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Historias de un sumiso (2)

en Gays

La limpieza semanal

¿Qué es la dignidad? Esto es lo que me pregunté hace mucho tiempo, me lo sigo preguntando y seguramente, me lo seguiré preguntando. Miro impaciente en el diccionario. Busco la d, luego la i, y en cuanto veo la g la encuentro. Dignidad: La dignidad se basa en el reconocimiento de la persona de ser merecedora de respeto. Según esta definición de tal palabra, está claro que mi dignidad es nula. ¿Pero a quien le importa? Tengo una vida normal, estudios, novio. Menos mal que todo es relativo. Tengo dignidad para mis padres, para mis profesores, y para mi novio. Pero en cambio, no para Juan, ni Manuel, ni Víctor ni Ángel. Viva la relatividad. Si no llega a ser por ella, ya estaría perdido.

-¿Oye, quedamos después de clases y te ayudo con las matemáticas?- me preguntaba Antonio, mi querido novio desde hace más de año y medio mientras me acariciaba el brazo con una mano y me cogía la mano con la otra.

-Me parece bien- dije con una sonrisa-. Los exámenes finales están cerca y aún voy muy mal, a ver si contigo me pongo las pilas.

En ese momento sonó el timbre, cuyo significado era claro: empezaba la siguiente clase.

Antonio se acercó a mi oído y me dijo:

-Si al final te salen bien te hago una cosita- me dijo. Luego me besó y se fue a su clase, de un curso más adelantado que el mío.

Que puedo decir de Antonio, es alto, guapo, saca buenas notas… un ángel. Y yo para él soy… lo mismo, así que le devuelvo la sonrisa que me manda y yo me voy mi respectiva clase, casi a la otra punta del centro.

Mientras me dirijo a la clase de historia, alguien me coge de la mano y me da la vuelta violentamente. El Ángel, el moro. O medio moro. Mi dignidad cayó hasta tocar fondo. Ya no había nadie en el pasillo, pero siempre pasaba alguien, así que me llevó a los lavabos. Pasé de ser alguien respetado y amado, a ser alguien que no valía una mierda y que era pisoteado.

-¿Qué es lo que quieres, Ángel?- pregunté incómodamente- Tengo clases, y tu también.

-Me ha entrado el calentón- me decía mientras me manoseaba el culo y me lamía el cuello con fiereza. Se notaba que estaba excitado.

Yo no tenía ganas de hacer nada, pero cuando el moro quiere algo, hay que dárselo rápidamente, más vale no hacerle enfadar. Me hizo sentarme en el váter, mientras él se bajaba los pantalones hasta los tobillos, al igual que los calzoncillos, liberando aquella polla que parecía más grande que la otra vez. El tufo que desprendía era aun peor. Rápidamente cogí la polla e intenté alejarla de mí, mientras no podía evitar arquear con violencia.

Ángel es… bueno, es Ángel. Al principio me sonó raro su nombre teniendo en cuenta su procedencia, pero al saber que su padre era español, dejé de "preocuparme". No sé cómo empezó a follarme, o como empecé yo a ser sumiso con él, pero lo cierto es que Ángel me pone, y me encanta cuando me folla casi sin compasión, aunque a veces es muy duro estar a su lado.

-¿Solo han pasado dos días desde que fuiste a mi casa, como puede ser que ya te apeste tanto?- pregunté tapándome la nariz con fuerza y mirando con asco aquel miembro. Él se echó a reír rápidamente, aunque paró poco después al percatarse del ruido que montaba.

Me agarró del pelo y acercó su boca a mi oreja.

-¿Qué te crees, que tu culo es el único al que entra mi polla?- me dijo con un tono amenazante e impaciente-. Eres el encargado de limpiarla, así que ya sabes- acto seguido me dio un lametazo en la oreja, dándome un respingo.

-Pero el olor es insoportable- le dije con la mano aún en la nariz y ha medio llorar por la violenta situación-. Límpiatela por favor.

-¿Perdona?- contestó él rápidamente- Creo que he escuchado una orden. ¿No es así, cierto?

-Solo te lo he pedido.

-Tú a mi no me pides nada- dijo mientras me agarraba la mano y me la sacaba de la nariz- Ale, a chupar. ¡Y que quede limpia, que me quiero ver reflejado!

-Por favor…- dije mientras casi empezaba ya a llorar- Está muy sucia…

-A ver cojones, o me la chupas, o te follo el culo- dijo con una voz más cabreada que antes. La excitación estaba cada vez más clara: quería sexo, sí o sí-. Y sin escupir!

-Pero está muy sucia, por favor limp…- intenté acabar y volver a pedir, pero me agarró de la cabeza antes de que me diese cuenta y me la metió hasta el fondo de la garganta.

Ángel recorrió toda su polla por todas las partes de mi boca: la garganta, las encías, los dientes, la lengua. El asqueroso sabor a orina, sudor, semen y hasta mierda era tal que no me podía contener. Las arcadas eran bestiales, y me obligaron a hacer la suficiente fuerza como para sacarme la polla del moro, apartarlo de mí, agacharme, abrir la tapa del váter y potar como no lo había hecho en mi vida.

Sacaba en pocos segundos gran parte del desayuno y de la merienda. Solo pensaba en respirar y no ahogarme mientras vomitaba, pero Ángel, que aún seguía allí, me bajó los pantalones y empezó a meterme un dedo empapado con su saliva. Empecé a mover el culo para impedirlo, pero él me cogía con un brazo mientras me lo intentaba meter el dedo corazón hasta el fondo.

-¡Espera, espera!- le gritaba entre arcada y arcada-. ¡Te la chupo, que te la chupo!

El dedo enseguida salió, dándome una punzada de dolor. Escupía el ultimo rastro de vomito de mi boca, e intenté recuperarme. La cabeza me daba vueltas. Me senté en el váter sin ni siquiera haberme subido los pantalones de nuevo.

Cogí sin más remedios la polla oscura por la base, y di un largo y generoso lametón al nabo. El sabor del vomito disimulaba el del nabo de Ángel. Era repugnante, sí, pero algo era algo.

Bajé lo máximo que pude la piel de aquella polla, provocando que Ángel emitiera un leve sonido de placer. Debajo del nabo, escondido en el prepucio de aquella polla, se escondía algo que me sacó de las casillas, y que por poco no me vuelve a obligarme a vomitar: mierda, aquella polla tenía mierda de vete a saber quién. La olí sin querer, pero no sabía si olía la mierda que guardaba aquel apestoso moro o si era su polla sin lavar desde solo Dios sabe cuánto.

Me quedé un rato, unos segundos pensativos, pero una fuerte colleja del moro me hace volver en mí. Sin pudor, lamo la mierda que antes estaba escondida, intentando no saborear y tragar cuanto antes. Era imposible, un asqueroso sabor me inunda mi boca, pero con la sensación vivida hace unos minutos, consigo soportarlo. Mientras le quito la mierda, Ángel no puede parar de gemir y gemir, hasta el punto que esos gemidos parecían gritos.

-¡Joder, que te van a oír!- le dije. Pero el no me hacía caso y me obligaba a limpiar la polla.

Yo tuve que seguir con la limpieza de mierda mientras él, sabiendo que no era del todo bueno que nos descubrieran in fraganti de aquella manera, intentaba contenerse, cogiéndome de los pelos y gimiendo casi por dentro. De mientras, ya no quedaban restos de mierda en su "escondite".

-¡Pero qué bien limpias, puta ramera!- me dijo con una gran sonrisa- Pero aun huele a demonios. Sigue.

Acto seguido di un fuerte lametazo donde antes estaba la mierda. Ángel apretó los músculos de golpe. Esta vez me dediqué a lamer y a chupar la parte del frenillo, mientras que también lamia, de vez en cuando, la parte ya limpiada, que no solo olía a mierda, sino que también sabía a eso mismo. El capullo del moro era también otro punto donde la mierda –esta vez no en sentido literal- se acumulaba. Había pelos de ¿él? y extrañas matas de ¿polvo? Bueno, un misterio, pero yo chupaba y chupaba, y Ángel gemía y gemía, y yo que le volvía a avisar.

-Shh!

Ahora quise dedicarme al tronco, no lo había tocado desde el principio. Cabe decir, que mis lagrimas y mis ganas de potar ya eran inexistentes, y que mi polla empezaba, poco a poco, a despertarse, aunque sabía de sobras que a Ángel solo le ponía que le lamieran y follar culos, nada de dejar que le follen ni comer nabos. Y qué decir de masturbar. Tenía algunas dudas. Tal vez lo hacía por asco hacía las pollas, o tal vez, con más probabilidad esta opción, es que yo era su puta, y no me merecía recibir placer.

En el tronco había algo que también me trastocó, y es que, por la parte inferior, había un pegote de semen reseco. Mi mente, en microsegundos, se me inundo de incógnitas. ¿De quién era ese semen? ¿Era suyo o de alguna de sus "putas"? O lo que era peor ¿no le hace daño tener semen reseco en la polla?

-Ese semen no es mío- me dijo al darse cuenta de que me había percatado-. Pruébalo, a ver si te gusta.

Desde los huevos, hasta el nabo, pase mi lengua lentamente, pasando, como no, sobre ese rastro de semen reseco. No sabía a nada, era como lamer papel, pero tenía que limpiarla, estaba obligado, tanto por el moro, como por mi excitación.

Mientras me metía el nabo en la polla, mientras rodeaba, lamía, chupaba y babeaba el nabo del moro, con las dos manos, masajeaba los huevos de Ángel. Tenía un huevo en cada mano, propinándole uno de los mejores "masajes de huevos" de su vida. Esa era la debilidad de Ángel, el masaje en los huevos. En ese punto empezó a gemir como un bruto, agarrándome del pelo ahora mucho más fuerte, y clavándome la polla cada vez más fondo, más fondo, hasta que toca el paladar. Me la sacó hasta tener tan solo el capullo, como antes, y antes de avisar o reaccionar me la volvía a meter hasta la garganta. Luego, otra vez fuero, y poco después, hasta el paladar. Y todo esto mientras yo le masajeaba los cojones a dos manos.

Como era de esperar, Ángel empezó a meter y sacar la polla mucho más rápido, hasta que me la metió de un golpe en mi garganta, y dando unos últimos empujones, produciéndome unas pequeñas arcadas, se corrió abundantemente sobre mi paladar. Tosí involuntariamente para expulsar ese semen, pero el resto lo conseguí retener.

La leche de Ángel es abundante, como siempre, bastante espeso, y con algunos extraños grumos que a veces me hacen arquear. Pero en sí es bastante dulzón.

-Abre la boca, quiero ver mi leche- me ordenó un vez me sacó la polla de la boca. Así lo hice-. Oh, sí. Pero qué buena puta estás hecha.

Ángel llevó uno de sus dedos hasta mi boca y lo mojó en su semen. Acto seguido, se lo llevó hasta la boca y lo saboreó.

-Mmmm…!- gimió-. ¡Pero qué buena leche que saco! ¡Trágatela!

Lo hice, aunque lo tuve que hacer a pasos, pues tragarme todo aquello de un golpe me mataría. Noté como me bajaba por la garganta, una sensación que prácticamente cada día vivo, ya sea con el bestia de Ángel, el "malote" de Juan, el pasota de Manuel, el incomprendido de Víctor o con el iluso, pero aun así querido, Antonio, mi novio.

-¡Mira como me has dejado el vientre y parte de la polla, ramera!- me dijo señalando el semen esparcido a causa de mi primer tosido-. Ya puedes estar limpiando.

Obedecí, y empecé a lamer el vientre y parte de su polla, mientras se me enredaban en mi lengua pelos del moro. Saboreaba el semen, junto con su sudor, que iba lamiendo lentamente, y que producía que la polla oscura de ese tipo se volviera a levantar.

-Joder, pero que bien lo haces!- dijo con una gran sonrisa-. Espera, levántate.

Me levanté, enseguida él se sentó y me ordenó que me quitara la camiseta. Ahora estaba semidesnudo, salvo por los pantalones, que los tenía por los tobillos, y que, como no, me ordenó que me los quitara. Me obligó, también, a sentarme sobre él, de manera que nuestras pollas empalmadas se tocaran, y que mi cara estuviera en frente de la suya. Sabía perfectamente lo que iba a pasar ahora, algo que le encantaba.

Se acercó a mi boca y me besó violentamente, me metía la lengua y me saboreaba, me lamía los labios, luego el cuello, me lo mordía y lamía. Más tarde bajó hasta mis pezones, donde también succionaba y hasta mordía. Todo esto lo hacía con fuerza, agarrándome los brazos con ambas manos hasta que me las dejaba marcadas. Yo de mientras hacía lo posible por poder tocar su cuerpo que me volvía loco. Me soltó uno de los brazos, pero para tocarme el culo y, disimuladamente, meterme un dedo por el ano.

-¡Ay!-grité-. No, por el culo no, Ángel.

-Si, por el culo sí- me corrigió, mientras me chupaba y lamía uno de mis pezones-. Además, tú también quieres.

-Sí, pero… -dije.

Aquello no duró mucho. El ya volvía a estar tan excitado o más que antes. Se levantó brutalmente, me cogió de las nalgas y las separó. Empezó a escupir tres o cuatro gapos hacía mi ano, y mientras empezó a lamer y a comerse mi culo, como si fuese un niño que mete toda su cabeza al pastel de su cumpleaños. Yo me sentía en la gloria, y empezaba a pajearme, aunque él me lo impedía. Me metía un dedo y me follaba. Luego me metía dos y me volvía a follar. Luego tres. Luego cuatro. Y luego, su polla.

Me la metió de un golpe, y pude notar cómo se abría entre mi mierda que tenía que cagar. Él estaba en la gloria. Yo, estaba en la gloria. No tardó demasiado en sacarla de golpe, a la vez que yo emití un gemido de dolor y un gemido de placer a la vez. Me la metió, y empezó el juego. Saca, mete, saca, mete, saca, mete. Mi culo era taladrado salvajemente mientras, otra vez, me daba cachetes en las nalgas.

-Oh, ramera, puta ramera- oía como susurraba Ángel.

Me estaba follando bien follado, como nunca me lo habían hecho, ni siquiera mi novio. En ocasiones, Ángel me la metía entera, y tan solo empujaba, como si quisiera meterme más polla. Pero era imposible, ya estaba toda dentro de mí, a pesar de que él no paraba de empujar y empujar.

-¡Toma, toma!

Yo me agarraba a la cisterna del váter y, por acción de la fuerza de los empujones del moro, me elevaba el culo, y mis pies perdían contacto con el suelo, aunque por pocos segundos. Los últimos empujones los acompañó con unos apretones fuertes de nalgas, mientras se corría, por segunda vez, y casi, casi a la vez, en mi culo.

-Oh, mierda- dije yo. Acto seguido levanté la tapa del váter, y sin poder evitarlo, tuve que cagar. Era inevitable, Ángel me había dejado el culo demasiado abierto, y con la leche extra que me había metido era imposible retenerlo. El moro empezó a descojonarse al ver esa escena. Me la metió en la boca.

Tuve que saborear su semen y mi propia mierda, pero, gracias a Dios, esta vez me dejó tocarme, y pude masturbarme mientras se la chupaba.

Una vez limpia, Ángel se fue.

-Me gusta cómo me la chupas, ramera- me dijo subiéndose los pantalones-. Nos vemos.

Fue una despedida seca, pero él era duro.

Yo de mientras me tenía que acabar de masturbar y de cagar. Me corrí abundantemente. Me limpié la polla, el culo y me vestí. No me di cuenta, pero aún apestaba a mierda. Tenía aliento a mierda de la polla de Ángel. Me limpié la boca y las manos como pude. Frotaba y frotaba con fuerza, pero ese olor tan solo quedaba disimulado por el jabón.

Sonó el timbre. Eso significaba una cosa: acababan las clases y empezaba el descanso. Tuve que salir, no me quedaba otra opción.

Allí estaba Antonio, esperándome donde siempre. Él me sonrió y me besó profundamente.

-¿Has comido algo?- preguntó simpático él- Sabes… raro.

-No- respondí con una amplia sonría mientras le cogía de la mano.

-¿Sabes qué? Deberías peinarte.

-¿Qué hay de esas clases?

Otra vez, mi dignidad subió hasta el punto que me merecía tener respeto. Ahora nadie me obligaba a comer mierda, ni a beber semen. Ahora era alguien que me amaba… y me respetaba. Como decía, viva la relatividad.

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