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Extraños en el tren

en Fantasías Eróticas

EXTRAÑOS EN EL TREN

Como todos los días Gabriel tomaba el metro para ir a su negocio. Aunque tenía coche le resultaba más cómodo ya que la galería de arte se encontraba en el centro de la ciudad junto a la parada. Era un hombre puntual aunque no excesivamente metódico, pero cualquiera que fuera el vagón en que subiera, siempre se encontraba con la misma mujer. Se sentaba frente a ella y cuando sus miradas coincidían se sonreían sin mediar palabra.

Elisa tenía que hacer un largo trecho desde su casa hasta la universidad, lo que la obligaba a tomar el suburbano muy temprano si quería aprovechar la jornada. Para ella había dejado de ser una sorpresa encontrarse a aquel hombre cada día. ¿suerte? ¿casualidad? El caso es que cualquiera que fuera la puerta del convoy en que entrara, en la parada siguiente a la suya siempre aparecía, y siempre había un asiento libre frente a ella que naturalmente él ocupaba.

Para Gabriel, sobretodo al principio, era como una feliz coincidencia, una costumbre más, pero pasado el tiempo llegó a convertirse en algo casi primordial. Llegó el momento en que la llegó a desear con todas sus fuerzas.

Elisa lo tomaba como una especie de ritual diario que con el tiempo fue tan importante que verlo entrar la llenaba de gozo. Él era mayor, mucho mayor que ella. Le recordaba a su padre, ese hombre tan guapo, tan sereno, tan apuesto, que todas las noches la arrullaba antes de dormir, y que la carretera le quitó cuando ella solo tenía 15 años.

Era mucho más joven que él. Podría ser su hija, esa hija que le arrebató su mujer cuando se separaron, esa hija que tanto he echado de menos y que nunca ha vuelto a ver, que nunca ha vuelto a disfrutar . No era muy alta ni muy voluptuosa pero sí guapa. Parecía estudiante, y al contrario que la mayoría de las jóvenes de su edad vestía de forma sencilla y nada provocativa. ¿cuantas veces quiso presentarse ? ¿cuantas ocasiones hubo para intercambiar algo más que esas sonrisas?

Muchas veces estuvo a punto de hablarle, sobretodo cuando sus miradas se cruzaban, pero nunca lo hizo. Le sonreía y él hacía lo mismo, pero eso era todo. Ningún hombre, ni siquiera su añorado padre, exhibía una sonrisa tan cautivadora.

Una noche de domingo Gabriel acababa de despedir a la atractiva mujer que infructuosamente había intentado proporcionarle placer de pago. Se duchó y mientras el agua caía sobre su cuerpo se puso a pensar en la chica del tren que vería solo unas horas más tarde. Sintió una erección inmediata. Con su cuerpo todavía húmedo se tumbó en el lecho. Su mano acariciaba su miembro inflamado pero en su imaginación esa mano se deslizaba por un terso vientre adolescente hasta la incipiente floresta púbica. El orgasmo que tanto se le había negado horas antes explotó con virulencia. A partir de esa noche Gabriel se masturbaba pensando en esa desconocida que podría ser su hija. Ya había pasado de los 60 pero el deseo se le disparaba al recordarla cuando se metía en el lecho. Tras el orgasmo se dormía apaciblemente pensando que volvería a verla a la mañana siguiente.

Elisa no dormía bien últimamente. Una de esas noches de insomnio pensaba en esos extraños encuentros con ese hombre que podía ser su padre, y que veía de lunes a viernes. Imaginó unos dedos delicados rozando sus apenas estrenados pechos, jugueteando con sus pezoncitos, y ella, casi gimiendo, henchida de un placer desconocido, esperaba a gritos que la cubrieran entera. Deslizó su mano por debajo del elástico de su pantaloncito del pijama. Cuando sus dedos llegaron a su destino su vagina ya lloraba. Esa noche la recordaría como la que supo que era multiorgásmica.

A pesar de que los dedicaba a ordenar y clasificar su amplia biblioteca, su hobby favorito, y a permitirse pagar favores sexuales de alto standing, a Gabriel dejaron de gustarle los fines de semana. Siguió con su afición literaria pero desestimó los amores de alquiler, sustituidos con creces por masturbarse pensando en esa joven que tanto deseaba.

Los viernes por la noche Elisa transformaba su aspecto. La falda se acortaba, el escote se agrandaba y se maquillaba para recibir a su hombre. Cuando unas horas más tarde hacían el amor, fantaseaba con que era el hombre del tren, que podría ser su padre, el que la acariciaba, la besaba y exploraba sus recónditos lugares. Sin embargo el sexo compartido no excluyó nunca su onanismo nocturno dedicado al hombre con que se citaba involuntariamente de lunes a viernes.

Un día no la encontró. Para Gabriel fue una decepción pero no le preocupó demasiado. Era mucha casualidad que el encuentro no fallara alguna vez; lo raro es que no hubiera ocurrido. Pero el día siguiente tampoco estuvo; ni al otro, ni al siguiente. Cuando pasó una semana Gabriel se hizo el ánimo que probablemente no volvería a verla. La edad le había enseñado a ser estoico y aunque lo sintió, retomó su vida anterior sin demasiados costes. Los amores con la VISA volvieron a deleitarle las tardes de domingo tras un arduo trabajo con las fichas y ex - libris, y sus pensamientos nocturnos fueron olvidando a aquella chica que podía ser su hija.

Pasados unos meses ella apareció de nuevo. Ese día Gabriel, hombre profundamente cartesiano, pensó que quizás la misma casualidad que había propiciado durante tanto tiempo que hubieran coincidido, después no lo habría hecho, y de nuevo el azar la había traído al mismo vagón y a la misma hora. No le dio más importancia; cuando sus miradas se encontraron le devolvió la sonrisa más protocolariamente que antaño, bajó en su parada y se fue a trabajar.

Era la primera vez que tomaba el metro desde hacia muchas semanas, meses quizás, no estaba segura. Lo hizo con emoción. ¿todavía lo encontraría allí? la recordaría sin duda pero... ¿acertaría con la hora? ¿en qué vagón entraría? La agitación que sentía casi la hace caer al entrar. El tiempo hasta la siguiente parada se le hizo eterno. Cuando lo vio aparecer le dio un vuelco el corazón, pero pudo reprimirse. Durante los 20 minutos que duró el trayecto sus miradas se cruzaron solo una vez, y su sonrisa fue más fría que de costumbre. ¿le reprocharía su ausencia? quién sabe, ¿y si no la perdonaba jamás? Nunca había deseado tanto a ese hombre que podría ser su padre.

Al siguiente día ella estaba allí de nuevo; Gabriel se regocijó pero no quiso echar las campanas al vuelo. Cuando se sentó frente a ella hubo una novedad: la chica que podría ser su hija no esperó a que sus miradas se cruzaran para sonreírle abiertamente . Fue un gesto novedoso, pero, ¿como habría que tomarlo? ¿ qué posibilidades escondía? Gabriel optó por devolverle la mejor de sus sonrisas y sentó frente a ella como era lo habitual. Esa noche, sus sueños de nuevo le llevaron a acariciar tierna piel adolescente.

El orgasmo había sido tan violento que casi se cae de la cama. Nunca como hasta esa noche los recuerdos y los sueños se habían entremezclado de forma tan turbulenta mientras sus dedos se perdían en la encharcada entrepierna. Elisa se había sentido tan feliz esa mañana cuando comprendió que el hombre la había perdonado que estuvo a punto de sentarse junto a él, pero se reprimió. Al acostarse intentó recordar cuántas veces que se había sentido excitada durante el día. Al evocar la tercera, ya sus manos recorrían su cuerpo desnudo y su respiración se había transformado en puro jadeo.

Como el encuentro se repetía ya día tras día, desde hacía ya varias semanas, a Gabriel comenzó a picarle la curiosidad. No quería esperar a que de nuevo el azar, o vete tú a saber qué, volviera a disolver su renacida ilusión. Cada noche de nuevo afloraban en su ajado cuerpo pasiones ya olvidadas, pasiones enterradas a cal y canto, pasiones que una muchacha que podría ser su hija había despertado, y que, escondidas desde hacía años, brotaban con fuerza a pesar de que ni su aspecto ni su edad coincidían con quien las desencadenó. No quería arriesgarse a perderla de nuevo. Además su encantadora sonrisa le recibía ya cada día. Era el momento de hablar, de saber.

Esa mañana Elisa tuvo la premonición de que algo iba a suceder, y la tuvo desde que despertó con el cuerpo bañado en sudor y las sabanas húmedas del manar de su cavidad más íntima. Un salto atrás de nueve años la había trasportado en sueños a placeres reprimidos pero nunca olvidados. Nunca como hasta esta noche pasada había sentido tanto la influencia en su vida de ese desconocido del tren que sucesos tan secretamente guardados evocaba. Sentada y nerviosa lo vio entrar en el vagón, y en lugar de sentarse frente a ella lo hizo a su lado. A Elisa le dio un vuelco el corazón.

- hola- dijo Gabriel.

- hola- respondió ella.

- ¿me permite la impertinencia de hacerle una pregunta Sta.?

- hágala por favor

-Vd. y yo hemos coincidido en este trayecto mucho tiempo. Supongo que ha sido consciente verdad ?

Elisa no pudo contener una sonrisa demasiado delatora. La conversación empezaba de la manera que había imaginado muchas veces.

- sí, en efecto.

- Hace exactamente dos meses y dieciocho días, Vd. dejó de tomar este vagón. ¿sería tan amable de satisfacer a este viejo curioso diciéndole el porqué?

Podría interpretarse que ella fue sucinta en su respuesta pero no se le ocurrió otra cosa que decir:

- me casé.

- ah... se casó.

- sí, lo hice – respondió con otra sonrisa más reveladora que la anterior, pero ese hombre que podría ser su padre respondió con otra que tuvo el efecto de mojar literalmente sus bragas.

- En ese caso qué prefiere, ¿que le dé la enhorabuena o, como hago con mis amigos, que le diga que sea para bien?

- Ni una cosa ni la otra- respondió ella- me he separado.

Gabriel silbó.

- ah... se ha separado. Los jóvenes de ahora van muy rápidos. Yo tardé veinte años en hacerlo.

- eso es mucho tiempo – dijo ella.

- O muy corto –respondió él.

Esa respuesta tan enigmática la desconcertó un poco, pero Gabriel volvió a la carga.

y... ¿su estado civil impedía que siguiera con sus obligaciones, o simplemente cambió de medio de trasporte?

-lo impedía.

- perdone que se lo diga joven pero es Vd. bastante lacónica en sus respuestas. Si le molesta...

Ella no le dejó seguir. - No por favor, es que soy así: muy resumida- hizo una pausa.

- había muchas cosas de mi vida que mi matrimonio cortaba. Mi marido es ingeniero y trabaja en Madrid. Cuando me casé me trasladé allí. Tuve que dejar familia, amigos, mi tesis... y otras cosas.

- como el metro, dijo él.

- como el metro, contestó ella.

Ambos rieron. Con este tono distendido, Elisa se confesó:

- voy hacerle una confidencia ¿sabe porqué me fijé en Vd. entre tanta gente?

- espero su contestación con verdadera ansiedad.

- me recuerda Vd. a mi padre.

- es a lo máximo que podía aspirar dada mi edad. nunca podría pretender ser un sex-symbol- dijo Gabriel sonriendo.

-no sea tonto, Vd. está muy bien, y lo sabe.

- para mi edad, je je.

- es Vd. imposible, me rindo.

- sí, lo soy, en eso tiene razón. Me ha hablado de su padre.

- murió, un accidente de coche.

- vaya, debí suponerlo, lo siento. Debe Vd. echarlo de menos.

Por primera vez la cara de Elisa se ensombreció - ni se lo imagina. Hace ya 9 años. Yo tenía entonces 15. lo recuerdo cada día.

Ahora fue Gabriel quien asomó un rictus de tristeza – yo también perdí una hija hace 9 años.

- vaya, que coincidencia. ¿qué edad tenía?

- Cuando se fue 15, como Vd. Vive con su madre en Basilea, Suiza.

- qué palo. ¿ y no la ha vuelto a ver desde entonces?

- no. lo intenté pero fue imposible. Hoy cumple 24 años. Está noche la llamaré para felicitarla, pero a veces no me coge el teléfono.

Elisa se sorprendió.

- ¿sabe que mañana también es mi cumpleaños?

- no me diga.

- sí, 19 de marzo. Vaya coincidencias tiene la vida. ¿y como se llama su hija?

- Elisa, se llama Elisa.

La turbación de ella fue tan intensa y evidente que Gabriel se asustó.

- ¿se encuentra bien?

Elisa recuperó en parte la compostura – sí sí , estoy bien. Perdone, ¿como se llama Vd.?

- Gabriel. Pero mis amigos me llaman Gabo. ¿porqué me lo pregunta con esa expresión?

Elisa no le contestó. Volvió a preguntar - ¿cree Vd. en el destino?

Gabriel, visiblemente inquieto le contestó con cierta reserva – no, desde luego que no. ¿a donde quiere llegar?

- pues empiece a creer en él: me llamo igual que su hija, nací el mismo día... y Vd. se llama como mi padre. ¿a que yo le recuerdo a su hija?

- es obvio pero...

Elisa no le dio tregua: -¿a que adivino su edad y fecha de nacimiento?

Gabriel se revolvió en el incómodo asiento. Todo aquello realmente le resultaba algo extraño, pero él era un ser racional y no tenía sentido seguir con ese clima algo tenso, así que disipó el ambiente con su mejor sonrisa.

- vale pero... si acierta ¿podré hacerle una pregunta muy personal?

- ¿y si no acierto?

- admitirá que nuestro encuentro se debe pura y exclusivamente al azar.

- acepto... Vd. es Leo, y el próximo 5 de agosto cumplirá 63 años.

Gabriel tuvo que hacer acopio de toda su experiencia de jugador de póker para no mostrar su asombro. ¿esperaba ese acierto pleno? No, pero no lo descartaba. La vida y la lectura le habían enseñado que siempre hay que dejar un hueco a lo irracional. Quizás por haber dejado esa puerta abierta su pregunta iba ser muy directa.

- soy Leo, y cumpliré 63 el 5 de agosto.

Hubo unos segundos de silencio. Elisa los rompió - ¿no me iba a hacer una pregunta?

- ¿sentía Vd. por su padre lo mismo que él por Elisa?

- creo que ya sabe la respuesta ¿verdad?

- sí... y no hace falta que Vd. me lo pregunte a mí.

Solo faltaba una parada. Elisa preguntó:

- ¿y ahora qué hacemos?

- ¿puedo invitarla a cenar esta noche?

- ya no tengo cuerpo de adolescente.

- lo sé, y quizás yo no sepa hacer lo que le hacía su padre.

Elisa sonrió - lo pensaré- dijo.

El tren llegó a la estación donde Gabriel se apeaba. Se levantó y le dedicó una sonrisa.

- ya me lo dirá.

- Gabriel...

- sí...

- me separé por culpa del metro.

- ah..

Le sonrió sabiendo que mañana volvería a verla... y salió del vagón.

FIN

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