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El Artista, la Madre y el Hijo: Incesto y Dolor

en Amor filial

“…Ese coño que era la cosa más deliciosa y excitante que había visto en mi vida…

Era el año 1993, y mi familia estaba viviendo la peor época; unos dos años antes mi padre había muerto en un accidente de tráfico, cuando un conductor borracho se estrelló contra el automóvil de mi padre, que venía de vuelta a casa después de salir del trabajo. De repente mi madre se vio sola, al frente de la familia.

Mi madre se había casado muy joven, y me parió cuando tenía poco más de 18 años; siempre fue una mujer muy bella, como pude ver en las fotos de antes de que yo naciera, desde que ella era una adolescente. Era algo alta, no mucho, pero lo suficiente para superar la media de las mujeres de mi país; era de piel blanca, suave y hermosa, como de un bebé. Tenía un bello cuerpo, tirando a flaco, a delgado, pero con cierta voluptuosidad y casi escultural; sus tetas eran bastante grandes, bien formadas, firmes, duras, y más notable sí cabe porque eran naturales, nunca se las había operado. Poseía un culo más o menos grande, de divinas y duras nalgas; también unas piernas largas y esbeltas, muy estilizadas. Sus manos y pies eran finos y delicados, hermosos; su rostro era muy bello, entre aniñado y angelical, de rasgos elegantes y hermosos. Unos ojos pequeños y bellísimos, azules; una boca pequeña y tentadora, de labios finos. Un cabello liso y sedoso, de color castaño caoba, que llevaba largo hasta los hombros, precioso.

Con la muerte de mi padre, comenzó un terrible sufrimiento para ella; no solamente había perdido al amor de su vida, al único hombre que había tenido, y había tenido que asumir sola la responsabilidad de nuestra familia de clase media, sino que muy pronto otra dura prueba le cayó encima. Yo tenía una sola hermana, menor que yo, y algún tiempo después de la muerte de nuestro padre, se descubrió que mi hermanita tenía una grave y rara enfermedad, que muy probablemente podía causarle la muerte.

En nuestro país la sanidad pública no era muy buena que digamos, y para colmo de males había una crisis económica más o menos grave; y el tratamiento de mi hermana era muy costoso. El dinero que había dejado mi padre se fue agotando muy rápido, y aunque mi madre tenía un trabajo relativamente bien pagado, nuestra situación cada vez era peor; las estrecheces en casa iban creciendo, las facturas se acumulaban y el tratamiento de mi hermana exigía más y más dinero.

Mi madre estaba desesperada, a menudo la veía llorando, atormentada y deprimida; yo quería ayudarla y hasta me plantee dejar los estudios para trabajar, pero ella me insistía en que no lo hiciera. Definitivamente que era un peso muy grande para mi madre, que hizo que a sus 34 años su salud se resintiera un poco y que hasta su apariencia física se deteriorara un poquito, luciendo algo ojerosa y demacrada, y adelgazando un poco. Aun así, seguía siendo una mujer muy bella.

Así estaban las cosas, cuando entró en nuestra vida un enigmático personaje; mi madre tenía una amiga un poco más joven que ella, una mujer que estaba muy buena y que tenía cierta fama de putona, por su forma de vestir y actuar, su actuación en las redes sociales y los rumores que se oían de su promiscuidad, que se confirmaban en parte en sus confidencias con mi madre y que yo oía a escondidas a veces. A pesar de que mi madre era una mujer bastante más seria y recatada, la unía una gran amistad desde niña con aquella chica, que fue su paño de lágrimas durante su pena; y un día esa amiga le habló a mi mamá de una oportunidad para ayudarnos en nuestra situación.

Resulta que la mujer conocía a un tipo que era artista, un fotógrafo artístico; el tipo, que a lo mejor se había tirado a la amiga de mi madre, escuchó de nuestra historia por ella y parece que le había pedido que le mostrara imágenes nuestras. Después de verlas, el fotógrafo le dijo a la mujer que estaba interesado en hacer un nuevo trabajo y que sí mi madre estaba interesada en ganar un buen dinero extra, que fuera a verlo acompañada de mí.

Así que una tarde fuimos a la casa del hombre, una casa elegante en una urbanización lujosa en los suburbios de la ciudad; el hombre era un cuarentón, alto y más o menos apuesto, blanco y de cabello castaño claro, muy educado y amable. Estuvo hablando gentilmente con mi madre y conmigo, mostrándonos parte de su trabajo, fotos de sus diferentes colecciones; realmente su trabajo era excelente, de mucha calidad, la mayoría de sus imágenes eran en blanco y negro, y eran sobre diferentes temáticas, que iban desde denuncia social hasta moda de alta costura, y muchos trabajos de arte erótico, con abundancia de desnudos, especialmente de hermosas y sensuales mujeres. Él nos habló con entusiasmo de su devoción por la belleza del cuerpo femenino, y como era el objeto de la mayor parte de su arte.

Llegado un momento, el artista fotógrafo entró al grano; dijo que la amiga de mi madre le había hablado de nuestra triste situación y que necesitábamos dinero urgentemente, y nos explicó que él le pidió que nos mostrara alguna imagen nuestra. De ahí llegó a la conclusión de que los dos podíamos servirle para un trabajo que tenía en mente; se trataría de que mi madre y yo posáramos juntos para una sesión de fotografías artísticas para él, a cambio de una suma de dinero, por supuesto. El único problema, la única pega, es que tendríamos que posar…desnudos.

De eso se trataba, mi madre y yo debíamos posar juntos, totalmente desnudos; para horror y escándalo de mi madre, el fotógrafo nos explicó que se trataría de una serie de fotos sobre la maternidad, y para ello quería hacer algo que reflejara la inocencia de la relación entre madre e hijo, pero que al mismo tiempo fuera una obra provocativa, algo iconoclasta, que jugara con una cierta ambigüedad de aires equívocos y eróticos. En resumen, una locura propia de artistas.

Mi madre estaba en shock; aunque es verdad que ella no era una mojigata y que tenía una mente más o menos liberal, también es cierto que era bastante recatada y que era católica, aunque no muy practicante ni mucho menos fanática, pero de todas maneras creyente. En cualquier caso, era como la mayoría de las mujeres, que se sentiría horrorizada de tener que posar para un fotógrafo totalmente desnuda al lado de su jovencito hijo, también totalmente desnudo. Yo no sabía que escandalizaba más a mi madre, sí tener que estar desnuda ante un extraño como el fotógrafo o ante su propio hijo.

Mi mamá estaba disgustada, se estaba enfadando, a pesar de la exquisita amabilidad del fotógrafo; pero entonces el hombre le dijo la cantidad de dinero que estaba dispuesto a pagar, y mi madre y yo nos vimos asombrados. Era una cantidad muy importante, una suma que podía ayudarnos bastante justo en ese momento en que la situación era desesperante. El artista lo notó y aprovechó para incidir en ello, para convencernos.

-Estefanía, espero que usted pueda superar esos prejuicios y no perder ésta oportunidad – le dijo a mi madre el fotógrafo.

Mi madre, Estefanía, le dijo a Robert, el fotógrafo, que íbamos a pensarlo y le daríamos una respuesta muy pronto; ese día al volver a casa, hablamos entre los dos y discutimos sobre la conveniencia de aceptarlo o no, y nos acostamos muy tarde hablando. Mi madre se debatía entre su pudor y la necesidad de ayudar a su hija, mi hermana, y aliviar la situación de todos; yo me inclinaba por aceptar, no quería perder ese dinero. Fue una discusión muy emocional, en la que mi madre lloró algunas veces, y se mostró preocupada también por mis sentimientos, porque yo me sintiera incómodo y utilizado; pero yo le insistí bastante en que yo estaba más que dispuesto, y que no se preocupara por mí. Al final decidimos aceptar.

A éstas alturas yo debo aclarar que hasta entonces yo no sentía fuertes deseos incestuosos por mi madre, mis sentimientos hacia ella eran más cercanos a los de la mayoría de los hijos por sus madres, es decir, eran más “normales”. Sin embargo, debo admitir que desde que se me despertó la sexualidad yo si sentía cierta atracción por ella; después de todo, yo no estaba ciego, tenía unos buenos ojos, y cuando me empecé a sentir atraído sexualmente por las mujeres, me di cuenta de lo buena que estaba mi madre, sobre todo en comparación con la mayoría de las mujeres que yo conocía en persona. Ahora veía con otros ojos sus tetas, su culo, sus piernas; especialmente cuando algunas veces la veía salir del baño cubierta solamente con una toalla, o pasaba delante de la puerta de su dormitorio y la veía cambiándose, en ropa íntima, o cuando mi padre estaba vivo e íbamos a la playa y podía admirarla en bikini, en esas ocasiones no podía evitar ponerme un poco cachondo, excitarme, e incluso alguna que otra vez sentía que la verga se me ponía dura. Pero yo hacía un esfuerzo mental para evitar esos “malos” pensamientos, me empeñaba en quitar cualquier morbo a mi relación con mi madre, obligado por mi conciencia, y nunca me había hecho la paja pensando en ella; después de la muerte de mi padre, al que yo quería mucho, sentí remordimientos por esas pocas veces que me había puesto medio morboso viendo a mi madre, y maté por completo cualquier conato de mal pensamiento.

Pero ahora que se me presentaba la oportunidad de verla totalmente desnuda, de poder contemplar cada rincón de su hermoso cuerpo, y que ella me viera a mí también totalmente desnudo; pues no pude evitar sentirme excitado, ansioso, pensando en cómo sería el momento cuando llegara. La noche de nuestra discusión sobre la oferta del fotógrafo, me acosté y no pude dormir, imaginando cuando estuviéramos desnudos; aunque me sentí culpable, no pude evitar que se me parara la verga y tuviera ganas de pajearme, aunque al final lo hice pensando en otra mujer, en una famosa actriz. Y es que, para colmo de males, yo para ese momento era virgen, no me había acostado con ninguna chica, porque era algo tímido y no se me había presentado la oportunidad, así que la primera mujer que iba a ver desnuda en persona en mi vida sería mi madre.

El día y la hora pautados, fuimos a la casa del artista, pues tenía su estudio en su propia casa; a pesar de que Robert, el fotógrafo, era muy amable con nosotros y hacía todo lo posible para que nos relajáramos, estábamos muy nerviosos. Después de firmar unos documentos legales que habían preparado los abogados de Robert, para que pudiera usar nuestras fotos de manera profesional, fuimos a unos vestidores a cambiarnos; mi madre se cambió en un cuarto, y yo en otro. Yo salí primero al estudio donde aguardaba Robert, con sus cámaras ya listas y sus focos o lámparas especiales; yo me cubría solamente con una toalla enrollada en la cintura, que me cubría de la cintura para abajo hasta las rodillas, y llevaba el torso desnudo.

Un par de minutos después, mi madre salió del cuarto donde se cambió, y el pulso se me aceleró a mil; iba cubierta solamente por una toalla enrollada alrededor del cuerpo, que la cubría desde un poco más arriba de las tetas hasta más arriba de las rodillas, e iba descalza. No pude evitarlo y me puse cachondo, sabiendo que debajo de esa toalla estaba totalmente desnuda y que estaba a unos instantes de poder verla.

Mi madre se paró a unos pasos de mí, en el centro del estudio; ella me veía a mí y veía a Robert, y yo veía sus ojos vidriosos, aguados, como sí estuviera a punto de llorar, y me di perfecta cuenta de que vacilaba y que buscaba el valor para quitarse la toalla. En ese momento supe que yo tendría que tomar la iniciativa para ayudarla; así que me armé de valor, y me desenrollé la toalla, dejándola caer al suelo y quedándome desnudo.

Mi mamá puso gesto de asombro y de cierto horror, mientras me veía desnudo; estuve a punto de taparme el pene con las manos, pero me contuve, porque pensé que solo así podría terminar de convencerla a seguir mi ejemplo. Ella me vio a los ojos y vi que por fin había reunido el valor, a su pesar; así que suspiró, cerró los ojos y se quitó la toalla, dejándola caer al suelo, quedándose desnuda delante de mí…

El corazón me dio un vuelco y pensé que se me iba a salir por la boca, e imagino que debí tener cara de estúpido en ese momento; por primera vez la veía desnuda, veía sus grandes y firmes tetas, con sus ricos pezones…y su sabroso coño, ese coño que tenía medio depilado, con esa jugosa concha, esa rajita fina con vello púbico donde se unían sus labios vaginales, esa mata de pelos depilada parcialmente, de forma elegante, sensual, provocativa. Ese coño que era la cosa más deliciosa y excitante que había visto en mi vida…

No pude evitar tener una erección, mi verga se paró dura como una roca en homenaje a mi madre… ella se ruborizó, levantó la vista al cielo y se cubrió un poco con los brazos las tetas y el coño…pero su pudor, su enternecedora vergüenza, solo consiguieron hacer que me sintiera más cachondo…

Robert, de forma muy profesional, comprensiva y amable, nos tranquilizó con habilidad y nos guio para que posáramos; con mucho tacto nos hizo sentir cómodos y nos indicó como posar, haciendo que a veces nos sentáramos uno al lado del otro, viéndonos a la cara y a veces sonriendo. Robert tenía una habilidad para conseguir que sus modelos se relajaran mientras no dejaba de tirar fotos, y mediante chistes de buen gusto, delicados, al final hizo que se nos quitara la tensión y hasta olvidáramos que estábamos en pelotas, como Dios nos trajo al mundo, y que termináramos riéndonos. Poco a poco el trabajo fue saliendo muy bien, y posábamos de pie, sentados, acostados en una alfombra en el suelo, siempre muy cerca el uno del otro, incluso en algunas poses yo le pasaba el brazo por la cintura y la medio abrazaba, y yo creía que me iba a volver loco, que iba a estallar al tener su cuerpo desnudo rozando con el mío también desnudo, sus tetas rozando mi piel, su coño casi pegado a mi cuerpo…

Después de todo aquella sesión de fotos terminó mucho mejor de lo que se anunciaba, con Robert muy contento y nosotros aliviados y satisfechos; nos llevamos nuestro dinero y durante algún tiempo la situación mejoró en algo para nuestra familia. Pero luego las cosas se complicaron, mi hermana recayó y sufrió un agravamiento en su condición, y el único tratamiento posible para tener alguna esperanza valía una fortuna. Estábamos más desesperados que nunca, mi madre trataba de conseguir dinero de cualquier manera, y entonces se nos ocurrió recurrir al fotógrafo de nuevo; aunque éramos conscientes de que la suma que nos pagó por la sesión era solo una pequeña parte de la cantidad que necesitábamos ahora, así que necesitaríamos muchísimas sesiones como esa para reunir el dinero, cosa bastante improbable. Pero aun así tocamos esa puerta.

Robert fue amable y correcto, pero estaba bastante más serio y distante que la vez anterior; nos escuchó con atención y luego prometió pensarlo y avisarnos, y dijo que quizás podría haber una manera de conseguir más dinero, pero que no prometía nada. Salimos de la reunión algo decepcionados… pero al cabo de dos días Robert llamó por teléfono a mi madre y le dijo que tenía una propuesta, que él estaba dispuesto a darnos todo el dinero que necesitábamos a cambio de algo, pero que ese algo prefería plantearlo a través de una carta que pronto nos llegaría. Mi madre estaba loca de alegría, se llenó de esperanza, pero después un mensajero trajo la carta de Robert; cuando mi madre leyó la carta, pegó un grito y se desmayó. Yo me asusté mucho y reanimé a mi mamá, y después que se recuperó me enseñó la carta, y me quedé loco…

En la carta Robert proponía darnos el dinero y un poco más, pero a cambio mi madre y yo debíamos follar entre nosotros, y él se encargaría de filmar nuestro encuentro sexual…

Por el tono de la carta, nada grosero, pero si muy contundente y explicito, Robert dejaba claro que su propuesta iba en serio, y agregaba detalles sobre las garantías del pago; yo me quedé alucinado, con una mezcla de sentimientos encontrados. Después de la sorpresa inicial, me vino la rabia contra Robert por aprovecharse de nuestra necesidad y causar más dolor y angustia emocional a mi madre; me hubiera gustado darle un puñetazo en ese momento. Lo maldije a gritos, me puse histérico delante de mi madre; finalmente nos serenemos un poco. Pero después, para mi desconcierto, mi madre llorando me dijo que tendríamos que hacer un sacrificio terrible por salvar la vida de mi hermana…

Yo estaba como en un sueño, en una alucinación; no podía creer que mi madre estuviera dispuesta a dar ese paso, que para ella era lo peor que le podía pasar en la vida, una monstruosidad, la peor aberración… pero entendí que el amor de madre era capaz de hacer cualquier sacrificio. Yo por mi parte, del horror inicial, pronto caí en una creciente excitación, que me hacía sentir como la peor persona, el peor hijo del mundo; pero no podía evitar sentirme cachondo, cada vez más excitado con la idea de follarme a mi madre.

Aceptamos la oferta del miserable de Robert, y el día pautado fuimos a su casa; en el estudio de fotografía se había colocado una cómoda cama matrimonial, y varias cámaras de vídeo que apuntaban a la cama; Robert no estaría presente en el estudio para que nos sintiéramos más relajados, pero sin duda iba a ver todo en directo a través de las cámaras. Como la vez anterior yo entré primero, y me quedé desnudo de inmediato; mi madre entró a continuación y ya venía desnuda, seguramente para reforzar su determinación. Había tomado algo de alcohol que le había proporcionado Robert, para tener más valor; pero de todas maneras lloraba. Se acercó a mí, y comenzamos a abrazarnos con timidez, como obligados; ella me besó en la boca, primero unos rápidos picos, y después unos besos más prolongados, y yo saboreaba las lágrimas que llegaban hasta sus labios.

Luego mi madre haló suavemente de mí, y se acostó boca arriba en la cama, haciendo que yo me acostara sobre ella; con la palma de una mano secó sus lágrimas, y luego volvió a besarme en la boca. A continuación, cerró sus ojos y me pidió, casi me rogó, que yo hiciera el resto, que tomara el control; empecé a acariciarle y estrujarle las tetas, a besarlas y lamerlas, a chupar sus pezones. Así estuve un buen rato, luego comencé a descender lamiendo y besando todo su torso, pasando por su vientre; luego metí mi cara en su coño y se lo mamé, le metí la lengua y chupé su concha, saboreando sus jugos íntimos. Ella temblaba casi violentamente y con sus manos se aferraba a las sabanas.

Después le abrí más las piernas y me dispuse a penetrarla; ella abrió los ojos, aun llorando, y tuvo la entereza de ayudarme a colocar mi pene en la entrada de su vagina, pues yo también estaba nervioso y era un poco torpe. Finalmente la penetré, le metí mi verga en su coño; ella cerró los ojos y puso gesto de dolor, mientras temblaba con más violencia y sus manos se cerraban con más fuerza sobre las sabanas. Yo estaba enloqueciendo de excitación, le enterré mi verga hasta lo más hondo de sus entrañas, la clavé y le di caña duro; con un movimiento rítmico, casi frenético, arremetí contra su concha, con mi pene grueso abriéndose camino en su cavidad vaginal, gozando al agredir su vagina, su rico coño apretadito. Le di con violencia, con brutalidad, con desespero; mete y saca, follándomela, hasta que me vine y acabé, eyaculando un chorro de leche dentro de ella, consumando nuestro acto sexual.

Tal y como nos pidió Robert, descansamos y después tuvimos que hacerlo dos veces más; al final quedó satisfecho y obtuvo lo que quiso de nosotros. Nos pagó el dinero prometido, y con eso pagamos el tratamiento de mi hermana; con eso mi hermana tuvo una oportunidad, luchó por su vida y luego de dos años más de lucha, venció la enfermedad y se salvó. Al menos mi madre tuvo el consuelo de que su sacrificio valió la pena; nuestra relación nunca volvió a ser la misma, aunque siempre nos quisimos, pero por más que tratáramos de “normalizar” la relación el recuerdo de lo sucedido estaba vivo. Robert me envió una carta unos meses después de lo sucedido, y me explicó que sentía envidia de mí, pues yo había hecho realidad la fantasía que él nunca pudo experimentar; él había deseado a su madre, pero nunca pudo tenerla, pero disfrutó mucho viéndonos hacerlo. Y yo, con el paso del tiempo, llegué a sentir gratitud por Robert, porque gracias a él gocé de la experiencia más placentera de mi vida…

Muchas gracias.

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