miprimita.com

Castigador, castigado...

en Hetero: General

CASTIGADOR, CASTIGADO...    

Llovizna… Día triste y gris, lluvia fina más conocida por calabobos, charcos por todas partes, gente corriendo para resguardarse. La plaza la mar, un parque, muchos chiringuitos para  guardarse, un grupo de chicos alborotados, discutiendo por todos lados, sin ponerse de acuerdo, yo los miro, caras que no recuerdo, se escucha un grito:

- ¡Pep… …! La otra palabra no la he entendí bien, ni siquiera he vuelto a mirar otra vez. ¿Para qué? Si no me importa, no va conmigo, me estoy calando y no tengo abrigo. En mis pensamientos yo sigo...

Sin prisa, yo caminando solo, la fina lluvia que no deja de caer, con paso lento por el puerto ensimismado en mis pensamientos, cabizbajo con las manos en mis bolsillos, vuelvo los forros del revés, no tengo ni un euro para comer. Ni un bocadillo caliente, ni frío, nada, ni siquiera un maldito cigarrillo, que llevarme a la boca, para engañar al estómago. Desde hacía dos días nada había comido. Aquél delicioso pastelillo que me habían dado era mi ilusión, toda mi comida. Un tropezón…

- ¡Que lástima, se me cayó!

Un torpe muchacho al correr, con un empujón a uno de los tantísimos charcos me lo ha tirado. A mi memoria me llegó la imagen de desolación que en mi cara se me quedó, lo vi con rabia en mi mirada, con ganas de darle una sonora bofetada, pero...

Una idea mejor para castigarlo se me ocurrió, con una de mis grandes zarpas por un hombro lo cogí:

- ¡Has visto lo que has hecho muchacho torpe! Me has tirado el pastelito al suelo y precisamente en un charco, me has hecho perder lo único que tenía para comer, pero no te vas a ir de rositas, me vas a hacer feliz. Si no puedo comer, me vas  servir de tonel (expresión marinera, para designar a todo aquél que hace de trinchera, que sirve para todo el que quiera desfogarse en él, sobre todo en los antiguos barcos piratas, que a los esclavos los trataban como ratas)... Me vas a dar un rato de placer.

Lo cogí con una de mis enormes manos por el cuello, sin apretar mucho para no asfixiarlo, ni muy flojo para que el chico aquél echara a correr. Me lo llevé tranquilamente andando, le eché un brazo por los hombros como si los dos fuéramos amigos de toda la vida y empecé a andar para llegar a un discreto lugar, a una de las varias naves abandonadas que suelen haber cerca del puerto.

Nada hablamos, solo una ligera sonrisilla en sus labios, caminando no le apartaba la vista, mirándolo de reojo. Pelo rubio rizoso, no muy corto, carita de ángel de los en su vida un plato, no han roto, no muchos años casi un chiquillo, por su apariencia no le echaría más de dieciocho. Levaba puesto un anorak azul marino, no de su talla, un poco amplio, debajo un jersey verde de lino, pantaloncito corto guardando un culito respingón, mi aparato ya se había despertado de su letargo al presentir aquél bombón, que dentro de muy poco apagaría mi sofocón.

Yo iba alternando la mirada, para resolver que nadie me pillará en aquella situación, me daba un no sé qué, de ir acompañado del muchachito, tan ligero, tan tierno y esbelto como un muñequito. De kilos, yo diría que no más de cincuenta y cinco. Y de estatura, ¡joder! Con el muchachito, es más alto que yo, mide metro setenta y cinco. Pero no pasa nada, no lo voy a besar ni siquiera le voy a mantener la mirada. Yo con mi virtud de hombre honesto y fiel, no lo voy a querer, solo un castigo le voy a imponer... Un castigo de placer, mientras a él, la sonrisa mucho más se le alargaba. Él, no sé yo que pensaba, para mí que del castigo se alegraba.

Llegamos a la nave que yo conocía muy bien, en algunas noches solitarias me había servido para descansar, por allí nadie se acercaba, yo tengo un genio de mil demonios y a más de uno si no quiere, le he ayudado a saltar por la ventana, tengo un pronto cuando se me molesta, que más que pronto es tarde, ya que me dura toda la semana.  

– Ya llegamos.- Le dije. - Aquí nadie nos va a molestar-

A continuación me puse detrás del muchachito, le agarré con una mano del cuello inclinándolo hacia delante para ponerlo en posición, sin mediar palabra con mi otra mano me dispuse a bajarle el pantalón y su prenda íntima, el calzón. Pero no usaba calzón, ni siquiera boxers, usaba un tanguita rosa de esos con besos por todos lados. De nuevo pensé yo en voz alta.

 - Si no fueras muchachito y si muchachita los besos te los iba a dar yo, por cada palmo y cada trocito de tu cuerpo, por cada rincón - Y me puse a prisa en mi cartera a buscar un condón, para aplicar el castigo pensado.

Sin soltarlo ni cambiar de posición le di el condón para que me lo pusiera y me preguntó:

- Si quieres te lo pongo con la boca, eso da más placer.-

-No, muchachito travieso, eso no. Yo soy el castigador. De una u otra forma le voy a dar a mi cuerpo placer, y ya sabes como… Si no puedo comer.-

- Jajaja. Si quieres comer, pues cómemela.- Tenía una risa cantarina y alegre como de chiquilla... Eso no puede ser, es un muchacho se llama Pep, inmediatamente pensé.

- Ni me la vas a comer y aún menos te la voy a comer.-

- Jajaja.- De nuevo su risa traviesa. – Luego te arrepentirás, luego querrás devorarme, castigador. Y quizás a lo mejor tú seas el castigado.-

Sacó de uno de sus bolsillos de su anorak un pequeñito frasco de vaselina perfumada con olor a fresas y me lo dio:

- Ten, úntatelo y antes de aplicarme tu castigo, úntamelo, no me hagas daño, por favor.-

- No te voy a hacer  daño, ni siquiera… Te la voy a meter entera.-

- Jajaja. – Otra vez con su risa misteriosa.- Cuando te enteres, eso será lo que tú quisieras… Comérmela, devorarme, metérmela entera y quizás muchas más cosas que ni se te pasa por la imaginación. Jajaja.-

- Ya me estoy otra vez mosqueando. Con tantas risas. -Le dije con mi cara de pocos amigos. – Vamos a lo que hemos venido al castigo.-

- Sí. Lo que quieras, al castigo pero sin preservativo. Eso da más placer, yo quiero todo el placer que puedas tener, pero eso será  otro día, en día festivo.-

- Lo miré con cara de pocos amigos, con cara de bulldog, snauzers, o con cara del perro más salvaje que se te haya ocurrido.

Lo solté del cuello, ya que no iba a escapar, empecé con un dedito, lento despacio, en círculos, más, adentro y afuera sin salir de la cueva, un poquito, ahora que se ha acostumbrado entran dos, y tres, despacio y lento otra vez, con más brío hasta que se pueda correr. Ya me llegará a mí la hora del placer, ahora que se dilate tu ano, para que yo la pueda meter. Ahora sí, ya está bien, ya le entra casi la mitad de mi mano. A hora mi polla, la cojo con la mano, y la apunto hacia su ano, no entra, la cabeza de mi miembro es tan grade como una olla, o su culito sonrosado, tan calentito, tan tierno y estrecho como el de una mujer, sin bello por ningún lado y yo sigo mosqueado con mi putito. Ostia, se me ha olvidado, la vaselina no le he untado, la voy a desistir de meter. Daño, no le quiero hacer, bruto,  daño no se le hace ni ha un muchacho, ni ha una mujer.

- Pásame tú vaselina, Pep, mi putito.

- ¿Cómo sabes que me llaman Pep? Si lo deseas seré tu putita, no tú putito, pero eso será cuando me la quieras comer.-

¡Qué asco! Pensé al imaginar el aparato de un hombre, en mi boca, ahhgg... Qué náuseas solo de pensar una polla hasta el fondo de mi garganta, no me seducía lo más mínimo, ni el de aquél muchacho que ya me empezaba a agradar… Pero su aparato eso ni pensarlo. Me estaba volviendo loco, en cómo meterla sin hacerle daño. Su culito era como un tesoro, él cuál yo deseaba arrebatárselo.

Me llevé los dedos a mi nariz antes de untarlos, para olfatearlos sus líquidos olía a flor de jazmín, eso me hacía feliz, me entró unas ligeras prisas por meterla, así que ha lo que me había dicho, a untarlo y untármela y ha comerme ese bocadillo. Empecé despacito, un poquito más, otro poquito, mi putito parecía una aceituna pincha en un palillo, y nunca mejor dicho, mi picha en su culito, mi putito la aceituna y yo el palillo. Por lo estrecho, calentito, por como me la comprimía, parecía una aspiradora y mi pene un objeto sin voluntad, que desaparecía engullido, como un pobre animalito engullido por una boa. Me imaginé y le pregunté;

- ¡Oye, Pep! ¿Por aquí es tú primera vez?

- Sí, mi primera vez… Por 5OO Euros y por placer.- Jajaja- Otra vez su risita, que yo ya iba conociendo tan bien y que ya no me empezaba a molestar.

– Y muchas sorpresas más que esta tarde te vas a llevar.- Préstame tus deditos, y ráscame mi almejita.

- ¡Ostia Pep! No he entendido bien. - Me quedé anonadado, como si de un calambre me hubiera dado, mi mente no coordinaba, tanto como yo deseaba, parecía como si el tiempo en aquél instante se hubiera parado, o mi sorpresa fue tanta como si estuviera congelado.

Y sí, mi dedo lo pasé por allí, por su rosita, por aquella cosita tierna, suave y blandita, que me entretuve en masajear a placer, soltando en mis dedos y mi mano un torrente de efluvios de  mujer. Fue entonces cuando me enteré… Pep, diminutivo de pepe o pepita, claro Pep-ita nombre de mujer.  Y vino a mi mente la conversación, aquella palabra que no pude entender ¡Pep… Mujer! Y no acabaron aquí las sorpresas, pero está para mi la mejor (no era un muchacho, era una linda jovencita).

No le rasqué su almejita, no. Con suavidad con mucha ternura y delicadeza, pasaba y masajeaba aquella cosita, su rosita, sin olvidarme de lo que estaba haciendo, sacándola y metiendo, unas veces con brío, otras, demasiado tranquilo, pero siempre sintiendo su calor, nada de frío, presintiendo que este sería mi amor. Acabó como un gran lago, teniendo en mi mano su orgasmo. Aquella bendita tarde terminamos mojados, ella en mi mano y yo… Como una botella de Cava en fiestas había explotado. La copa de su culito todo se lo había tragado, pero no todo, algo salió por los lados. Con un gran placer los dos, habíamos terminado.

Nos vestimos sin prisas, le ayudé con su tanga, pero por arte de prestidigitación sacó unas bragas, se quitó el tanga y con cada prenda intima en las manos ondeaba cuál banderas, aquella hermosa escena me la puso dura, ya que jugaba a ¿cuál me pongo?  Las bragas, el tanga, el tanga o las bragas, pero me la estaba poniendo dura, aquella chiquilla brava. Se acercó hacia mí y en un momento fugaz me dio un beso, no un beso de tornillo, ni de película, un breve beso, tan exquisito como un Haiku (poema japonés breve, el cuál se inspira en las cosas cotidianas de la vida) su beso me pareció a miel con fresas y sus labios a melocotón, para mí uno de los mejores besos que me han regalado. A continuación me regalo su tanga y por arte de magia tenía un billete de 50 Euros en la mano,  que también me quería dar. ¿Cuándo lo había sacado? Claro por supuesto con las bragas… Aquella chica ¡Pep! Era un tesoro.

- Toma te regalo mi tanga para que no me olvides… Y 50 Euros que te has ganado. Si no lo quieres como un regalo, tómalos como el 10 % de comisión de la apuesta que hemos ganado (500 euros).

- Yo no he apostado nada, no le pienso cobrar a una mujer, ni vendo mi cuerpo, solo por placer. A lo mejor si fueras el muchacho que al principio eras, un muchacho atolondrado, quizás te lo habría cogido prestados solo para comer.

- Pues yo no me voy sin darte nada a cambio.

- Sí, demasiadas sorpresas hoy me has dado, pues nada chiquilla… Cuando quieras otro rato de placer, sin excusas, ni empujones que me pueda caer. Simplemente déjate querer y otra vez… ¡Joder! No me dejes sin comer... ¡Sí! Que me has castigado, no he probado ningún bocado. Ni mis muelas he movido, ni tú almeja he catado.

Al final los dos fuimos castigadores, los dos fuimos castigados. Ella me castigó a mí sin comer, yo la castigué a ella con mí querer. Los dos fuimos castigados con placer. Ahora ya, a la hora que es, más de las diez, ya no nos vamos a ir a comer… Nos vamos a ir a cenar… En otra historia... Ya veremos qué pasará.

Todos los Derechos Reservados © Didack