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Quiero pedirte un favor

en Intercambios

Me llamo Ana. Mi hermana María y yo siempre lo hemos compartido todo, desde nuestra ropa, incluyendo las prendas íntimas, hasta los secretos más inconfesables. Cada día al llegar a casa por la noche nos sentábamos en la cama y nos relatábamos lo acontecido en todo el día: Nuestros encuentros amorosos con nuestros respectivos novios y todas las intimidades habidas y por haber. Todo lleno de morbo, poniéndonos más calientes de lo que veníamos. Yo le hablaba de Quique, mi novio… y ella a mí del suyo, Ángel.

Una noche María estaba diferente y me sorprendió en el momento que me pidió algo a lo que no parecía atreverse.

- Ana, quiero pedirte un favor – me dijo.

- Dime.

- No, no sé como pedírtelo.

- Vamos María, no seas tonta, ¿acaso te he negado alguna vez algo? – le pregunté.

- No Ana, ya sé que no, pero…

- Venga, ¿me lo cuentas o que?

- Vale, pero no te enfades. Es que siempre hablamos de nuestros chicos pero tengo una duda: ¿Cuánto le mide la polla a Quique?

- ¿Cómo?

- Joder, lo que oyes.

- Pues no tengo ni idea, pero… ¿por qué te interesa eso, María?

- Pues porque Ángel la tiene gigante y él dice que es normal, pero no sé, no he medido otra y no puedo saberlo, yo creo que es enorme y él insiste en que no.

Al oír sus palabras la intrigada pasé a ser yo… No sé por qué pero intuía que cuando se refería a grande es que debía serlo y bastante. No pude remediar el tener que lanzar la pregunta:

- Pero María ¿tan enorme es la de Ángel?

- Sí, para mí sí. Él dice que como la de cualquiera y la verdad, lo dudo bastante. Por eso te lo decía…

- Pues yo no se la he medido nunca a Quique, pero tampoco está tan mal, creo. Si quieres se las medimos hoy y mañana venimos con los datos. – le afirmé con seguridad y riendo.

- Vale, así salgo de dudas.

Mi hermana se sintió mejor al ver que aquello no me importaba en absoluto, pero en realidad es que esa medición me resultaba más que interesante… Desde el momento en que me dijo que era enorme, me puse a imaginar cosas en mi cabeza que me tenían más que enredada. Así que esa misma noche me cogí el metro y le hice la medición de aparato a mi novio, con cierto mosqueo por su parte, todo sea dicho, pero le dije que era por jugar a algo... El resultado resultó prometedor: 17 centímetros, desde la base que tocaba sus huevos hasta la puntita. Pero cuando María me dijo la suya, no me lo podía creer.

- ¿20 centímetros? Venga ya, María… - dije incrédula.

- En serio, es cierto.

- Perdona, pero no me lo trago. – añadí.

- Pues no sé como demostrártelo.

En ese momento nos miramos y tras un breve silencio nos reímos a carcajadas… aun sabiendo que solo era como una especie de chiste. Sin embargo fue mi hermana la que propuso proveerme de la prueba a través de una foto siempre que yo cumpliera mi parte y le trajera la foto del aparato de mi novio.

La situación era morbosa a más no poder, sabiendo, para colmo, que todo lo hacíamos sin que nuestras respectivas parejas supieran nada. Mi novio se mosqueó un poco cuando en una de nuestras sesiones íntimas en el coche, saqué la cámara para hacerle una foto a su aparato.

- ¿Qué coño haces? – me preguntó él, justo cuando aquella cosa estaba en su máximo apogeo.

- Nada, hacerle una foto a mi cosita rica.

- Pero ¿para qué?

- Pues porque me apetece tenerla de recuerdo. No te preocupes que no te saco la cara… Es solo para verla de vez en cuando.

Pareció convencerle mi respuesta y además creo que le gustó que su polla fuera admirada por su novia hasta ese punto. Yo estaba feliz y nerviosa sabiendo que compartiría con mi hermana un gran secreto tan especial y una indudable comparación de nuestras parejas, esperando ver esa grandiosidad de su novio que ella mencionaba.

Para ser sincera, ninguna de las dos fotos hacía honor a la verdad, porque si bien es cierto que ambos penes estaban en su plenitud y los dos nos resultaron muy bonitos, no podía calcularse el tamaño con una simple fotografía.

A lo largo de los días siguientes, con la consabida perplejidad de nuestros novios, seguimos haciendo fotos a sus miembros erectos, desde varias posiciones, poniendo nuestra mano a modo de comparación y después, como cada noche, las dos hermanas compartíamos entre risas, orgullosas nuestros obsequios. Yo por un lado, me negaba a tener entre mis manos una polla más pequeña de la que ella decía poseer, pero si bien es cierto que de mi mano salía un buen cacho, de la suya aparecía casi la mitad. Todo era un juego, sin embargo, me mataba de curiosidad, pero ya no de verla a través de unas fotos, sino de desear verla en vivo.

- María, sigo pensando que no es tan grande. – le dije retadora.

- Joder hija, pues yo creo que sí, no hay más que ver las manos de cada una. – insistía ella.

- Habría que verlas en directo.

Mis palabras sonaron extrañas, aun pronunciadas por mi misma, pero las ganas de comprobarlo me comían por dentro.

- Tú estás tarada, Ana. – dijo sin poder evitar una sonrisa.

- ¿Por qué? Podemos seguir compartiendo la información, pero para salir de dudas, de verdad, tendríamos que verlas.

- Pero ¿En carne y hueso?

De nuevo nos partimos de risa, con esa ocurrencia de María… sin embargo, estaba convencida que esa idea nos excitaba a ambas y la curiosidad podía más que nosotras.

- No me apetece mucho la idea – decía ella sin demasiado convencimiento por su parte.

- Propongo que veas tú primero la de Quique y si quieres luego me confirmas el tamaño, me fiaré de ti. – le contesté.

Parece que aquello fue contundente y dijo que estaba dispuesta también a compartir la de su chico, si yo le mostraba la del mío, siempre y cuando nos limitáramos solo a verlas.

- Pues no sé como podremos hacerlo. – me decía - No creo que les hará gracia que les vean la polla así sin más y menos aun que sepan que sus respectivas novias van a ver la de otro con sumo interés.

- Bueno, podrían no enterarse. – le apunté segura.

- No se como, Ana.

- Tengo un plan.

María me miraba con los ojos como platos, sabiendo que mis invenciones siempre eran impetuosas, pero su intriga por comprobar de primera mano, lo que parecía evidente en las fotos, podía con ella y desde luego conmigo también.

- ¿Cuál es ese plan, a ver…? – me preguntó más que interesada.

- Muy fácil, como el fin de semana que viene nos vamos los cuatro a la nieve, podemos montárnoslo en el hotel.

- Si, claro, en habitaciones separadas… hija, no sé como.

- Tenemos que ponernos de acuerdo hermanita. Les atamos las manos a la cama, les tapamos los ojos con una venda y les decimos que vamos a jugar a la gallinita ciega, luego quedamos a una hora y cuando estén a tope, después de que les hayamos hecho unos cuantos juegos eróticos, hacemos rápidamente el cambio de habitación y durante 5 minutos tendremos tiempo más que de sobra de comprobar si tenías razón.

Mi hermana se quedó muda ante mi argumento, mirándome fijamente como queriendo ver en mi propuesta algo de sentido, aunque ella misma debía pensar que todo era una auténtica chifladura. No me creí ni su respuesta.

- Trato hecho, Ana.

Durante los días que faltaban para el fin de semana donde teníamos previsto ir los cuatro a la nieve, anduve más que alterada, mosqueada conmigo misma, pensando que mi novio iba a ser observado detenidamente por otra que no fuera yo, no obstante, el descubrir la enorme polla de Ángel, que otras veces había visto en imágenes y que se adivinaba preciosa, fue demasiado para una mortal como yo.

Todo fue saliendo según el plan trazado. Me había hecho de unos cuantos metros de tela suave y resistente a la vez, para atar a ambos chicos a la cama, desconocedores del todo, de que alguien, mientras ellos permanecían a oscuras, les iba a observar con todo lujo de detalles. María y yo marcamos con precisión nuestra hora, como si de una película de acción trepidante se tratase, aunque en el fondo así lo fuera y decidimos que a las doce en punto haríamos el intercambio de cinco minutos entre las dos habitaciones, que además estaban estratégicamente ubicadas, una frente a la otra.

Media hora antes de la medianoche, ya tenía a Quique tumbado en la cama, sorprendido de ese juego lascivo de atarle y de estar a mi merced, con sus manos firmemente atadas al cabecero sin posibilidad ninguna de soltarse y un buen trozo de tela cubriendo sus ojos y casi toda su nariz, para que no hubiera ninguna rendija de luz. No quería imaginar que todo se fuera al traste por una tontería.

Puede que todo hubiera llegado demasiado lejos ya, pero la cosa no parecía querer detenerse, al fin y al cabo, a modo de consuelo pensábamos que era la demostración de las mediciones previas.

Después de lamer a mi chico su pecho, su ombligo, parte de sus muslos y jugar con mi nariz y mis labios en su miembro, conseguí dejarle el mismo en su máxima expresión, exultante, vigoroso, cimbreante y a la espera de que terminara la faena de un momento a otro.

Dieron las doce en punto y abrí la puerta de mi habitación con sumo cuidado, dejándola entreabierta, esperando que mi hermana hubiera hecho lo propio al otro lado del pasillo.

Apenas unos segundos después apareció María vestida, al igual que yo, como también habíamos planeado, con un camisoncito corto. Ahora quedaba la prueba de fuego y comprobar los tamaños respectivos de los aparatos de nuestros novios. Supongo que por su cara, la imagen de mi chico atado sobre la cama, completamente desnudo y con su polla apuntando al techo debió excitarle y lo más curioso es que me gustaba que así le pareciera, orgullosa de tener un pedazo de polla para mi sola y no tan diferente de lo que ella siempre presumía. Nos hicimos la señal de silencio y le recordé al oído, una vez más, que solo se podía mirar… nada de tocar. Nos sonreímos y en ese instante mi novio, cansado de esperar con su verga en ristre, pronunció mi nombre:

- Ana, ¿qué pasa? ¿Por qué has parado?

Le di un empujón a mi hermana y esta se subió a la cama para que él notara que el juego continuaba. Los ojos de María no se apartaban ni un momento de la verga de mi chico. Sin más demora, algo temerosa y nerviosa a la vez, acudí a la habitación de ella, donde me esperaba la sorpresa. Cuando me acerqué a la cama comprobé ya desde lejos que ella no me había mentido en lo más mínimo. Ante mis ojos, desnudo, al igual que mi chico, se encontraba Ángel con su polla apuntando al techo y con un tamaño evidentemente muy superior al de Quique. Me subí rápidamente a la cama para que notara que su supuesta novia seguía allí jugando, pues ya se le veía nervioso esperando más acción.

- Venga nena, cómemela ya… - dijo de pronto.

Esas palabras dichas así, como quién no quiere la cosa, son muy fuertes y claro, la tentación es superior a todo lo demás. Primero pasé mis manos por sus musculosos muslos, hasta que me topé con sus huevos, los rocé ligeramente y después con mis dedos, jugando con ellos.

- Joder nena, que bien, sigue, preciosa. – repetía él.

Evidentemente yo no podía hablar, tan solo seguir admirando como esa verga de 20 centímetros me llamaba a gritos. Era impresionante. En otro momento hubiera dicho que tres centímetros no llevan a ninguna parte, pero en ese instante, creo que significaba el viaje al paraíso. Qué excitaba estaba, al igual que el dueño de esa cosa que estaba loco por sentir una boca hambrienta devorándola. A pesar de que habíamos hecho el trato de no tocar el miembro de nuestros respectivos cuñados, no pude evitarlo, algo me llamaba a cogerla en mi mano y aun dudando unos segundos, así lo hice. Era una maravilla… la más grande que había tenido la suerte de ver en mi vida, incluyendo las de las películas porno y ahora estaba entre mis dedos. Casi instintivamente comencé a subir mi mano y a bajarla agarrando firmemente ese trozo de carne palpitante. Era una delicia, tan dura, tan grande… Ángel gemía con mi paja y sus suspiros aun me ponían más caliente, por lo que aceleré el ritmo. Era algo inconsciente pero tremendamente excitante.

De pronto me entró el remordimiento recordando lo convenido con María y me desenganché de aquella tranca, casi como si fuera una culebra venenosa y chistosamente así lo parecía, pues se mecía como una cobra a punto de atacar después de haberla soltado de mi mano tan de repente.

Salí de aquel lugar, temerosa de mi misma y avergonzada por haberle hecho la faena a mi hermana, tocándole el enorme miembro a su chico, algo que habíamos acordado firmemente no hacer. No sabía si sería capaz de perdonarme ese pequeño impulso, pero cuando llegué a mi habitación, la escena con la que me topé borró todas mis dudas. Mi novio seguía tumbado en la cama atado, pero mi hermana ya no estaba como yo la dejé, sentada al borde de la cama, sino arrodillada a los pies de Quique y comiéndole frenéticamente la polla con toda la pasión. No podía creerlo ni aun viéndolo con mis propios ojos. Mi primera intención debía haber sido gritarle “pedazo de puta, saca la polla de mi novio de tu asquerosa boca”, sin embargo no salió nada de eso, sino un pensamiento lascivo y morboso de ver como su lengua y sus labios le hacían una felación de bandera, ante la inocencia de mi chico, que parecía estar gozando como un enano.

Entonces me acordé de lo que tenía al otro lado del pasillo y eso me dio aun más morbo y más calentura. Presurosa y caliente me dirigí hasta allí y de un golpe me subí a la cama ubicándome entre las piernas de Ángel. No me faltó tiempo para engullirle la polla, repitiendo lo que acaba de observar en mi habitación de la mano de mi hermana o mejor dicho de su boca... Y una verga como la que tenía delante, no se ve todos los días, por lo que no me costó devorarla como si me la estuviese comiendo mamándosela con todas las ganas. Mi boca la tragaba con deleite. Ángel gemía cuando mis labios se apretaron contra su gigante miembro. Y me excitó sobremanera cuando al hacerlo le oí pronunciar el nombre de mi hermana.

- Sí, si, María, joder como la chupas… lo haces como nunca…

Mi boca y mi lengua querían agradecérselo y la única forma era seguir callada, pero chupando con avidez aquel regalo que tenía delante y que era la polla más grande del mundo.

Volví a pensar en mi hermana, intentando poner un poco de orden a toda esa locura y salí corriendo de nuevo hacia mi habitación, intentando parar lo imparable… como así fue, pues al llegar de nuevo me encontré con la estampa más inimaginable: mi hermana de espaldas a mi, completamente desnuda se estaba metiendo la polla de mi novio hasta lo más hondo de su coño y apoyada en su pecho le estaba cabalgando como una pertinaz amazona, mientras yo, sin poder volver a pronunciar palabra y excitada por la escena y por los jadeos de ambos, regresé al otro cuarto, donde tenía esperándome una gigante columna del placer que anhelaba seguir devorando con gusto.

- María, vamos, nena, quiero follarte – decía Ángel ciego con su venda tumbado en aquella cama sin saber que no era su novia, la que abordaba nuevamente su miembro, sino su cuñada hambrienta y cachonda.

No me conformé con chuparla a pesar de que lo hubiera hecho durante horas, pero quería saber que se podía sentir empalada en semejante magnitud. Me quité el camisón y copiando la postura de María, me subí sobre el cuerpo desnudo de su chico disponiendo mi coño abrazando su polla. La tomé entre mis dedos, la orienté a la entrada de mi sexo caliente y me la clavé hasta que me hizo derramar lágrimas de gusto. Nunca antes había sentido una tranca tan adentro y nunca había recibido tanto placer acompañado del morbo más grande del mundo. Comencé a cabalgar a mi cuñado y a follármele sin importarme nada más, solo cabalgar sobre ese miembro duro y tan grande que se iba colando una y otra vez y llenándome completamente. Intenté no gemir, pero fue imposible, más aun oyéndole a él, como también gozaba de aquel polvazo y creo que no se daba cuenta del canje, porque al estar atado, no percibía las distancias. Seguramente la novedad del numerito no le hacía sospechar nada raro, y lo único que ambos queríamos era follar sin remisión.

Aunque me hubiera gustado durar más tiempo, no tardé en correrme, casi sin poder catar en condiciones aquello que era la cosa más extraordinaria del mundo dentro de mi, ni cuando él también me inundó con su semen caliente en mi interior, en varios potentes chorros que notaba arder en lo más profundo de mi vagina.

No puedo describir lo mucho que me costó salir de ese nudo, no por la dificultad, sino por no querer despegarme de la polla que me inundaba y que deseaba siempre metida en lo más profundo de mi, esa que me había arrancado un orgasmo celestial.

Me levanté temblorosa y cuando volví la vista me topé con los ojos de mi hermana que nos había estado observando en esos últimos instantes de nuestra espectacular sesión de sexo salvaje…

Ambas sonreímos, sabiendo que era imposible haberse contenido teniendo delante el pecado más deseado. Naturalmente que casi no hubo palabras entre nosotras y ambas sabíamos que había sido inevitable romper las reglas.

Solo un abrazo de nuestros cuerpos desnudos selló nuestro compromiso de perdonarlo y de haber hecho una locura que ambas deseábamos más de lo imaginado.

Volví a mi habitación y cuando le solté la venda y las cuerdas a mi chico, me miró de una forma muy tierna y solo me dijo:

- Gracias cariño, ha sido genial.

Follamos como locos e imagino que mi hermana hizo lo propio con su chico, experimentando la sensación más increíble que ninguna hubiéramos imaginado, el intercambio prohibido, sin que los chicos se hubieran enterado. Bueno, al menos, nunca supimos si se dieron cuenta, ni tampoco quisimos saberlo, tan solo recordarlo nosotras y experimentar la sensación más extraña y morbosa del mundo.

Sylke

(25 de marzo de 2008)