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Sexo, drogas y RocknRoll (5): Joaquín

en Hetero: Infidelidad

10-3-2000

Era jueves, y también era el último día de ensayo para tocar de nuevo en el bar del padre de Lorena y en los otros dos bares que no podían pagar pero en los que igualmente iban a tocas para conseguir fama. Aquel estilo de vida que empezaban a vivir era duro y borroso, como una especie de espesa niebla que no te deja ver donde pones los pies: si haces un movimiento en falso, puede que acabes en un barranco. Y el grupo no quería acabar así, en la cuneta, así que eran conscientes que no debían querer saltar a la fama, si no ir poco a poco, aunque eso conlleve tocar en bares de mala muerte o no tocar durante un tiempo.

Tocaron una vez más en el sótano de casa de Sandra, la pelirroja fundadora, la cual era la que llevaba al grupo por el buen camino. Aquella tarde fue verdaderamente mala, casi inusual. Sobre todo por parte del teclista, Cris, el cual no parecía atender a los demás. Parecía ausente, y amnésico, pues no daba ni una nota correctamente. Al final de la tarde, no tuvieron más remedio que cancelar el ensayo.

-¿Pero qué cojones te pasa?- quiso saber Sandra, sentada en su taburete-. No has dado ninguna nota correctamente. Más vale que espabiles, o mañana las pasaremos putas.

-¡Si, coño, nada más faltaría que la caguemos por culpa del teclado- repuso Sebas, dirigiéndose a la pequeña nevera y sacando una botella de agua.

-Anda y que te follen- contestó Cris.

-¡Yo soy el que da la cara por el grupo, joder, soy el cantante!- habló Sebastián-. Y no quiero que me vean en un grupo con un teclado de mierda.

-Sebas, cállate- contestó Sandra mientras e levantaba y luego se dirigió a Cris-. No sé qué coño te pasa, pero espero que mañana esté todo controlado.

-Sí, perdonad, estoy nervioso…-dijo Cris, con la cara un tanto rojiza y sudorosa.

-¿Te encuentras mal?- quiso saber la batería-. Si no te ves con cuerpo, dilo.

-Sería una putada que estás mal, vaya cagada- dijo Joaquín-. Pero no se te ve muy bien.

-Sí, sí, estoy bien, solo nervioso, joder, os lo estoy diciendo-contestó él de mala gana.

-¡Vale, vale, tranquilo!- dijo Sandra-. Solo nos preocupamos por ti.

-Lo sé, perdonad, chicos- dijo Cris, quitándose de encima el bajo y guardándolo en la bolsa.

Los demás le imitaron y empezaron a recoger sus cosas. Lo cierto es que estaban cansados y en el fondo sabían que todo iba a salir bien, a pesar del extraño comportamiento del teclado, pero también confiaban en él, y si decía que estaba nervioso, es que estaba nervioso. Enrique, acompañado de Sebastián, subieron a la planta baja, sacaron unas pizzas y las calentaron en el hombre. Aquella noche habían invitado a los miembros de Apolo 18, aunque solo pudieron asistir Anabel y Ester, la cantante y batería del grupo, respectivamente.

-Se me olvidó preguntarte por Ester- dijo Sebastián mientras metía la pizza en el horno, aún sin calentar-. Te vi como hablabas con ella, ¿hubo tema?

-Ya lo creo que lo hubo- contestó él riendo, e hizo el gesto de agarrar caderas mientras él movía las suyas, simulando un exuberante polvo-. Al final acabé tirándomela en una de las habitaciones. Oh, yeah!

-Maldito hijo de puta- contestó él con rabia-. Cabronazo, siempre te las acabas llevando al huerto. ¿Y cómo fue?

-Genial, nunca había visto a una tía con los pezones tan grandes.

-Qué asco, tío.

-Sí, lo sé, sólo me interesan los pezones y…

-Coño, cállate, ya- le instó Sebastián-. ¿Pero folla bien o que, joder?

-Bueno, no se movía mucho, a decir verdad, y tampoco gemía…vamos, que era como follarse a una almohada.

-O puede que tú seas patético en la cama.

-Que más quisieras.

-Hola chicos, como van las pizzas?- quiso saber Sandra, que acababa de subir.

-Tirando.

Debajo de ellos, en el sótano, todavía quedaba Cris y Joaquín por recoger sus cosas. El pobre Cris parecía no poder meter el bajo en la bolsa, por lo que le tuvo que ayudar finalmente Joaquín.

-Joder, mira que estás torpe- le comentó él-. Espero que mañana estés mejor.

-Si…

-¿Seguro que estás bien?

-¿Cómo? Sí, ya os he dicho que estoy nervioso.

-Sí, y una polla- contestó él-. En serio, si te pasa algo, dímelo, no le diré a nadie nada, si no quieres.

Cris vaciló un poco, se secó el sudor de la frente y susurró:

-Bueno… el tema es…- empezó a decir, pero no dijo nada más.

-¿El tema es…?- repitió Joaquín-. ¿Qué?

-Bueno, la semana pasada, cuando fuimos a aquella casa…, bueno.

-¿Sí? ¡Venga coño!

-Si no quieres que te lo cuente, no preguntes!- exclamó Cris.

-¡Vale, vale, perdona!

-El tema es que, bueno, acabé echando un…

-¿Un…?- repitió de nuevo-. ¿Polvo?

-Sí.

-Y que problema hay?- quiso saber, pero ante el silencio de Cris ya sabía por dónde iban los tiros-. No jodas. ¿Has pillado algo?

-Sí, creo que sí. Y algo bien gordo, joder- decía triste-. Me duele la polla desde hace unos días, joder. Y no sé que hacer.

-Vale, vale, eso es un problema, tienes razón- dijo él-. A ver, enséñamela.

-¿Cómo?- preguntó él.

-Venga, coño, así sabremos si es peor de lo que parece.

-Joder…-susurró él mientras se bajaba los pantalones y le enseñaba la polla. Joaquín se agachó y puso su cara a un palmo de aquella polla malherida.

-A ver… no parece que tengas nada en la piel…- dijo Joaquín-. Sabes, creo que lo más seguro es que sea gonorrea.

-¿Cómo? ¿Y eso se cura?

-Claro, pero duele- decía, siguiendo a un palmo de aquella polla. La respiración llegaba hasta la polla de Cris, la cual empezaba a empalmarse por aquella sensación. Y también dolía.

-¡Oh, mierda!- se quejó él.

-¡Joder, que se te empalma!- exclamó Joaquín, apartándose rápidamente-. ¡No me jodas! ¡Eres maricón o algo?

-Dios, ¿ahora te importa eso?- decía mientras intentaba calmarse-. Dame algo de hielo, joder.

-Mira, haremos esto, finges estar enfermo y te saltas los conciertos, es evidente que no puedes tocar en este estado. Ahora mismo te vas a urgencias y que te inyecten algo.

-¿Inyecten? ¡Joder! ¿Y no me puedes acompañar?- quiso saber él.

-Sí, mejor- dijo Joaquín, no quiero estar aquí.

Dicho y hecho, fingieron que Cris había pillado algo… intestinal, y Joaquín le acompañaba hasta su casa, la cual estaba un tanto lejos de allí.

Ya en el hospital, tuvieron que quedarse en la sala de espera, ya que urgencias siempre estaba llena de gente, a pesar de ser las nueve de la noche.

-Oye, gracias por acompañarme.

-No hay de qué, ya te dije que no quería estar allí.

-Espero que no le cuentes a nadie esto…- le dijo Cris-. Ni lo de que soy gay.

-Tranquilo- dijo, y luego suspiró hondamente-. Y bueno, como has compartido eso conmigo… le he puesto los cuernos a Sandra.

-¿Cómo¿- preguntó Cris-. ¿Con quién?

-Con la tal Anabel, la de Apolo 18.

-Joder, tío, que cagada.

-Lo sé, Cris, es una mierda, no sé qué coño me pasó.

-Pero, ¿tú quieres a Sandra?

-Pues claro que la quiero, joder, por eso me acojona pensar que ella se entere.

-¿No se lo vas a contar?

-¡Por supuesto que no!

Quedaron en silencio durante varios minutos interminables, en los que los pacientes iban i venían, y en los que  los enfermeros pasaban de ellos como si no  estuviesen allí.

-¿Y cómo…?

-Pues a lo perrito, misionero… ya sabes, lo típico.

-Tío, me refería a cómo pudiste hacerlo.

-Bueno, verás:

Fue en la fiesta de la semana pasada. Estuve toda la noche con Sandra y Anabel, hablando, sobretodo, de nuestros grupos y sobre nuestros futuros como bandas. Vamos, lo normal, teniendo en cuenta que somos músicos. Músicos entre comillas, claro. No me acuerdo muy bien el cómo fue, seguramente a causa del alcohol y del porro que me fumé, pero creo recordar que cambiamos de tema, y empezamos a hablar de nosotros. De Sandra y de mí. Como pareja, ya sabes.

-Sí, llevamos saliendo desde hace unos años- comentó Sandra ante una de las preguntas de Anabel.

-Que suerte tenéis- creo que comentó ella-. Yo nunca he podido tener una relación larga y seria. No sé porqué. Siempre que lo intento, acabo fastidiándola y haciendo daño a mi novio. No sé, supongo que no estoy hecha para este tipo de relaciones.

El conjunto de las drogas me dio una mala pasada: el tiempo parecía detenerse de vez en cuando, y otras veces, daba saltos en él. Porque, cuando me quise dar cuenta, después de que Anabel contestase yo pasé a encontrarme en el baño, meando mientras intentaba mantenerme en pie, y mientras luchaba por no pisar a un pavo medio desmayado.

Antes de acabar vi como Anabel se limpiaba los dientes, restregándose los dedos con jabón por ellos. Ya suponía yo que le había propinado una mamada a alguien y que este en cuestión acabó irremediablemente en su boca. Sin embargo, yo lo que me pregunté era cuanto tiempo hacía que estaba ella allí, acompañándole en el lavabo, y cuanto tiempo hacía que estaba él allí, pues una mamada no se acaba en dos minutos… o sí.

Ella me miró y se acercó a mí, mientras miraba mi polla, que echaba las últimas gotas.

-¿Quieres que te la sacuda para sacar las últimas gotas?- dijo ella de forma basta.

-No gracias, ya puedo yo solo- le contesté yo. O eso creo.

-No seas tonto- dijo ella, mientras me quitaba la mano de mi polla y la agarraba. Entonces empezó a hacerme una paja a una velocidad alarmante-. He visto como me mirabas las tetas… ¿las quieres tocar?

-No…-balbuceaba yo mientras ella movía la mano frenéticamente-. No le puedo hacer esto a Sandra, es buena conmigo.

-¿Y no le importará que te haga una paja?- decía ella.

-Seguro.

-¿Entonces, el daño ya está hecho, no?

-Supongo…-dije-. Para, para, que me voy a correr.

-¿Ya?

-Vas muy rápido- le dije. Recuerdo que para entonces ya no era yo mismo-. Déjame verte las tetas.

Ella sonrió. Creo que parecía que le  estaba suplicando.

-Mira, ten- dijo ella, levantándose la camisa ancha que llevaba, sin sujetador, dejando ver unos pechos descomunales, pero que aún así se resistían a caer por efecto de la gravedad-. Vamos, tócalas. Quiero sentir como las estrujes.

Yo me volvía loco con aquellos dos melones entre mis manos. Nunca había tenido algo tan duro y grande. Me volví loco. Literalmente, y acabé por abalanzarme sobre ellas para comenzar a chuparle los pezones.

-Así me gusta, chico, así me gusta- decía ella mientras me acariciaba mi pelo, como si fuese una madre dando de comer a su hijo-. Chúpame las tetas. Muerde los pezones… ¡ay! Así, me gusta… pero no seas bruto.

Estaba fuera de mis cabales, mi lengua lamía aquellos pezones como si fuesen un manjar que no podría volver a probar en miles de años. Pasaba de un pecho a otro, era la gloria bendita el sentirme entre aquellos dos bultos. Mi mano bajó instintivamente hasta su coño, el cual, para ser sincero, estaba extremadamente peludo. Que no es que me importe, pero con lo zorra que era, ni se lo cuidaba.

-Así, así, méteme los dedos, te quiero sentir dentro de mi… ¡aah!- gemía ella, y me incitaba a más.

-Estás húmeda…-le dije yo-. Quiero follarte. Quiero follarte aquí mismo. ¿Dónde está Sandra? ¿Cuánto tiempo llevamos aquí?

-No te preocupes por Sandra, chiquillo, estamos bien tu y yo aquí, junto a este tarado de aquí- dijo ella mirando al tipo que estaba semi inconsciente, al lado del váter-. Quiero hacerte una mamada. La mejor que te han hecho nunca…- dijo ella mientras se agachaba, pero la detuve-

-No, no, no- dije yo rápidamente-. Quiero follarte, si me la chupas no tardaré en correrme.

Ella puso cara de circunstancia, pero finalmente se resignó y se bajó los pantalones hasta las rodillas, se inclinó sobre la bañera  regalando al tío dormido un bellísimo espectáculo de sus pechos colgando, y a mí una imagen horrorosa de su peludo trasero. De perdidos al río  yo también acabé por bajarme los pantalones, dirigí mi polla en la entrada de su coño, y de un golpe  se la metí. Nunca había conseguido metérsela de un solo golpe a Sandra, ni a ninguna otra mujer, así que aquello fue algo totalmente nuevo para mí.

Anabel emitió un largo gemido de placer, acompañado por algunas palabras malsonantes que me animaban a follármela más duramente, en vez de estar allí parado, pensando en lo que le estaba haciendo a Sandra. Las drogas consiguieron que volviese a olvidarme de ella, y del tiempo, pues cuando quise darme cuenta ya no estábamos en el lavabo.

Ahora estábamos en una de las habitaciones de la primera planta, en una cama con un colchón que apestaba a vómito, y que daba arcadas con tan solo mirarlo, pero yo ya me encontraba allí tumbado, totalmente desnudo. ¿Dónde había dejado la ropa? ¿Cuándo me la quité? Eso es lo que yo pensaba mientras me follaba a Anabel, también desnuda y a cuatro patas sobre el colchón, gritando de placer mientras mi polla entraba y salía de aquel caliente coño.

Durante la penetración, me di cuenta de que había por lo menos cinco personas allí mirando. Gracias a Dios nadie era conocido. Tres de ellos estaban mirando directamente. Un par, una pareja, se morreaban desesperadamente mientras se tocaban, parando de tanto en tanto para observarnos.

Me sentí como un animal de feria, pero en aquel momento no me importaba, y tampoco me importaba estar poniendo los cuernos a Sandra, porque para mí aquello era un sueño. Y los sueños no son reales. Así que podía seguir haciendo todo aquello, exponiéndome desnudo ante unos mirones que se tocaban entre ellos, porque en realidad nada era real.

-Dios, me corro, me corro!- gritaba ella mientras empujaba su trasero con fuerza hacia mi polla erecta-. ¡Ah, ah, aaah!

Los demás aplaudían enérgicamente mientras la chica gritaba de placer.

-Muy bien!- decía uno.

-¡Dale más a esa zorra! Que se vuelva a correr!

-Córrete dentro de ella!

Aquellos ánimos me entraban por un oído mientras me salían por otro. Los recuerdo, pero era como si no me lo dijesen a mí.

-Vamos, correte dentro de mi, chico, correte!- me gritaba ella mientras yo incrementaba mis embestidas.

La sensación de que estaba a punto de finalizar mi infidelidad empezaba a acrecentarse. Mis movimientos se incrementaron de manera sobrenatural, gracias a la adrenalina de las drogas y a aquellos momentos de saber que estaba a punto de correrme.

-Joder, me voy a correr, zorra!- exclamé con fuerza-. ¡Toma lefa, puta!

En aquellos momentos, justo cuando noté que mi polla explotaba y expulsaba el semen que llevaba guardado en mis abultados huevos, volví a sufrir esa especie de “salto” en el tiempo.

 Esta vez, volvíamos a estar en el lavabo. Seguíamos desnudos, el tío inconsciente seguía allí tirado, y esta vez mi polla estaba dentro del culo de Anabel. Pero esta vez nos acompañaba una morena alta, delgada, sin pechos, pero que al menos tenía un coño rasurado. Al parecer, la morena en cuestión sentía más atracción por Anabel que por mí. Y ahora que lo pienso, eso es preferible a haber puesto los cuernos con otra persona más.

-Joder, con cuidad, chico, que me haces daño- me decía ella.

-Shh, calla, joder, que me queda poco- recuerdo decir.

-Ah, ah, ah- gemía ella, mientras la morena le metía la lengua en la boca. Ella la apartaba, estaba claro que no le interesaban las mujeres-. ¡Quita coño!

Pero ella insistía, a pesar del rechazo. Poco después, Anabel terminó por ceder y acabar dejando que la morena chupara sus pezones.

Las drogas volvieron a hacer su raro efecto y cuando quise darme cuenta, estaba vestido, en la planta de abajo, liándome con Sandra, hasta que llegaste tú y nos fuimos.

-Joder, menuda historia más rara- dejó escapar Cris-. ¿Seguro que no lo soñaste? Quizás te desmayaste en el lavabo y las drogas hicieron el resto.

-Uff, ojalá fuera eso, tío- dijo Joaquín. Dio un fuerte suspiro y se colocó las manos en la cara-. Mierda…

-¿Cristian Vázquez?- dijo una voz. La voz de la enfermera.

-Dios!- exclamó Cris-. ¡Sí, soy yo! Ya era hora.

-Te espero aquí.

-Gracias por traerme, Joaquín en serio. Gracias.