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Una mañana

en Confesiones

Entré en su habitación, con la ropa limpia sobre las manos, para guardarla en los cajones de su cómoda. No me esperaba verlo allí, tenía que haber estado fuera. O bien se demoró desde que me dijo que salía, o bien me confundí al oírlo. No puedo saberlo. Solo sé que estaba de pie, completamente desnudo, con la polla en la mano. No supe qué hacer, pues ya estaba lo suficientemente dentro de su dormitorio como para poder hacerme la despistada. Delante suya, sobre el mueble, tenía una tablet con fotos que pasaban automáticamente, y algo en ellas llamó mi atencion. Me acerqué, no sin mirar aquella verga en su mano, con el capullo colorado y una gota blanca que salía de él. Pensé en si se acababa de correr y el mal rato que estábamos pasando los dos.

Miré la tablet, encontrandome un colage de fotos de mujeres maduras, más bien de sus escotes, piernas, alguna robada desde posturas imposibles. También habían mezcladas otras de catálogo, pero siempre mujeres de cierta edad. Cambió la foto automáticamente y salió otro colage de la misma temática. No obstante, algunas fotos me sonaban, aquella mujer no me era descocida... era yo. Dejé la ropa sobre la cómoda y lo miré, miré su cuerpo. Tan joven y tan cuidado, un cuerpo fibroso y depilado, podría tener a la chica que quisiera. Pero su torso estaba lleno de esas gotas blancas, que caían lentamente hacia su pubis. Seguía sujetando el pene, que iba disminuyendo, pero el glande rosa seguía hinchado captando mi atención.

Pensé en que se había masturbado mirándome, tumbado en la cama, en que de poder elegir a cualquier mujer, había preferido un cuerpo en el que la juventud estaba pasando, mi cuerpo. Pensé en el semen cubriendo el suyo, su pubis depilado, su glande rozando mi imagen en la pantalla. Pensé en lo sola que yo estaba, el mal sexo que había tenido durante tanto tiempo, en que sólo lo tenía a él, en cómo siempre da la cara por mi, en que no pasaría nada si por una vez...

Se esperaba un merecido rapapolvo, pero retiré su mano y le cogí el pene, ante su extrañeza. Le moví la verga lentamente, buscando parar la flaccidez. No lo conseguía del todo, pero sabía que eso no tendría que preocuparme, así que lo llevé hacia atrás, hacia su cama, para que se tumbase. Me senté sobre sus piernas, desabrochándome la bata y quedándome en ropa interior. Volví a coger el rabo, esta vez tendría una paja pero mirándome de verdad. Ahora sí conseguí que su capullo, tan rojito, cogiese un poco de volumen. El suficiente. Porque me encantan los fresones, y como tal, me lo llevé a los labios. Este sabía a su semen y pasé mi boca por él, mojándola para que me sintiese suave. Me alcé lentamente, mostrándole mis gordos labios unidos con mi saliva a su falo. Me quité el sujetador y a duras penas me llevé los pezones a la boca, chupándolos mientras lo miraba.

Me eché sobre él nuevamente, lamiendo su escroto, subiendo la lengua por el pene, y empecé a recoger cada rastro de semen que tenía pegado a la barriga. Lamí dos gotas cerca de su ombligo, tragándomelas y abriendo la boca después, para que la viese vacía. Luego lamí un chorreón al otro lado, y abrí la boca para que lo viese intacto sobre mi carnoso labio inferior, cayéndome a continuación y recogiéndolo con el dedo, para devolverlo a la boca. El resto de su solitaria masturbación lo limpié chupándolo juntando los labios y pasando la lengua oculta entre ellos. Volví a la verga, que ya estaba empalmada, pero aún le quedaba un poco para tener la rigidez que esperaba de ella. 

Me la tragué, el contacto de la piel de su pene dentro de mi boca me excitó mucho. No debería haberme sentido así, pero pasar la lengua alrededor de su corona fálica me hizo reafirmarme en ese degenerado paso que estaba dando. Movía el glande por mi boca, tocando mi paladar, mis dientes, mi lengua, golpeando mi campanilla. Ahora tenía el miembro muy duro y grande. Mientras el falo tocaba mi garganta busqué sus manos con las mías y me las cogió fuerte, dándome su bendición por esta antinatural fusión de madre e hijo. Al fin estábamos preparados. 

Le hice incorporarse y me tumbé desnuda en la cama, donde había estado él, con las piernas abiertas. Preparé con mis dedos la vulva para su pene, para que entrase completamente. Sentí el capullo abrirse paso por la vagina, gemí y suspiré echando de menos no tenerlo en mi boca, para buscar mi sabor en su falo. Sobre mí, empujando su verga, me miraba con la cara desencajada por el placer. Mi vagina estaba preparada para recibirle, aunque no estaba completamente lubricada, y eso hacía que ambos nos sintiésemos mucho, muy apretados el uno con el otro.

—Cógeme las tetas —me las agarró, apoyándose en mis costillas para no perder el equilibrio, haciéndome sentir su peso sobre mí. Mientras la verga hacía un gran trabajo más abajo, manoseaba con pasión mis ya algo blandos pechos. Finalmente apoyó una mano en la cama—. Tírame de los pezones, cariño.

El estaba muy colorado, haciendo gozar a su madre. Yo había llegado a un punto en que no podía dejar de gemir. Mientras él pellizcaba un pezón, yo hacía lo mismo con el otro, pero tirando de él hacia arriba haciendo que mi pecho luchara contra la gravedad. Cerré las piernas, pegándolas a su pecho, haciendo que él se apoyase en ellas en cada embestida. La verga me estaba dando justo donde tenía que hacerlo y estaba a punto de venirme. Me empecé a frotar y abrí algo las piernas, llevándolas a sus brazos.

—Fóllame fuerte, no pares ahora —pude balbucear entre gritos—. No pares, cariño. No pares...

Y me corrí, sintiendo cómo pugnaba el rabo por salirse en cada convulsión. Me llevé la mano a la boca, lamiendo mis dedos, saboreando mi deseo. Yo había acabado, pero su polla estaba tan dura... y seguramente tan cerca de su final...

—¿Dónde te quieres correr? Me tienes para ti, amor.

Tardó en contestar y sacó la verga.

—En tu culo... si quieres... —el chico fue sincero. Me puse a cuatro patas, y me metí poco a poco en el ano un dedo que había chupado antes. Lo metí y saqué varias veces sólo para ponerlo aún más bravo.

—Fóllame, cariño —y me la fue metiendo. Me hizo gemir otra vez y me arrancó otro grito, a los que siguieron más. Pensé que teníamos que haber llegado antes a eso.

—¡Mamá! —se iba a correr, al fin.

—¡Dame fuerte! ¡Más fuerte!

Se corrió, y no dejé que la sacara hasta que acabó del todo. Me vestí haciendo que viese cómo su semen mojaba mis braguitas por atrás y me cubrí con la bata. Coloqué la ropa limpia en los cajones y salí.