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Incesto, Fantasías y ¿Realidades?

en Amor filial

“Cuando mi verga entró por su coño, se enterró en el interior de su vagina, sentí que estaba obteniendo el mayor placer de mi corta vida…”

Yo iba caminando por la calle, en dirección a mi casa, en un edificio de apartamentos; en aquel entonces vivía en una gran ciudad, y era el año 1983.

La estética de la calle, de todo y de todos los que en ella había, era la propia de la primera mitad de los años 80; la ropa de la gente, los automóviles o coches, la música que emitían las radios de los autos cuando pasaban cerca de mí, etc. Y yo iba pensando en mi madre, como hacía a menudo…

Esa madre que me parió con apenas 18 años de edad, siendo yo su hijo mayor; que se veía tan jovencita en las fotos del álbum familiar conmigo en sus brazos (esas fotos de indudable estética de los años 60, como sacadas de la serie Mad Men), que luego en las fotos siguientes salía conmigo en mi bautizo, de la mano cuando daba mis primeros pasos, llevándome al parque, en la playa, etc.

En ese año 83, con 34 años de edad, mi madre era una mujer muy bella, incluso más que de jovencita; era de estatura mediana, pero tirando a alta, con un cuerpo más o menos voluptuoso, en todo caso bien bueno o rico, ni gorda ni flaca. Tenía unas tetas bastante grandes, duras y paradas; con grandes aureolas y ricos pezones. Un culo grande y hermoso, sabroso; de grandes nalgas, duras como rocas. Unas piernas largas y esbeltas, muy bellas; manos y pies finos y hermosos. Muslos y caderas sensuales; su piel era morena clara, más clara que oscura, típica de una mestiza latina, suave y hermosa. Tenía un rostro bonito, sencillo pero bonito, con rasgos un tanto exóticos y un leve toque serio; sus bonitos labios carnosos y sus lindos ojos color miel eran lo más destacado de ese rostro. Tenía un cabello color chocolate, medio liso, que llevaba corto.

Desde pequeño yo estaba enamorado de mi madre, primero con un enamoramiento ingenuo e infantil, propio de un niño muy consentido por su madre y algo pegado a sus faldas; pero a medida que se me despertaba la sexualidad, me fui fijando de su belleza física, de su sensualidad natural, algo ingenua y un poquito salvaje. De pronto me descubrí admirando sus tetas y su culo, su figura, sus piernas; y al empezar a masturbarme, una de las mujeres con las que más me masturbaba era precisamente mi madre. No soñaba con follármela, pues sentía unos pequeños remordimientos, pero si la imaginaba desnuda mientras me pajeaba.

Sí mi madre hubiera sabido eso, seguramente se hubiera muerto del disgusto y el horror; y es que mi madre creció en un pequeño pueblo en el interior del país, en el seno de una familia conservadora de origen humilde (pero que se habían hecho de clase media a base de esfuerzo), y era católica, bastante devota de Dios, la Virgen y los Santos, aunque es cierto que no era una fanática con complejo de beata, y aunque era mayormente conservadora, tampoco era de mente excesivamente cerrada u obtusa. Pero claro, para ella el incesto era demasiado, una aberración, una monstruosidad, un pecado monstruoso contra Dios, el colmo de lo perverso e inmoral.

Por eso yo me cuidaba mucho de que mi madre no se diera cuenta de mis deseos y fantasías, de cómo la veía y me morboseaba; para mí era un tormento tratar de ver lo máximo posible, pues mi madre no era exhibicionista, en la casa no era como otras mujeres que suelen andar provocativas o medio desnudas, sino que andaba más bien recatada, con batas caseras que no enseñaban mucho, y a la hora de ir al baño o al dormitorio se cerraba con cuidado por pudor. Al salir a la calle se vestía para lucir bella pero siempre con cierto recato; cuando más enseñaba piel mi madre era las veces que íbamos a la playa, cuando se ponía bikinis propios de la época, con los que se veía bastante buenota, aunque sin ser muy provocativa o descarada.

Por eso yo me sentía algo desesperado, pues a veces trataba de espiarla para gozar de la visión de su cuerpo desnudo; pero era muy difícil y más porque temía que me descubriera. Lo máximo que había conseguido era ver por la puerta entreabierta a mi madre cuando se cambiaba, viéndola en ropa íntima, en sostenes y bragas, y a veces la vi sin sujetadores, pudiendo morbosearme al ver sus ricas tetas.

Mi madre estaba casada con mi padre, con quien tuvo dos hijos más, un niño y una niña, mis hermanos menores; aunque a veces peleaban, eran mayormente una pareja feliz y por lo que podía imaginar o intuir tenían una vida sexual activa y satisfactoria. Eso no hacía sino aumentar mi desesperación y hacerme sentir cierta malsana envidia de mi padre, que podía follar con mi madre cuando quisiera y gozar de ese cuerpo que yo no podía ni ver totalmente desnudo.

En aquel entonces yo me hubiera conformado con ver a mi madre desnuda, y, de hecho, a veces trataba de convencerme de que, aunque tuviera la oportunidad de follármela no lo haría, pues como ya he dicho sentía algo de remordimientos de conciencia, seguramente por la educación más o menos religiosa que trató de inculcarme mi madre; incluso trataba de sacarme de la cabeza los malos pensamientos con ella, intentando tener fantasías sexuales con otras mujeres. Pero siempre volvía a mí la tentación y terminaba pajeándome imaginando su cuerpo desnudo en mi cabeza.

Ese día que volvía a casa, esperaba que todo fuera como una tarde cualquiera; pero me iba a llevar una gran sorpresa…

Al cruzar la puerta del apartamento y entrar a la sala, mi madre salió de la cocina y vino a mi encuentro.

-Hola hijo, ¿Cómo te fue? – me dijo.

-Bien, normal… la mamá de Pedro te manda saludos – le contesté.

-Tu papá llegará un poco más tarde ésta noche, tu hermano se fue con tu tía y tus primos al cine, y tu hermanita está durmiendo… ¡Uy, qué calor hace! – replicó ella - ¡Necesito refrescarme!

Mi madre vestía una bata, de esas de usar en casa, una bata de tela ligera y fresca; yo sabía que debajo de esa bata solo tenía la parte inferior de la ropa íntima, las bragas, pues no solía llevar sujetadores cuando estaba en casa. Andaba con unas chancletas o chanclas. Yo la estaba viendo y me la imaginaba desnuda, como tantas veces; ella se metió para adentro, a su dormitorio, cuando terminó de hablar.

Yo me quedé solo en la sala y me dispuse a sentarme en el sillón a ver televisión; pero no pasaron sino unos instantes cuando oí la voz de mi madre.

- ¿No vas a venir? – me dijo.

Cuando me voltee, casi me caigo al suelo de la sorpresa… mi madre estaba parada en la entrada que comunicaba el pasillo de los dormitorios con la sala de estar… ¡medio desnuda! Se había quitado la bata y estaba vestida solamente con las bragas, con sus bellas y sabrosas tetas afuera…

Yo la veía boquiabierto, babeándome con sus grandes y bellas tetas, con esos ricos pezones y grandes aureolas, esas tetas paraditas, duras; luego bajé la vista un poco y vi sus bragas, unas bragas de color azul, fijándome en su entrepierna e imaginando lo que había debajo de esa tela. Admire sus bellas piernas y en general todo su cuerpo, tan buenote…

Yo estaba en shock, no me lo podía creer; no entendía lo que estaba sucediendo… mi madre, la recatada, la pudorosa, la católica moralista… mi madre, que a diferencia de otras madres que eran más abiertas en ese sentido, no se dejaba ver desnuda o semi-desnuda con sus hijos… de repente estaba casi en pelotas delante de mí.

Incluso pensé que estaba soñando y que en sueños tenía una fantasía sexual, y hasta tuve tentado de pellizcarme a ver sí despertaba…

- ¡¿Qué te pasa?! ¡¿Por qué te quedas ahí parado, viéndome así?! ¡¿No vas a venir o qué?! – me increpó impaciente.

- ¡¿Adonde?! – contesté confundido.

- ¡Al baño, desde luego! ¡¿O no te vas a bañar conmigo hoy?! – replicó entre asombrada y molesta.

Mi desconcierto aumentó, mi sorpresa y confusión se multiplicaron; ni en mis mejores sueños hubiera imaginado que mi madre me invitara a bañarme con ella, y ahora lo hacía como sí fuera algo normal, una costumbre cotidiana… me estaba volviendo loco, y al mismo tiempo mi excitación surgía y se apoderaba de mí, mientras volvía a ver las ricas tetas de mi madre y el resto de su cuerpo, y mi verga se paraba…

- ¡Claro, claro… vamos a bañarnos! – exclamé, tratando de ocultar mi gran excitación, mi ansiedad.

Ella se dio la vuelta y se dirigió a su dormitorio, mientras yo la seguía temblando de la emoción, mientras veía el rítmico movimiento de sus grandes y sabrosas nalgas bajo las bragas mientras caminaba delante mío; sus bragas no eran de tipo tanga o mucho menos de hilo dental, pues eso no se usaba en aquella época. Eran unas bragas que cubrían la mayor parte de las nalgas, aunque dejaban al descubierto una parte de ellas; no le quedaban ajustadas, sino un poquito flojas o holgadas, pero por eso mismo al caminar la tela se iba corriendo a la raja de su culo y se marcaban bien las nalgas, viéndose su culo bien provocativo.

Entramos al dormitorio y ella se dio la vuelta, y al lado de la cama, y sin hacer caso de mi presencia, como sí yo no estuviera ahí o sí estuviera pintado en la pared, agarró y se bajó las bragas, y yo creí que me iba a volver loco… cuando se bajó las bragas le vi su rico coño, ese coño que casi no se depilaba, como era la moda en ese entonces, en los años 80, y que por eso lo tenía bien peludo, cubierto con una espesa mata de vello púbico negro y medio crespo, ensortijado. Ese divino coño que nada más verlo se me hacía agua a la boca…

Así que ahí estaba mi madre totalmente desnuda delante de mí, como tanto había soñado, con mi verga dura como una piedra; mi madre me apuró para que me desnudara y nos metiéramos a la ducha. Nervioso, con manos temblorosas, me quité la ropa y me quedé totalmente desnudo; me daba vergüenza que mi madre me viera el pene erecto, pero no podía evitarlo, y después de todo ella era la que me lo pedía.

Caminé tras ella a la ducha y ella esperó a que los dos estuviéramos dentro, para correr la cortina y abrir la llave; el agua comenzó a caer sobre ella, y empezó a correr por todo su precioso cuerpo. Yo veía como los raudales de agua descendían por sus tetas, bajaban por su vientre y caían sobre sus piernas y su sabroso coño; maravillado y cachondo veía como el agua mojaba los pelos de su coño, esa mata abundante de pelo que yo deseaba acariciar, tocar…

Mi madre vio mi verga parada y se hizo la loca, desviando la vista a otro lado; se echó para atrás unos pasitos para dejarme espacio debajo del chorro de la ducha.

- ¡Anda, mójate! – me dijo.

Me metí bajo la ducha y comencé a bañarme, tratando de hacerlo lo más normal posible.

- ¡¿Por qué parecías sorprendido y como loco?! ¡La mayoría de las veces nos bañamos juntos cuando tu padre no está! – me dijo como sí realmente fuera así y estuviera sorprendida por mi conducta.

- ¡¿De verdad?! – exclamé sorprendido.

- ¡Claro, ¿qué te pasa?! ¡¿Estás enfermo?! ¡Siempre lo hemos hecho! Y solo cuando tu padre no está no lo hacemos, porque ya sabes lo tonto que es y cómo se pone de estúpido, con sus celos y su mente sucia, pensando mal porque una madre y su hijo se bañen juntos.

Yo estaba aún más confundido, no entendía porque mi madre decía aquello, que obviamente no era verdad; pero como dice el refrán “a caballo regalado no se le ve el colmillo”, así que decidí seguirle la corriente y disfrutar del espectáculo.

Mis ojos lujuriosos recorrían cada milímetro de su cuerpo, deteniéndome en sus divinas tetas y su rico coño, imaginando recorrer con mi lengua y tocar con mis manos esos deliciosos puntos del placer. Tenía unas ganas locas de abrazarla y de meterle mi verga, de follármela, teniéndola así a tan pocos centímetros; pero a la vez me sentía cohibido, apenado, de estar desnudo delante de mi madre, con mi verga parada. Fueron los minutos más intensos de mi vida, con mi madre enjabonando su cuerpo, igual que hacía yo; incluso mi madre se metió los dedos en el coño para lavárselo delante de mí, y yo no podía ni creer lo que veía.

Después de aquel baño, me fui a mi dormitorio a pajearme como loco; en los días siguientes mi madre y yo volvimos a bañarnos regularmente, y yo seguía estupefacto porque no comprendía como mi madre insistía en que eso siempre había sido una costumbre nuestra, de toda la vida. Yo me preguntaba porque mi madre había comenzado a hacer eso, y porque me hacía pasar por loco, insistiendo en que lo habíamos hecho miles de veces antes, desde siempre. Tanta era su insistencia que yo comencé a dudar, y a preguntarme sí no era yo el que estaba mal, el que sufría de una especie de amnesia que no me permitía recordar nuestros numerosos baños juntos, esa costumbre rutinaria; por lo demás nuestra vida era normal, sí eso es posible cuando casi todos los días te bañas junto a tu madre en la ducha.

Otro día, al terminar uno de nuestros baños, por fin las cosas se precipitaron para mi gran asombro; estábamos desnudos, terminando de secarnos, y teníamos una conversación intrascendente, acerca de lo bien que estaba mi madre en comparación con las madres de mis amigos, y yo le estaba diciendo a mi madre lo bella que era, que estaba muy bien comparada con la mayoría de las mujeres. Ella me veía mi verga parada con picardía y conteniendo una risita; y entonces se me acercó un poco.

- ¡Qué bello eres hijo, que dulce! – me dijo, me pasó los brazos alrededor del cuello y se puso de puntillas para darme un beso en la mejilla.

Sintiendo su cuerpo desnudo pegado al mío, también desnudo, sus tetas rozando mi pecho y su coño cerca de mi pene parado, sentí que iba a perder la cabeza; no me pude contener, y la abracé despacio, estrechando su cuerpo desnudo contra el mío, sintiendo sus grandes tetas apretadas contra mi pecho, su coño peludo estrechado contra mi entrepierna. Para mi sorpresa ella no me rechazó, no me empujó ni trató de apartarse de mí, de zafarse de mi abrazo; me vio a los ojos, con su cara a unos centímetros de la mía, y noté algo intenso en su mirada vidriosa.

-Hijo… no deberíamos…no podemos – me dijo como quien está a punto de ceder a una tentación irresistible, pero hace un último débil intento por resistirse, quizás solo por cumplir una formalidad con su propia conciencia.

- ¡Mamá, lo quiero! ¡Te quiero tener! – le dije ansioso, cachondo, abrazándola más duro.

Ella me besó, me dio un rápido pico en la boca; y luego se apartó un poco de mí, me cogió de la mano y me llevó con ella a la cama. Al llegar al borde de la cama, se dio la vuelta y me besó en la boca suavemente; luego me abrazó y así, los dos abrazados desnudos, nos echamos en la cama, con ella boca arriba y yo encima de ella. Empecé a lamerle y mamarle las tetas, a chupar sus ricos pezones; puse mis manos sobre sus tetas y las acaricie, las apreté, las estruje. Luego ella me incitó a bajar, besándole el vientre hasta llegar con mi cabeza a su coño; a petición suya le besé el coño, hundí mi cara en su mata de vello púbico, con el cosquilleo de sus pelos negros y crespos, hundí mi lengua tímidamente en la rajita de su concha, y se la lamí, al principio tímidamente, y después con más frenesí, probando sus jugos íntimos en mi boca.

Ella jadeaba, y me agarraba del cabello mientras le mamaba el coño; me pidió que la penetrara ya, me haló hacia arriba, y agarrándome la verga me ayudó a colocarla en la entrada de su vagina, y me atrajo para que la penetrara. Cuando mi verga entró por su coño, se enterró en el interior de su vagina, sentí que estaba obteniendo el mayor placer de mi corta vida; nos abrazamos de nuevo, le empecé a dar caña, a follármela cada vez con más pasión, agrediendo su vagina con mi dura verga. Dando y dando, clavándola, enterrándoselo hasta el fondo, gozando al poseer a esa rica hembra, a mi propia madre; ella cerró sus piernas alrededor de mí, uniendo sus pies en el aire. Jadeaba y jadeaba, se estaba volviendo loca de placer; hasta que acabamos casi al mismo tiempo, y yo me corrí dentro de ella, eyaculando mi leche en su interior, en su cavidad vaginal. Nos besamos y abrazamos, acurrucados en la cama…

- ¡Gracias mamá, te quiero! – le dije, aun temblando de placer.

- ¡Gracias a ti hijo! – me contestó con lágrimas en los ojos.

Levanté un poco la cabeza y me vi en el espejo enorme de la peinadora del dormitorio; y algo raro pasó… de pronto mi imagen comenzó a deformarse, a sufrir una transformación, hasta que de pronto se convirtió en el rostro de un viejo. Asombrado y algo asustado de pronto me vi como flotando en un vacío oscuro, y mi madre ya no estaba, se había esfumado; y entonces, recuperé la conciencia, y me vi acostado boca arriba en una camilla. A mi lado un hombre blanco, bajo y flaco, de cara poco agraciada, me veía con sonrisa amable.

- ¿Se siente bien señor José Manuel? El despertar siempre te deja un poco aturdido, sobre todo la primera vez – me dijo.

Y entonces tomé conciencia y lo recordé todo, dejándome una sensación extraña y agridulce; estábamos en el año 2035, yo tenía 68 años de edad, y estaba en uno de los muchos centros de realidad virtual que ahora estaban de moda. Un centro donde mediante la combinación de la inyección de sustancias alucinógenas y la colocación de un artefacto electrónico en la cabeza (un artefacto que parecía un casco) te inducen fantasías en la mente que son tan vívidas, tan reales, que realmente sientes que estás dentro de esas fantasías o sueños, como sí lo estuvieras viviendo en la vida real. En ese centro particular se especializaban en todo tipo de fantasías sexuales inconfesables, como las de incesto.

Así que, aunque en la vida real nunca pude tener sexo con mi moralista y religiosa madre, gracias a esa tecnología pude hacerlo por fin, aunque fuera en una realidad virtual; mi madre había muerto 5 años antes, a los 81 años de edad, y lo hizo sin saber nunca que yo sentía esos deseos por ella. El capricho me salió caro, pues el precio del servicio no era precisamente barato; pero valió la pena. Y me quedé pensando en volver a ir pronto, para vivir una nueva fantasía con mi madre o quizás con mi hija…

Muchas gracias.

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