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Las tribulaciones de Eugenie y Louise/5

en No Consentido

CAPÍTULO V

EL CONVENTO

A la mañana siguiente y antes del amanecer retomaron el camino. Sea por el descanso, sea por las atenciones de Eugénie que ha pasado la noche en vela manteniendo húmedas de salivilla sus heridas, Louise se encuentra mucho mejor. La fiebre ha desaparecido del todo y por primera vez puede llevar la espalda cubierta. Las dos jóvenes viajan sobre el carro junto con los bultos. Muy apenadas ven como Marie lo hace a pie, con los brazos y tobillos encadenados. La sorpresa les aguarda al llegar la noche. Al día siguiente el carro ya no está y Eugenie y Louise tienen que continuar viaje a pie, acompañando a Marie, aunque sin grilletes.

Todavía continuaron otros tres días de penosa caminata, el ultimo de ellos bajo una intensa lluvia, niebla y frío. La comitiva llega por fin al Convento de Santa Magdalena de la Redención, un imponente y feo edificio de piedra oscura situado en la cima de un cerro pelado del macizo de los Vosgos, medio oculto por la niebla. Rodean la que parece fachada principal y toman uno de los laterales donde hay una pequeña puerta. Los dos gendarmes a caballo se apean y llaman. Aparece una religiosa. Firma un papel y vuelve a entrar. Sale acompañada de otras 6 monjas que se hacen cargo de las detenidas. Dos de ellas sonríen maliciosamente a Marie que esta llorando, y no de cansancio precisamente. Entran en un inmenso y gélido vestíbulo. Las conducen a una pequeña puerta lateral que en realidad es una esclusa: debe abrirse otra puerta por dentro. Toda precaución es poca. Van a otro vestíbulo más pequeño que parece ser la sala de recepción. una monja esta sentada en una mesa con un libro abierto. Le dan los papeles que les han dado los gendarmes. Los mira. Se toma su tiempo. Las tres detenidas están de pie frente a ella. Por fin levanta la vista y habla:

- ¿Eugénie Danglars?

- Soy yo.

- soy yo, "hermana"- la corrige. – ¿Louise D´Armilly?

- soy yo hermana.

- ¿ochenta y ocho? Dice mirando a Marie.

Esta no contesta. Baja la cabeza. La monja que tiene al lado le arranca la manga. Sobre la parte superior de su brazo desnudo aparece grabado el número 88. La monja apunta varias líneas en el libro, hace apartar a Marie y ficha a Eugenie y Louise. Después hace un movimiento con la cabeza. Dos de sus compañeras se llevan a las tres reclusas por otra puerta hacia otra estancia más grande donde hay una gran chimenea. Marie, Eugenie y Louise deben desnudarse y tirar las ropas y zapatos al fuego. Entonces ven a Marie con lagrimas en los ojos ser arrastrada por las dos hermanas. Camina como una autómata hacia una puerta que parece descender a un sótano.

Eugenie y Louise a las que han dejado solas permanecen mas de una hora de pie en esa especie de sala de distribución. Están calladas y no se atreven a moverse, Unos sonidos atroces las sacan de su forzado ensimismamiento. Eugenie y Louise aterradas, escuchan a través de los muros y suelo unos desgarradores gritos que sin duda son de Marie. Unas monjas irrumpen en la sala y toman por los brazos a Eugenie y Louise, abrazadas por el terror de oír los estremecedores aullidos de Marie. Las dos jóvenes todavía desnudas son llevadas por otra puerta por un pasillo. Llegan a su destino: el despacho de la madre superiora. Allí son presentadas a una mujer menuda, muy mayor, de ojos fríos y penetrantes. Eugénie y Louise son aleccionadas por la abadesa sobre las normas de la institución:

- ¿Eugénie Danglars?... ¿Louise D´Armilly?

- si hermana – contestan casi al unísono.

- No soy hermana sino "madre" las corrige.

- si madre – rectifican.

- Estáis aquí por vuestra conducta licenciosa e inmoral, totalmente alejada de la que os corresponde observar por razón de vuestra posición social, y por la que deberíais ser ejemplo. Al no hacerlo así habéis hundido a vuestras familias en la deshonra y el oprobio. Aquí no encontrareis comodidades; solo la redención por el trabajo y la oración. La disciplina es estricta y rigurosa. Vuestra vida aquí solo tiene que regirse por tres normas de conducta: obediencia para con las hermanas, diligencia en vuestras labores, y decencia en vuestra conducta. Por vuestro bien obrad así y vuestra estancia aquí será llevadera. Nada más, podéis retiraros.

Terminada la presentación a la abadesa, Eugénie y Louise son conducidas de nuevo hacia el pasillo, hasta lo que parece ser la esclusa de entrada a las salas de las internas. La estancia tiene también chimenea, una mesa enorme en el centro y una especie de silla con amarras. Allí se les entregan las ropas plegadas en la mesa: unas alpargatas, unas medias, una toca para recoger los cabellos, una sola pieza de ropa interior; una falda, enaguas, una camisa sin mangas; un corpiño, y unos guantes largos para el invierno, amen de unos cuantos paños para su intimidad, que deberán lavarse a diario mientras menstrúen. Por orden son tumbadas boca arriba sobre la mesa, con las piernas colgando de una de las esquinas. Así, primero a Louise y después a Eugénie se les depila el vello púbico con cera caliente. Eugenie, al contrario que Louise delicada y exquisita hasta en esas partes de su cuerpo, necesita que se repita la operación muchas veces, ya que posee una abundante mata pilosa que le llega casi hasta el ombligo y se desparrama por los muslos. Eugénie resiste orgullosamente el suplicio sin derramar una sola lágrima lo que provoca que las monjas se ensañen con ella poniéndole cera casi hirviendo una y otra vez.

Así, Eugénie y Louise con sus bajovientres enrojecidos y muy escocidos tambien, son ahora fumigadas con un desinfectante de olor nauseabundo. Ya solo les falta el último tramite, el más doloroso: la identificación. Las monjas las acercan a la silla... y entonces la ven: una fragua donde se apoyan varias barras al rojo. Primero Eugénie, que es sentada e inmovilizada con varios correajes que le sujetan el tórax y los brazos. Louise ve empavorecida como su amiga del alma es marcada al fuego por dos veces en cada brazo, en la parte alta, casi en el hombro. Sus gritos retumban en su cabeza y se desmaya, cayendo al suelo como un saco. En adelante Eugénie será la interna nº 46. Se la desata y es tumbada sobre la mesa para que pueda reponerse. El turno es ahora de Louise a la que tienen que sentar entre dos hermanas ya que todavía está inconsciente. No esperan a que despierte para aplicarle los hierros. Louise despierta cruelmente abrumada por el dolor de su piel quemada. Siguiendo con su mala suerte es marcada por tres veces en cada brazo. Es la 112. Podéis imaginar los efectos devastadores de este durísimo castigo para lo que les quedaba de entereza a estas adolescentes. Milagrosamente pueden ponerse en pie, y logran vestirse con sus nuevos uniformes que dejan sus nuevas identidades clara y dolorosamente visibles.

Eugénie y Louise son llevadas por unos largos pasillos y llegan a una gran puerta: Es la sección de menores, tal como les contó Marie. Dentro hay un amplio corredor con puertas pequeñas a ambos lados. Una mesa con un crucifijo, un pequeño armario y una silla es todo el mobiliario. La monja que las recibe, una hermana de considerable tamaño, mira detenidamente a las dos nuevas internas. A pesar de su extrema juventud e inexperiencia, de haberse encontrado en mejores condiciones, Eugénie hubiera advertido con que ojos lujuriosos observaba a Louise. Después del reconocimiento visual, esta monja las hizo esperar de pie hasta la llegada de una compañera: la gobernanta encargada de la sala. No tardaron en saber cuales eran sus ideas.

- ya habéis conocido a nuestra ilustrísima Abadesa, que os habrá explicado las normas de esta institución. Pues bien, esta es mi sala y aquí mando yo, y estas son mis normas: la campana suena a las cinco. tendréis diez minutos para vestiros y asearos. Al fondo del corredor está el lavadero. Formareis y a rezar las maitines. Después desayunareis y a trabajar. Se os asignara una tarea para que aprendáis a ser buenas esposas y madres. Parareis a celebrar la santa misa y a comer; volveréis al trabajo hasta la hora de la oración. Cenareis y volveréis a vuestra celda, hasta el toque de silencio. Como podréis observar no llevan cerrojo, pero no podréis salir de ellas sin autorización hasta que suene la campana. Hablareis cuando se os pregunte y solo podréis hacerlo entre vosotras durante las comidas o en el interior de vuestras celdas. Fuera de ese tiempo hablar sin permiso esta terminantemente prohibido y será causa de castigo. Cualquier retraso, indolencia o negligencia en vuestras tareas, será sancionado con una falta: a la tercera habrá un aviso con diez latigazos; a la cuarta con veinte. Y la quinta se castigara con quince días en la sala de penitencia. ¿Esta claro?

Las muchachas asintieron angustiadas por lo que habían pasado y por lo que, presumiblemente, iban a pasar en el futuro. La gobernanta les echó otra hojeada y termino con un seco:

- podéis retiraros.

A través de un ancho corredor son llevadas a una celda con un ventanuco estrecho como ventilación, con dos camastros, una silla y un pozal para hacer sus necesidades. La puerta solo se abre por fuera. Una vez dentro lloran desconsoladas, la una en brazos de la otra lamentándose por su suerte. Si albergaban alguna esperanza de que seria una especie de residencia donde permanecerían por un tiempo hasta que sus familias las perdonaran, esta se desvanecía por momentos. El cansancio y el dolor acaban por vencer a Louise que cae en un profundo sueño. Eugénie, más entera, arrulla a su débil compañera mientras no deja de darle vueltas a su cabeza sobre la inexorable fatalidad que a veces nos depara el destino: apenas un mes era una de las herederas mas ricas y codiciadas de Francia. Y ahora... marcada y escarnecida como si de una ladrona, o de una prostituta se tratara. Y lo que es peor... sin ser consciente de haber hecho ningún daño. Finalmente el desaliento y las fatigas también hacen mella en ella cayendo en un extraño sopor, del que sale cuando Louise la llama.

- mira Eugénie, ya llegan.

El ruido y las voces de las monjas se oían en el corredor al volver las reclusas a sus celdas. Eugénie se incorporó con una punzada de dolor en su hombro acercándose a Louise, que miraba la escena a través de la mirilla de la puerta. Una treintena de muchachas muy jóvenes, algunas prácticamente unas niñas, se encuentran en el amplio corredor, frente a la gobernanta y dos hermanas más. Su aspecto no es nada tranquilizador. Una de las monjas señala a tres de ellas que dan un paso al frente. Alguna ya está llorando. Son separadas y conducidas hacia la mesa. Una de ellas apoya sus dos manos en su borde inclinándose ligeramente; una monja le levanta las faldas y le baja los calzones mostrando sus blancas nalgas. La hermana que se ha comido con su mirada a Louise abre el armario y saca una vara, se sitúa al lado de la muchacha, y descarga diez tremendos zurriagazos sobre los glúteos de la infortunada hasta arrancarle la piel salpicando de sangre la mesa. Eugenie y Louise observan la escena horrorizadas y antes de que termine el suplicio se retiran abrazándose al fondo de su celda donde las persiguen los desgarradores gritos de la muchacha. Están temblando, y siguen unidas férreamente la una a la otras mientras otras dos desgraciadas sufren idéntica suerte. Después de los gritos, el silencio.

La campana suena a las cinco de la madrugada y solo Louise ha conseguido conciliar el sueño, pero ninguna de ellas logra completar el vestirse y asearse, y son las ultimas en formar, recibiendo su primera falta por retrasarse... y a la de tres... saben lo que les espera.

Tras el rezo van al refectorio a desayunar, que comparten con las internas comunes y con las embarazadas. En apenas unos minutos toman una taza de caldo desleído y un mendrugo de pan, tras lo que son divididas en grupos de tareas destinadas a intentar preparar a las jóvenes para ser buenas esposas.

Eugenie y Louise son enviadas a coser y bordar uniformes para el ejercito, pero no tienen ni idea de hilvanar una aguja, así que la gobernanta las convierte en fregonas permanentes de la sección. Empiezan por las letrinas. Después deben limpiar los suelos de toda las salas. El trabajo es tan pesado y ellas tan inexpertas que la gobernanta como escarmiento, después de la misa, no les permite parar al mediodía para comer así que Eugenie y Louise trabajan sin parar hasta la cena. Aunque Louise esta ya bastante recuperada, afortunadamente para ella es ayudada por Eugénie, y así, a duras penas consigue aguantar. Vuelven al refectorio agotadas, y cenan otro caldo con míseros tropezones y un vaso de leche aguada, tras lo cual son separadas de las comunes y embarazadas, alineadas y llevadas a su sección. Antes de entrar en sus respectivas celdas Eugenie y Louise ven como otra joven que ha roto su escudilla al tropezar recibe los diez vergazos. Entran en la celda y caen exhaustas en los jergones, sin fuerzas para hablar o desvestirse.

Al día siguiente llegan a su hora a todas partes.

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