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Gloria masturba a su hijo en la cocina

en Amor filial

 

Hola, me llamo Gloria, tengo poco más de 40 años, e intento conservarme lo mejor que puedo cuidando la dieta y yendo al gimnasio dos o tres veces por semana. Mi marido Juan me tiene bien servida sexualmente hablando y yo procuro complacerlo en todo lo que puedo, y a mi manera. Como alguno ya sabréis, tengo una relación ligeramente tormentosa con mi familia, provocada por la obsesión de darle siempre lo mejor a mi hijo. Esto ha derivado en que yo solita me haya metido en situaciones complicadas. Os contaré lo que ocurrió una noche al acabar el verano donde se inició todo.

 

Mi marido y yo íbamos de cena ese día. El tiempo se me echaba encima, como siempre. Por si fuera poco, Juan salía tarde del trabajo y tenía el tiempo justo para venir a recogerme y llegar a la recepción. Yo, para evitar más retrasos, me duché, pinté y medio vestí antes de meterme en la cocina para dejarle la cena lista a mi hijo. Aunque él era perfectamente capaz de cuidarse solito pues había estado viviendo en el extranjero gracias a una beca, a mí me gustaba que en casa se sintiese como un rey.

 

Estábamos en la cocina, yo entre fogones y Pedrito con el móvil. Hablábamos de su nueva amiga, de su ex novia, de cómo afrontaría el nuevo año. La conversación no era fluida, pues yo estaba pendiente de la comida y él de la pantalla del teléfono. Mientras estaba con la cuchara dando vueltas al sofrito pensé en la lencería negra que llevaba puesta y que se me podían romper las medias si me salpicaba aceite hirviendo. Me gusta ir guapa a las reuniones de amigos, y como iba a llevar un vestido con una buena ranura lateral hasta el muslo, quise ponerme sexy para mi marido. Así sabía que esa noche tendría mi ración de Juan. No negaré también que siento cierto morbo cuando pillo a nuestros amigos, o amigas, mirándome el culo o el escote.

 

Pueso eso, pensaba en la lencería y en cómo le pone a Juan, y empecé a ser consciente del roce de la seda de mis muslos cada vez que me movía. Sentía también los pechos muy bien sujetos por el sostén, su precio lo valía, estaba claro. El liguero apenas me molestaba en las caderas y el culotte realzaba mi querido pandero. Me hacía gracia pensar en el contraste entre mi ropa interior y el batín que usaba en casa con las babuchas con pompóm. Me preguntaba qué efecto tendría verme así desde fuera… desde donde estaba mi hijo, por ejemplo… y pensé en si estaba provocando alguna reacción en él, alguna reacción no prevista… no, el batín me llegaba hasta más abajo de las rodillas… pero se me había subido un poco por el culotte y el delantal… tampoco era para tanto… hasta que noté a Pedrito detrás de mí, muy cerca.

 

— Estás muy guapa, mamá.

 

— ¡Muchas gracias! ¿Te gusta? ¡Ya verás cuando me ponga el vestido! Luego estaremos varios días hablando de unos y de otros. Estoy deseando ver a Marga, siempre trae algo espectacular.

 

— Vas a estar suprema —tan cerca estaba que me puso las manos en la cintura, y pudo sentir el liguero a través de la bata—, ¿Qué llevas ahí?

 

— ¿Qué quieres que lleve? Tu madre cuando se arregla cuida hasta el último detalle.

 

— ¿Pero qué es? —el pobrecito mío no podía imaginarse la lencería que gastaba.

 

— Un liguero… —lo estaba viendo llegar, y llegó. Rozó su pene en mi culo. Hice como si nada, pero el rozamiento seguía y me puse más severa—. Vete a la mesa, no seas pesado.

 

Habíamos tenido unos meses muy tranquilos pero mi relación con mi hijo era como una herida sin cerrar, un bucle que parecía no tener fin. No quería girarme. Yo seguía con mis platos, pero sabía lo que él estaba haciendo, lo que estaba haciendo con su pene.

 

— Mamá…

 

— Dime…

 

— No quiero que te enfades… —podía oír el ruido de su mano masturbando su verga.

 

— Ya sabes lo que tienes que hacer, cariño, sé bueno. En cualquier momento viene tu padre y nos vamos corriendo —pero seguí oyendo cómo se masturbaba.

 

— ¿Por qué no me enseñas un poco más?

 

— ¿Más que?

 

— Tu lo sabes, tus piernas… más arriba…

 

— Hijo, que no. No es el momento —mi subconsciente me estaba traicionando— ¡no habrá ese momento! —yo sola cada vez me liaba más, qué torpe fui. Me giré. Como esperaba, estaba con la polla fuera—. ¡Vamos Pedrito! Por favor…

 

Y Pedrito no paró. Yo me giré e intenté ignorarlo, pero no era posible. Me volvía a sentir culpable por haberlo iniciado en esto. A él le costaba gestionar unos actos difícilmente gestionables, y a pesar de todo, tenía que reconocer que el chico había sabido estar muy correcto últimamente.

 

— Mamá… sólo un poco…

 

Así que o bien hacía sentir más culpable a mi hijo por un error mío de cálculo, o bien le permitía terminar su masturbación y postergaba una buena charla con él. Entre mis sentimientos encontrados había uno, uno en concreto, que había humedecido mis braguitas, así que me dejé llevar por mi instinto. Me levanté un poco la bata, y le mostré mis muslos, envueltos por la seda negra de mis medias. Apagué el fuego y dejé que me mirara. Ya no cocinaba, pero no dejé de moverme mientras le daba la espalda, sabía que eso le pondría como una moto.

 

— Un poco más, por favor, más arriba…

 

Me subí la bata lentamente. Primero enseñé el fin de las medias, después mi culo, y cuando ya lo había mirado bien, me subí la bata hasta las costillas, para que viese el liguero. Oía cómo se masturbaba más rápido. Dejé el culo ligeramente en pompa, para hacerlo más esbelto, pero él se acercó y su polla fue directa a mis cuartos traseros. El culotte impidió que me penetrara. Me enfadé y me di la vuelta, empujándolo.

 

— Si quieres follar, búscate una novia. ¡A mí no me vuelvas a hacer eso!

 

Pero él volvió, intentando besarme a la vez que intentaba bajarme las braguitas. Intenté zafarme pero él estaba cegado. Tenía que pararlo como sea.

 

— ¡Para! —siguió, así que me puse cariñosa—. Déjame a mí, amor —le puse mis manos sobre su pecho y conseguí que aflojara.

 

En ese momento le dí un tortazo que tuvo que dejarlo con buen pitido en los oídos. Le agarré la polla y le clavé las uñas. La otra mano hizo lo mismo con sus testículos.

 

— ¿Te vas a estar tranquilito? —hinqué las uñas.

 

— Sí, sí.

 

— ¿Querías violarme? —estaba muy enojada, y avergonzada por él. Siempre había estado muy orgullosa de mi hijo, y esa no era la educación que le había dado. ¿Qué le había pasado? — esto es… pero cómo… —seguía con su polla en la mano— ¿qué te pasa?

 

— Perdona, he entendido mal todo —estaba a punto de llorar—. Yo no te haría daño, mamá —se le veía destrozado, no tuve más remedio que creerle, pero seguía enojada, las uñas clavadas en su miembro—. Me he portado bien este tiempo ¿verdad?, a pesar de que tú…

 

— ¿Yo? ¿Yo qué? —me volvió a enfadar.

 

— Bueno, que no te cortas un pelo, vas sin sujetador, o solo en sujetador, o como hoy que…

 

— ¡En mi casa voy como se sale del coño! —lo que me hizo enfadar más fue que algo de razón tenía. No quería reconocerlo, pero quería que mis dos hombres me vieran sexy. Algo totalmente contraproducente con Pedrito, lo reconozco, pero aún así no tenía que haberse echado encima mía.

 

—Ya, pero cuando estás con papá tampoco te cortas —lo miré extrañada—. Gritas mucho cuando follas, mamá —le dejé de clavar las uñas—. Y dices muchas cochinadas, es que te gusta mucho —sin darme cuenta empecé a mover la mano de la polla, recorriendo levemente su piel.

 

— Pero no puedes comportarte así.

 

— Creía que estabas juguetona, mamá. Estos meses no te he molestado, y pensé que me echabas de menos.

 

— Tienes que aprender a leer las señales, cariño. No puedes hacer eso. ¡Jamás!

 

— Sé que lo he hecho mal, mamá, de verdad —estaba muy avergonzado y le di un beso en la mejilla. Quise hacer las paces, y como su rabo no había disminuido, no se me ocurrió nada mejor que terminarle la manola. Me pareció que había aprendido la lección. Realmente había echado de menos tener su polla entre mis manos. En la casa cada uno tenía sus lugares y costumbres, y yo sabía perfectamente cuándo se masturbaba y me daba pena que lo hiciera solo.

 

Apoyé el culo en la encimera, le cogí la verga con las dos manos y empecé a masturbarlo.

 

— Mami quiere hacer las paces contigo ¿de acuerdo?

 

— Sí mamá, gracias mamá.

 

— ¿Quieres ver la lencería que llevo puesta? A cambio te tengo que masturbar más rápido, que puede venir tu padre… si nos pilla así no sabría darle una explicación —se sonrió.

 

Me quité el delantal y me desabroché la bata, que dejé caer. Le seguí masturbando con las dos manos, a cada movimiento, mis pechos se encogían y se expandían en el sostén.

 

— Echaba de menos tener tu polla en mis manos, amor. ¿María te la cogía así?.

 

— Cómo puedes comparar. Eres una diosa, mamá. Estaría así toda la vida —me hacía una idea.

 

— Eso quisieras… pero hoy no.

 

Se me ocurrió lubricar bien la polla y masajearla a placer sin hacerle daño. Cogí un poco de aceite de oliva y lo froté en la palma de mis manos. Aquello resbalaba que daba gusto. Cada vez que recorría su verga con esa fluidez, me imaginaba tener su polla dentro de mí, entrando y saliendo.

 

— ¿Sigues pensando en mí cuando te masturbas?

 

— Sí, casi siempre.

 

— Eres muy guarro, mi amor.

 

— No creo que aguante mucho a ese ritmo, mamá.

 

— No quiero que aguantes nada, cariño, me lo tienes que dar todo. Sólo tienes que avisarme.

 

Lo vi estirarse levemente. Realmente le faltaba poco, pero al ver mis manos engrasadas volví a ceder a mis impulsos. Me puse de rodillas ante él, y coloqué el glande justo a la entrada de mi boca abierta. Mientras que seguía masturbándolo con una mano, la otra pasó por sus testículos y el índice acabó a la entrada de su culo. En un acto reflejo cerró los glúteos.

 

— Relájate, cariño, déjame hacer.

 

— ¡Mamá! ¡No! —pero yo no quité el dedo y él seguía tenso.

 

— Haz caso a mami. Antes querías tenerme y ahora no quieres que te tenga, no es justo, amor —volví a clavarle las uñas en la polla, sólo un poco—. Abre el culo.

 

— ¡Mamá! —hinqué más las uñas y él relajó los glúteos. Sabía que yo no le haría daño, pero le di la excusa perfecta para que se dejara hacer.

 

Moví la mano masturbadora recorriendo toda la polla, lentamente, para relajarlo. Luego empecé a meter la punta del dedo. Poco a poco.

 

— Así amor, dáselo todo a mamá.

 

Sin darme cuenta, el dedo estaba casi dentro, así que lo saqué y metí el índice y el anular, que entraron fácilmente. Pedrito estaba muy confuso. Yo empecé a meter y sacar los dedos mientras lo pajeaba. La boca esperando su leche.

 

— Tienes la polla más dura que nunca… me haces sentir muy puta… no entiendo cómo me puede dar tanto placer hacerte una paja… tengo muchas ganas de llenarme la boca con el semen de mi niño… —quería ponerlo lo más cachondo posible, pero también me estaba calentando a mí misma.

 

Y al final me llenó la boca. Su ano apretaba mis dedos mientras su verga descargaba. No dejé que se saliese ni una gota, me lo iba tragando como podía. El veía lo que me costaba tragar y eso le hizo que eyaculara más aún, realmente le gustaba ver a su madre como una perra. Cuando acabó me puse de pié y me chupé los dedos que habían estado dentro de él.

 

— Mi casa, mis reglas. Piénsatelo la próxima vez que te hagas el encontradizo conmigo, amor.

 

— Sí mamá.

 

Fue ponerme la bata y llegar Juan. Nos fuimos corriendo al restaurante y llegamos a tiempo por los pelos. Esa noche follamos mucho, pero sólo por esa vez intenté no gritar mientras me penetraba. Si Pedrito no había sabido gestionar mi relación con él, menos supo digerir mis dedos en su culo, así que no volvió a sacarse el pene delante mía… hasta el día que se lo pedí. Pero eso es otra historia.