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OBSESION. La hora de la verdad (1)

en Confesiones

Luzbel siempre había tenido la tez pálida, pero hoy parecía transparente. Y demacrada. Sentada en ese sofá de terciopelo rojo que, según ella, había pertenecido a la reina Victoria, parecía un cadáver. Al entrar Inés no hizo ningún ademán de levantarse.

- hola.

- hola Inés.

- ¿Donde has estado?

- me llamaron.

Inés daba por sentado que estas semanas de ausencia no se debían a unas vacaciones precisamente. Pasó del asunto.

- bueno, ya terminó todo.

- lo sé.

-  ¿ No me vas a felicitar?

- lo haría si no hubieras cometido un error, un error que nos ha costado muy caro a las dos.

Y tan caro, recordó Inés. Quería saber en qué medida había afectado a Luzbel pero era tarde y tenía que volver a la oficina.

- ¿Nos vemos luego? Tengo que volver.

- bien, pero aquí.

Inés volvió al trabajo. Le extrañó que Luzbel hubiera exigido verla en la misma tienda. No era nada habitual. La había encontrado muy rara, y cayó en la cuenta de que apenas se había movido en esos minutos. Una vez en su mesa recibió una llamada de DelDongo.

- Inés, ¿Puedes subir a mi despacho?

La recibió en mangas de camisa, tan apuesto como siempre. Estos italianos... La privaban. Estaba sentado en el tresillo de las visitas. Se levantó y la hizo sentar enfrente. Lo hizo marcándose un escalofriante cruce de piernas que no dejó indiferente al director gerente. No era para menos.

- seré breve. Los Sres. Sap y yo mismo estuvimos hablando de ti. Hemos decidido darte una oportunidad de demostrarnos lo que vales. Ocuparás interinamente el puesto de directora de creativos. Si la cosa va bien te lo daremos de forma definitiva. ¿Qué te parece?

- se lo agradezco Sr. DelDongo. Me siento muy ilusionada por esta oportunidad. ¿Cuando empiezo?

- llámame Gabrielle por favor. Mañana te presentaré  a la plantilla como la nueva responsable. Espérate a que lo haga para trasladarte al despacho de Tony. Ah, una cosa, te subiremos el sueldo cuando el puesto sea definitivo.

Los muy ratas, pensó Inés cuando se levantó con otra cruzada de muslos. DelDongo la acompañó hasta el ascensor pensando que esta noche se follaría a su mujer pensando en la nueva directora de creativos. Y pensar que estaba tan próximo el que lo hiciera personalmente...

A las cinco y diez Inés entraba de nuevo en el anticuario. Luzbel permanecía exactamente en la misma posición en que estaba tres horas antes.

- cierra por favor, corre la veneciana y pon el letrero de cerrado.

Después de hacerlo Inés se sentó a su lado.

- me han ascendido.

- era de esperar. Eres buena en tu trabajo y estás muy buena. Era lógico.

El semblante de Luzbel denotaba sufrimiento, mucho sufrimiento.

- ¿Estas bien?

- no. No lo estoy.

- ¿Estas enferma?

Luzbel hizo una mueca que pretendía ser una sonrisa. No contestó.

- ¿Que te han hecho? ¿Ha sido por mi culpa? ¿No tenían bastante con mi castigo?

- no te preocupes, no es la primera vez. Ni será la ultima.

- ¿Puedo ayudarte?

- no, no puedes. Ya se pasará.

- yo curé enseguida. ¿Porqué tú no?

- las cosas son así Inés. Espero que no llegues a saberlo nunca. Pagamos más cuanto más alto estamos.

Inés estaba intrigada. Ella apenas podía hablar, y siempre con ese semblante dolorido.

- ¿Qué te han hecho Luzbel?

- ¿Porqué quieres saberlo? Contestó airada.

- porque estamos en el mismo barco. Tú me embarcaste en él. ¿Tengo que recordártelo? Por favor, dime qué te han hecho.

Tragó saliva dificultosamente, y habló:

- vinieron por mi cuando saliste de aquí. Me llevaron ante él. Yo nunca le había fallado antes. Nunca me lo reconoció pero tenía el convencimiento de que estaba satisfecho con mi labor, pero no era suficiente. Me miró de soslayo con un gesto de infinita decepción, como solo seres como él pueden expresar. No medió palabra alguna. Los dos que me trajeron a su presencia me condujeron a esa sala que todos sabemos que existe, pero que nadie desea conocer.

- ¿Esa sala? Perdona pero no se de que me hablas.

De nuevo Luzbel repitió esa mueca.

- los cristianos la llamáis infierno.

Inés calló. Prefería no saber que le hicieron allí.

-  ¿quieres que siga?

Inés negó con la cabeza. Estaba visiblemente afectada. No sentía especial simpatía por su mentora pero le dolió profundamente haberle causado sufrimiento. Solo acertó a decir - lo siento-.

- Bueno, dejemos esto. Te estaba esperando. Revisa tu móvil. Las fotos.

Sacó el iPhone del bolso, abrió la galería de imágenes y observó detenidamente a una docena de nuevas fotos llegadas de no sabía donde.

- ¿Que ves? Inquirió Luzbel.

- una mujer.

- ¿Que mas? Especifica.

- no sé... Mujer, cuarenta y tantos, atractiva. Bueno, muy atractiva. Aspecto austero, recatado, pero dulce. Aparenta menos de lo que es, eso seguro.

Inés hizo una pausa.

- ¿Quien es?

- tu nueva misión.

Era su primera tarea por encargo. Lo de su jefe, escrúpulos aparte, había sido una venganza personal. Esto era otra cosa. No conocía de nada a esta mujer. Por otra parte, ser el vehículo de su perdición le producía un morboso placer. La gente era fea. Se lo repetía muchas veces. ¿Que mas le daba?

- ¿Y en que consiste?

- ya lo sabes. Quiero su alma.

- dime que tengo que hacer.

Luzbel fijó sus ojos en Inés. Esta apenas podía aguantarle la mirada.

- Inés, este es un caso muy especial. Ya lo han intentado con ella y siempre ha sido un fracaso. El amo quiere su alma a cualquier precio. Y la conseguirá gracias a ti. Solo tu podrás hacerlo.

- ¿A mí? ¿Quieres decir que yo lo lograré cuando otros han fracasado? ¿Yo, que acabo de llegar?

- si, Inés. De hecho, el ganarte para nosotros se ha debido exclusivamente a este fin concreto. Despues de lograrlo, podrás irte si quieres. 

- ¿Irme? No jodas.

- bueno, irte irte... Una temporada de descanso, larga si quieres. Un premio. Pero aquí no se dimite.

Inés no podía creerlo.

- perdona Luzbel, estoy confundida, lo siento... No entiendo nada de lo que me estás diciendo.

- lo entenderás.

Luzbel, movió trabajosamente el cuerpo para acomodarse mejor. Un rictus de dolor apenas perceptible denotó lo mal que lo estaba pasando. Comenzó a hablar muy quedamente.

- Esta mujer se llama Rebeca. Es miembro numerario del Opus Dei. Tiene cuarenta y seis años. Su vida está exclusivamente destinada a nuestro enemigo, pero no siempre fue así.

Inés preguntó - numerarios son los que no se casan?-

- no me interrumpas. Sí, son los que dedican su celibato a la causa. Rebeca es de familia muy acomodada. Desde su infancia fue una muchacha desordenada. Al comienzo de la adolescencia descubrió el sexo, y abusó de el en todas sus variantes con cualquiera que le apeteciera hacerlo. Cuando tenía 16 años y empezaba a estudiar COU en un colegio del Opus, puso el ojo en una joven profesora de filosofía. No le venia de nuevo montárselo con chicas, y empezó el acoso y derribo. Ruth, que así se llamaba la muchacha, de procedencia muy humilde, se lo debía todo a la Obra. Le habían costeado la carrera a cambio de su servicio en la residencia. Despues le ofrecieron trabajo pero sin dejar las tareas domésticas, claro. Era una chica atractiva pero pusilánime e introvertida. No salía apenas de la residencia, si no era para asistir a la iglesia y a hacer ejercicios espirituales en La Lloma. Pero nadie es inmune a la llamada de la carne. Ruth era mas piadosa por gratitud que por fe, y resultó ser pieza fácil para esa maestra de la seducción que, a pesar de su extrema juventud, era la perversa Rebeca. Lo que pasó te lo puedes imaginar.

- así que Ruth cayó en brazos de Rebeca.

- no solo eso. Tenía maneras de dejarse llevar. Rebeca lo descubrió y le dio el empujón para hacerla caer por la dulce rampa de la sumisión. Durante todo el curso la arrastró por todas las obscenidades y desvaríos imaginables: zoofilia, azotes, torturas... Ruth lo aceptaba todo de buen grado. La había pervertido total y absolutamente.Por otra parte, la depravada Rebeca mantenía relaciones sexuales con un hombre casado muy poderoso. Le ofreció en bandeja a su sumisa, a la que desvirgó y sometieron de forma salvaje e inmisericorde. Finalmente ocurrió lo que tenía que ocurrir: Ruth quedó embarazada.

- joder, sigue.

- la cosa se ponía muy peligrosa, para todos. La presionaron para que se fuera la Londres a abortar. Ruth se resistió a hacerlo . Esa era una barrera que no pensaba cruzar, pero era demasiado débil para resistirse a ese par de monstruos, y finalmente cedió. Fue a Londres acompañada por una mujer de la entera confianza del fulano. Abortó, pero eso fue demasiado para ella. Esa noche se tiró desde la habitación del hotel. Murió en el acto.

- ¿Y qué pasó, fue un escándalo, no?

- pues no. No pasó nada. El opus lo tapó todo. Se consideró un accidente. Ruth solo tenía una hermana, con la que había perdido todo contacto desde que fue becada por la obra, así que caso cerrado.

- ¿Y Rebeca ? ¿Qué pasó con ella?

- ¿Rebeca? Ay Rebeca. Le causó tal impacto que entró en una profunda depresión. Nadie podía explicarse el porqué, ya que su sórdida relación con Ruth era desconocida por todos. A pesar de la insistencia de su familia se negó a recibir tratamiento. 

Luzbel hizo luna pausa, como si necesitara tomar  aliento para lo que explicaría a continuación.

Pero Rebeca era fuerte. Ella sola salió del bache. Cayó del caballo, como el hijoputa de Tarso. Dio a su vida un giro de 180 grados, y se  entregó al enemigo en cuerpo y alma. Sustituyó el sexo y la depravación por la fe en el jodido nazareno. Ingresó en el Opus Dei, donde pasó a desempeñar tareas cada vez mas importantes sin querer figurar jamas. Hasta ahora. 

Hizo una resignada mueca.

- ¿Entiendes porqué el amo la quiere?

- ya, pero lo que no entiendo es qué pinto yo en esta historia. ¿Porqué soy tan imprescindible para el caso?

Luzbel sonrió. Lanzó una de esas penetrantes miradas que a Inés le costaba aguantar.

- porque tú eres la puta estampa de Ruth. Sois como dos gotas de agua.

La sorpresa de Inés la dejó boquiabierta. Apenas pudo decir.

- uff. La hostia...

Luzbel dejó un tiempo para que asimilara la situación.

- tendrás que pensar la estrategia. No tengas prisa pero tampoco te demores demasiado. Relájate y aprovecha tus cualidades en tu trabajo. Voy a cerrar la tienda por un tiempo. Necesito descansar y recuperarme.

- ¿Y como sabré de ti? ¿Como contactaré contigo cuando piense como actuar?

- no te preocupes por eso. Me encontraras. Y ahora vete. Por favor, cierra la persiana al salir.

Inés se levantó sin despedirse, salió y bajó con estrépito la puerta metálica. Llovía. Lo agradeció.

(continuará)

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