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Mariana (2)

en Fetichismo

Al día siguiente, quise saber si Mariana iría en serio con lo nuestro. Le mandé un mensaje a su móvil, pidiéndole que se pusiera una falda ajustada, las medias transparentes y unos zuecos. También le pedí que se pintara los labios con el carmín. Que se recogiera el cabello, y se pusiera los pendientes de aro. Por último, le ordené que no se pusiera ropa interior.

            Fui a trabajar, procurando tener un par de horas libres a media mañana. Después de desayunar, me dirigí hacia la tienda de Mariana.

            Entré directo, sin dudar. Allí estaba ella, tal y como le había pedido, con la ropa exacta, con las finas medias que tanto me gustaban, y con unos zuecos de madera con tacones altísimos. Me miró y me sonrió. Estaba con una clienta. Le mostró varios vestidos y la mujer entró en los probadores. Me acerqué a Mariana que me dio un piquito.

-       Tal y como querías… - Me dijo susurrando. - ¿Te gusto?

Pasé mi mano por su muslo, la metí por su falda, forzando que esta subiera y poniéndome detrás de ella manoseé su coño desnudo.

-       Ahora no, estoy con una clienta…

No le hice caso y seguí masturbándola. Su vagina comenzaba a humedecerse. Mis dedos jugueteaban con sus labios y su clítoris mientras mordisqueaba los lóbulos de las orejas. Mi otra mano presionaba sus pechos, que se habían puesto firmes. Mi polla crecía dentro de mi pantalón apretándose contra sus nalgas. Mariana se puso de cuclillas dentro de los zuecos, intentaba abrir más sus piernas pero no podía por la estrechez de la falda. Mi mano estaba chorreando de sus flujos. Entonces, la clienta la llamó. Se separó de mi como una exhalación y caminó hacia los probadores poniéndose bien la falda.

Yo me fui de la tienda. Salí al parque que había enfrente y me senté en un banco a fumar un cigarrillo y esperar que la clienta se fuera. Desde mi perspectiva podía ver como Mariana me buscaba, no entendía nada. Seguramente esa situación aún la excitaría más, al igual que a mi. Pero ella lo dijo, no quería que esto fuera rutinario ni normal.

Al cabo de un tiempo la clienta salió de la tienda con un par de bolsas. Caminé hacia la tienda y entré, tomé la precaución de poner el pestillo en la puerta. Mariana estaba al final de la tienda, arreglando algo de ropa. El avisador de la puerta la hizo girarse. Caminé rápidamente hacia ella mientras desabrochaba la correa de mi pantalón. Ella me miró con la mirada un poco atemorizada. La empuje y cayó en el sillón, subí su falda lo máximo que pude y coloqué sus tobillos en mis hombros. Con un movimiento rápido la penetré. Ella gimió. Comencé a bombear su mojado coño. Saqué un zueco de su pie y lo besé y lo chupé con fruición. Mis embestidas eran fuertes. Su coño se mojaba cada vez más, y sus gemidos me excitaban sobremanera. Al cabo de un par o tres de minutos, Mariana se corrió. Soltó un comedido gritito y sus piernas se endurecieron, los dedos de sus pies dentro de mi boca se arquearon, seguí bombeándola un poco más y cuando noté que me corría, sujeté el zueco y me masturbé acabando dentro de él. Una gran lechada fruto de mi excitación fue a parar al interior del zapato. Ella sudorosa se mordisqueaba el labio superior. Me arrodillé y le puse el zueco lleno de mi leche en su pie de nuevo.

-       Quiero que lo lleves todo el día, incluso cuando estés con tu marido… Así recordarás lo guarra que eres…

-       Lo haré…

-       Y ahora quiero que te metas mi polla en la boca y limpies lo que queda…

Muy sumisa; Mariana se arrodilló ante mi y lamió mi verga semierecta. Pasó su lengua por el capullo, y luego se la metió toda entera en la boca. Lo hizo durante unos segundos. Luego me subió los boxers y el pantalón y me vistió.

La besé y me decidí a marchar.

-       ¿Mañana vendrás?

-       Ni idea…

Salí de la tienda con la sensación que esa mujer me estaba haciendo sentir el hombre más afortunado del mundo.

Durante los siguientes días decidí no dejarme ver por la tienda. Ella recibía cada día mi mensaje con las órdenes sobre la ropa debía ponerse, y de vez en cuando algún otro durante la mañana o la tarde explicando cosas que le haría en la casa de la montaña. Quería mantenerla alerta, me gustaba la idea de tenerla como una perra en celo, esperándome, aunque supongo que su marido también se estaba beneficiando de nuestro juego a juzgar por lo salida que iba. Durante aquella semana me dediqué a comprarle ropa y varios juguetes eróticos. Aquellos cuatro días íbamos a probar todo lo que pudiéramos.

Mariana comenzó a mandarme mensajes. Pensaba que todo se había acabado. Yo mantenía el silencio. Y cuando apenas faltaban dos días para nuestra escapada, le envié una fotografía con las esposas que le había comprado. Ella respondió con otra fotografía de su coño húmedo. Me gustaba su actitud, y tenía muchas ganas de follármela.

El día antes de nuestra cita, le mandé un mensaje pidiéndole que se rasurara por completo. Ella asintió con otro, pero me dijo que no sabía si le daría tiempo. Le ordené que o se rasuraba o cancelaba nuestras minivacaciones. Le dije donde quedaríamos al día siguiente y que si no hacía lo que le pedía no viniera a buscarme.

Llegó el esperado día, y allí me encontraba yo, en el gigante aparcamiento de un conocido centro comercial. Llevaba todo lo necesario en mi bolsa, algunas prendas de ropa para cambiarme y todos los juguetes y lencería para ella. Al cabo de unos minutos y mientras terminaba mi cigarrillo, apreció un gran coche todoterreno de color negro. Se acercó hasta mí y paró. Era Mariana. Dejé mis cosas en el asiento trasero y entré.

Iba vestida como le había pedido. Vestido de una pieza negro y escotado, con una faldita que llegaba a media muslo, unas mules de madera con una fina tirita negra que sujetaba su pie al alto tacón de aguja. Los famosos aros en los lóbulos de sus orejas, su cabello rubio recogido en una coleta. Sus ojos pintados oscuros y sus labios con un brillante carmín. Me dio un beso en los labios, a lo que respondí apasionadamente. Frené mi ímpetu y le indiqué que arrancara.

Hablábamos de mil cosas por la autopista, Mi vista estaba exhorta en sus pies, la forma que adquirían en aquellas sandalias de madera, la robustez de sus gemelos al pisar los pedales. Mi verga estaba juguetona. Nos mirábamos, ella acariciaba mi muslo cuando cambiaba las marchas, y de vez en cuando, desplazaba su mano con aquellas uñas rojo pasión hasta mi entrepierna, recorriendo mi miembro semirrecto con ella. Al cabo de una hora más o menos nos desviamos a una carretera muy pequeña, una comarcal de dos carriles. Seguíamos en lo nuestro cuando vislumbré un claro en el badén, con un aviso le hice detener el coche allí. Ella me hizo caso.

Bajé del coche indicándole que debía hacer lo mismo. Llegó hasta mi que me encontraba apoyado en la puerta del acompañante, de vez en cuando algún coche rompía el silencio del bosque que teníamos enfrente. Mariana me abrazó y me besó. Mis manos recorrieron sus muslos subiendo por el interior de la faldita y llegando a su sexo. Estaba totalmente depilado, como le había pedido. Con mis manos y sin decirle nada. La sujeté por sus hombros y la obligué a ponerse en cuclillas. Ella me miraba deseosa de algo y yo le iba a dar lo que me apetecía.

Bajó hasta tener la boca a la altura de mi cremallera. La bajó y sacó de su prisión mi miembro, que sin estar duro, comenzaba a abultarse. Me desabroché la correa y dejé caer mi pantalón hasta mis tobillos, no me había puesto calzoncillos. Mariana lo entendió a la primera y comenzó a jugar con su mano y mi polla.

La idea que alguien pudiera vernos la excitaba. Sujeté sus muñecas y las alcé hasta mi pecho, aprisionándolas contra mí. Ella estaba de cuclillas con mi miembro, ahora sí duro, muy duro, en su boca e indefensa. Comencé a mover mi pelvis contra su boca. Quería follar esos labios, quería comprobar hasta donde podía llegar mi verga en su interior. Y Mariana lo hacia muy bien, salivando mi tronco, recorriendo mi glande con su lengua, jugando a apretar sus labios a cada embestida. Apoyé sus manos en mi cintura y sujeté su cabeza con las mías. Presioné fuerte contra mí, mi verga sin ser excesivamente grande entraba entera en su cavidad húmeda y caliente. Me estaba dando una de las mejores felaciones que me habían practicado nunca. Ella para hacerlo todo mucho más erótico, levantaba su vista y la cruzaba con la mía. Veía sus ojos, como el rimel resbalaba por sus mejillas y su boca, con sus labios redondos por mi tronco me acariciaban. Algunos coches pasaban detrás nuestro. Yo no me daba ni cuenta. Mi máximo placer en ese momento era follar aquella boca que tan caliente me había puesto desde hacía días. Mariana bajó sus manos hasta mis nalgas y clavó sus uñas en ellas. Mi polla se endureció.

-       Cariño, - le dije- vas a beberte todo mi líquido sin protestar…

Ella asintió con la cabeza y hundió más mi verga en su interior. Aquello hizo que me corriera como un bellaco en su boca. Mi frenesí y mis embestidas ayudaron que por la comisura de sus labios se escapara parte del semen que tenía guardado para ella, pero con un movimiento rápido de la lengua, lo recogía y lo engullía. Acabado esto, la levanté y después de ponerme los pantalones la llevé hasta la parte de atrás del coche. Abrí el maletero y la hice apoyarse con los codos sobre él quedando su culo en pompa.

-       Quédate así… - Le dije.

Ella me hizo caso y yo fui en busca de mi bolsa, de la que saqué un bote de lubricante, unas bolas chinas que le había comprado y unas finas bragas de encaje que transparentaban todos sus secretos. Mariana no podía ver lo que yo tramaba tras de sí, lo que la estaba excitando sobremanera. Es posible que no fuera necesario ni el lubricante, pero aún así remojé las dos pelotitas con el viscoso líquido y arremangué su falda. Acerqué mi nariz a su mojado sexo y aspiré. Me encantaba el olor a hembra que desprendía. Pasé la punta de mi lengua por los suaves labios de su vagina y ella se estremeció. Me aparté e introduje lentamente las dos bolas en su húmedo coño que las recibió fantásticamente. Mariana dio un respingo.

-       ¿Qué me haces?

-       Darte placer mi amor… Quiero que te corras… Durante todo el día…

Dicho esto, coloqué las finas bragas por sus pies y tiré de ellas recorriendo sus muslos hasta dejarlas perfectamente colocadas en su sitio.

-       Ahora vuelve al coche y conduce…

Así lo hizo, y seguimos nuestro viaje. Mientras el coche recorría aquella carretera, Mariana se mostraba incómoda por las bolas en su interior, de vez en cuando suspiraba y me miraba con una sonrisa picarona. Yo la observaba, y de vez en cuando acariciaba su muslo, intentando llegar hasta su tesoro, pero parándome antes de conseguirlo, cosa que la hacía excitarse aún más. Al cabo de unos minutos, vislumbré un apartado en el lateral de la pequeña carretera.

-       Para ahí… - Le señalé.

Ella hizo lo que le exigí. Acto seguido la hice bajar del coche y cambiamos nuestros asientos. Saqué las esposas de mi bolsa y esposé sus muñecas al asidero de la puerta del acompañante, quedando sus brazos levantados y ella indefensa. Acaricié sus muslos, bajando hasta sus pies. Sujeté el pie derecho por el tobillo y lamí su planta, acto seguido y con la sandalia puesta pasé mi lengua por sus dedos. El sabor salado y dulce a la vez me embriagó. Ella acercaba su cadera hacia mí, estaba en celo, en el punto que yo la quería. La descalcé y puse sus preciosos pies sobre el salpicadero. Volví al asiento del conductor viendo como estaba de abierta. Arranqué y seguimos unos momentos por aquella carretera, hasta que ví un camino de tierra lleno de baches. Me desvié y aceleré para hacer saltar al coche en cada montículo. Mariana se retorcía a cada salto. Sus pies se aprisionaban sobre el salpicadero haciendo fuerza, lo que hacia que sus dedos se doblaran de forma imposible y sus pies adquirieran una forma erótica indescriptible, parecía que llevara tacones de 15 centímetros. Otro bache. Ahora ya jadeaba. Otro más. Soltaba grititos. Gemía. Le gustaba. Después de 10 minutos y viendo sus mejillas sonrosadas, derrapé en un descampado, y frené el coche. Bajé inmediatamente, abrí la puerta del acompañante, me acomodé entre sus piernas, y ahora si, disfruté de su mojado sexo. Mariana seguía atada. Mientras degustaba aquellos labios y aquel duro clítoris, tiraba del cordel para sacar las bolas de su interior. Mientras, liberé mi erecta polla del pantalón y conseguí pajearme con sus pies. Ella gemía y me pedía más. Sujetaba con firmeza su clítoris con mis labios y lo golpeaba suavemente con la punta de mi lengua. Las bolas ya habían salido entre sus sollozos de placer, estaba encharcada. Sus pies recorrían mi falo, frenéticamente. Al cabo de un par de minutos se corrió con un gran gemido y revolcándose como podía en el asiento. Mientras tenía el orgasmo, me incorporé rápidamente y la penetré con mi verga más dura que nunca. La bombeé mientras sus ojos me miraban con lascivia. Un poco de saliba salía de la comisura de sus labios. Apreté sus pechos con mis manos. No podía escapar. Comencé un vaivén bestial, tenía ganas de correrme de nuevo y ahora lo iba a hacer en su interior.

-       Dentro no…

-       Calla, me corro….

Solté un gemido y mi cuerpo se arqueó mientras chorros de leche la llenaban por completo. Caí rendido a sus pies, a los que comencé a proferir caricias con mis labios. Al cabo de unos segundos, la calcé de nuevo, la desaté e intercambiamos asientos.

-       Llévame a nuestro nido de lujuria, mi amor…

-       Uf, como esto siga así, no se como voy a terminar…

-       Seguirá, no te preocupes…