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Mi hija me pidió un favor

en Amor filial

Era muy temprano cuando oí el leve ruido de unos nudillos golpeando la puerta de mi dormitorio. A continuación la puerta se abrió y apareció mi hija, entrando silenciosamente y sentándose en la cama. Parecía que quería decirme algo importante, pero daba unos enormes rodeos en la conversación. Cada vez que iniciaba una frase, desviaba el desarrollo de la misma hacia destinos insustanciales y me mantuve en vilo esperando pacientemente a que ella misma soltase lo que había venido a decir.

— Mamá...

— Sí...

— No sé cómo pedirte esto... es muy fuerte... ¡no me mires así! no es malo...

Me dejó con una sensación ambigua pues, por un lado, había algo que le preocupaba realmente y por otro me sentía aún especial para ella, un pilar en que apoyarse, y eso me gustaba. La animé a seguir.

— ¿Pasa algo con Carlos? —Carlos era su novio.

— No, no, bueno, sí. Pero no —la miré con las cejas arqueadas—. Esto... ¡te lo digo ya! Nos acostamos y eso...

— Ya hemos hablado de ese asunto. Ya te he dicho que si alguna vez quieres que venga a pasar la noche, no hay problema. Si sois discretos yo no...

— No es eso. Es que quiere que yo... que nosotros... que hagamos el anal.

Nos quedamos en silencio, ella pasando una vergüenza increíble y yo sin saber cómo reaccionar ante el descubrimiento de sus intimidades. Confiaba en ella completamente, y sabía que tenía una relación sexual activa con su novio, puede que con otros antes, y no entendía el por qué me involucraba en eso. En un instante me di cuenta de a dónde quería llegar, y si era eso, no me parecía una buena idea. Teníamos antecedentes en años anteriores: yo la enseñé a besar y, poco más tarde, a conocer su cuerpo y masturbarse. Ella nunca había confiado completamente en sus amigas, yo tampoco lo hubiese hecho, y mucho menos para iniciarse. Siempre me ha preguntado por el tabaco, el alcohol, las drogas. Mi sinceridad en todos estos asuntos de descubrimientos personales hizo que siguiese confiando en mí. Ahora tenía una buena papeleta.

— Me parece muy bien, sólo hay que tener mucho cuidado las primeras veces... ¿pero tú quieres hacerlo?

— Sí, claro —se sonrojó.

— Pues me parece bien. De verdad. Sí. Disfruta, ¡pero sé prudente!

Le di un abrazo muy fuerte. Me daba pena que fuese mujer ya, pero la vida sigue su curso. Nos separamos y no se levantó. Seguía sentada a los pies de mi cama, mirándome. Como me temía, ahora venía la segunda parte.

— Me da algo de miedo ¡pero yo quiero! ¿eh? Carlos tampoco lo ha hecho antes por ahí...

— Ya, ¡y seguro que se le ha ocurrido a él!

— ¡Mamá! Yo también quiero hacerlo, creo que me puede gustar —la miré intrigada. Puso cara de inocente—. A veces me he metido un dedo, sólo la punta, por probar...

— Hija, entonces si ya sabes cómo, ¿por qué me cuentas estas cosas?

— Es que no estoy segura, me da miedo. No es lo mismo lo que yo hago con el dedito que lo otro...

— No, no es lo mismo: tú te tocas con cuidado, y tu chico va a desfogarse.

Nos reímos las dos por la tontería que dije y nuestra incomodidad se disolvió. Tras una pausa, se sinceró.

— He pensado que si tú me lo haces la primera vez, pues entonces sabré qué hacer con Carlos. Para saber si la cosa va bien o no. Me da mucho miedo... y sé que tú irás con cuidado.

— No me mal entiendas, si quieres lo hago yo, pero esto es algo que si lo exploras con él, seguro que es más bonito y excitante —mi hija me miraba con poca convicción—. Y no creo que necesite explicarte que no es lo mismo un pene de verdad que uno de plástico, que es de lo que yo dispongo aquí.

— Ya lo sé, mamá. No será igual. Solo necesito saber qué tengo que hacer y, sobre todo, que puedo hacerlo. ¿Me ayudarás? Mami...

Me veía en un compromiso. Negarme podía tener consecuencias desastrosas para mí. La principal era que en el fondo sabía que como yo se lo haría, no se lo iba a hacer ninguna de sus amigas, y ella también era consciente de eso, porque o si no, yo no me habría enterado de todo esto. La segunda razón para aceptar era que no quería separarme de ella, perder su confianza. Accedí.

Le pedí que se desnudara y la puse a cuatro sobre la cama. Mi hija tenía el ano y el sexo completamente depilados, y aún así me costaba entender que era una mujer, y no una niña, mi niña. Abrí el tarro de la crema de manos que tengo en la mesita de noche y empecé a masajear la cara interior de sus glúteos, para que se relajara. Poco a poco, fui reduciendo el contacto a la parte más cercana al ano, mientras ella aguardaba completamente en silencio. Su respiración se fue volviendo más profunda. Y la mía se fue acompasando a la suya.

Miré a la puerta y la encontré entreabierta. Me recorrió un escalofrío por toda la espalda. Sólo podía ser mi hijo. Sin alertar a la niña, me levanté tranquilamente y encajé la puerta sin hacer ruido. Volví a la cama, siguiendo donde lo había dejado. Pero un torrente de pensamientos me invadía. No estaba bien lo que estaba haciendo, pero tampoco era algo malo. ¿Qué habría pensando mi hijo? Había ciertas noches que me despertaba y me daba la impresión de que la puerta de mi dormitorio se cerraba. Eso había empezado cuando empecé a salir con el medio novio que tengo. Me preguntaba si mi hijo había descubierto entonces que mamá también era una mujer.

Mientras, el masaje se había concentrado en los alrededores del ano. Pasaba el dedo por sus pliegues, en movimientos circulares y transversales. Su respiración profunda había pasado a unos gemidos ahogados.

— ¿Te va gustando, cariño?

— Sí, mami.

— Para evitar que te haga daño, hay que estimularte bien, así que déjate hacer...

Entonces dejó de ahogar los gemidos y me di cuenta que su sexo, expuesto ante mí, estaba obteniendo un brillo que antes no tenía.

— Puedes tocarte si quieres. Contra más excitada estés, mejor irá todo.

Vi aparecer sus dedos de entre las piernas, en movimientos circulares por su vulva a la altura del clítoris. Me acostumbré a oír sus gemidos. Pensé en mi hijo. ¿Cómo le podía explicar esto? ¿Qué estaría haciendo mientras nos miraba? ¿Estaría excitado? ¿Tanto como para masturbarse? Deseché la idea. Pero recordé que posiblemente me espiaba por las noches. Mejor que se masturbara conmigo que con su hermana. Estos pensamientos me invadían mientras el índice iba presionando el centro del ano a cada paso, muy suave.

— Esto habría que hacerlo con la lengua. Carlos te lo hará muy gustoso, estoy segura.

Un ronroneo me hizo ver que mi hija había captado el mensaje. Por asociación de ideas obvia, recordé mi lengua en el culo de mi amiga María, presionando su agujerito, abriéndose paso, y me excité. Pensé en que si mi hijo nos viese, posiblemente su verga también se excitaría. Una vez le vi empalmado con el bañador ajustado, e imaginé que si ese gordísimo pene estuviese aquí, seguramente estaría hinchado, apuntando hacia nosotras. Las vergas tienen su propia lógica. Y como si fuese una, la punta de mi dedo desapareció en el culo de mi hija, y ella apenas reaccionó.

Me dio mucha satisfacción que la primera fase se completase así. Estaba segura de que ni Carlos ni sus amigas habrían llegado hasta ahí de esa forma tan delicada. Saqué el dedo y seguí con el masaje perianal, pero esta vez el agujero estaba claramente más receptivo al paso de la yema. Volví a pensar en qué estaría haciendo mi hijo, pero pude comprobar por un espejito que la puerta estaba otra vez entreabierta, aunque menos que antes.

No sabía cómo poder darle una explicación de lo que estaba viendo. Mi dedo en el culo de su hermana mientras ésta se masturbaba... cualquier cosa que dijese al respecto no podía sonar bien. Tampoco quería avergonzar a la niña con una discusión en mi dormitorio, y menos sin poder argumentar la situación. Mientras seguía con el masaje, se hacía cada vez más evidente que mi hijo se estaba masturbando, o lo iba a hacer. Su pene podía pensar en un agravio comparativo en el trato familiar. Otra vez su pene. Su gordo pene no se me iba de la cabeza. Primero resolvería lo de la niña, luego lo del niño.

Me recoloqué en cuclillas sobre la cama. Con una mano acaricié el pelo de mi hija y con la otra fui metiendo el índice. Ella mantenía la cabeza baja, gimiendo muy bajito. El dedo acabó en su última falange y empecé a meterlo y sacarlo suavemente. Ella lo parecía recibir perfectamente, así que metí también el dedo medio. Mi hija aumentó el ritmo en su frotamiento cuando empecé a penetrarla así. Hacía mucho tiempo que no tenía mis dedos dentro del culo de otra mujer, y aunque esta vez estaba algo menos excitada, sabía lo que mi hija estaba sintiendo y eso me hacía estremecer. Miré a la puerta y sequía parcialmente abierta con esa pequeña ranura.

—No te asustes, pero tu hermano lleva un rato mirando —se lo dije al oído y ella me miró sorprendida, no obstante tenía dos dedos míos metidos en su ano. Al dejarlos quietos, sentí cómo su esfínter me apretaba. Seguí moviendo la mano muy lentamente y ella me miró—. ¿Seguimos? ¿Acabamos lo que hemos empezado? —afirmó.

Me llevé dos dedos a los labios y miré al hueco de la puerta pidiendo silencio. Volví a poner un poco de crema, muy poca, y mis dos dedos volvieron a entrar acompañados de un gemido. La puerta se abrió un poco más y el rabo de mi hijo apareció entre las sombras. Era muy gordo y pensé que si se lo cogía, no podría abarcarlo con mis dedos. Se estaba masturbando, y sin querer mis dedos acompasaron su cadencia a su masaje. Entró lentamente en el dormitorio, desnudo y sin atreverse a respirar y romper la magia del momento. Volví a hacerle señas para que permaneciese aparte y en silencio. El miraba el culo de su hermana y mis pechos, y me di cuenta de lo que transparentaba el camisón, en el que mis pezones podían distinguirse como manchas oscuras. ¿Eso era lo que había estado mirando el chico furtivamente? ¿O eran mis piernas y mis braguitas cuando estaba destapada? Mis braguitas... me di cuenta que las tenía humedecidas y de que no podía pensar con claridad, ninguno de los tres podíamos en ese momento.

— ¿Vas bien?

— Mmm... sí...

— Vamos a probar con otra cosa. Espera un momento.

Me levanté y me dirigí a mi armario, pasando al lado de mi hijo, que apenas me dejó espacio. Hizo que me rozara con él y sentí el calor de su pene al contacto conmigo. Cogí un consolador, y a la vuelta, esta vez hice que mis pechos pasasen por su brazo, pero al rozar con mis pezones su piel, se endurecieron, haciendo que me arrepintiera inmediatamente por comportarme así.

Volví a ponerme en cuclillas sobre la cama y puse un poco de crema cubriendo el ano. Miré a mi hijo, a su rabo. En su masturbación, el prepucio apenas descubría el glande, por más que su mano recorriese la verga de arriba hasta abajo del todo. Sin pensar en ello y por la costumbre, humedecí la punta del vibrador con la lengua, pero al ver la reacción de mi hijo, lo llevé rápidamente al culo de mi hija. Metí el capullo de silicona lentamente y ella mantentuvo un silencio sepulcral.

— ¿Estás bien?

— Sí, sí.

— La punta ha entrado muy suave, ahora voy con el resto ¿vale, cariño?

— Sí, mamá... ¡me gusta mucho!

Me conmovió su sinceridad. Dejé caer un poco de saliva en el ano y metí un poco más. Miré a mi hijo y hubiese jurado que estaba más cerca. Me fijé que su mano tampoco podía rodear el pene y me quedé ensimismada mirando ese prepucio que, cubriendo siempre el glande, captaba mi atención. El dildo entró un poco más y ella gimió. Paré por precaución, pero comprendí que el gemido había sido por placer. De todas formas, lo saqué y lo miré con cuidado antes de volver a meterlo. Esta vez simulé una penetración, metiendo y sacando la verga artificial con cuidado. En poco tiempo, el dildo ya entraba hasta donde podía sujetarlo y a ninguno de los tres se nos escapó que le estaba follando el culo a la niña, que gemía y suspiraba, y que cada vez que ésta hablaba, empeoraba la situación.

— Me gusta mucho, mami. Así, así, un poco más.

Mi hijo volvió a acercarse. O bien quería correrse sobre nosotras o quería algo más. Puede que quisiese que lo tocase yo, pues no paraba de mirarme. Puede que quisiese que me metiera su inmensa verga en la boca. Pero yo tenía una imagen taladrándome la cabeza, la de su pene entrando en el culo de su hermana. El me miraba los pechos con ansiedad, y como me estaba acalorando, me quité el camisón, quedándome sólo con mis braguitas moradas de encaje. Mi hija me miró sonriendo y volví a agarrar el dildo, que sobresalía tras ella.

— Creo que esto está controlado —le dije, sin mover la mano.

— Ha estado muy bien.

— ¡Vas a disfrutar con Carlos!

— ¡Sí mamá! —pero ella no se movía y el dildo seguía metido.

— ¿Cómo lo sientes?

— Me da placer, pero a la vez es raro tener algo ahí.

— ¿Quieres probar otra cosa? —esto se lo dije moviendo un poco el consolador.

— ¿Como qué? —me dijo en un gemido.

— Mira, esta sería una verga de tamaño normal —saqué el aparato y lo puse delante suya—, pero su textura y su dureza no es para nada natural. Podrías probar con una de verdad... y más grande...

— No sé... ¿estás segura? —ella sabía perfectamente a qué me refería. Su culo abierto frente a su hermano dejaba claro que tenía pocos remilgos, tan pocos como yo, tuve que admitir.

— Creo que te va a gustar, cariño.

Sujeté el rabo de mi hijo. Estaba muy caliente y me excitó que mi mano agarrase algo tan grande. No era como el de su padre, ni mucho menos, y no tenía ni idea de quién de la familia lo podría tener así. Cogido de esa manera, lo acerqué a su hermana, cuyo culo abierto se veía ahora diminuto junto a esa verga. Como antes, y sin pensarlo, llevé el capullo a la boca para lubricarlo, echando la piel hacia atrás para poder descubrirlo. ¡Se veía tan grande! Después de saborear su líquido preseminal, introduje el falo poco a poco, deleitándome al ver el ano abrirse hasta un diámetro sobrecogedor. La niña gemía, pero aquello iba entrando lentamente. Yo ya sabía que le cabría.

Entonces mi hijo empujó el miembro más adentro, seguido con un gemido un tanto extraño de su hermana. Sujeté la verga y escupí en el ano. Esta vez no la soltaría. La fui metiendo más lentamente, hasta que ella sola entró hasta el fondo. Me aparté y el chico empezó su movimiento rítmico. Primero muy suave, yo ayudé con mis manos en sus caderas a que así fuese. Luego más intenso, con su verga entrando hasta que se tocaban glúteos e ingle y luego saliendo hasta que el capullo asomaba fuera. Se me escapó más de un gemido viendo el ano abierto y abrazando al pene. Parecía que eran la misma piel y que estaban hechos uno para otro.

El ritmo aumentó y ambos iniciaron una conversación de jadeos y gemidos. Me recliné hacia atrás, apoyada en los brazos y con las piernas ligeramente abiertas mientras los veía. Mi hijo me miraba con deseo, pues yo quedaba expuesta a su mirada, con los pechos libres, cayendo de forma natural sobre mi abdomen. Mi hija me miró también, sonriéndome, agradecida, con los ojos perdidos entre mí y algún lugar de su gozo. Pero mi hijo me miraba a mí. A él no le resultaba tan atrayente el culo suave y depilado de su hermana, o puede que deseara poseerme a mí también.

— ¿Quieres un poco? —me dijo mi hija con la respiración entrecortada por el movimiento de la verga.

— ¡No, por dios! —soné demasiado sorprendida por el ofrecimiento.

— ¡Mamá, esto es...! Tienes que probarlo, ya sabes cómo es, te va a gustar.

— Ni hablar, terminad y ya hablaremos de esto.

— Mamá...

— ¿Qué quieres?

— Tú si quieres...

— ¿Por qué dices eso?

— Mira tus braguitas... —los dos observaban mi entrepierna y al mirar yo, encontré una mancha que destacaba en el tono morado, delatando mi excitación— Yo ya me he corrido, prueba tú ahora.

Mi hija me hablaba dando unos profundos gemidos. Se hubiese dejado follar el tiempo que hiciese falta, pero aún así, me ofrecía la verga que tanto gusto le daba. Me puse de pie y me quité las braguitas, y me puse a cuatro junto a la niña. Empecé a tocarme fuertemente para poder humedecer mi vagina lo antes posible, por si mi hijo quería meter la verga ahí. Sacó el pene lentamente de la niña, lo pude ver cuando ella puso los ojos en blanco al sentir el falo salir de su cuerpo. El animal de mi hijo intentó meter aquello en mi ano, pero estaba claro que el mío no estaba tan preparado como el de su hermana. Empezó a empujar otra vez.

— ¡Espera! —dije.

— ¡Espera, un momento! —dijo mi hija.

Empezó a pasar el dedo como se lo hice yo. Sentí cómo dejó caer saliva y cómo la yema buscaba excitar mi agujerito. Al momento sentí otra cosa intentando abrir el ano. Era su lengua. Mi niña era tan dulce... Unos cuantos lamidos más y pude sentirla adentrándose cuidadosamente. Movió la lengua en mi interior y me fornicó con ella. Sabíamos que yo ya estaba preparada y se apartó, dejándome el ano semi abierto. El pene tardaba en venir y miré hacia atrás, pareciéndome ver que la niña le estaba haciendo una felación a su hermano, tal y como hice yo antes de que él la penetrara. Un momento después, tenía la punta de aquella mole entrando en mi culo. Gemí muy fuerte.

— Joder, Miguelín, no la dejes ahí, métela entera.

El chico obedeció y me hincó el falo completamente. La chica fue más impulsiva que yo y se puso a mi lado, masturbándose mientras veía mi culo en primer término. La cadencia de mi hijo empezó como antes, muy suave y llevando toda la verga hasta el fondo y luego casi hasta fuera. Gemí profundamente y levanté el culo lo máximo posible. Empezó a darme fuerte. Con la misma cadencia que con su hermana, no tardé en correrme. El ano intentaba apretar a cada convulsión, pero le era imposible y casi me dolió. Una vez que el orgasmo pasó, y en cuanto me acomodé otra vez a su movimiento, sentí que otro acechaba. El chico susurró.

— ¡Me voy a correr! —lo dijo con una enorme sangre fría, sin urgencia. Mi hija dejó de tocarse y se colocó esperando una indicación mía, deseando una segunda y última vuelta. Me saqué la verga mientras mis piernas temblaban.

— Acaba en ella, venga.

Esta se puso a cuatro, pero la hice ponerse boca arriba, abierta totalmente y con mi almohada debajo de la cintura. El chico se acercó con el rabo en las manos, y se quedó con el glande entre la entrada a la vagina y el culo. Estaba ensimismado mirando la vulva de su hermana. Ambos estaban deseando probarse ahí, pero me pareció aberrante que copularan como animales. Además, él estaba que se iba a correr pronto. Yo misma metí la verga en el culo e hice que la metiera hasta el final. Ella gritó de placer. El ritmo se hizo frenético a partir de ahí mientras ella se frotaba el clítoris muy rápido. El se corrió con varios gritos y le hice seguir mientras la verga aún estuviese dura. Finalmente la sacó y ambos esperamos a que se terminase la niña, mirando cómo su culo se abría y se cerraba mientras le llegaba el orgasmo. Me volví a humedecer al ver cómo desde su ano iba cayendo el semen blanco de su hermano.

Ese mismo día me hice con una vara de fresno. Les di a cada uno un único y fuerte golpe, haciéndoles entender que como los viese en cualquier actitud sospechosa, recibirían una buena paliza. También llamé a mi amiga María, que se emocionó al oír mi voz tras tanto tiempo. Nos pusimos de acuerdo en que ese viernes nos pondríamos al día en muchas cosas.