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Tocada en el metro

en No Consentido

Mi nombre es simplemente Laura y no soy una mujer del tipo de súper modelo como algunas otras. Apenas mido 1. 50 metros de estatura, soy delgada, como me decían en la escuela soy una flacucha, mis senos son pequeños como los de una niña de primaria, mis caderas no son anchas, mejor dicho son poco carnosas igual que mis glúteos, si no soy fea por lo menos si simpática. Algunas veces en la calle me han confundido con una colegiala de secundaria y eso si que me causa cierta molestia.

 

Cuando termine la secundaria decidí ingresar a una academia para estudiar para secretaria. Nunca había tenido novio porque mis atributos físicos no interesaban a ningún chico, tampoco yo ponía de mi parte en buscar a un hombre. Y cuando conocí a quien ahora es mi esposo, Ricardo, me deje llevar por mi primer amor, aún y cuando él es un hombre nada guapo y mucho menos atractivo, pero me enamoré como una tonta.

 

La primera vez que estuvimos juntos no lo disfrute como pensaba, creo que ninguna chica en su primera vez goza el sexo, pero lo poco que me hizo sentir para mí fue la gloria. Aunque a decir verdad, para mí el sexo no era parte esencial en una pareja, sino el estar juntos para siempre mientras nos quisiésemos. Por mi inexperiencia quede embarazada al mes de salir  y tuvimos que casarnos.

 

Durante mi embarazo mi cuerpo no sufrió muchos cambios, sólo mi cadera se ensanchó un poco y mis senos crecieron en lo mínimo. Ricardo cambio por completo y cuando llegaba del trabajo, en donde me encontrara en la casa sólo me decía que me voltease y enseguida subía mi vestido, bajaba mis bragas y me penetraba hasta eyacular dentro de mí, sin importarle que yo sintiera placer, para después subirse el pantalón y pedir la cena. Algunas veces aquellas penetraciones me produjeron pequeñas heridas dentro de mi vagina hasta que me acostumbré a sus costumbres y me adapté.

Pasaba el tiempo mirando la televisión y de mí ni se ocupaba. No reprochaba nada porque desde pequeña mi querida madre me metió la tonta idea en la cabeza de que las mujeres debemos complacer a nuestros maridos sin quejarnos, idea que siempre retumbaba en mi cabeza cuando Ricardo me follaba sin preguntarme si quería hacerlo o si lo disfrutaba.

 

Al año de casados tuve a mi hija, y Ricardo se ponía más alterado que de costumbre por cualquier cosa. Lo terminaron despidiendo de su trabajo y se la pasaba en casa mirando el televisor. La falta de dinero no tardó en llegar y decidí finalmente buscar un empleo y logré colocarme en una bodega en las afueras de la ciudad. Aún recuerdo el tres de noviembre del dos mil ocho cuando por primera vez me ocurrió algo que no puedo controlar todavía.

 

Ese día me levante temprano y me prepare para salir, sólo me vestí con una blusa blanca, una falda azul marino hasta la rodilla y con mi agenda de mano salí a la calle. En el autobús sólo sentía una emoción por ir a mi primer trabajo. Cuando llegue a la terminal del metro no sabía lo que me esperaba. Camine hasta el andén y pude observar cuanta cantidad de personas viajaban a esa misma hora. Al principio se me pasó la idea de dejar escapar el primer metro y esperar al siguiente, pero no le di importancia hasta que llegó el metro y al abordarlo quede aplastada por toda esa masa humana que también subía al vagón.

 

Quede a la mitad del vagón sintiéndome muy incómoda ante tanta gente, ya que por mi estatura la mayoría de las personas me sobrepasaban en altura. Cuando se cerró la puerta y comenzó a avanzar el vagón comencé a sentir unos ligeros roces en mis nalgas encima de la falda. Imagine que se trataba de algo normal viajando en esas circunstancias hasta que comprendí que los dedos que me recorrían por atrás lo hacían deliberadamente. Quise armar un jaleo ante tal escándalo, pero tuve miedo a que la gente me mirase mal. Y a mí nunca me gustaron las malas miradas.

 

Sentí una mano posarse sobre mi trasero, acariciándolo lentamente, subiendo y bajando por la costura de mis bragas, explorando lentamente mi cuerpo; la mano comenzó a ser más osada en sus avances y me acariciaba más descaradamente, apoyándose en la mitad de mis nalgas protegidas sólo por mi falda. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y ya entonces no supe si tenía miedo, vergüenza o una excitación terrible. Hice un intentó por ver quién era el que estaba abusando de mí y logre ver a un tipo como de cuarenta y tantos años, gordo y feo, mirando al frente pero con su mano abajo.

-¡Dios mío, es horrible!- pensé yo horrorizada ante tal imagen horrenda. Pensar que estaba siendo denigrada por un hombre de ese calibre le producía arcadas, pero estaba paralizada, y sólo podía dejarse hacer.

 

Siguió tocándome las nalgas, cosa que no le costaba trabajo por lo delgada que soy, y con esa mano podía abarcarme el trasero sin problema. No podía hacer nada más que apretar mis manos contra mi pecho sosteniendo mi agenda de mano y con la mirada al frente, sintiendo como me apretaba una nalga y después la otra, lo hacía sin reparo alguno ante mi nula resistencia.

 

Apoyaba su mano con toda confianza en mis nalgas, tratando de llegar más lejos en sus avances, apretando cada vez más fuerte mi trasero, sintiendo con la palma de su mano mis nalgas, recorriendo mis muslos de arriba abajo sobre la falda, acariciando y manoseándome a su antojo, deslizando su mano de arriba abajo, intentando colar sus dedos entre mis piernas, por lo que sólo pude tratar de cerrarlas para impedir que siguiera tratando de llegar más lejos. Al sentir que no podía avanzar más se dedicó a apoyar uno de sus dedos en la entrada de mi culo, lo que consiguió en cierta medida pero sin lograrlo plenamente. Sentía como mis bragas se me metían en los pliegues de mi ano, sin llegar más adentro detenida sólo por aquella tela.

Un nuevo escalofrío me vino de repente. Aquel gordo me estaba tocando una zona en la que ningún hombre había estado, ni tan siquiera tocado. Incluso Ricardo no pudo conseguir penetrarme por detrás. Yo ya no sabía cómo sentirme en aquel momento.

 

Me estuvo manoseando las nalgas durante ocho estaciones, que para mí fueron siglos, hasta que al llegar a una estación de enlace, muchos pasajeros bajaron y sin voltear a verlo me coloque a un metro de distancia de donde se encontraba aquel tipo gordo. Durante el resto del trayecto me lanzaba algunas miradas y se veía feliz por lo que me había hecho. Al llegar a la estación final descendí y camine lo más aprisa que pude a la salida. Mientras esperaba el camión que me llevaría a mi trabajo escuche un susurro en mi oído.

-Hay que ver a una niña tan putita como tú, te espero mañana para continuar nenita- era el gordo que me había manoseado a su gusto minutos antes.

 

No lo mire siquiera y aborde mi autobús. Durante el camino recordé esas sensaciones que me produjo el manoseo que me había dado. Nunca imagine que podría pasar como una niña ante ese gordo asqueroso y tal vez por eso había disfrutado más abusarme. Gracias a Dios no volví a encontrarme con él, a pesar de ir siempre en el mismo metro, en el mismo vagón todos los días laborables.

Cuando pasadas unas semanas me fijé que siempre iba al mismo vagón, me di cuenta de que en realidad me había gustado.