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Obsesión 1

en Autosatisfacción

A las 8 menos cuarto en punto, como cada mañana, Inés entraba en el café Di  Piero, junto al portal de la productora donde trabajaba. Era quizás su mejor hora del día, exceptuando los ratitos que dedicaba a su vibrador, su mejor amigo sin duda alguna. Se deleitaba sorbiendo la espumita de ese sensacional expresso que casi le quemaba los labios. Cuando alguien del trabajo irrumpía en el local le fastidiaba que la privaran de ese solitario placer. A las 8 menos 2 minutos pagaba a Piero con dinero y con su sonrisa mas agradecida, y subía las escaleras hasta el piso 4 a paso de carga, para abrir la puerta a las 8 en punto. Ponía la maquina de café, un líquido infecto que por supuesto ella ni olía, pero que era una exigencia de la jefatura, y después se sentaba en su mesa y trabajaba sin descanso hasta las 2. Bajaba a tomarse un sandwich vegetal con huevo duro y se tomaba otro café mientras hojeaba el periódico. Daba un corto paseo, y media hora mas tarde reanudaba su trabajo, hasta las 5 en punto en que recogía y tomaba el metro hasta su casa, un ático que tenía  alquilado en el barrio marítimo, desde cuya amplia terraza podía oler el mar. Se duchaba, y con uno de sus queridos amigos pasaba mas de una hora jugueteando hasta acabar exhausta. Una ensalada con queso o similar era toda su cena. Después, alguna serie bajada de internet y a las 10 se sentaba ante el ordenador a ver qué se cocía en Facebook  y chatear con gente tan anónima come ella, hasta que el tedio o el cansancio la mandaba directa a la cama.

 

Esa era su jornada de lunes a viernes. Los sábados y domingos, aparte de dormir hasta mediodía y solazarse con sus juguete mas de media tarde, leía. Sí, solo lo hacía el fin de semana, como si reservara ese placer especial para sus días de descanso. Leía de todo, ficción claro. Se metía en los personajes, visualizándolos como gente real: el hijo de puta de su jefe, el pesado del publicista, su estúpida secretaria, el apuesto Piero, su profesor de latín, que la desvirgó a los 14 años...

 

Sus vacaciones las pasaba sola, como no podía ser menos. Cuando se separó de su último novio y como detestaba viajar, adquirió con todos sus ahorros, más una herencia de su tía- abuela,  una cabaña junto a un pantano agreste y solitario de aguas limpias y extrañamente transparentes, allá  en las montañas. Ella, sus cacharros y su e-book se sumergían en un paisaje idílico todo el tiempo que la climatología permitía, inmersión que incluía bañarse desnuda cuantas veces podía. El agua fría estimulaba su libido, y esas tardes-noches de extrema excitación, llegaba a introducir totalmente los 24 cm de su magnus special de mas de 4 de diámetro, en su sexo prohibido.

 

Esa era la vida de Inés, una guapa muchacha de 28 años, de pelo castaño, bonitos pechos y anchas ancas que le esculpían el típico tipo de guitarra, una vida a la que no tenía ningún interés en renunciar por nada en el mundo. Hacía más de un año que seguía a rajatabla la norma de no conocer personalmente a nadie. No tenía amigos ni amigas fuera de la convencionalidad de Facebook o del MSN, y estos ni sabia a ciencia cierta como eran, ya que la foto de su perfil era probablemente  falsa. Amaba su anonimato, casi tanto como a su café matinal y sus amiguetes de silicona especial, suaves, delicados y mucho más fieles y efectivos que sus modelos originales.

 

Un viernes de mayo, cuando a las 5 y cuarto de la tarde tomó el metro para su casa, ni sospechaba que su vida iba a dar un giro copernicano.

 

Cuando casi seis horas mas tarde abría el Facebook encontró una notificación de amistad:

 

Luzbel quiere ser tu amiga.

 

Era algo habitual. Pertenecía a varios grupos de lecturas de variada temática, y sus miembros intercambian solicitudes de amistad, que Inés nunca contestaba; pero esta vez dudó. Al entrar en su perfil observó que la foto de esa chica le era familiar. ¿Donde la había visto antes? La verdad es que no tenía muy buena memoria para las caras pero le extrañaba no recordarla, así que cuando eran casi las dos y se iba a meter en la cama, le dio el click aceptándola como amiga.

 

Al contrario de lo que era habitual en ella, tuvo sueños inquietantes toda la noche.

 

El sábado cuando despertó fue directa al portátil. Abrió el Facebook y encontró un mensaje:

 

Este es mi MSN: luzbel@hotmail.com

 

Entró en su MSN y añadió a Luzbel en sus contactos. Después se duchó, desayunó desnuda - como era su costumbre -  café con leche evaporada, tostadas con mantequilla y medio litro de agua helada. Se vistió con unos leggins sin bragas y una camiseta, y se tumbó en una hamaca en la terraza de su ático con "la montaña mágica", que releía por tercera vez.

 

No podía concentrarse en la lectura. Se levantó y abrió el portátil, siempre encendido bajando cosas. Había dejado el MSN conectado. Luzbel le había mandado un mensaje instantáneo:

 

- Estaré aquí esperándote.

 

Efectivamente, Luzbel estaba conectada. Inés contestó:

 

- hola.

 

- hola Inés.

 

- ¿nos conocemos?

 

- no, pero te veo casi todos los días.

 

- me sonó la foto de tu perfil. ¿Quien eres?

 

- adivínalo.

 

- oye, no me gustan los juegos ni las adivinanzas.

 

- lo sé.

 

- pues entonces no me hagas perder el tiempo y dime quien eres. Por cierto, ¿Como sabes que no me gustan los juegos?

 

- Inés, puedes intentar adivinarlo o cerrar el MSN y no volver a verme más. Elige.

 

Estuvo tentada de cerrar la ventana y eliminarla de la lista, pero no lo hizo.

 

- al menos dame una pista.

 

- no te saldrá gratis.

 

- ¿Que quieres decir?

 

- que deberás hacer algo para que te la dé.

 

- ¿Por ejemplo?

 

- Conecta tu webcam.

 

- solo si tú haces lo mismo.

 

Cada vez, Inés estaba mas intrigada por este extraño encuentro. Sin esperar a que Luzbel lo hiciera, activó su cámara. Al otro lado estaba una chica morena con grandes gafas oscuras y sus cabellos apenas asomando bajo un pañuelo islámico. No la reconoció.

 

- quítate la camiseta.- dijo Luzbel.

 

- no te parece que te estás pasando. ¿Quien te crees que eres?

 

- ¿Lo vas a hacer, sí o no?

 

Inés empezaba a sentir una creciente curiosidad  por lo que estaba ocurriendo pero decidió dar por finalizada la conversación.

 

- no. Adiós.

 

Cerró la tapa del macbook, se levantó y fue a prepararse una ensalada de canónigos con frutos secos, un buen pedazo de queso tronchón, unas fresas con nata y una botella mediana de perrier muy fría. Preparó su cafetera saeco para un corto café, y se sentó a comer.

 

A pesar de que había dormido hasta casi las once, se retiró a su habitación, se desnudó, abrió su cajón con llave y escogió uno de sus vibradores más ásperos. No sabía el porqué, pero estaba muy excitada y necesitaba algo muy fuerte. Lo puso bajo la almohada a esperar su ocasión tras la siesta. Era su costumbre: dormirse antes y jugar después.

 

No podía dormir. Luzbel perturbaba su sueño. Se irritó consigo misma por esa estupidez, pero su excitación iba en aumento. Tomó su aparatito y lo puso en marcha. Lo paseó entre sus piernas. Cuando la punta rozaba sus ingles ya jadeaba. Lo introdujo en su vagina inclinándolo para encontrar ese puntito. Apenas lo rozó cayó fulminada por un orgasmo atroz que la dejó desmadejada.

 

Despertó pasadas las siete. Torpemente llegó hasta la ducha. Seguía anormalmente caliente. En el armario del baño tenía a otro de sus fieles compañeros de juegos, siempre dispuesto a entrar con ella en la cabina. Cuando le llegó el orgasmo casi se cae de bruces. Mareada y agotada salió a la terraza donde se dejó caer en el sofá del cenador hasta recuperarse lo suficiente para llegar hasta el ordenador. Abrió el mesenguer y Luzbel continuaba conectada. Estaba desnuda, así que se puso una camiseta y:

 

- hola, soy yo.

 

Contestó casi instantáneamente.

 

- lo sé.

 

- ¿me estabas esperando?

 

- no.

 

- enciendo mi cam. ¿Lo haces tú también?

 

Apareció de nuevo con sus grandes Ray-ban y su pañuelo palestino cubriendo su cabeza. Inés se quitó la camiseta.

 

- ya está.

 

- ahora ponte una pinza de colgar en cada pezón.

 

- ¿Estás loca? ¿Porqué he de hacerlo?

 

Silencio.

 

- espera...

 

Fue a la cocina y tomó dos pinzas con aprensión.

 

- voy a hacerlo.

 

Inés puso las pinzas en sus pezones. Le saltaron las lágrimas del dolor.

 

- ya está. ¿Las puedo quitar ya?

 

- todavía no.

 

- por favor, me duele mucho.

 

Pasaron unos instantes. Luzbel se quitó el pañuelo descubriendo su negra cabellera y se quitó las gafas.

 

- ¿me recuerdas ahora?

 

Inés se liberó de las pinzas. Tenía los pezones enrojecidos.

 

- no, lo siento. Me suena muchísimo tu rostro pero no consigo identificarte.

 

Todos los días excepto fines de semana pasas por el bulevar hasta la fuente. Das media vuelta y deshaces el camino. Bastantes veces te paras en una tienda de antigüedades.

 

- así es.

 

- yo estoy dentro de esa tienda.

 

- es verdad, ahora caigo. Trabajas allí?

 

- soy la propietaria.

 

- ya me acuerdo. Ahora vas sin maquillar pero eres tú. Me encanta tu tienda. Más de una vez he querido entrar pero me da vergüenza no comprar. Oye, ¿Y como has averiguado mi nombre? Si querías conocerme ¿Porque no me has hablado directamente?

 

- eres muy reservada. No quería arriesgarme a no llamar tu atención. Trabajas en Sap & Sap y frecuentas el bar de Piero, justo al lado. Él me habló de ti.

 

- ¿Me seguiste entonces? ¿ Y dices que Piero te habló de mí?

 

- no te enfades, es una persona discreta. Tuve que acostarme con él para que hablara.

 

- pues creo que has perdido el tiempo tomándote tantas molestias, aunque tirarte a Piero no tanto porque está como un queso. No soy lesbiana, ni bisexual. No me van las tías.

 

- Inés, no me interesa tu cuerpo. Solo tu alma.

 

- ¿Mi alma? ¿Acaso eres una enviada de Satanás? Ah, ya...Luzbel, ¿Ese es tu nombre verdad? No me hagas reír.

 

- lo creas o no ese es mi nombre. Si te hace reír o llorar es cosa tuya.

 

- oye, mira, reconozco que es original como has enfocado esto. Quizás te dé buenos resultado con chicas mas proclives pero conmigo pierdes el tiempo. Te lo repito, no me gustan las mujeres ni he tenido nunca fantasías con montármelo con ellas. Y lo de mi alma no cuela. Me queda medio fin de semana para hacer lo que me gusta y no voy a perder ni un minuto mas contigo, así que dejemos esta conversación.

 

- está bien Inés, si es eso lo que quieres...

 

- si Luzbel, o como te llames. Ha sido interesante - y algo doloroso- conocerte. Adiós.

 

- adiós Inés, no me olvides.

 

- lo dudo.

 

Cerró el messenger y la tapa del macbook y se puso la camiseta. Se la volvió a quitar ya que el roce con sus pezones le resultaba bastante doloroso. Se los vio. Los tenia hinchados. Nunca se los había visto así, nunca, ni cuando estaba extraordinariamente excitada. Y morados tirando a rojos. Joder con la Luzbel. Se cabreó consigo misma por haber entrado en ese juego, pero ya estaba hecho y no tenía remedio, así que tocaba aguantarse.

 

Eran las nueve pasadas, así que se puso un pantalón corto de pijama, se preparó un bocata con pan de cereales a la catalana y jamón serrano, y salió a la terraza desnuda de cintura para arriba; a cenar y a reanudar su lectura. Todavía había luz, la tarde noche era tibia y agradable, y se relajó por primera vez en todo el fin de semana.

 

Se acostó relativamente pronto. Abrió el ventanal de su habitación de par en par, dejando que la brisa penetrara acariciando los velos de hilo de su cama de baldaquino y su piel desnuda. Se durmió casi instantáneamente.

 

Despertó pasado el mediodía. Había soñado que se excitaba contemplándose a sí misma, como si su ser estuviera fuera de su cuerpo. Se gustaba, y mucho. Se metió en la ducha, y se puso una camiseta larga. Se la tuvo que quitar de nuevo por culpa del roce. Sus pezones seguían hinchados y tumefactos. Volvió a pensar en Luzbel, la dichosa Luzbel. Mas por inercia que por interés entró en el MSN. No estaba. Mejor. El día era espléndido así que desayunó, se puso un tanga y un largo pareo que anudó por encima de sus pechos de forma que no le doliera demasiado, cogió su capazo siempre listo y se fue a la playa.

 

Como siempre a partir del mes de mayo estaba abarrotada. Buscó un lugar donde no hubieran familias, casi siempre al lado del malecón del puerto deportivo, frecuentado por mujeres en topless y parejas jóvenes sin complejos. A veces algún atrevido practicaba el nudismo. O sea, el lugar ideal. Lo malo eran los moscones, una especie sin caducar a pesar de la revolución cultural y sexual de este país. Inés extendió la toalla, se quitó el pareo, sacó del capazo la crema solar y se la extendió por brazos y piernas. Cuando su mano untada se pasó por los muslos ya le vino el primer pinchazo de excitación. Cuando tocó el turno a su barriga se convirtió en insoportable. Respirando dificultosamente y plenamente consciente de que la braga estaba tan empapada que rezumaba por los muslos, fue directa al agua a ver si eso la calmaba.

 

No fue así.

 

Afortunadamente la roca en la escollera donde se refugiaba para quedarse en cueros, y que casi siempre estaba ocupada, se encontraba libre, así que fue hacia allí con la única intención de masturbarse y calmar su insoportable lujuria. Se tumbó lo mas discretamente que pudo e hincó sus dedos en su vagina frotándosela con ganas. La respuesta fue inmediata y extremadamente violenta. Las sucesivas descargas del orgasmo la hicieron gritar y temblar como una hoja, de tal manera que cayó al agua. Eso la salvó de un mal mayor. De haberse quedado sobre la roca, probablemente hubiera perdió la consciencia, y por poco que hubiera permanecido así, expuesta al sol sin crema protectora, se hubiera asado seriamente como una sardina. El contacto con el agua, todavía fría del mes de mayo, la hizo reaccionar. Hizo pie y se apoyó con sus brazos, estos sí protegidos, sobre una de las piedras. Apoyó su cabeza, y sacudida cada vez mas débilmente con réplicas del brutal orgasmo, quedó totalmente traspuesta.

 

El fresco la hizo reaccionar. A duras penas fue hacia la arena. Cuando salió cayó en la cuenta de que el tanga había desaparecido. No estaba. Iba completamente desnuda. Afortunadamente no había ya mucha gente en esa parte de la playa; solo una pareja de adolescentes besuqueándose, una madurita en topless, y un matrimonio algo mayor que no le quitaban ojo. Volvió avergonzada a buscar la prenda pero no la encontró. Ni idea como la había podido perder. Tuvo que volver a exhibirse para llegar donde estaban sus cosas. Más mal que bien se puso el pareo para ocultar lo obvio. Misión imposible. Lo había intentado con la toalla pero le raspaba dolorosamente los pechos y tuvo que desistir. Con toda la prisa que sus fuerzas la permitían fue hacia su casa, con la permanente sensación, muy fundada por otra parte, de que todo el mundo la miraba. Cuando - por fin - cruzó el umbral de su ático, se dejó caer en el primer asiento que encontró. Estaba todavía acalorada. Tiró el pareo ,se levantó y se fue directa a la ducha. El agua tibia la medio resucitó lo suficiente para despertarle el apetito pero al ir hacia la cocina se dio cuenta de que había dejado la casa perdida de arena, algo que detestaba, así que tuvo que limpiarla antes, de cabo a rabo. Después de tomarse unas endivias con queso fresco y una Pepsi helada se sintió mejor. Se puso otro pareo por la cintura y con su e-book se fue al cenador.

 

Tras hora y media de lectura de la última entrega de Harry Potter (no tenia el cuerpo para continuar con Thomas Mann) se levantó a hacer pis. A la vuelta vio que el vecino del piso de enfrente estaba apoyado en la barandilla mirando hacia su terraza. Su apartamento estaba una planta más alto que el suyo, por lo que desde donde estaba tenía una total visión de la parte "visible" de su terraza, la central. El cenador, donde habitualmente se solazaba, estaba situado en un extremo, tenía unas paredes de celosía y una lona articulada en su techo, lo que la protegía de miradas indiscretas. Pero a excepción de ese lugar, y la otra esquina donde tenía una ducha exterior y una hamaca para tomar el sol, el resto de la terraza estaba expuesta a las miradas de la finca situada enfrente, la que la privaba de ver el mar. Inés odiaba a esa finca y a todos sus habitantes. Si para ella la gente en general era fea, según decía, las de ese bloque eran horribles.

 

Cuando vio a ese tipo se enfureció. Vivía con una chica bastante más joven que él. A veces los veía haciendo el tiki-taka sin ningún pudor, los muy guarros. El tipo la miraba descaradamente. Entonces cayó en la cuenta que no llevaba sostén. Menudo espectáculo le estaba dando al imbécil ese. Aceleró el paso hacia su escondrijo y justo un paso antes se quedó inmóvil. El deseo le vino tan repentinamente que la paralizó. Se volvió y se puso donde él pudiera verla de cuerpo entero. Se tocó, de arriba a abajo, tan voluptuosamente, que no podía creerse lo increíblemente sensual que podría llegar a ser. Se contemplaba a sí misma como en una imagen externa. Era una diosa a la que la mismísima  Venus envidiaría. Tan extasiada se sentía que no vio como el tipejo sacaba su móvil y la grababa. Cuando dejó caer el pareo e introdujo su mano en su sexo y rozó apenas el interior de su hendidura, un orgasmo inesperado la fulminó. Perdió la consciencia y cayó en un mar de sensaciones placenteras e irreales.

 

Se despertó. Todavía bajo los efectos de esa descarga increíble de placer, se incorporó. Ya era noche cerrada. Según ella habría pasado media hora como mucho. El tipo ya no estaba pero había luz en su dormitorio. Estarían  follando seguramente. Cogió el e-book y vio la hora: las cinco de la mañana. Faltaban menos de dos horas para que sonara el despertador. Se fue directa a la cama a aprovecharlas.

 

Acababa de dar el primer sorbo a su expresso. Piero estaba frente a ella al otro lado de la barra.

 

- ¿Todo bien?- le preguntó.

 

- ¿Preguntaron por mí, verdad?

 

Piero se ruborizó. - sí, el viernes. Una chica.

 

- ¿Te lo pasaste bien?

 

- te lo ha contado ella no? Oye, solo le dije tu nombre y donde trabajabas. Perdona.

 

- no te preocupes Piero. No pasa nada.

 

- oye Inés...

 

- dime.

 

- esa chica... per la Madonna. Cuidado con ella.

 

- ¿Porqué?

 

- no lo sé pero guardate de lei. Da miedo.

 

- no te preocupes, y gracias por avisarme.

 

Salió como siempre a las dos. No había pensado en Luzbel en toda la mañana. Cuando acabó de almorzar dio su paseo habitual, pasando de largo en la ida hacia la fuente. A la vuelta abandonó los frondosos árboles del bulevar y fue hacia la acera donde se encontraba la tienda. Lo hizo casi inconscientemente. A esas horas estaba cerrada. Miró al interior a través de la puerta de cristal y la vio. La puerta se abrió dejándola pasar, cerrándose sola después.

 

- hola.

 

- hola Inés ¿Qué tal el fin de semana?

 

- agitado.

 

- Pensaba que ya no querías saber nada de mí.

 

- pasaba por aquí; tenía curiosidad.

 

- pues satisfácela. ¿Qué puedo hacer por ti?

 

- nada. Tienes una bonita tienda.

 

Inés curioseó un poco. Se fijó en un objeto.

 

- oye,  ¿Esto es...?

 

- sí, es un consolador.

 

- un... ¿consolador?

 

- sí, del siglo XIX.

 

- ¿francés?

 

- no. Chino.

 

- costará una pasta , ¿No?

 

- 18.000 €, una bagatela. Piel auténtica.

 

- ¿De pene humano?

 

- sí. Tócalo.

 

- es suave... Y mullido.

 

- ¿Te gustan estos juguetes verdad?

 

- no mas que al resto de las mujeres - mintió.

 

- llévatelo. Tómalo como un préstamo.

 

- ¿A cuenta de mi alma? No, gracias.

 

- como quieras.

 

- oye, tengo que irme o llegaré tarde.

 

- ¿Tomamos un café cuando salgas? En el pub del final del bulevar hacen un irish coffee muy bueno.

 

- lo sé. Me parece bien. A las cinco y cuarto. Puedes cerrar?

 

- soy la dueña y cierro cuando quiero; a las cinco y cuarto. 

 

Cuando Inés  llegó al pub,  Luzbel la esperaba tomándose un bourbon. La botella de Jim Beam medio vacía estaba en la mesa.

 

- hola.

 

- hola Inés.

 

- has logrado intrigarme ¿Sabes? ¿Que quieres decir con que te interesa mi alma? ¿Te consideras una diabla, diablesa o algo así? ¿O lo más probable, que es puro teatro para seducirme?

 

- tienes un pecho muy bonito.

 

- me duelen los pezones - contestó secamente.

 

- ¿crees en dios?

 

- estoy bautizada pero me considero atea.

 

- entonces tampoco crees en el demonio.

 

- por supuesto que no.

 

- no crees en el mal entonces.

 

- creo en la condición humana. De ahí proviene el mal y el bien, y no de dioses o demonios.

 

- ¿Crees entonces que el mal y el bien se han formado espontáneamente en el proceso de la evolución?

 

- creo que así es.

 

- ¿darwiniana entonces?

 

- no soy antropóloga o bióloga, pero me parece que esa es la explicación que mejor define el origen del hombre.

 

- ¿En qué momento de la evolución crees tú que aparece la maldad? ¿Es el hombre más malo que el chimpancé? ¿O que el neardental?

 

- mira Luzbel, no sé nada de eso, pero no creo en una intervención divina o algo parecido. Y eso te incluye a ti también.

 

- ¿Qué debería de hacer para que me creyeras?

 

- nada. No pierdas el tiempo. ¿Has pedido ya?

 

Luzbel hizo una seña y una camarera de color sirvió los dos irish especiales. Las dos chicas se los tomaron en silencio. Cuando Inés terminó empezó a sentir una progresiva calentura. Se estaba excitando por momentos. Necesitaba urgentemente calmar su lujuria.

 

- voy un momento al baño.

 

- eso no te calmará Inés.

 

- ¿Qué quieres decir?

 

- lo sabes muy bien.

 

- oye, tengo que irme. Déjame que te invite.

 

- ya está pagado.

 

Sin dar las gracias Inés abandonó el pub. Echó a correr hasta la boca del metro. ¿Qué le estaba sucediendo últimamente? En el vagón apretó sus muslos. Casi jadeaba. El viaje de solo diez minutos se le hizo eterno. Cuando por fin cruzó el umbral de su casa apenas tuvo tiempo de llegar al dormitorio y quitarse las bragas, y  gimiendo, puso su dedo medio en el interior de su acuosa vulva.  Se corrió mucho más violentamente que cuando usaba sus juguetes. De los espasmos cayó de la cama sin fuerzas, hecha un guiñapo.

 

Despertó a las cuatro de la madrugada. Su cabeza estaba embotada, y su cuerpo bañado en sudor desde los tobillos hasta la punta de sus cabellos. Se quitó la ropa con aprensión. Su sostén estaba tan mojado que lo tiró a la cesta de basura junto a los salvaslips usados. Los pezones le seguían doliendo. Fue a la ducha y dejó que el agua fría  cayera sobre su cuerpo más de veinte minutos, purificando su carne enloquecida. Se puso el albornoz y salió a la terraza. Se tumbó en el tresillo del cenador saboreando el frescor de la noche. ¿Qué le estaba ocurriendo?, pensó. Inés disfrutaba con el sexo, más como un juego que como vicio. Había conocido a muchos hombres. Todos sin excepción la habían decepcionado. Su ultimo novio, un piloto de lufthansa, había cometido el involuntario error de regalarle para su cumpleaños un vibrador japonés de última generación, suave como la piel de un bebé, cálido como su vagina, y sin embargo con la dureza ideal y los movimientos precisos como para volverla loca al primer uso. Desde ese día prescindió de los hombres. Y es que Inés en realidad estaba enamorada de sí misma. Le encantaba acariciarse, toquetearse, pellizcarse... Pasaba horas revoloteando en su enorme cama de 2 x 2 mts. Solo lamentaba no ser multiorgásmica. Nunca había encadenado más de dos clímax en una tarde, su hora burra. Eso sí, sus orgasmos la dejaban extenuada y flotando en placer. Pero lo que le estaba ocurriendo estos dos días carecía de toda lógica. Le recordaba "el clik", ese turbador cómic de Manara. De seguir así tendría que ir al sicólogo. Debería haber una razón para explicar estos brutales e incontrolables ataques de excitación que "sufría" desde el día que... ¿desde el día que conoció a Luzbel? No, era una casualidad. Fue justo al terminar la regla, o sea, una cuestión hormonal. Sí, seguro. Uff, tengo sueño...

 

Inés se quedó dormida. Despertó aterida de frío. Entró en casa y se metió de nuevo en la ducha, esta vez con agua caliente. Cuando salió, ya atemperada, su estómago protestaba; cayó en la cuenta de que no había probado bocado desde las dos del día de ayer. Cuando se dispuso a prepararse un buen desayuno vio con horror que, o salía pitando, o llegaría tarde al trabajo, algo que no ocurría desde que  hacía seis años, ocho meses y tres días, había entrado a trabajar en el departamento creativo de Sap & Sap, la productora más prestigiosa del país. Jamás se lo perdonaría, jamás. A medio vestir, o sea sin bragas ni sujetador y en vaqueros, y con sus tripas berreando bajó las escaleras de dos en dos buscando la boca del metro.

 

Esa fue una mañana rara. Piero se sorprendió de que en lugar del habitual expresso, Inés le pidiera un capuccino y un par de donuts. De puro milagro pudo abrir a las 8. Otra anomalía: apareció el Sr. DelDongo, el favorito de los Sres. Sap. Casi nunca pisaba el departamento creativo, y cuando lo hacía, las bragas del personal femenino chorreaban. No todas, claro, siempre hay alguna excepción, pero si por casualidad algún día Inés volviera a compartir cama con alguien, no le importaría hacerlo con ese florentino de mediana edad y porte elegante. Pues bien, al pasar junto al rincón de Inés, DelDongo no solo le dedicó su mas seductora sonrisa, sino que se paró para interesarse por su estado, incluyendo un poco inocente piropo, lo que aumentó en más de un tercio el nivel de hostilidad de las compañeras de Inés hacia su persona. Y para terminar, y cuando estaba reunida con su jefe y dos compañeros del área de publicidad, a Inés empezó a picarle el sexo. No fue en incontenible oleada, como le sucedió en la playa o ayer en el pub, pero sí de forma progresiva e incómoda, a la par de extraña, puesto que no había razón alguna para que esto sucediera.Si Inés odiaba especialmente a alguien era a su jefe, el típico acosador cuando era su compañero de mesa. Por ser hombre lo ascendieron a él, cuando ella le daba ciento por uno, pero así eran las cosas. Por eso el aborrecimiento africano que sentía por el no había disminuido un ápice en todos esos años. Por otra parte, el resto no le iba a la par en cuanto a repugnancia La reunión iba a ser corta e Inés confiaba en que pudiera controlar su estado hasta terminarla, pero no fue así. Como suelen hacer los tíos cuando está presente una chica atractiva que no les hace ni puto caso, empezaron a enrollarse y pavonear como gallitos, y por más esfuerzos que ella hacía, sus ardores empezaron a pasarle factura. Su turbación fue tan extrema que tuvo que abandonar la reunión abruptamente.

 

- Inés, ¿Donde vas?

 

- perdonad, tengo que salir.

 

Le avergonzaba tener que añadir "al baño",lo que dejó con la boca abierta a sus compañeros. Cuando fue al aseo y encontró ocupadas las tres cabinas de las chicas no lo pensó dos veces y se metió en el de hombres. Entró deprisa y corriendo ya que no aguantaba más. Afortunadamente estaba vacío y nadie la vio entrar. Cerró el pestillo, se bajó la cremallera y metió la mano tan violentamente que rompió el botón de los tejanos. Cuando puso los dedos en el interior de su vulva se asustó: Tenía el clítoris del tamaño del dedo de un bebé. Lo apretó con sus dedos y lo masajeó. Sintió que le venía encima todo un mar de placer. Al momento cayó  fulminada por el orgasmo más brutal de su existencia. Como si de un terremoto se tratara, volvía una y otra vez, replicándose en una serie de descargas que parecían no tener fin. Perdió la noción del tiempo. Cuando pudo estar de nuevo a tono no sabía donde se encontraba. Cayó en la cuenta que estaba en el baño equivocado. Intentó arreglarse y mantener la compostura. Tuvo suerte al salir. No había un alma, ni dentro ni fuera. Oyó pasos y parloteo en la entrada. Eran las dos y media, la gente volvía del almuerzo; se había quedado sin comer.  

 

Aguantó más mal que bien hasta las cinco. No podía concentrarse en su trabajo. Su jefe la llamó para interesarse por su estado. Su tono de sorna le extrañó. Un par de compañeras rieron al pasar por su lado. ¿Que pasaba? En uno de los viajes a la planta superior se tropezó con María, la rumana encargada de la limpieza, la única persona de la planta a la que apreciaba. Esta la tomó del brazo y le hizo un aparte.

 

- Inés, ¿Qué te ha pasado?

 

- ¿Porqué lo preguntas María?

 

- la gente... Te han oído en el baño de los hombres, yo... Gritabas.

 

- uff, es muy largo de contar. Gracias María.

 

Avergonzada, dejó a la mujer hecha un lío. Cuando volvió a su mesa tenía la misma impresión que el episodio del pareo: era el centro de todas las miradas. Cuando dieron las cinco recogió sus cosas rápidamente y salió a la calle. Llovía a cántaros. Se fue directa a la tienda de Luzbel sin preocuparse de guarecerse del aguacero. Entró en la tienda.

 

- Inés, estás empapada. Vas a coger una pulmonía.

 

Se miró. Los pechos se trasparentaban tanto que parecía que estaba en un concurso de camisetas mojadas.

 

- espera.

 

Luzbel entró en la trastienda y subió por una escalera. Al momento apareció con una camiseta nueva y una toalla y se las dio. Fue a la puerta, puso el "cerrado" y bajó la cortinilla. Inés se desnudó, se secó con la toalla y se puso la camiseta. Era una XXL y le tapaba hasta medio muslo.

 

- gracias.

 

- dame tu ropa. La pondré a secar.

 

Mientras Luzbel desaparecía de nuevo, Inés volvió a fijarse en el consolador chino. Cuando ella volvió con un té caliente, todavía estaba admirándolo .

 

- tómate esto. Te atemperará.

 

Inés dejó el raro objeto y obedeció sin chistar. Luzbel se sentó en una especie de tresillo oriental.

 

- ven aquí.

 

Se sentó junto a ella y la miró directamente a los ojos, preguntándole:

 

- ¿Qué me estas haciendo?

 

Ella le devolvió la mirada sin contestar.

 

- ¿Porqué yo? ¿qué tengo que tanto te interesa?

 

- tu alma.

 

- ¿Para qué quieres mi alma?

 

- para tener muchas más.

 

- ¿y porqué yo? ¿ No te bastas tú? ¿Para qué me necesitas a mí?

 

- son las reglas de quien me manda. Necesito alguien que me ayude, alguien que sea de este mundo... y no puedo fallar en la elección.

 

- ¿Y para eso me estas arruinando la vida? ¿Qué te he hecho para que me hagas pasar por esto? ¿QUÉ ME ESTAS HACIENDO?

 

- en realidad, muy poco. Solo he acelerado el proceso. Las personas como tú, creen tenerlo todo bajo control, hasta que un día... algo escapa, y acaba destruyéndolas.

 

- ¿Y porqué yo?

 

- porque como decís en este mundo, das el perfil. Eres una persona que domina razonablemente sus emociones, amas la soledad, no tienes amigos ni familia, deprecias al género humano, eres inteligente y atractiva. Cualidades para ser una elegida.

 

- ¿Y qué se supone que tiene que hacer una elegida?

 

- lo que me está vedado a mí: proporcionarme otras almas.

 

- ¿Y eso como se hace? ¿Voy preguntando: oye, quiero tu alma. Y ya está?

 

Luzbel se rió.

 

- es un poco más complicado que eso. Cada caso será distinto. No vale la pena explicarlo ahora.

 

- ¿Y qué obtengo yo de todo esto?

 

Luzbel sonrió, y la miró como si estuviera esperando largamente esa pregunta.

 

- el dominio total y absoluto de tus emociones, de tu cuerpo, de tu mente. La agudeza de tus sentidos y la capacidad de observación se multiplicaran por mil. Podrás detectar cualquier emoción de los demás solo por su lenguaje corporal. Prácticamente podrás leer el pensamiento de toda le gente que te rodea. La capacidad de realizar tus fantasías, tus deseos. ¿Sigo?

 

- ¿De mi cuerpo?

 

- sí: corazón, estómago... sentidos, incluido sistema inmunitario.

 

Inés no acababa de creer lo que estaba escuchando. Desde que murieron su madre y su hermana, nunca había creído en nada que no fuera capaz de explicar la razón.

 

- ¿Me estás hablando de... .

 

- prácticamente la inmortalidad por causas naturales.

 

Inés se levanto.

 

- Luzbel, no sé que pensar: si estás loca o estás loca. Por favor, dame mi ropa.

 

Moviendo levemente la cabeza, Luzbel se levantó, desapareció unos instantes, y volvió con las prendas de Inés, inexplicablemente secas y planchadas.

 

- toma.

 

- gracias.

 

Se desprendió de la camiseta y se puso la suya y después el pantalón. El ojal estaba reparado.

 

- me voy Luzbel.

 

- ¿Nos volveremos a ver?

 

- no lo sé.

 

Cuando Inés se dirigía hacia la puerta oyó: - espera, llévate esto.

 

Era el consolador chino.

 

- no puedo aceptarlo.

 

- tómalo como un préstamo. Así volveré a verte.

 

Inés dudó. La tentación era muy grande.

 

- está bien; te lo devolveré.

 

Luzbel lo envolvió en un paño de terciopelo morado y se lo metió en el amplio bolso azul de Mandarina de Inés. Esta salió sin darle las gracias. Luzbel sonreía enigmáticamente.

 

Llegó a su  casa pasadas las siete. Llevaba todo el día con un capuchino y un donut, y no tenía ganas de cocinar, así que se puso el sostén y se bajó de nuevo a la calle para dirigirse al Hollywood, a dos manzanas de su casa. Pidió aros de cebolla, huevos fritos con patatas y queso gratinado, un newyorker king size, y profiteroles. Todo eso con dos jarras de Heineken. Una vez saciada volvió a su casa, con un primordial objetivo: probar ese juguete chino.

 

Se desnudó sobre la marcha y se metió en la ducha. El pensar en lo que vendría después empezó a calentarla, pero de una forma controlada y aceptada, como a ella le gustaba. Se puso el albornoz y fue a su habitación. La dispuso como a ella le gustaba: ventanal abierto y los velos del baldaquino sueltos, a oscuras, solo iluminada con la luz exterior de la terraza. Un agradable y acogedor ambiente que invitaba al sexo onanista por ella tan querido. Se tumbó de espalda y abrió el albornoz. El caro juguete estaba al lado. Lo cogió. Era exactamente como uno de verdad: tacto suave y áspero a la vez, aspecto lubricado pero no húmedo. Lo puso entre sus muslos, y los apretó, y... el artefacto se puso en movimiento él solito. No era la vibración habitual de sus aparatos, sino un vaivén lento y progresivo , como si tuviera vida propia. Lo movía como si fuera la ouija, prácticamente iba solo; no había que dirigirlo, solo sostenerlo. Él sabía exactamente donde acudir, paseándose por todo su cuerpo: pechos, axilas, cuello, boca, vientre, pubis... Cuando por fin se hundió entre sus pliegues externos creyó morir:  Lo mismo los movimientos del glande acariciaban su clítoris, o bien se introducía apenas unos centímetros y se ensanchaba, o penetraba tan profundamente que le oprimía sus entrañas, o... Inés explotó por dentro con sucesivos orgasmos. A diferencia de lo ocurrido estos días pasados los disfrutaba uno a uno, cada oleada de placer, cada punzada de gozo. No era algo brutal, violento, incontrolable, sino amable y placentero. Con los últimos y suaves espasmos se durmió apaciblemente.

 

Despertó a la hora en punto, feliz, dichosa, descansada. Cuando ya desayunada iba a salir de casa, recordó el consolador que tan feliz la había hecho. Lo guardó en su cajón con llave. Demasiado pronto para devolverlo.

 

Los risoteos y miradas la persiguieron toda la mañana, pero Inés era inmune a ellas. Es más, las devolvía con desafío. A última hora, pocos minutos antes de las dos, el Sr. Del Dongo volvió a aparecer, y de nuevo paró a su lado para saludarla. Inés le devolvió su cautivadora sonrisa con otra muy poco convencional, y algo en su interior le decía que no tardaría en follárselo.

 

A las dos y dos minutos se deleitaba con su sandwich vegetal y su perrier, pensando qué haría después de tomar su café. A las dos y veinte entraba en la tienda de antigüedades. Luzbel estaba sentada en el mismo lugar donde hablaron ayer.

 

- dime ¿qué tengo que hacer?

 

FIN DE LA PRIMERA PARTE

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