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Hermana mediana

en Amor filial

Era un día especial, de los que esperas con muchas ganas. Había quedado con Jorge en el parque de abajo de casa, en el banco de siempre. El estaba que se salía, con las manos en mis piernas o muy cerca de las caderas, casi tocándome los pechos. Yo se las quitaba, pero en realidad estaba súper excitada y deseaba que me acariciase. Había quedado con él porque esa mañana teníamos mi casa libre, pero le cité en el parque para tener un calentamiento previo, y también para poder tener la posibilidad de cambiar de opinión. De lo segundo nada de nada, y de lo primero, ya habíamos tenido más que suficiente. Le invité a subir. En el ascensor me metió mano todo lo que pudo y agradecí que el vaquero protegiese mi coño de su arrebato. Cuando se abrió la puerta, me estaba pellizcando un pezón, pues Jorge había conseguido subirme el sujetador por debajo del jersey.

Abrir la puerta de casa para encontrarla a media luz y en total silencio tuvo su halo de misterio. Mis padres no estaban ese día y mis hermanos no volvían hasta la hora de comer, si es que no lo hacían hasta la  noche, pero aún así temía que por un cambio de planes de última hora hubiese alguien en ella. Me hubiese muerto de vergüenza de haberme encontrado de bruces con alguno de ellos. Pero no, el silencio era absoluto y fuimos directos a mi habitación, como animales furtivos, desnudándonos nada más entrar.

Jorge me tiró a la cama y nos besamos con pasión. En la boca, en los pechos... no me los soltó ni cuando bajó a chuparme el coño. Tengo los pechos grandes y los chicos me los tocan siempre que pueden, y era algo a lo que ya estaba acostumbrada. Sus dedos se hundían en ellos y la lengua repasaba cada rincón de mi rajita, haciendo que vibrase y que sintiese cómo me fundía con su boca.

Entonces vi la puerta cerrada y empecé a obsesionarme. Si venía alguien antes de tiempo no lo oiría hasta que fuese demasiado tarde. Quise desechar la idea, pero cuando el ruido de la boca de Jorge paraba me parecía escuchar otros ruidos. Sabía que procedían del resto del edificio, pero no estaba cómoda. Me levanté y abrí mi puerta, dejándola completamente abierta. No había nadie en la casa, de eso podía estar segura. También lo estaba de que en ese breve trayecto de ida y vuelta, se me enfrió la entrepierna al airearse la mezcla jugos que la impregnaban. Eso me puso muy cachonda, y con ganas de sentir algo caliente dentro de mí.

Jorge estaba sentado al borde de la cama mirando cómo andaba por la habitación, con la polla enorme, así que me acerqué, me puse de rodillas, se la agarré y me la llevé a la boca. Apreté los labios mientras la introducía lentamente, haciendo que él gimiese y se tensase. Al final metí una buena parte conforme la mano iba abriendo camino, y moví la cabeza con ritmo. La polla estaba dura, caliente, preparada para penetrarme. En ese momento me hubiese gustado que otra como esa me estuviese follando a la vez, y comencé a masturbarme. Entonces sujeté fuerte el pene, para lamer la hinchadísima punta. Estaba muy salida y empecé a meter y a sacar el capullo de entre mis labios mojados, mientras lo miraba lasciva. Comprendí en seguida que él sería incapaz de interrumpir en algún momento la felación, y yo también estuve tentada de seguir hasta el final, pues la presencia de líquido preseminal en mi boca también me impedía frenar mis atenciones.

Pero yo no había organizado ese día para eso. Me puse a cuatro sobre la cama, mirando hacia la puerta abierta. Jorge se puso detrás, mojó la punta y la vulva, y me penetró de una sola vez, arrancándome un gemido que salió más alto de lo que había previsto. Me preguntó si todo iba bien, a lo que le contesté que sí, en un tono de urgencia. Empezó a follarme lentamente y podía sentir cómo mi coño se iba amoldando a la polla. Me gustaba mucho el sexo con él. A él yo le gustaba de otra forma, pero entonces yo no estaba interesada en otros líos, y ambos sabíamos que nos veíamos con otras personas. Yo tenía el culo en pompa y la cara pegada al colchón. De vez en cuando abría los ojos y miraba hacia la puerta y el pasillo vacío, siempre por la sensación de estar siendo observados y siempre comprobando el silencio sepulcral de la casa, roto por el ruido de nuestros cuerpos chocando.

Jorge quiso cambiar de postura, pero no le dejé, "¡ni se te ocurra!", le grité. Le animé a darme más fuerte, por si se estaba aburriendo de verme la espalda. Ese era mi momento y no iba a permitir que parase. Yo me tocaba el clítoris, pero no quise venirme aún, quería reservarme para una idea que me obsesionaba los últimos días. Jorge soltó un "uf" que me indicó que le quedaba poco, y empecé a acariciarme el ano. En seguida me apartó el dedo y su pulgar tomó el relevo, buscando introducirse en él. Tras escupirme, el dedo pudo entrar. Le apreté el dedo todo lo que pude y eso le tuvo que dar la puntilla en la estimulación, porque empezó a gemir "me corro", y le respondí con insistentes "córrete" y hundió los dedos en mi piel, apretándolos fuerte, vaciándose en mí.

Le llevé de la mano hacia el cuarto de baño y nos metimos en la ducha. Es lo que yo estaba buscando: el agua caliente y sus caricias resbalando por mi piel. Me enjaboné y me puse delante de él, dándole la espalda. En seguida empezó a tocarme. Mis generosos pechos se escurrían una y otra vez de entre sus manos y pegué el culo a su entrepierna. Le cogí una mano e hice que me masturbara. Mientras me obedecía, pegué mis pechos a la mampara de cristal trasparente y me quedé en éxtasis con el agua cayendo sobre mi cara, mi boca, mi piel. No iba a tardar mucho en correrme después de la follada tan estupenda que me había brindado. Entreabrí los ojos debajo del fino chorro de agua y vi a mi hermano, fuera, en el pasillo. Aquello me sacó al momento del inminente orgasmo. Jorge seguía a su rollo tocándome el clítoris, ignorante de estar siendo observado. Mi hermano pequeño, al que le llevo un año y poco, tenía la polla fuera, masturbándose. Lo había pillado otras veces mirándome las tetas y el culo, a mí y a mis amigas, pero de una forma fugaz y casual. Mientras lo observaba veladamente con la polla en la mano, mi sexo volvió otra vez a reaccionar al masaje de Jorge, pero esta vez respondiendo exponencialmente. Tenía que parar y cerrar la puerta, pero tampoco podía poner fin a ese momento. Y es que me estaba poniendo como una perra aquello y decidí obviar la presencia del mirón. Cerré los ojos y gemí, y eso hizo que Jorge me frotara más rápido, con lo que le acompañé abriendo y cerrando la vulva compulsivamente, hasta que me corrí, doblándoseme las piernas. Cuando pude tomar aire miré a mi hermano, esta vez con los ojos bien abiertos, para que no tuviera alguna duda razonable de si había sido visto o no. Evitó el cruce de miradas y se fue a su cuarto en silencio. Jorge no se dio cuenta de nada.

Su polla se había vuelto a poner muy rígida otra vez y me estuvo follando sin salir de la ducha. Yo me agarraba como podía a los azulejos y a la mampara, sin quitar ojo del pasillo y de la puerta cerrada del cuarto de mi hermano. En medio de aquella penetración frenética miraba regularmente hacia aquel rincón, hasta que encontré la puerta ligeramente abierta, sólo una ranura. Estaba segura de que se estaba masturbando, y me preguntaba si sería su segunda vez hoy. ¿Qué miraba? ¿Mis pechos moviéndose? ¿La polla de Jorge apareciendo y desapareciendo con mis gemidos? ¿Mi mano entre mis piernas para mostrarle cómo me corría por segunda vez? Estaba segura de que miraba mis pechos moviéndose y mi cara desencajada. Con el agua y el gel, el pene de Jorge resbalaba en mi coño fácilmente, haciendo que él intentase compensar esa falta de resistencia con una mayor velocidad, haciendo la llegada de mi segundo orgasmo muy fácil. Volví a explotar y la polla de Jorge recibió mis arrebatos, saliéndose por culpa de mis incontrolados movimientos pélvicos. Me la volvió a meter inmediatamente, y empecé a recibir sus idas y venidas más fuerte aún mientras miraba otra vez la puerta entreabierta, lo hacía fijamente, sólo los cerraba cuando la polla me hacía vibrar de forma especial. Veía la sombra de mi hermano mientras aquella polla me follaba en la ducha familiar, la misma que él usaba a diario y en la que quizás se masturbaba también. Jorge se corrió, esta vez sacando la polla y eyaculando en mi espalda, pasando el rabo entre mis glúteos. Con el agua caliente no pude sentir el semen, pero sí su mano extendiéndolo por mis riñones.

Al salir del aseo, le dije en el pasillo y con buena voz que estaba convencida de que me la iba a meter por el culo cuando entramos en la ducha, en una clara provocación tanto para Jorge como para mi hermano, que tendría que estar escuchando al otro lado de la puerta. Jorge me dio un manotazo en el culo que resonó en toda la casa y me lo dejó enrojecido buen tiempo después. Despedí a mi amigo y cerré la puerta de casa. Todavía llevaba puesta la toalla, envolviéndome. Lo fácil hubiese sido haberme vestido y haberle acompañado para no quedarme en casa con mi hermano, pero ahora que estaba a solas con él, no sabía qué hacer.

La puerta de su cuarto se abrió y doblé el pasillo para encontrarme con él. Este no esperaba verme, seguramente creyó que había salido de la casa con Jorge. Y no esperaba verme porque salió sin pantalones, con la polla rígida en la mano, en dirección al cuarto de baño. Un pañuelo de papel envolviendo el capullo delataba que acababa de correrse. Lanzó un buen taco, incómodo. Intenté tranquilizarlo y para quitar hierro al asunto lo seguí al aseo. Mientras se enjuagaba el pene en el lavabo hablamos intentando mantener un tono distendido. Nos pusimos de acuerdo rápidamente en que no podíamos contarle nada de lo ocurrido a nuestros padres, y afianzamos el propósito de evitar que volviese a ocurrir. Al final de la conversación, me lo tuvo que soltar: "¿Tengo una buena polla?". No pude reprimir reírme, pero admití que poseía un buen tamaño. Yo le pregunté que cómo es que nos espió, y me confesó que al entrar en la casa le extrañó oír la ducha correr y que cuando se asomó quedó prendado al ver mis "tetas" pegadas a la mampara, aplastadas, con la mano del "tío ese" metida entre mis piernas. Como terminó de limpiarse, se fue corriendo, pues todo aquello le había hecho retrasarse una hora en su cita.

Así que mis tetas pegadas al cristal... había algo en lo que me dijo que mostraba que aquello no era tan casual. Si yo entro en casa y oigo la ducha porque han dejado la puerta del baño abierta, diría bien alto "¡Hola!" para no asustar a quien esté dentro. Y si no dijo nada fue intencionado... por si era yo, para espiarme. Tendría que estar más atenta con el pequeño sátiro. Volví a lo que me dijo: ¿Qué era eso de las tetas pegadas? Me metí en la ducha y pegué mi cuerpo tal y como había estado con Jorge. El cristal estaba frío, me toqué los pechos y no noté nada especial. Salí y puse un espejo de mano delante, pero era demasiado pequeño aunque intuí qué es lo que miraría el chico. Puse entonces el móvil, grabando un vídeo en modo espejo. Y ahí me vi entera. Al pegarme al cristal, mis pechos se aplastaron circularmente, y los pezones quedaron atrapados en ellos. El cristal estaba helado y volví a abrir el agua caliente.

Consciente de que me estaba grabando, empecé a frotar mis pechos con el cristal, lentamente. La fricción empezó a irritarme los pezones y me enjaboné. Metí la mano entre mis piernas, acariciándome y pegué la boca al cristal, como si de un momento a otro fuese a recibir una polla, una boca, un pecho, un pezón, un dedo. Se me pusieron muy pronto las mejillas coloradas. Me miré en el móvil y me pregunté qué sería lo siguiente que haría la zorra que salía en él. Y me acaricié los pechos. En mis pequeñas manos son aún más grandes. Eso les pone burrotes. Tiré de los pezones. Viéndome en la pantalla comprendí por qué ellos me tiraban tanto, porque yo misma me estaba poniendo muy perra tirando más allá de lo que suelo hacer, embobada viéndome en la pantalla. Apreté tanto, que uno de ellos salió disparado resbalando de entre mis dedos. Me puse de espaldas a la cámara, pegando el torso a los azulejos y ofreciendo mi trasero al vídeo. Una mirada atrás para ver si estaba en cuadro me hizo apagar el agua caliente, que empañaba los cristales.

Metí la mano entre mis piernas y asomaron por detrás. Puse el culo tan en pompa como pude, para que se viesen los dedos tocando mi vulva. Una vez estabilizada en la posición, con la otra mano jugué con mis pechos, aún sabiendo que no se vería en el vídeo. Me masturbé hasta correrme por tercera vez en esa mañana. Cuando terminé y salí de la ducha, preguntándome si el móvil había recogido todo, me encontré a mi otro hermano, el mayor, junto a la puerta del baño.

Como con el chico, tenía la polla en la mano, y a diferencia de él, estaba desnudo y sin ocultarse, a la luz. Comprendí que esta vez me había metido en una buena. Me dirigí al móvil y paré el vídeo. Al verlo, me preguntó sobre eso y no supe darle una explicación. Le dije que seguramente lo borraría. Me lo quitó de las manos y lo vio desde el principio, a pesar de mis protestas. Con una mano lo sostenía, con la otra volvió a la masturbación. Decidí irme, pero justo al moverme empezó a hablarme sin quitar ojo de la pantalla. Se había cruzado con el benjamín en el portal de casa, y con un par de frases que intercambiaron, el chico no pudo mantener la lengua atada. Se lo contó todo. El mayor me dijo que él sabía mantener un secreto, pero que tenía que asegurarse de que yo también lo haría. "Vas a grabar otro vídeo, o mejor lo grabo yo".

Me puso de rodillas y me pidió que fuera una buena chica. Me acababa de masturbar y entre todas esas imágenes que me habían pasado por la cabeza, estaba la de mi hermano pequeño metiéndomela bien dentro. Pero eso fue una fantasía inocente muy fugaz. Ahora tenía la polla de mi otro hermano frente a mí, mientras estaba sentada sobre mis tobillos. Sentí el calor de mi coño en mis pies y supe que se la iba a comer. Era demasiado para mí, la follada tan buena de Jorge de primer plato y de postre las dos pollas de mis hermanos duras por mí. El calor me envolvía, me sobraba la toalla, pero no quise desnudarme y mostrarme tan solícita. Con mi móvil en la mano, empezó a grabarme. Pasó el capullo por mis labios, jugando con ellos. Con un dedo me abrió la boca y pasó el fresón por la lengua. Frotaba el capullo en la lengua y yo saboreaba sus pequeños efluvios. Con la otra mano, trajo mi cabeza hacia él, introduciendo el resto. Tirando del pelo y empujando, hizo que le follara con la boca.

Decidí cogerle la polla y me soltó. Se la lamí de abajo hacia arriba, le masturbé, le lamí los huevos, me los fui metiendo uno a uno en la boca sin soltar el pollón. Volví a chuparle el capullo. De vez en cuando él se estremecía en espasmos y yo paraba. Poco a poco mi toalla empezó a soltarse, primero bajando unos dedos, luego resbalando imparable hasta que cayó en mis piernas, haciendo que los pezones rebotasen libremente. Me puse el capullo en la boca y lo masturbé fuerte, pensando en lo que haría después con el vídeo. ¿Se lo enseñaría a Jorge, a mis amigas? Mi hermano se estaba poniendo muy colorado, seguramente por aguantar la respiración. Metí la polla hasta el fondo, todo lo que pude, hasta la garganta, en un movimiento rápido y repetitivo. Al sacarla para tomar aire me llegó la primera tanda de la eyaculación, cayendo en mi lengua. Tomé aire y chupé hasta que acabó, acariciándole los mojados huevos a la vez. Una vez que terminó, le enseñé mi boca vacía y apagué el móvil.

Mientras me ponía en pie, quiso acariciarme un pecho. Pero aquello me resultó muy sucio y lo aparté. No tenía sentido después de la mamada, pero él tuvo que sentir algo parecido porque no insistió. Lo dejé en el cuarto de baño, limpiándose la polla en el lavabo, igual que había hecho el pequeño. Yo me vestí en mi cuarto, me metí un chicle de menta en la boca y salí a buscar a mis amigas.