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Rabia e Incesto: Historia de una Madre del Barrio

en Amor filial

“Cuando le estaba echando esa arremetida a mi madre, clavándola sin piedad, sentí el más grande placer de mi vida, me volví loco…”

Yo nací en la pobreza, en un barrio marginal de la capital de mi país, un país latinoamericano; mi madre era una madre soltera, como una gran parte de las madres de ese barrio y de todos los barrios marginales de mi tierra. Cuando tenía 18 años mi mamá salió preñada, y mi padre le dijo “adiós gracias” y se desapareció hasta el día de hoy; mi madre me dio a luz cuando le faltaban menos de dos meses para cumplir los 19 años, y por supuesto su vida cambió pues, después de haber abandonado los estudios en el embarazo sin terminar el bachillerato, al nacer yo, tuvo que empezar a trabajar para ayudar en la casa mientras mi abuela y mis tías se turnaban para cuidarme.

La experiencia con mi papá no le sirvió de escarmiento a mi madre, y a lo largo de mi niñez y adolescencia yo tuve que ver y soportar como mi madre pasaba de los brazos de un novio a otro, cada uno peor que el otro; en ese cambio constante de amantes o maridos, mi madre tuvo otro hijo y una hija, de padres diferentes. Así que mi hermano menor, mi hermana y yo, cada uno de nosotros era de un padre diferente, tres hijos para tres padres distintos y una sola madre; los padres de mis hermanos menores también terminaron abandonando a mi madre y a sus respectivos hijos, así pues, que nuestra historia era muy típica, muy común en nuestra barriada.

A pesar de sus errores, de sus defectos o de sus vicios, mi madre intentó ser una buena madre, dentro de lo que le permitía su personalidad y sus circunstancias; al menos trabajaba mucho y duro para mantenernos, era cariñosa con nosotros la mayor parte del tiempo, aunque a veces también nos pegaba para castigarnos y nos gritaba, cuando la sacábamos de quicio, y nos aconsejaba para que fuéramos gente de provecho. Pero muchas veces daba la impresión de ser una adolescente frustrada, de ser algo inmadura, como sí fuera una niña atrapada en el cuerpo de una mujer; una niña a la que le robaron su adolescencia y juventud, y que seguía buscando esa ilusión perdida, la ilusión del romance con un hombre que la amara y protegiera, que correspondiera a su amor apasionado. Solo que, buscando ese príncipe azul, esa niña seguía entregándose a muchos cabrones sapos.

Sí la historia de mi mamá era corriente en nuestro medio, la mía también; desde pequeño andaba en malas juntas, relacionándome con delincuentes del barrio, y éstos me estaban metiendo en el mundo del crimen. Me estaban enseñando las artes de robar, de traficar con drogas, de usar pistolas; todo porque yo quería tener dinero para darme caprichos y gozar la vida.

Pero había algo que no sabían ni siquiera mis colegas, mis compinches; y es que yo estaba como loco de deseo por mi mamá…

Desde que yo era un niño estaba enamorado de su belleza, pues realmente mi madre siempre estuvo muy buena; ella era lo que en nuestro país llaman “morena clara”, es decir, su color de piel es de un moreno muy claro que casi llega a ser blanco, como el color de piel de una mujer blanca que luce un buen bronceado de playa. Ella no es baja, es más bien alta, aunque tampoco mucho; tiene un cuerpo voluptuoso y rico, el propio de una latina buenota. Tiene unas grandes y ricas tetas, paradas y duras; un culo grande y delicioso, con unas nalgas firmes y bastante grandes. Unos muslos divinos, y unas piernas largas, hermosas y ricas; manos y sobre todo pies bonitos y delicados. Un cabello azabache, liso y sedoso, que llevaba largo hasta los hombros; un rostro bonito, con una fisonomía muy común entre nuestra gente, de mestiza, y unos ojos grandes pardos, muy bonitos.

En el barrio y en cualquier lugar, los hombres se babeaban viéndola; yo veía como la miraban con morbo, de arriba abajo, y yo imaginaba con rabia lo que fantaseaban con hacerle. En la calle ella se vestía de forma relativamente sexy, sin exagerar; pero en la casa ella se la pasaba con unos shorts, unos shortsitos cortitos que dejaban la parte inferior de sus nalgas al descubierto y casi se le hundían en la raja del culo. También usaba unas franelillas y solía usarlas sin sujetadores, y como se medio transparentaban, se le adivinaban o medio veían los pezones. Con esa pinta era incluso normal que yo me la pasara todo el día cachondo, con la verga parada; además, cuando mi madre se bañaba, era fácil espiarla porque el destartalado baño que tenía nuestra humilde casa (lo que en mi tierra llaman rancho o ranchito, en otras partes llaman chabola) tenía una abertura por la que se podía hacerlo sin ser sorprendido. Cada vez que ella se bañaba y yo estaba en casa, yo me apresuraba a espiarla, y gozaba viendo su rico cuerpazo; me ponía cachondo viendo sus grandes tetas, con sus grandes aureolas y pezones, y su sabroso coño, ese chocho medio peludo, de pelos azabaches como su cabello, encrespados y ensortijados, esa concha que cualquier hombre estaría encantado de saborear…

Yo me pajeaba con aquellas visiones de su cuerpo desnudo, me pajeaba con rabia fantaseando con follármela, y por la rabia de saber que nunca sería mía; a menudo, yo agarraba su ropa íntima, sus bragas usadas, y las olía y me pajeaba con ellas.

Yo pensé que aquello se me iba a pasar cuando comenzara a follar con otras mujeres, pero no fue así; desde los 18 años yo comencé a tirar con hembras del barrio, con muchachitas que andaban con mis amigos, los delincuentes o malandros que a punta de pistola mandaban en el barrio. Ellos fueron los que me consiguieron las primeras chamitas, y ya después yo me las arreglaba solo; pero, aunque algunas de ellas estaban muy buenas, y aunque eran unas diablas tirando, por alguna razón yo no me olvidaba de mi mamá y seguía soñando con cogérmela.

Y así fue como llegamos al momento en que todo pasó; en ese entonces mi madre tenía 36 años y ya habían pasado 3 años desde que mi madre terminó con su último novio y en ese tiempo que yo supiera no había salido con ningún hombre; pero entonces un día escuché a unas chismosas del barrio hablando en una callejuela, y estaban diciendo que mi madre era una sinvergüenza porque andaba con un hombre casado. Yo furioso salí y ellas se asustaron cuando me vieron aparecer; de la rabia fui a sacar la pistola que cargaba, pero un colega que andaba conmigo me detuvo y les gritó con insultos y groserías a las viejas ordenándoles que se fueran.

Después mi amigo habló conmigo, y luego de calmarme, me convenció para que hiciera lo que él dijera sin preguntar; así que me llevó a las cercanías de mi casa, e hizo que nos escondiéramos para espiar lo que iba a suceder. Y así fue como vi llegar a un vecino del barrio, un tipo cuarentón que era profesor en una escuela pública cercana; el tipo veía a un lado y al otro, como pendiente de que nadie lo viera acercarse a la casa. Tocó la puerta, y mi madre le abrió, y él se metió rápido adentro.

Mi amigo y yo nos acercamos sigilosos a la casa, y nos asomamos con disimulo por una ventana; así vimos como el tipo y mi madre se besaban en la boca apasionadamente, besos de lengua, mientras el tipo le manoseaba las tetas a mi madre por encima de la tela de la franelilla que llevaba puesta, y también le agarraba y manoseaba el culo por encima de su short cortito. El tipo la llevó abrazada, al dormitorio de ella, con tanta desesperación que se le salieron las chancletas o chanclas de los pies, dejándola descalza; los dos se metieron al cuarto, y se oyeron risas y después jadeos.

Yo tenía lágrimas en los ojos, lloraba de rabia y pena; en un acto casi reflejo me llevé la mano a la pistola que tenía en la cintura, y a mi lado mi colega me vio con el rostro serio, pero sin hacer ningún ademán de intentar detenerme. De pronto tuve una reacción, y me levanté y me fui casi corriendo, como huyendo; pero en realidad lo que hice fue evitar cometer una locura, porque con la rabia que me dominaba podía haber matado a mi madre. Mi amigo me siguió y terminamos en su casa, donde un rato después estábamos medio borrachos, después de meternos algunas botellas. Mi amigo me hablaba para consolarme:

-Mi pana, no ganas nada con ponerte así… tú no eres el único, con mi madre es la misma porquería… Mi mamá se ha tirado a todo el barrio, cambia de marido como cambia de bragas… ¿y qué voy a hacer yo? ¿Matarla? ¿Matar a todos los tipos que se la han follado? ¡Tendría que matar a todos los tipos del barrio! Sí quieres puedes matar al profesor ese, y sí lo haces yo te ayudo, porque para eso tú eres mi brother; pero con eso no vas a ganar nada, porque tú sabes que la cabra siempre tira pa el monte, y a lo mejor dentro de poco tu mamá tendrá otro “marido” nuevo, a lo mejor uno que también tenga mujer – me dijo.

- ¡Yo lo sé! Yo sé que esa vaina es así… pero eso no quiere decir que no me dé rabia… Yo creía que había cambiado, que se había dejado de eso… pero una vez más me jodió – le repliqué entre enfadado y triste.

-Pero hermano, es que nuestras madres son como cualquier mujer, y las mujeres en el fondo son como nosotros, los hombres… sí a nosotros los machos nos gusta follarnos a las hembras, a las hembras les gusta que se las follen… a nosotros se nos para, y a ellas les “pica” ahí, “donde te conté”, y les gusta que las claven por ahí, que se lo entierren donde les da la “picazón”… es normal que una hembra quiera tener un macho que le dé lo suyo cuando le provoca, lo necesitan tanto como nosotros necesitamos follar – contestó él.

- ¡Yo sé eso, no soy tan bruto! Pero sí por lo menos se buscará un solo marido, un tipo que se fuera a vivir con ella y respondiera por ella, un hombre que estuviera con ella por mucho tiempo… yo hasta estaría contento y agarraría mis cosas y me iría a vivir solo, y respetaría su compromiso… pero lo que me da rabia es que ande con uno y con otro, que cambie de macho cada dos por tres, y para colmo ahora ande con un tipo casado con otra, que la tiene como su segundo frente, como su barragana, y que la gente del barrio anden diciendo por ahí que mi mamá es una puta por eso – dije desesperado.

- ¡Pero hermanito, esa vaina no tiene remedio, es lo que hay y tienes que aguantarte o sí no te vas a volver loco, hazme caso! – exclamó mi amigo.

Pasó un tiempo, en que yo me hice el loco, aunque mi madre notaba que yo estaba cambiado con ella, “raro”; yo estaba enfadado, pero no me atrevía a reprocharle nada a mi madre porque temía que una discusión se saliera de control y pasara algo irreparable entre nosotros. Mientras tanto empecé a pensar en la idea de irme de la casa, de buscarme un lugar para mí solo.

Pero entonces un día en que yo volvía al barrio, después de hacer unas diligencias en el centro de la ciudad, mi colega me salió al paso en una callejuela, y me advirtió que algo “gordo” había pasado; la mujer del profesor que andaba con mi mamá se presentó en nuestra casa, le armó un escándalo a mi madre, la insultó y la humilló, y hasta intentó agredirla. Luego del escándalo, la madre de mi amigo habló con mi mamá, pues eran amigas, y mi madre le contó a la suya que había hablado por teléfono con su amante, y que el profesor había cortado con ella, pues prefería a su esposa antes que a ella. Mi madre estaba destrozada, deprimida, y la madre de mi amigo se había llevado a mis hermanitos a su casa para que no tuvieran que verla así; yo entre enfadado y preocupado por mi mamá, me fui a la casa para ver cómo estaba.

La encontré sentada frente a la mesa, bebiendo de una botella de ron, y con varias botellas de cerveza vacías (que sin duda se había bebido con la madre de mi amigo); no hacía falta ser muy observador para darse cuenta de que estaba borracha. Tenía los ojos rojos, hinchados de tanto llorar; y la expresión triste en el rostro. Pero yo lo que sentí al verla fue una profunda rabia…

- ¡¿Así que el maricón del profesor te mandó para la mierda?! – le dije furioso.

- ¡¿Entonces lo sabías?! – me replicó algo sorprendida.

- ¡¿Qué el cabrón ese te cogía, que te lo tirabas?! ¡Claro, ya lo sabía todo el barrio! – contesté.

- ¡No me hables así! ¡Soy tu madre! – exclamó ella.

- ¡Te hablo como me da la gana! ¡Te la vas a dar de madre después que te follas a un tipo casado, después que eres su puta amante!

Seguimos discutiendo con violencia, diciéndonos cosas muy fuertes, vomitando toda la rabia que llevábamos dentro…

- ¡Yo renuncié a todo por ustedes, dejé mi vida por mis hijos! – gritaba mi madre con dolor y en medio de su borrachera - ¡He trabajado duro para levantarlos! ¡Tú no sabes lo que es tener que ser madre con 15 años!

- ¡Pero nosotros no tenemos la culpa! ¡Tus hijos no tienen la culpa de que te tires a todos los hombres que se te cruzan por delante y que salgas preñada de varios tratando de retenerlos!

Ella se levantó, se me fue encima e intentó darme una bofetada; pero yo la sujeté y entonces mi madre se revolvió furiosa y forcejeó conmigo, y fue ahí que me volví loco y perdí el control…

La agarré y la besé en la boca con violencia, buscando de meterle la lengua; ella reaccionó sorprendida y confusa, a pesar de su borrachera, y luchó conmigo con más violencia… pero eso solo hizo que yo me desquiciara más, y le empecé a manosear las tetas por encima de la tela de su franelilla. Le agarraba las tetas de forma brusca, apretándoselas con rabia, sin importarme sí le hacía daño; de repente agarré su franelilla y de un tirón se la desgarré, y tiré la prenda despedazada al suelo, dejándole las tetas desnudas. Le manoseé las tetas con más furia, y comencé a mamárselas, a lamerle los pezones y chupárselos; y entre tanto ella me golpeaba, me daba duros puñetazos, pero yo no la soltaba y la sujetaba con toda mi fuerza.

Entonces le di la vuelta y le bajé el short y las bragas con fuertes tirones; ella trató de subírselos, pero yo los llevé hasta abajo con más fuerza. Tenía su enorme y rico culo desnudo delante de mí; y le di un empujón, obligándola a doblarse y apoyarse sobre la mesa con los brazos. Me bajé mi propio short y agarré mi verga dura y parada, y la puse en la entrada de su sabroso coño desde atrás, y sin pensarlo la penetré, se lo clavé. Ella dio un grito y trató de zafarse, pero yo me fui adelante y la inmovilicé mientras le daba caña, palo y palo, dándole sin piedad en su coño, enterrándoselo hasta el fondo, con fuertes arremetidas.

Cuando le estaba echando esa arremetida a mi madre, clavándola sin piedad, sentí el más grande placer de mi vida, me volví loco; le di cada vez más duro, lanzándola hacia adelante como sí la fuera a partir, mientras ella gritaba y jadeaba.

- ¡¿Así es como te gusta?! ¡¿Así es como te dan tus maridos maldita?! – exclamé con furia y odio.

Hasta que no pude más, y acabe eyaculando un chorro de leche dentro de ella. Pero una vez que había cruzado la puerta, ya no había forma de pararme; la agarré y la arrastré a su dormitorio, la tiré sobre su cama, y me lancé sobre ella. Le besé y lamí todo su cuerpo, comenzando por sus piernas y siguiendo por su vientre hasta llegar a sus tetas, que le volví a mamar; le besé la boca, mientras ella hacía intentos cada vez más débiles por resistirse. Le metí los dedos en el coño y ella dio un respingo, y me los mojé con mi propia leche; ya tenía la verga parada de nuevo, y la hice abrir las piernas y la volví a clavar. Por donde me parieron volví a meter mi verga, apretada dentro de su vagina, y arremetí de nuevo con lujuria y rabia, metiéndosela como sí fuera un puñal, castigándola con fuertes arremetidas, empotrándola contra la cama. Ella comenzó a corresponderme, a besarme, y a abrazarme; y era obvio que a su pesar se estaba excitando cada vez más. Mi madre jadeaba, más y más, hasta que sus jadeos se convirtieron en gritos de placer; hasta que los dos llegamos a la vez y volví a eyacular dentro de ella, mientras ella tenía un orgasmo.

A partir de ese día, me convertí en amante de mi madre, prácticamente en su marido; y de las puertas de la casa para adentro éramos marido y mujer, como cualquier pareja, aunque con cierto cuidado por mis hermanos menores. Poco más de un año después de comenzar nuestra relación de amantes, mi madre dio a luz una niña; hija mía por supuesto. A pesar de lo anormal de nuestra relación, de lo riesgosa que es para los dos, yo la veo más feliz que nunca; aunque no sabemos que nos espera en el futuro.

Muchas gracias.

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