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Falda, medias y tacones altos

en Fetichismo

Trabajo en una oficina inmobiliaria desde hace unos años. Somos una plantilla muy corta, mi jefe y yo.  Después de los estragos de la crisis parece que el trabajo ha repuntado, por lo que Luís, mi jefe, decidió contratar a otra persona.

            Por razones de trabajo, él debía estar fuera unos días, por lo que me pidió que realizara la última entrevista a la persona escogida.

            Se llamaba Carolina, no la había visto nunca porque normalmente estaba fuera enseñando pisos cuando se realizaban las tomas de contacto. Realmente esta última entrevista era un puro trámite para firmar el contrato, ya que mi jefe había dado el visto bueno a esa chica y así me lo había hecho saber.

            Aquel día, llegué a la oficina con mi atuendo habitual, un traje y bien arreglado, la imagen vende mucho en nuestro negocio. Preparé concienzudamente el contrato que me había dejado redactado Luís y comencé a atender las múltiples llamadas que cada mañana se acumulaban en el contestador.

            Sobre las 11 de la mañana, llamaron al timbre y pulse el botón que tenía debajo de mi mesa y que hacía que la puerta se abriese.

            Mi vista bajo enseguida al oír el sonido de unos tacones repicar sobre el suelo de parquet. Unos zapatos de salón negros con una considerable altura de 15 centímetros sin plataforma, sostenían unas preciosas piernas embutidas en unas finas medias grises. Una falda pitillo por encima de las rodillas marcaba exageradamente las anchas caderas, y la estilizada cintura de aquella silueta, que se ensanchaba en la parte del superior, con dos pechos redondos aplastados dentro de una blusa blanca posiblemente una talla menos de la que sería necesaria. Un cuello frágil daba paso a una tez tersa, levemente morena, un rostro bonito, con unos labios rotundos por su prominencia, y unos ojos oscuros definidos por un toque de rimel. El cabello castaño claro, recogido en una grácil coleta le daba un aspecto juvenil. Era ella, Carolina. Su 1,58 quedaba disimulado por la altura de los tacones, y de su cuerpo se podría decir que era explosivo. Sólo con pensar que era la elegida y que podría contemplar aquella belleza cada día, me daban ganas de darle un beso a mi jefe.

            He de decir que una cosa que me gustaba de mi trabajo era que muchas chicas del entorno vestían parecido a aquel estilismo, tacones, medias, falda, lo que encuentro bastante normal, ya que creo que a la mayoría de los hombres les gusta o al menos eso he corroborado en varias conversaciones con amigos. Pero pocas veces lo había visto llevar con tanto orgullo y dominando la situación. No pocos cuellos se habrían partido al pasar ella a su lado por la calle.

-       Hola, me llamo Carolina, ¿Está Luís?

-       Hola, pues no, está de viaje… Soy Alberto, el segundo de a bordo, supongo que vienes por lo de la entrevista…

-       Si, quedé con él sobre las 11.30, pero me he adelantado…

Me levanté de mi silla y me acerqué a ella. Nos dimos los típicos dos besos en las mejillas a modo de saludo. Su aroma a perfume me embriagaba, entre dulce y agrio, pero muy sensual. La invité a pasar al despacho de Luís y le mostré la silla para que se sentara. Yo me senté en el lugar que habitualmente lo hacía mi jefe, tras la mesa de roble, justo delante de ella y unos pocos centímetros más alto, porque mi jefe al ser más bien bajito se había hecho construir una especie de tarima, que con mi 1,83 no hacía mucha falta, pero bueno, así disimulaba más si le miraba los pechos a aquella preciosidad.

Ha mis 36 años había perdido la vergüenza para flirtear con una desconocida, pero en ese caso era diferente, iba a ser mi compañera de trabajo, por lo que debía comportarme con elegancia.

-       Bien Carolina, parece ser que eres la elegida para ocupar el puesto…

-       ¡Que bien! – Dijo dando unas palmaditas, aunque yo más bien veía el bamboleo de sus pechos, no muy grandes, tal vez una 90 o 95, pero redondos como melocotones.

-       Pues nada, tienes que firmar el contrato y empiezas mañana mismo

-       ¡Perfecto!

Le pasé el contrato y mientras lo leía por encima no podía dejar de mirar como sus labios aferraban entre ellos el bolígrafo que le había dado para la rúbrica.

-       Y… ¿Siempre vistes así? – Qué cosa más tonta acababa de decir.

-       ¿Por?¿Te parece mal?¿Hay algún problema?

-       No, no, no me malinterpretes por favor, es exactamente el tipo de atuendo que me gusta, de hecho va muy bien con la empresa, si vistieras de otra manera seguramente te habríamos pedido que la rectificaras, sólo era una pregunta, porque esos tacones no deben ser muy cómodos de calzar…

-       ¡Oh! Si, me gusta vestir así, la verdad es que te acostumbras a llevarlos, y de esta manera paso menos desapercibida, me gusta ser vista, ¿te gustan?

Dijo esto mientras elevaba su pierna y me enseñaba el pie calzado con el tacón, movía en círculos su tobillo para que pudiera verlo desde diferentes ángulos. La media creaba pequeñas arrugas y sombras y a la vez delimitaba la silueta del empeine como si estuviera dibujada. A mi entrepierna le gustó por la manera en que se estaba hinchando.

-       Si, me parece que te quedan muy bien, se ven atractivos y elegantes…

-       Eso es exactamente lo que busco, no sé, el caminar con tacones como que te estiliza más el cuerpo ¿sabes? Te pone la espalda recta, es cómo si fueras más, no sé, más…

-       ¿Poderosa?

-       Sexy tal vez, y poderosa también. – Sonrió y volvió al contrato que comenzó a firmar.

-       ¿Tienes pareja? – Ya me daba igual quedar como un baboso

-       ¿Es importante para el trabajo? – Contestó sin levantar la mirada de los papeles.

-       No, es que a veces hay que viajar y eso…

-       Si, tengo novio, pero no le importará si tengo que salir algunos días de la ciudad.

Toda mi fantasía a la mierda. Pero daba igual, la tendría de musa para mis pajas.

Le enseñé la oficina, y le mostré su mesa de escritorio, había varias de cuando éramos más plantilla, pero al no encontrarse Luís, le ofrecí una que estaba justo delante de mi, a un par de metros. Ella estaría de espaldas y la podría observar sin temor a ser visto.

Nos despedimos con sendos besos en las mejillas y salió del local moviendo su redondo culo. Cerré la puerta con llave y fui al lavabo a… ejem, recordarla.

Llegó la siguiente mañana, no sabía porque pero estaba mucho más ansioso para llegar a la oficina, bueno, si sabía porque.

Abrí cinco minutos antes de lo habitual y me senté en mi mesa con un café que había preparado en la máquina Nespresso que teníamos. Al poco sonó el timbre y abrí desde la mesa. Apareció Carolina, un atuendo muy parecido al día anterior, tacones beiges, medias marrones claras muy finitas, un vestido con tonos marrones, escotado y bastante ajustado, el cabello suelto, y su pequeño bolso.

Nos dimos los buenos días y se sentó en su mesa para comenzar la ronda de llamadas que le había preparado. Había sido una buena idea asignarle aquella mesa, desde mi escritorio la veía de espaldas, pero podía contemplar tranquilamente su hermoso culo, sus tersas a la par que contorneadas piernas, y sus tacones. Al cabo de poco rato me llamó la atención cómo jugaba con sus pies, los sacaba de los tacones, frotaba uno contra el otro, los volvía a calzar, todo dependía del tipo de conversación que mantuviera por teléfono. Sus plantas se mostraban suaves con leves tonos rosados, sus talones redondos y tersos , sus dedos muy bien formados, ni largos ni cortos, se movían dentro de la fina tela de  las medias, que curiosamente no tenían refuerzo ni delante ni detrás, en el talón. Las uñas las llevaba pintadas de color oscuro, las medias recortaban la silueta contra la luz que provenía de la calle. Me excusé un momento para ir al baño.

Al mediodía salíamos a comer a algún restaurante cercano, la verdad es que me sentía observado y a la vez orgullosos de poder acompañar a tan sensual mujer. Hablábamos cosas banales durante el ágape, trabajo, noticias, etc. La mejor parte venía cuando nos sentábamos en alguna terraza después de comer para tomar un café y fumar un pitillo. Buscábamos alguna mesa en la que diera el solecito, y una vez relajados comenzaba su espectáculo. Normalmente cruzaba las piernas, dejando uno de los tacones balanceándose solamente sujeto a la puntita de los dedos de su pie con una destreza envidiable, lo volvía a calzar en el aire con movimientos precisos de sus dedos. A veces necesitaba ayudarse de la mano para colocarse bien el zapato. Era evidente que cualquier día se daría cuenta de mi preferencia por esa parte de su anatomía, ya que mi vista no podía evitar dirigirse hacia allí en cada momento. Incluso alguna vez me había ruborizado levemente a causa de la excitación. Y se acercaba el verano.

Los días pasaron, la llegada de mi jefe de nuevo a la oficina hizo que mis miradas se volvieran más furtivas ante el temor de ser descubierto. Sólo el momento del café y alguna vez que debíamos ir de visita a algún piso era capaz de recrearme con Carolina.

Con la llegada de la primavera, también llegó el calor, Carolina cambió levemente su estilismo, utilizando ahora vestidos más estampados, dejando las medias en el cajón y calzando sandalias, eso sí, siempre con tacones no inferiores a 12 centímetros. Sus dedos aparecían ante mi prisioneros por las tiras de las sandalias, sus uñas ya no estaban pintadas de oscuro, ahora llevaba pedicura francesa, lo que le daba un toque más sugerente y limpio si cabe a sus pies. El tono cobrizo a causa de los primeros rayos potentes de sol reafirmaba la piel aterciopelada de sus piernas.  Me regocijaba viéndolas, así como sus preciosos pies embutidos en unas posturas impensables sin tacones.

Mi calor también había subido unos grados en los últimos tiempos por lo que esperaba a que se fueran todos de la oficina y visitaba páginas fetichistas de calzado, pies y medias para desahogarme allí mismo. Sé que era más cómodo hacerlo en casa, pero el morbo añadido de que me pudieran pillar allí mismo le daba un toque. De todas formas, lo hacía cuando sabía que iban a estar un tiempo fuera, en una visita o firmando algún contrato en la caja o el banco.

Llegó el día de la salida de empresa. Bueno, en los últimos tiempos más que salida era Luís y yo emborrachándonos en algún bar musical babeando con las chicas que encontrábamos. Mi vida sexual no es que fuera mala, a mis 36 años había tenido varias relaciones y alguna que otra folla-amiga, pero últimamente la racha se había roto. Supongo que por eso me obsesionaba más con Carolina, aún sabiendo que no pasaría nada al tener ella pareja estable, ¡ qué afortunado era el cabrón!

Aquella vez seríamos tres. Todo un lujo. Cenamos en un restaurante del centro y nos fuimos a un bar musical cercano. Pedimos tres Gin-tonics y nos sentamos en una mesa del reservado.

Carolina estaba impresionante. Una camiseta muy ceñida negra, unos pantalones negros también muy ceñidos que le hacían un trasero para enmarcar y unas sandalias tipo mules de madera con un tacón de aguja de infarto. Sólo se sujetaban a sus pies por una fina tira de color negro. Los labios pintados de un rojo extremo, y los ojos con rimel oscuro. El cabello como era normal en ella recogido en una cola. Y unos pendientes de aro que se balanceaban grácilmente con el movimiento de su cuello. Cómo no podía ser de otra manera, jugaba constantemente con sus pies mientas bebíamos y charlábamos con nuestras copas. El alcohol comenzaba a hacer mella en nosotros, entre las cervezas, el vino de la cena y ahora los cócteles llevábamos una buena cantidad.

-       ¿Ves Alberto? Hoy no podemos recrearnos en las chicas, tenemos una señorita con nosotros. – Dijo Luís, que era el más afectado por la bebida.

-       Por mi no lo hagáis, a mi también me gusta mirar… - Contestó Carolina.

-       Normalmente, llegada esta hora nos ponemos a repasar a las chicas que pasan por aquí- Siguió Luís.

-       ¡Venga Alberto! Busca una que te ponga – Me inquirió Carolina.

-       Bueno, se podría decir que la tengo delante – Solté sin sonrojo ninguno.

-       Oooooh… Que moooono – Dijo Carolina dándome un golpecito en el muslo, que a mi me pareció más una caricia que otra cosa.

-       Si no fuera porque tienes novio… - Dije con una sonrisa intentando quitar hierro a la insinuación.

-       Eso no tiene nada que ver para que te guste o no… - Carolina puso una carita que me la comería.

-       Vale, ya lo entiendo, me voy a dar una vuelta… - Dijo Luís

-       No hombre, no es lo que crees – Respondió carolina – Sólo estamos jugando un poco.

Y una mierda, yo no bromeaba, si hubiera podido la tomaba allí mismo. La verdad es que Luís nos jodió el momento. Decidimos dar por terminada la velada. Luís se ofreció a compartir el taxi con nosotros, pero como vivíamos cerca Carolina y yo fuimos a esperar el autobús nocturno y así la acompañaría a su casa.

Llegó el transporte y estaba vacío, eran ya las 4 de la madrugada, nos sentamos en los asientos de atrás a petición expresa de ella. Me senté y ella se acomodó un par de asientos a mi derecha. Decidida, se recostó hacia la ventanilla y posó sus pies sobre mi regazo. Me excité al momento.

-       No te importa ¿verdad?, nos quedan 8 paradas y tengo los pies muertos.

-       Ni mucho menos

Creí que era la mejor oportunidad que tendría para acariciar aquellos preciosos pies y así lo hice. Lentamente mis manos se posaron sobre sus empeines como sujetándolos, al ver que ella no reaccionaba sino todo al contrario, mis dedos comenzaron a pasear por las aterciopeladas plantas, despacio. Ella había cerrado los ojos, de vez en cuando movía graciosamente los deditos aprisionados por la fina tirita de sus tacones. Deslicé el zapato y se lo saqué, empecé a masajear con más firmeza sus plantas y talones. Repetí la misma acción con el otro tacón. Carolina dejó ir un suspiro. Mi verga se hinchaba por momentos, con precaución para que no la notara, levantaba sus pies hacia mi pecho para seguir masajeando sus dedos. Eran unos pies muy cuidados, suaves y tersos, debía costarle lo suyo conservarlos así de bien. Durante 6 paradas mis manos jugaron con ellos, incluso intenté acercarlos a mis labios pero creí que sería demasiado y no quería estropear el momento. Se la veía relajada, tranquila. Mi excitación estaba llegando a un punto en el que mi polla comenzaba a dolerme aprisionada en el pantalón. Me apetecía acariciar también sus piernas, esbeltas y firmes, y su trasero redondo y soberbio dentro de aquellos pantalones que parecía iban a estallar en cualquier momento. El influjo que producía sobre mí se vio alterado con el anuncio de que nuestra parada era la siguiente. Le calcé de nuevo sus tacones y ella se incorporó. Bajamos del autobús en dirección a su casa.

-       Oye, que bien masajeas…

-       ¿Te ha gustado?

-       Por poco me quedo dormida, no sabía que dabas masajes – Rió divertida.

-       Bueno, normalmente no lo hago pero te he visto tan cansada con esos tacones…

-       La verdad es que al final del día agotan, pero no dirás que no me quedan bien…

-       Muy bien, muy bien…

-       Bueno, pues aquí me quedo, otro día si lo necesito te llamo para otro masaje.

-       Cuando quieras, ya sabes donde encontrarme.

-       Hasta el lunes

-       Hasta el lunes

Nos dimos un par de besos de despedida y ella entró en la portería, yo caminé hasta mi casa a escasas calles de allí intentando disimular mi erección, en esos momentos estaba seguro que Carolina se había dado cuenta por pequeñas miradas furtivas hacia mi paquete. Me metí en la cama haciéndome un pajote de antología.

Llegó el lunes, Luís me llamó diciendo que no vendría a trabajar durante dos o tres días debido a un problema familiar. Me hice cargo de la empresa. Carolina entró como siempre radiante, un vestido estampado escotado y hasta media rodilla, el cabello suelto, muy poca pintura en su rostro y unos zuecos de tela y con una cuña exageradamente alta de esparto. No tenía la sonrisa de siempre.

-       Buenos días compi – Siempre se presentaba así. – Estoy hecha polvo

-       ¿Qué pasa?

-       Nada, una resaca de cojones, ayer salí con unas amigas y nos pasamos con los mojitos.

-       Vaya, tómate un paracetamol

-       Ya lo he hecho, pero tengo un sueño que me caigo

-       ¡Anda! Métete en el despacho del jefe que hoy no viene y pega una cabezada.

-       No me puedo creer que tenga esa suerte, ¡Gracias compi!

Entró en el despacho de Luís, se sentó en el sillón y reposó sus pies sobre la mesa. Desde mi mesa la podía ver a través de la cristalera que nos separaba, la falda de su vestido se había desplazado hacía su cintura dejando sus hermosas piernas descubiertas casi en su totalidad. Sus pies descansaban uno apoyado sobre el otro, lo que hacia que los zuecos estuvieran a punto de salir. Recostó su cabeza hacia atrás y cerró los ojos. El mero hecho de tenerla ahí en esa posición me excitó al instante. ¡Que buena estaba!. Intenté concentrarme en mis tareas pero cada dos por tres mi vista se desplazaba hacía la sensual silueta de Carolina. Me excité una vez más con la presencia de sus pies medio descalzos apoyados en la mesa, sus piernas tensas marcando un poco los músculos de los muslos, sus redondos y firmes pechos aprisionados por el vestido, su rostro tranquilo mientras dormía.

Abrí una de mis páginas favoritas de Internet y comencé a descargar fotos que me excitaban sobremanera, imaginando que Carolina era la modelo en muchas de ellas. Mi verga se hinchaba incansablemente bajo mi bóxer, por lo que tuve que ir al baño a desahogarme. Me masturbé recordando los pies y piernas de Carolina mientras se los masajeaba en el autobús. No tardé mucho y acabé conteniendo un gemido de placer.

Al volver a mi mesa me quedé de piedra. Carolina estaba sentada en ella viendo la página porno que yo había abierto, no la cerré a causa de las prisas por ir al baño. Llegué hasta ella, ruborizado.

-       Oye, pues se ve que te gustan bastante estas cosas – Dijo señalando una foto en la que una chica en ligueros mostraba sus tacones al fotógrafo.

-       Bueno, no sé, tampoco es tan raro, lo siento, no estaba Luís y tu durmiendo, lo he hecho casi por aburrimiento.

-       No pasa nada, la verdad es que son fotos bonitas, no las típicas en las que se ven pollas y chochos…

-       ¿Cerramos la página y vamos a comer?

-       Ok – Cerró la página y se levantó como un resorte cogiendo su pequeño bolso.- Ya se me ha pasado un poco la resaca, tengo hambre – Dijo enfatizando la última palabra.

Durante la comida me contó toda su fiesta de anoche, incluso entró en detalles sobre como se lo montaron un par de amigas suyas entre ellas en casa, Era una conversación bastante picante y que yo disfrutaba.

Salimos del restaurante y como siempre hacíamos buscamos una mesa bajo el sol en una terraza cercana para tomar el café. Fue ella quién comenzó la conversación.

-       Dime, ¿Es divertido eso que te gusten los zapatos y los pies?, quiero decir, ¡Es guay!, no como a otras personas que les ponen los culos o las tetas, tú no necesitas pedir permiso, simplemente observas y ya está…

-       Bueno, también me gustan los culos y las tetas…

-       Ya lo sé, las mías casi las conoces de memoria…

-       Es otra forma de excitación, no sé, es ver a una mujer con falda y tacones y se me va la vista… Pero creo que la mayoría de los hombres igual ¿no?

-       Si, creo que si, a mi me gusta que me miren, me visto así porque me encuentro sexy, si no de qué… A ve si te crees que no me gustaría ir con pantalones y zapatillas…

-       ¿Cómo esa?

A nuestro lado pasó una chica bastante guapa, elegantemente vestida, con una

faldita graciosa y unas zapatillas de deporte.

-       Eso no, si te vistes te vistes, esa lleva los tacones en el bolso para ponérselos en el trabajo cuando llegue, es como engañar, o llevas tacones o no…

-       Estoy de acuerdo…

-       ¿Te excitaste cuando me masajeaste los pies? – Me soltó de golpe y sin aviso.

-       Un poco

-       Jajaja, ¡Y una mierda! Te pusiste todo palote…

-       Vale, si… Me gustó masajearte los pies

-       Hombre, la verdad es que lo haces muy bien, por un momento pensé que los ibas a chupar, ¿no es eso lo que hacen los fetichistas?

-       Si, a veces, me corté si te digo la verdad

¿Estábamos flirteando o me lo parecía a mi?

-       Me puse un poco calentita – Dijo susurrando y mirando a los lados con esos ojos oscuros que me encantaban.

-       No digas tonterías… - Me ruboricé.

-       No, en serio, estuvo muy bien, me entraron rosquillitas ahí abajo.

-       Vale, Carol, que tienes novio

-       Ese es un muermo, misionero y poco más, ya te digo ahora que no vamos a durar mucho.

Momento cumbre.

-       Algo hará que te guste.. – Dije intentando alargar la conversación.

-       Es muy soso, a mi me gusta experimentar, cosa nuevas, no sé, que me sorprendan, ¿Te puedes creer que no acepta correrse en mi boca? – Mi cara era un poema.- Tu tienes tus gustos y yo los míos, me gusta el sabor de la leche, y él dice que eso es de guarras…

-       Este tío no sabe nada de la vida

-       ¿Te lo han hecho alguna vez?¿Te has corrido en la boca de alguna chica?

-       Si

-       ¿A que te gusta?

-       Si

-       Pues eso – Dijo dando una calada a su cigarrillo y moviendo nerviosamente su pie, parecía que el zueco iba a salir despedido.

-       Tenemos que volver a la oficina

-       Pues vamos – Ella solita se había cabreado.

Volvimos a la oficina y la tarde discurrió sin más, cada uno a lo suyo. A las cinco tenía que salir a una visita por lo que me despedí de Carolina y la dejé encargada del local.

Era martes, llegué hasta mi mesa y encendí el ordenador, comencé a buscar cosas en Internet y me dieron ganas de acabar de bajar unas fotos que había descubierto en una de mis páginas y que a causa de Carolina se habían quedado sin descargar. Miré en el historial y descubrí algunas páginas que yo no había visitado. Había de todo, sexo oral, anal, tríos, y predominaban las corridas en la cara y boca. Definitivamente Carolina había estado fisgoneando en mi ordenador y de paso alegrándose la vista. El hecho de imaginármela tocándose en mi mesa visionando porno me la puso tiesa enseguida. Disimulé cuando entró como un torbellino por la puerta.

      El cabello recogido en una cola, ojos oscuros de rimel, labios con carmín, aros en las orejas, camisa estrecha blanca y con dos botones desabrochados, minifalda tejana ajustada, y tacones de vértigo rojos a juego con su bolso.

-       Buenos días compiiii

-       Buenos días

-       Mira que te traigo hoy, para que veas que pienso en ti

Se acercó a mi mesa y puso su zapato en el reposabrazos de mi silla, unos estiletos rojos sin plataforma, muy escotados que permitían ver en gran parte sus deditos y bajos en la parte del arco casi formando una cueva entre el pie y el zapato. Me quedé de piedra.

-       ¡Venga tonto! Hazle una foto, así no necesitas buscar en Internet…

-       Pero Carol estamos en la oficina, alguien puede entrar

-       Bueno, tú te lo pierdes – Bajó el pie al suelo. – Pensé que te gustarían

-       Y me gustan, pero esto no funciona así

-       Gilipollas – Dejó su bolso en su mesa y se sentó a trabajar.

No sabía como arreglar esa situación, era evidente que a ella le satisfacía mi pasión por su ropa y zapatos. Sentí haberla herido. La invité a un café. Llegamos hasta la cafetera Nespresso al final de la oficina.

-       Oye, no quería que te sintieras mal, me gustan mucho tus zapatos nuevos pero es que me has pillado desprevenido

-       No pasa nada, seguramente estarías con tus páginas favoritas

-       Precisamente con las mías no

Uno de los vasos de plástico cayó al suelo, o lo tiró ella no sé que pensar. Carolina se agachó flexionando sus rodillas y quedó con su cara delante de mi paquete. Apoyo una mano sobre él y mi verga reaccionó hinchándose.

-       Tú lo que necesitas es esto – Me dijo mientras comenzó a masajearme por encima del pantalón.

No reaccioné, bueno si, pero no  por mi mismo sino por mi miembro que crecía debajo del bóxer. Carolina sacó su lengua y la pasó por mi cremallera.

-       ¿Has jugado mucho esta noche con ella?

-       No – Contesté embobado por esa mirada felina

-       ¿Habrá lechita para mi?

Bajó la cremallera y tiró del calzoncillo hacia abajo, ayudándose de una mano sacó mi verga en erección y sin pensárselo la absorbió con su boca. Lentamente se balanceaba adelante y atrás, su boca estaba húmeda y caliente, se tragaba mis 17 centímetros sin pestañear. Su lengua jugaba con mi hinchado glande al ratón y el gato, yo no sabía como ponerme. Acrecentó el bamboleo y una sensación de placer inundó todo mi cuerpo. Desabrochó mi pantalón y lo dejó caer hasta mis tobillos, sujeto mis huevos con un mano.

-       Mmmm, como me gusta que cuelguen…

Su boca seguía su conversación con mi falo, mientras sus dedos masajeaban mis huevos y alguno de ellos jugaba a pasear por mi cerito. Mi verga estaba cada vez más dura y no iba a aguantar mucho. Aceleró sus embestidas y noté que me llegaba un orgasmo. La avisé pero aún se aferró más, la saliva rebosaba por la comisura de sus labios. Exploté en su boca, varios chorros de leche que fueron a parar a su garganta. Ella lo disfrutaba a tenor de los gemiditos que daba. Mi polla comenzó a perder grosor siendo aún aprisionada por sus gruesos labios. La limpió a base de bien, la dejó reluciente. Cuando acabó me la guardó, subió los bóxers y los pantalones y se irguió.

-       Muy rica, me gusta tu leche, ¡Ala! ¡A trabajar!

Dicho esto volvió a su mesa y comenzó a hacer llamadas.

Durante toda la mañana no pude dejar de estar excitado, y más observándola desde atrás, ahora que ya sabía mi secreto reafirmaba sus juegos con los zapatos, de vez en cuando con alguna excusa de la impresora doblaba su cintura y dejaba su prominente culo a escasos centímetros de mi. Se giraba y sonreía. Teníamos que hablar, aclarar lo que había sucedido, eso no podía quedar así.

Salimos a comer y no tocamos el tema, fue a la hora del cafecito en la terraza cuando me lancé.

-       Carol, tenemos que hablar de lo de esta mañana

-       No hay nada que hablar, hemos jugado un ratito y nos ha gustado

-       Ya, pero tienes novio y…

-       ¡Joder con el puto novio! Espera aquí

Se levantó en un revoleo y se dirigió al interior del bar, al cabo de un par de minutos salió con algo en la mano. Se sentó y me lo acercó, lo tomé en la mía, estaba húmedo, mojado más bien diría, lo miré y vi que era un tanga de hilo semitransparente.

-       ¿Notas como está de mojado?, pues lleva así desde esta mañana cuando te la he chupado, así que déjate ya de sermones y vamos a pasarlo bien, olvídate de mi novio y dame lo que quiero, a cambio te daré lo que quieras

-       ¿A que te refieres?

-       A desatarnos, a realizar nuestras fantasías, tenemos la oportunidad de explorar nuestro lado más oculto el uno con el otro y lo vas a estropear todo por tonto, a ver, ¿cuántas mujeres te han dejado jugar con sus pies?

-       No muchas

-       Me  has dicho que te gustan mis pies

-       Me gustas entera

-       Pues a mi me gustas, pero no como pareja, sino como un amante, desde el primer día pensé en lo bien que podríamos pasarlo si tu quisieras, he estado insinuándome desde entonces, y cada vez que iba a pasar algo lo estropeas con el muermo de mi novio

-       Lo siento, soy un poco retrasado para las indirectas

-       Pues espabila, te diré lo que vamos a hacer ahora, llegaremos a la oficina, iremos al despacho de Luís te sentarás en su sillón y me arrodillaré entre tus piernas, y te voy a hacer una mamada de la hostia…

Mi verga explotaba.

-       Acábate el café, estoy a tope, voy a mojar la falda como sigamos aquí…

De un trago terminé el café y nos fuimos con paso apresurado hacía la oficina.

Durante el camino, Carolina se contorneaba de manera provocativa, lanzándome miradas felinas, y no dejaba de decirme lo caliente que estaba. Mi verga estaba completamente erecta bajo mis calzoncillos. Tenía que meter mi mano en el bolsillo del pantalón para disimular.

Entramos rápido y entre risas, llegamos al despacho de Luís y… ¡Allí estaba sentado en su mesa el muy cabrito!

-       ¿Qué es esa alegría? – Preguntó.

Pusimos la excusa de un chiste que nos habían contado y nos sentamos cada uno en su mesa. Yo empalmado y Carol ardiente. Llegó la hora de concluir nuestra jornada laboral sin más después de aquella terrible tarde. Carolina se despidió alzando su mano y salió de la oficina. Supuse que fue en busca de su anodino novio para descargar la energía acumulada. El mero hecho de saber que iba por la calle sin bragas me excitaba, Luís me invitó a tomar una cerveza para comentar como había ido el trabajo sin él, acepté y nos relajamos hablando el resto de la tarde. Cuando llegué a casa me duché y relajé, llevaba un buen calentón pero no hice nada por remediarlo, tenía una especie de pacto con Carolina, y me reservaba para ella. Esperaba con devoción el día siguiente.

Yo abría la oficina sobre las 10 de la mañana, Carolina normalmente llegaba a las 10.30 y Luís a las 11, cada día esa era la rutina. Pero aquel día, aún no había conectado las luces que apareció Carolina, como siempre radiante. Cabello recogido en una cola, ojos y labios pintados, pendientes de aro, una camiseta de tirantes que reforzaba la esbeltez de sus pechos, no llevaba sujetadores, los tapaba débilmente con una chaqueta de tipo “torera”, una falda corta de pliegues negra, y unos zuecos negros como siempre con altos tacones.

-       Buenos días compi – Saludó.

-       Buenos días

-       ¿Qué tal? ¿Has pasado buena noche?

-       Se puede decir que he pasado calor

Su mano se paseó por mi paquete.

-       Estoy como una perra en celo, de hoy no puede pasar, busca una visita o una salida en la que debamos ir los dos – Me beso en la mejilla.

-       Ahora mismo la organizo.

Teníamos muchos pisos para alquilar o vender. Busqué uno cercano. Llegó Luís y le dije que sería conveniente ir a medirlo porque había algo que no me encajaba en los metros anunciados por los propietarios. Le pedí que me acompañara Carolina para ir más rápido. Aceptó sin remilgos. A las 11.30 estábamos dirigiéndonos a aquel lugar. Era un ático a dos manzanas de la oficina, teníamos las llaves porque los propietarios vivían fuera de la ciudad. Durante el camino, Carolina no hacía más que decirme una serie de guarradas que le iba a hacer a mi amiguito de abajo, que comenzaba a mojarse con líquido preseminal. En el ascensor no enrollamos, eran 44 segundos que se nos hicieron cortos, ella levantó su pierna dándome permiso a palpar su culo mientras nos besábamos, mis manos llegaron a sus braguitas, eran preciosas, negras pero casi transparentes, de una tela muy fina, sin ningún tipo de refuerzo a la altura de su vagina, casi como unas medias cortadas.

      Entramos en el piso, estaba completamente amueblado. Yo ya lo conocía, por lo que la dirigí entre morreos hacia la habitación de matrimonio, una cama doble nos esperaba. La tiré sobre ella y me dejé caer amasando sus turgentes pechos con mis manos. Nos besábamos con fruición mientras mis dedos jugaban con su mojado coño sobre las bragas. Ella palpaba mi erecta verga sobre el pantalón.

-       He pasado toda la noche esperando este momento, intenté no tocarme

-       Yo tampoco Carol, me he reservado para ti.

-       ¡Desnúdate!

Hice lo que me pidió me quedé desnudo en un minuto, mi verga depilada apuntando directamente a su cuerpo.

-       Quítate la ropa – Inquirí

-       Hoy no, hoy tú desnudo y yo vestida, me pone, métela aquí – Me dijo abriendo las piernas.

Puse mi falo apoyado en su vagina. Ella cerró las piernas que quedaron abrazadas por mis brazos sobre mi pecho. Comencé a moverme. Era una sensación extraña pero muy placentera. Mi tronco recorría toda su raja, mis huevos se incrustaban en su culo. Ella gemía. Sus pies quedaban a la altura de mi boca, por lo que comencé a besar sus talones y lamer el arco de sus plantas aún con los zuecos puestos. Carolina movía la pelvis para reforzar el contacto de mi verga con su vagina. Una de sus manos apretaba con fuerza mi nalga.

-       ¡Me encanta! – Me dijo. A lo que reaccioné aumentando el ritmo.

Saqué uno de sus zuecos y lamí de una forma salvaje todo su pie. Introduje los dedos en mi boca y los masajeé con mi lengua. Mis manos acariciaban toda la longitud de sus piernas. Sus bragas estaban empapadas. Paré en seco y bajé a disfrutar de su raja. Pasé mi lengua a los largo de su coño por encima de las bragas, ella gemía. Aparté un poco las bragas he introduje un par de dedos en su interior. Mientras, mis labios habían aprisionado su duro clítoris y mi lengua lo recorría en círculos. Carolina elevaba las caderas a la vez que con sus pies buscaba mi falo. Uno de mis dedos previamente lubricado en la humedad de su cueva, intentó entrar en su ano. Ella dio un respingo y sus pies comenzaron a masajear mi verga. Los dos gemíamos de placer. Me incorporé para penetrarla.

-       No, hoy no – Me dijo.

Se incorporó, se puso a cuatro patas y se metió mi polla en la boca mientras sus dedos masturbaban ferozmente toda su vagina. Su lengua se movía como una serpiente alrededor de mi glande y mi tronco. Mis manos asían su coleta para marcar el ritmo. Sus pechos botaban dentro de la ajustada camiseta. Estaba en la gloria. La forcé a levantarse y la hice a apoyarse junto al ventanal, sin pensarlo dos veces, aparté sus transparentes bragas y la empalé. Ella no quería que la penetrara, su juego era el de darme el caramelo poco a poco, pero se resignó. Mi verga entró suavemente hasta el interior. Mis fuertes brazos la agarraban por la cintura mientras mis caderas bombeaban con firmeza y a un ritmo muy alto su coño. Ella jadeaba, su pie descalzó se arqueaba ante mis embestidas. Estaba a punto de explotar.

-       Avísame antes de correrte

-       Tranquila, te la podrás beber toda

Al decir esto, Carol tuvo un orgasmo. Su espalda se arqueó y todo su cuerpo se tensó con mi polla dentro. Aceleré mis movimientos, mis huevos golpeaban su clítoris. Estaba a punto de correrme yo también. La saqué de un golpe y como en una película porno, Carolina se arrodilló y se la metió en la boca. Succionó fuerte y rápido mientras con sus manos acariciaba como ya había hecho la otra vez mis huevos y uno de sus dedos hacía presión en mi ano. Me corrí con un grito dentro de su boca. Unos hilitos de leche brotaban por la comisura de sus labios, mientras su rimel comenzaba a deshacerse en sus mejillas. Ella se tocaba por encima de las bragas y se volvió a correr mientras limpiaba lentamente mi miembro que comenzaba a perder rigidez. Cuando acabó, nos tumbamos en la cama, yo desnudo y ella vestida y nos fumamos un cigarrillo con la ventana abierta.

      Hablamos un poco de nuestros gustos sexuales, de nuestra vida sexual hasta entonces, y de pronto su mano comenzó a tocar mi verga que rápidamente volvió a hincharse. Con una sonrisa maliciosa me pajeó de nuevo. Se quitó las húmedas bragas y se sentó sobre mi falo empalándose con él. Se quedó quieta sobre mi con mi verga en su interior, caliente y acogedor. Mi polla daba respingos a causa de la excitación. Se abalanzó hacía delante y sus manos aprisionaron mis muñecas a la altura de mi cabeza. Sus pies hicieron lo mismo con mis muslos y una vez inmovilizado comenzó a cabalgarme. Lentamente, sin prisa, sacando mi pene casi al completo y volviendo a incrustarlo. No hablábamos ni nos besábamos, simplemente nos mirábamos y jadeábamos. Carolina, me izo intuir que iba a tener un orgasmo por la forma como se restregaba contra mi pubis con su clítoris. Dejó libre una de mis manos y me pidió que masajeara su culo. Humedecí mi dedo en su boca y presioné su ano con él. Ella comenzó a moverse más deprisa haciendo fuerza contra mi dedo, que lentamente iba entrando en su culo. En uno de estos movimientos mi dedo entró en su interior, me pidió que lo moviera y así lo hice. Tuvo un orgasmo delicioso, no muy fuerte pero si placentero. Saqué mi dedo y ella saltó de encima mío quedando tumbada en la cama. Me levanté y así sus pies con mis manos, comencé a masturbarme con ellos. Ella me miraba excitada. Mi verga resbalaba entre sus plantas a causa de la gran cantidad de flujo que tenía. La puse boca abajo y me follé sus pies durante un par de minutos más, hasta que no pude más y exploté. Esta vez mi leche no fue a su boca, sino a las plantas de sus pies. Cuando acabé, restregué mi lefa por todos sus pies con ayuda de mi polla. Delicadamente le coloqué sus zuecos, y me tumbé a su lado.

-       Así te acordarás de mi el resto del día

-       Tendrás que comprarme otros zapatos, estos van a quedar bastante pringosos

-       Siempre puedes lamerlos

Nos reímos y caímos en la cuenta de que se hacía tarde y debíamos volver a la oficina para que Luís no sospechara. En el ascensor nos dimos el último lote antes de encaminarnos hacia el trabajo.

A raíz de ese encuentro nuestra relación subió un peldaño, sabíamos que si lo llevábamos bien, podía ser muy placentero para los dos el poder realizar nuestras fantasías sin temor a avergonzarnos el uno con el otro, y sin más ataduras que nuestra pasión por el sexo.