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De aventuras en el centro comercial las Arenas

en Gays

Esta historia es verídica, y sucedió durante la primavera de 2014.

Soy un hombre de 23 años, estudio y trabajo, de complexión delgada, con novia y por supuesto, heterosexual. A pesar de eso, y desde los 18, he tenido dentro de mí una especie de deseo irrefrenable: mamar pollas.  No sé exactamente cómo ocurrió, simplemente un día me apetecía hacerlo, y me pajeaba pensando que lo hacía, que me follaban la boca y se corrían dentro de mí.

Por supuesto, empecé a dudar sobre mi sexualidad, a pesar de que la excitación que me producían las mujeres era más que evidente. Al cabo de varios meses di por concluido que, extrañamente, de los hombres sólo me pone sus pollas.

De acuerdo, sigo siendo heterosexual, pero quiero comer pollas. ¿A dónde voy? Lo primero que se me pasó por la cabeza era ir a una discoteca gay y probar suerte allí. ¿Ir sólo a una discoteca, que es gay, y encima exponerme a que alguien conocido me viera? Deseché esa opción tan rápidamente como pude.

Al cabo de un par de años descubrí con asombro las páginas de contactos. Gente, la gran mayoría anónimos, que quedaban para follarse y chuparse la polla. Llegué a contactar con más de uno, pero, ¿estaba dispuesto a verme en casa de un desconocido? Un completo desconocido. La idea no me gustaba en absoluto, y por desgracia, decidí deshacerme de ella también.

Cuándo me di por vencido, sabiendo que era imposible comer una polla y ser a la vez extremadamente discreto, llegó la primavera del 2014.

Estaba en el centro comercial las Arenas, en Barcelona, haciendo unas compras cuándo me entraron ganas de ir al baño. Y es que los baños de este centro comercial están HECHOS para este tipo de encuentros. Evidentemente yo no tenía ni idea. Veréis, los baños tienen forma, para entendernos, de U. Se acceden por uno de los extremos de la letra, y tras dos recodos, llegas al final. ¿Quién, con todos los urinarios que hay, va a llegar hasta el final del pasillo?

Yo decidí mear justamente en el segundo recodo, asombrado por lo extraño del baño, y justo había dos personas. Una de ellas indicaba a la otra que se metiese en uno de los baños, cosa que así hizo. Al parecer, y sin querer, les pillé infraganti.

Me quedé allí unos segundos más de la cuenta, para saber si realmente era lo que yo pensaba o si por lo contrario me lo había imaginado. El hombre que estaba dentro del baño no salía, y el hombre que estaba en el urinal, tampoco. ¿Me esperaba a que me fuese?

En blanco y en botella, cómo se dice. Pero mi oportunidad ocurrió un par de semanas más tarde…

[La primera de todas]

Como digo, dos semanas más tarde decidí dar una vuelta por el centro comercial las Arenas, aunque esta vez con la mentalidad de que iba a acabar con la boca llena.

Después de una vuelta rapidísima, decidí entrar finalmente en el baño, giré los dos recodos y vi con asombro a cuatro tíos meando en los urinarios. Había seis en esa pared, así que cogí uno de los que estaban libres e hice como que meaba. Volvió a suceder lo de la otra vez: nadie se movía. ¿Esperaban a que alguien decidiese dar el primer paso? Quizás. Esperé unos segundos más y uno de los cuatro se marchó.

Aquello se me hacía eterno, así que en un alarde de valentía, me guardé la polla y me metí en uno de los baños, sin dejar la puerta cerrada. Esperé allí durante otros tantos segundos que se me hicieron eternos. Pero finalmente la puerta se abrió y se asomó un hombre de más de cincuenta años. En aquel momento me sentí asqueado al verle. ¿A esto he esperado cinco años? Pero cuando se sacó la polla me dije, ¡qué cojones, si yo estoy aquí solamente por esto!

Se la cogí con una mano. Era la primera polla que palpaba y me sorprendí al ver que el tacto era diferente a la mía, una sensación extraña. La tocaba, acariciaba, mientras que con la derecha hacía exactamente lo mismo pero con sus peludos huevos. EL hombre me desabrochó los pantalones e hizo lo mismo con mi polla. Nos tocábamos mutuamente y nos pajeabamos. SU polla no era muy grande, pero era bastante peluda. Me incliné y se la lamí. Era mi primera polla entre mis labios, así que me esforcé en que no se notara. Se la chupe durante varios minutos, rodeando su capullo con mi lengua, en círculos. EL hombre intentaba cogerme la polla, aunque en esa posición era bastante difícil.

Finalmente me puse de pie para descansar y se la pajeé durante otros tantos minutos en los que él me hacía lo mismo, hasta que se agachó y se la metió en la boca. Era una sensación rara. Mi novia me la había mamado en miles de ocasiones, así que realmente no había nada nuevo, a excepción de la lengua. Aún así, se hacía extraño y la excitación que me producía era prácticamente nula.

En cuanto se deshizo de mi polla yo volví a agacharme mientras él se pajeaba a sí mismo. Lo hizo con cada vez más fuerza y rapidez, así que lo único que podía hacer yo era sacar la lengua y frotar un poco el capullo de aquella pequeña polla, ya que no podía hacer otra cosa. El tío se corrió poco después, una vez me aparté de su mástil. Le relamí la polla un poco después, y justo después me abroché el pantalón y me fui. Pude ver que el hombre quería mi polla, pero yo no estaba realmente interesado en que me hiciese nada.

Salí del baño y del centro comercial. Todo había ocurrido muy rápido, sin preámbulos: y me encantaba. ¿Volvería? Volvería.

[La segunda. La polla negra]

Volví unos días más tarde, aunque no sé cuanto tarde exactamente. Era por la mañana, si no recuerdo mal, y me llevé una tremenda decepción cuando llegué: no había nadie en absoluto.

¡Son unos baños, alguien vendrá tarde o temprano!, me dije. Y me puse totalmente en el último urinal, haciendo ver que estaba meando durante varios minutos. Hasta que apareció alguien, que se puso justo a mi lado. Noté que me miraba descaradamente, como para verificar que estaba allí para “eso”. Sin mediar palabra, me la guardé y entre en el baño de atrás, y medio entrecerré la puerta, tal y como lo había hecho la primera vez. Esta vez tardo mucho más en llegar. Quizás porque ni tan siquiera le miré. ¿Cómo sería?

El hombre era sudamericano, y algo más grande que yo, diez años más como mucho. Abrió la puerta y me miró como dándome permiso, que se lo di. Una vez entró se desabrochó el pantalón y se la sacó: una polla de unos quince centímetros, más o menos, pero bastante gruesa. Oscura y peluda. Ñam.

Palpé su polla y se la meneé a mi gusto, palpándola y oliéndola desde donde estaba. El tipo me sobeteaba por encima del pantalón a lo que yo pensé: “¡Ah, no amigo! Esta vez no, aquí sólo voy a chupar yo”.

Me senté en el váter, en cuanto parecía que iba a desabrocharme el pantalón y me metí aquel gran mástil en mi pequeña boca. Se me hacía más difícil chupar esta polla que la anterior, pues esta era bastante gruesa. Además, el tamaño de mi boca impedía poder tragar más que su capullo. No sólo eso, sino que tuve que tener todavía más cuidado para no darle con los dientes. Y todo esto tratando de darle placer con mi lengua.

Cómo era prácticamente imposible hacer una mamada en condiciones que ese pollón, la alternaba con generosos lametones por todo su tronco, notando en cada pasada su agrio sabor, la textura de las gruesas venas, y los pelos del pubis cosquilleando mi nariz. Luego pasaba a sus huevos, mientras le pajeaba con rapidez y lamía de nuevo. Si lo estaba haciendo bien o mal, es algo que nunca sabré, porque aquel hombre no daba signo alguno de placer, pero yo seguía a lo mío.

Cuando me la volví a meter en la boca, el tío me cogió de la cabeza e impidió que no me la sacara de nuevo. Mamé y mamé como si fuese una perrita mamando de su madre, deseoso de conseguir la leche para alimentarse, y a cada lamida, el hombre metía un centímetro más y más en mi pequeña garganta, presionando con fuerza mi cabeza.

En aquel momento sabía que ya no tenía el más mínimo control sobre aquella situación, así que mientras el sudamericano trataba de follarme la boca, yo me agarraba a sus peludas nalgas, instándole a seguir, más fuerte, más rápido. Pasaron unos minutos hasta que sin mediar palabra empezó a gemir por lo bajo, tratando de no llamar la atención al resto de hombres que meaban o que quizás, también mamaban.

Me la metió por última vez hasta el fondo de mi garganta, que como he dicho, no era demasiado, y descargó allí mismo. Yo trataba de respirar, aunque por una parte, la excitación me decía que debía quedarme allí como buena perrita que era. Si soy sincero, nunca noté el sabor del semen, ni tan siquiera noté que se corrió, pero cuando lo escupí a un lado, me cercioré de que aquello había pasado de verdad, que me habían follado la boca, tal y cómo deseaba desde hace años.

Lo que pasó a continuación fue lo que me dejó completamente anonadado. Cogió un poco de papel higiénico y me lo dio, para que pudiese limpiarme la boca un poco, se guardó la polla y sacó la cartera. En cuanto me quise dar cuenta me estaba dando un billete de 20 euros. ¿Cómo? Yo no dije nada, por supuesto. De hecho, aquello me excitó mucho más, y cuando se fue, me pajeé a gusto hasta correrme.

Aquel día la cena estaba pagada a su salud.

[La tercera, la del extranjero]

La tercera vez que fui allí fue sobre abril aproximadamente. No recuerdo muy bien cuál fue mi excusa para ir al centro comercial, pero tal como llegué, fui directamente a los baños. Pero cuando llego, me lo encuentro cerrado. ¡Mi gozo en un pozo! ¿Y ahora como me alivio yo las ganas de chupar?

Había un baño en la tercera planta, pero no tenía el mismo diseño. Por suerte, en la segunda planta –incluso en la tercera, como más tarde descubrí- había baños iguales a los de la planta sótano. ¡Gracias diseñador!

Entré en los baños de la segunda planta y, como la segunda vez que chupé, no había nadie. Bueno, pensé yo, me quedaré aquí un ratito, a ver quien se pasea por aquí. Pronto apareció un tipo, pero se metió en el baño que tenía detrás de mí. Me giré disimuladamente, y vi que tenía la puerta abierta. Aquella era otra forma de darse a conocer, pensé. El giró también y nos miramos. Con la cabeza le pregunté que si podía entrar con él, a lo que él respondió que no le importaba.

Entré y nos encerramos. Nos sacamos la polla y me la coge. Acto seguido me pregunta: ¿es un buen sitio? En ese momento me di cuenta de que no era español. Ni siquiera hablaba castellano. Parecía inglés. Yo respondí que sí con la cabeza.

Me pajeó durante unos instantes mientras me susurraba que la tenía grande. La verdad es que mi polla es bastante normal, tirando a delgada, así que le sonreí y punto.

Me agaché para chupársela. Aquella era una polla larga y delgada, cómo la mía, aunque un poco más larga. Esa fue en mi opinión la mejor polla de todas. La babeaba como podía y lamía todo su falo con la lengua. Notaba como su respiración se entrecortaba y me agarraba del pelo para no dejarme escapar.

Tan rápido como me sujetaba me soltaba, me apartaba de su polla y se agachaba para chuparme con rapidez la mía. Esta vez noté más placer que cuando el viejo del primer día me hizo lo mismo. Por su actitud pude deducir que era todavía más pasivo que yo, lo cual me desagradó muchísimo. Yo no quería ser mamado, joder, ¡quería chupar!

Pero todo aquello sucedió en pocos minutos, así que le dejé estar un rato más.

Cuando se cansaba de mamar me pajeaba la polla mientras me miraba a los ojos. ¡Esto se pone feo! Pensaba yo. El tipo empezaba a soplarme en la oreja mientras me lamía la mejilla e intentaba besarme. Yo por supuesto me negaba. Me agachaba para chuparle la polla, que era lo único que me gustaba de él, pero al cabo de pocos segundos me apartaba y se ponía a chupar o a pajearme.

A la tercera vez, el tipo no sólo me apartó de su caramelo, sino que se bajó los pantalones y me dio la espalda, esperando que le follase allí mismo y a pelo. ¿Y encima sin condón? Ni de coña, pensé. Le dije dos veces que no lo iba a hacer e intenté chuparle la polla. Pero él me volvió a apartar y me pajeó un poco más.

Finalmente me cansé y decidí que aquel día no era el día. No se había corrido, pero al menos me la había metido en la boca. Mal de muchos, consuelo de tontos.

[La cuarta, la del joven]

Volví a principios de mayo, aunque esta vez con una idea un poco diferente a la de las últimas veces. Fui de mañana, porque si algo había deducido de mis cuatro visitas, es que por la tarde está muchísimo más lleno.

Entre en el baño y me encontré a alguien meando. ¿Mearía de verdad? Ahora lo sabremos. Me puse a su lado, y meé, esta vez de verdad. Esperé después unos segundos de rigor, y observé que no se movía de allí. Me sudaban las manos, me incliné para ver si en efecto no había nadie más y luego susurré.

-Por veinte euros te la chupo.

El tipo me miró. Ambos sabíamos para que estábamos allí, pero creo que no se esperó aquella entrada. Afirmó con la cabeza y se metió dentro de uno de los baños. ¿Me ha salido bien?, pensé, ¿realmente me ha salido bien? Le seguí dentro. El hombre en cuestión era un tipo que debía tener veintimuchos. Seguro que no llegaba a la treintena.

Se sacó la polla en cuanto cerré la puerta con el pestillo. Era tan larga como la del extranjero y tan gruesa como la del sudamericano. Este no hizo ademán de tocarme la polla. Ni le interesaba, por suerte.

Me la metí en la boca todo lo que pude, y mientras mi cabeza subía y bajaba como un ascensor frenéticamente, yo solo podía pensar: ¡dios mío, pedazo de polla, dios mío! Y encima me va a pagar, y encima se va a correr!

No sé cuanto estuve de ese modo, pero por primera vez noté que el cuello se me tensaba de tanto movimiento, al igual que mi lengua. Fue entonces cuando me dije a mi mismo que tenía que cambiar, y mientras mi lengua descansaba, le pajeaba la polla y le masajeaba los huevos.

El tío gemía por lo bajo, así que deducía que lo estaba haciendo la mar de bien. Tampoco es que se esforzara mucho en hacer nada. Ni me cogía ni nada. Tenía que hacerlo yo todo por completo.

Le retiraba el prepucio y me centraba en el capullo, rodeándolo tan tapido como podía con la lengua, y me ponía de modo que pudiese verlo. Me concentraba en el frenillo y luego volvía a lamer toda la polla, de arriba abajo, hasta dejarlo cubierto con mis babas. Trataba, sin éxito, de metérmela hasta el fondo por completo, pero al parecer es cuando más placer recibía el tío.

Fuera del baño se escuchaban pasos, grifos, cadenas, algunas toses, incluso algún niño que iba a mear por esa zona. ¿Alguien se imaginaría lo que estaba ocurriendo ahí dentro? Yo creo que algunos sí.

Me la sacó de la polla en un momento dado, sin previo aviso, y me dijo que se iba a correr –sin palabras, claro-. Me indicó que me quitara la camisa. Comenzó a pajearse frenéticamente. Así era imposible metérmela en la boca, pero intenté lamer el capullo con la punta de la lengua. Me cogió de la barbilla y empezó a correrse en mi lengua. Yo trataba de que acertara todos los tiros, y lo conseguí. Una vez se corrió, escupí y me limpié la boca. Cuando me quise dar cuenta el joven ya se había guardado su herramienta, sacado su billete y abriendo el pestillo.

En cuanto salió cerré de nuevo y miré los 20 €. Estaba terriblemente feliz.

Cabe decir que volví muchas veces más. Aunque el truco de los veinte euros no funcionó siempre.

Si a alguien le ha resultado interesante el relato, quiere preguntar algo, o quiere verse en una segunda parte, que no dude en enviarme un correo a david1992eu@gmail.com