¿Qué miraba? ¿Mis pechos moviéndose? ¿La polla de Jorge apareciendo y desapareciendo con mis gemidos? ¿Mi mano entre mis piernas para mostrarle cómo me corría por segunda vez? Estaba segura de que miraba mis pechos moviéndose y mi cara desencajada.
Yo no sabía reaccionar ante el descaro de mi vecina. Otros días me decía, haciendo un amago de masturbación al perro, "¡Cómo le gusta que le laven ahí!". Lo que más me confundía era que a renglón seguido se pusiese a hacer otra cosa...
El viejo se tuvo que dar cuenta de que dejaba expuesto mi ano, pero me ignoró. Era cuestión de tiempo, poco, que me corriese, pero estaba determinada a tener algo más de él. Quería tener al anciano encima, su barriga sobre mí.
El viejo se masturbaba ahora con el pene hacia arriba y podía ver sus generosos testículos fuera de la bragueta, moviéndose al ritmo de la mano. Tuve que parar de tocarme otra vez si no quería correrme.
Y conforme mi curiosidad aumentaba, me iba mostrando más descarada, reclinándome en la silla o abriendo demasiado las piernas, haciendo que la mirada del viejo se desviase hacia mi cuerpo.
Sujeté su mano y le ayudé a apuntar. Primero entre mis piernas, pero no me resistí a hacer que pasara por mi sexo otra vez. Mientras recibía esos pequeños pulsos en mi clitoris, pude notar que su pene empezó a tomar vida propia.
Puso una mano detrás, entre la nalga y el muslo, acercándome a ella. Pasó dos dedos por la rajita, muy suave, haciendo que el clítoris se marcara más en el bañador. Los dos dedos subían y bajaban, apretando lo justo para rozar mi botón. Mi marido se acercó, pasando detrás, acariciando mi barriguita.
Hay un hombre tumbado en nuestra cama masturbándose con una gran verga fláccida mientras mira cómo el otro, con las piernas algo dobladas, se beneficia a mi mujer. Me voy a volver loco. Pero no puedo dejar de mirar. Me doy cuenta de que mi pene interpreta la escena de forma distinta.
Volví muy excitada a nuestro dormitorio sin haber tomado ese vaso de agua. Me metí entre las sábanas y me tumbé boca abajo, tocándome el clítoris y buscando el pene de mi marido con la boca. No me costó endurecerlo. Mientras me masturbaba, intentaba recrear lo que acababa de ver.
Chupando ruidosamente el capullo, masturbaba fuerte al muchacho. Poco a poco mi boca iba tragando más y más, bajando por el falo. Estaba tan eufórica que no me hubiese importado que se derramara en ese momento. El tenía los ojos en blanco, y esperaba que lo hiciera, y le acaricié los testículos para ayudarlo. Pero no lo hizo. El chico aguantó y me puse más cachonda aún.
La chica sacó el pene de la boca sin dejar de masturbarlo y miró a Marga, que se acercó. La muchacha le metió la verga en la boca, excitada al ver esa mujer extraña chupando el falo de su novio.
Una vez le vi empalmado con el bañador ajustado, e imaginé que si ese gordísimo pene estuviese aquí, seguramente estaría hinchado, apuntando hacia nosotras. Y como si fuese una, la punta de mi dedo desapareció en el culo de mi hija, y ella apenas reaccionó.
La lengua era dura y blanda, cada vez que la llevaba a contrapelo del clítoris, sentía una mezcla brutal de dolor y placer, y cuando la bajaba, todo era placer. Quería que me diese asco, pero no podía y estuvo así hasta que llegué a un orgasmo colosal.
Crucé las piernas muy exagerada, para que me viese bien. Lo tomé cálidamente de la cabeza y lo puse de rodillas frente a mí, en el suelo. Me miró los muslos como un corderito. Me quité las zapatillas y metí el dedo gordo del pie en su boca abierta. Me estremecí en una mezcla de placer y cosquillas..
Estaba tan excitada que intercambié la posición con Pedrito. Me senté a su lado, abriendo las piernas, y él me penetró poniéndose sobre mí. Su cara mostraba que su deseo al fin estaba siendo satisfecho, y me contagió su excitación.
El otro hombre me dio la vuelta en cuanto el primero terminó conmigo. Me la metió como tú, directamente, pero entonces yo gritaba como una zorra, pues era la primera polla, no te ofendas. El cabrón me tenía muchas ganas y me dio muy duro, más cuando yo no me quejaba, al contrario.
Guillermo sacó el pene. La vulva quedó a mi vista, más abierta aún, cayendo una gota de ella y quedando otra en suspensión. Pensé en el flujo generado en ella y cómo estaría yo tras una follada así. Fue un desperdicio dejar esa gota huérfana de una lengua que la recogiese.
Me la tragué, el contacto de la piel de su verga dentro de mi boca me excitó mucho. No debería haberme sentido así, pero pasar la lengua alrededor de su corona fálica me hizo reafirmarme en ese degenerado paso que estaba dando.
Se levantó, dejando mi lengua en el aire, y, cogiéndome de los pelos, llevó mi boca a la verga de mi esposo. Este se puso de pie y yo me metí todo lo que pude. Movía la cabeza y mi amiga cada vez la empujaba más adentro, casi ahogándome. Hacía un ruido enorme intentando tragar la...
A la excitación que tenía, se le sumaba la incertidumbre sobre cuándo iba a intentar penetrarme del todo otra vez. Metí de nuevo el pie en su boca, y se puso a lamer mis dedos a través de las medias. En mi paroxismo le agarré la polla, moviéndola mientras me masturbaba.
Mi lengua trabajaba sepultada en su pecho. Llevé la mano hacia la polla de Juan, que estaba muy dura dentro del pantalón, para empezar a masturbarlo. Me acordé de esa tarde y de que a Charo le gustaban las emociones fuertes, y mordí su pezón hasta que oí su gemido.
Mi suegro vino a visitarme cuando estaba embarazada, y nos calentamos un poco. Le pedí que me la metiera en la boca. Se puso de pié y me metió el rabo en la boca, hasta el fondo, con una pasión desorbitada. Me saqué el miembro y lo sujeté. Le sonreí para intentar que se relajara.
Lupe. La persona de la ventana se movió unos metros y apagó la luz. Creo que se quedó mirando, pudiendo ver cómo mi acompañante introdujo su pene en mi vagina. Tenía una buena verga y afortunadamente ya estaba más que preparada para recibirla. La metió lentamente, pero de una sola vez.
Se me ocurrió lubricar bien la polla y masajearla a placer sin hacerle daño. Cogí un poco de aceite de oliva y lo froté en la palma de mis manos. Aquello resbalaba que daba gusto. Cada vez que recorría su verga con esa fluidez, me imaginaba tener su polla dentro de mí, entrando y saliendo.
Juan estaba obnubilado con el coño de mi hermana, y me embestía como si yo fuese ella. Yo tenía una postura un tanto incómoda y me senté sobre la cama. Alargué la mano y, cuando Tere me la cogió, tiré de ella hasta nosotros. Llevé directamente su boca al rabo de Juan, y lo empezó a tragar.