida, tuve que hacerlo: entre verlas desnudas y comerlas enteritas, lo segundo era el paraíso.

-          De acuerdo, habéis ganado. – Afirmó Paula.

Ambas chicas se dieron la vuelta y de rodillas se fueron bajando sus braguitas para mostrar unos culos que rozaban la perfección. Esa lentitud bajando las bragas y las ganas que teníamos de darse la vuelta, aumentaron la temperatura del interior de la furgo, por no hablar de nuestra excitación, hasta que a la de tres, ambas se dieron la vuelta.

Si no puedo describir la situación es porque no sé cómo hacerlo para que se pueda entender, pero puedo resumir, en pocas palabras que esas dos chicas preciosas, modelos de lujo, esos bomboncitos divinos de la muerte, esas niñas sacadas de un poster portaban dos pollas morcillonas que no eran precisamente de broma, sí, sí, eran dos pollones.

-          ¡Me cago en la puta! – soltó Héctor, diría que en nombre de todos.

Las dos tías, eran dos tíos… dos transexuales de cuerpo de mujer y sexo de hombre. Dos pedazo de pollas fuera de lo normal, que poco a poco iban aumentando de tamaño, cuando ellas, digo ellos, se las machacaban observándonos en plena estupefacción.

No estoy muy seguro de todo lo que ocurrió después, al menos ahora lo recuerdo casi como un sueño que nunca sucedió, pero bien por el alcohol que llevábamos encima, bien porque somos caballeros cumplidores, bien porque la noche era la carga erótica más grande de nuestra vida o bien porque definitivamente esas dos tías, a pesar de la evidencia tan chocante, estaban de muerte y a esas alturas ya casi nos daba igual todo, pero eso sí, cumplimos nuestra promesa. Y tampoco lo recuerdo muy bien, pero fui el primero en comerle el rabo a Paula, la rubia, mientras mis amigos se turnaban con la morena.

Y así durante un buen rato, porque las chicas, esas que convirtieron una noche de Halloween en la magia del erotismo, también nos devolvieron grandes dosis de placer, contribuyendo a comernos nuestros respectivos rabos, en una orgía de pollas calientes y empalmadas que acabó en una macrocorrida sobre el colchón de nuestra furgoneta.

Ninguno de los tres, hemos vuelto a hablar sobre el tema, pero aunque nos cueste reconocerlo, aunque quisiéramos negarlo, esa noche de Halloween, fue la más alucinante y cachonda del mundo.


Sylke (30 de Octubre de 2010)