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OBSESIÓN. La hora de la verdad (3)

en Sexo con maduros

Ese viernes, mientras recogía dos horas mas tarde de la hora de salida, decidió que ya era hora de prestar atención a la beata. Se cruzó con DelDongo que también salía hacia su casa. Esa mañana habían establecido reuniones ordinarias todos los viernes a partir de la próxima semana.

 

- hola Inés, ¿Tan tarde a casa?

 

- la responsabilidad pesa, jefe.

 

- ¿puedo invitarte a una copa en el bar de Piero? Hoy es viernes.

 

A ella  le volvieron a invadir las ganas. Uff, pensó. A aguantarse tocan.

 

- claro, es viernes no?

 

Se sentaron en la única mesa libre, uno junto al otro. Pidieron dos martinis secos; junto con el expresso, la especialidad de la casa.

 

- salud...

 

- salud...

 

Se los bebieron de un trago.

 

Al quinto martini, Piero miraba de reojo a esos dos que bebían y reían, sin cambiar palabra hasta entonces. DelDongo fue el primero en hacerlo.

 

- Inés... Puedo hacerte una pregunta indiscreta?

 

- no hay preguntas indiscretas, solo las repuestas lo son. Pregunta.

 

- acostumbras a ir sin bragas a cenar?

 

- a veces. Pero no suelen darse cuenta.

 

El tono en que lo dijo estaba muy claro.

 

- es todo lo que puedo esperar, no?

 

- ya sabes, no cagues donde comas. ¿Otro martini?

Los largos y aviesos dedos se mecían por su espalda en la dirección correcta, delineando  la curva y dejando atrás sin explorar sus dos hoyuelos. Cuando penetran en la dulce angostura, ella siente erizar su pelusilla. Se detiene el apéndice medio justo ahí, donde puede hacerla temblar si insiste demasiado en el empeño. Con un delicado movimiento confirma sus intenciones, y un casi imperceptible gemido le da permiso para entrar. El anillo se abre y da paso. Un nuevo gemido, ya un jadeo, pide más. Todo el dedo. Entra y sale. Sus pechos se endurecen aplastados sobre las sabanas, y su vulva arroja un nuevo lastre. Intenta llamarlo para que no se demore, que necesita algo más fuerte, más contundente pero... Las palabras no fluyen. Las palpitaciones de su corazón y los flujos de descarga de su vagina   retumban en su potente oído. Más por favor, más.

 

Por fin. Está detrás de ella. La toma por sus muslos ya separados, elevándolos mientras oprime sus nalgas con sus pulgares. Los echa atrás. Lo siente. Esta en su sitio. La roza. Dura, caliente, orgullosamente erguida, para ensartarla, para herirla, para destrozar sus profundas entrañas. ¿Sabrá encontrar el camino ella sola? ¿Podrá gozar con sus embates sin poder ayudarla con el masajeo de su clítoris?. Difícil. Sus muñecas están bien sujetas a los barrotes de la cama con suaves pero firmes pañuelos de seda. Brazos arriba. Boca abajo. Huele su propio sudor, que llueve de sus axilas en esa anormalmente calurosa noche de abril. Sus sentidos están recibiendo señales multiplicadas por su nueva condición maligna, a pesar de estar embotados por los martinis.

 

Todavía sentía los brazos de él descansando en su cintura cuando despertó.

 

- joder, si parece real.

 

Su vagina había derramado tantos efluvios que al secarse le tiraba la piel de muslos e ingles. Se desperezó bajo el nórdico y de una patada lo lanzó fuera del lecho. En circunstancias normales tendría un dolor de cabeza de mil pares de cojones despues de ocho martinis pero se encontraba fenomenal. Se dijo:

 

- arriba Inés, tenemos mucho que hacer.

 

Cuarenta minutos más tarde, el yaris salía de la rampa del garaje. Entró en mercadona a por comida para todo el fin de semana, y tres horas más tarde abría la puerta de su cabaña.

 

Iba a dedicarse en cuerpo y alma a pensar en su tarea.

 

Encendió el fuego de la chimenea, se puso ropa cómoda, y dedicó el resto del sábado a leer y pensar. Se fue a la cama temprano y soñó con un tritón que la sodomizaba en las profundidades del pantano.

 

A las siete de la mañana siguiente, todavía no asomaba el sol por las cumbres. Hacia frío. Caminaba desnuda por las tablas hacia el borde. Tenía la piel de gallina pero se sentía a gusto. Se tiró de cabeza. Diez minutos más tarde salía a pulso por la pasarela, y corrió hacia la cabaña a meterse en la ducha. Desayunó huevos fritos con jamón, café y tostadas con mantequilla. Se puso unos shorts, una camiseta blanca sin mangas, una sudadera, sus calcetines altos y botas de montaña. Metió su móvil, sus Ray-Ban, una gorra y documentación en una pequeña mochila, y salió buscando cobertura. Dos horas más tarde, despues de atravesar dos angostos y profundos valles, se encontraba a la vista del monte con las antenas. Se sentó sudorosa en una piedra plana. Se desprendió de la sudadera y se secó la frente con el dorso de la mano. Sacó el iPhone de la mochila. Tenía dos llamadas perdidas. DelDongo. Abrió el google. A los pocos intentos encontró lo que buscaba. Puso el maps y el street-view. Allí estaba la puerta. Y es que cuando Luzbel le habló de Rebeca no le dio su dirección, ni sus apellidos ni otra razón más que sus fotos. Todo tuvo que deducirlo a partir de esas imágenes. Y esa puerta de la que salía en una de ellas no era otra que la de servicio del colegio mayor del Opus Dei. Al tratarse de una residencia masculina, era obvio que las mujeres que allí prestaban tareas domésticas no pudieran usar la entrada general, y Rebeca, por muy alto cargo que tuviera, no podía usarla. Cosas del opus. Ahora faltaba por averiguar si Rebeca vivía allí o solo estaba de paso.

 

Después de ducharse con agua muy caliente, se puso un mullido albornoz, encendió la chimenea, se preparó un sandwich vegetal y un expreso que engulló en un santiamén, y se sentó con su iPad en el sofá frente al fuego, a leer toda la documentación, a procesar y a   pensar.

 

Eran las ocho y cuarto cuando entraba en el despacho de DelDongo.

 

- hola, tienes unos minutos ?

 

- pasa, claro.

 

- perdona lo de las llamadas, pero suelo pasar los fines de semana en una casa rural donde no hay cobertura. Era muy tarde cuando volví a casa, y no se si era... procedente llamarte a esas horas.

 

- cuando no estás en Suiza.

 

Inés sonrió.

 

- cuando no estoy en Suiza, exacto. El caso es que voy a estar unos días sin venir. Lo tengo todo preparado. El viernes, tal como quedamos tendrás las pruebas para a Antena 3. Vendrá Nuria a traértelas. Si hay algún problema me mandas un Whats'up. ¿Te parece bien?

 

-   "no problem"  dijo gesticulando con las manos. -Ese era el trato no?- añadió.

 

- gracias Gabrielle. Voy a prepararlo todo.

 

Cuando se levantó para irse, él la interrumpió.

 

- espera, ¿No tienes curiosidad por saber porqué te llamé?

 

- imagino que era por saber si había sido capaz de acertar con la llave en la cerradura, no?

 

- lo pasé muy bien el viernes Inés.

 

- y yo Gabrielle. Repetiremos.

 

- eso espero. Venga, vete a trabajar.

 

A las cinco de la madrugada estaba montando guardia frente a la puerta de servicio del Colegio Mayor Alameda. Llevaba una peluca negra y unas enormes gafas de sol. A las siete menos cuarto, Rebeca abandonaba la residencia encaminándose hacia la ciudad vieja atravesando el cauce del río. Inés la siguió a prudente distancia. A las siete en punto entraba en iglesia de Sn Juan del Hospital, junto a la plaza de los patos. Salió tres cuartos de hora más tarde, y de nuevo al colegio mayor, que no abandonó hasta pasadas las cinco. Llevaba la misma ropa: traje chaqueta azul, un discreto pañuelo al cuello y zapatos de medio tacón. Esta vez recaló más  cerca, junto a la estación de tranvías. Su destino, un bajo muy grande y su correspondiente planta alta, integrados en unos bloques construidos sobre el antiguo campo de Vallejo: era un centro de acogida.

 

No regresó hasta pasadas las nueve. Inés siguió montando guardia durante cinco horas más. Al día siguiente volvió de nuevo. Con apenas pocos minutos de diferencia los movimientos de Rebeca fueron los mismos. Y así ocurrió los dos días siguientes. Finalizado el viernes, no había ninguna llamada ni mensaje del trabajo así que todo iba bien. Faltaba el fin de semana para así completar el esquema de vida de Rebeca. El sábado trascurrió de forma  idéntica a lo ya observado: misa, residencia, centro de acogida, residencia. Y el domingo fue el único día que no estuvo en el centro. De hecho, solo salió de la residencia para asistir a la misa de las siete. Cuando llegó a su casa pasadas las doce de la noche estaba exhausta. Repasó las notas. Habían pasado doce mujeres distintas por el centro, algunas varias veces, donde trabajaban aparte de Rebeca, otras dos personas. De ellas ocho embarazadas. Casi todas con señales de que nada iba bien en sus vidas.

 

Abrió el messenguer. Luzbel estaba allí.

 

- tengo que verte. Ya sé lo que haré.

 

- Inés, estoy llevando otro caso. ¿Es necesario?

 

- no ahora pero lo será dentro de un par de meses... o tres.

 

.../...

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