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Sangre y sexo

en Dominación

Sangre y sexo: Introducción.

Una enorme torre negra era lo más llamativo en Gomorra en esos tiempos. Se decía que en esa torre habitaba el corazón mismo de la maldad representado por la figura más tenebrosa que uno podía encontrarse en esos tiempos. Todo lo que viviera cerca de esa región le pertenecía, y tenía el poder de hacer cumplir la ley como quisiera.

Esa figura era la de un hombre, un ser con un poder ilimitado otorgado por el caos. La gente no sabía a ciencia cierta qué cosa era ese sujeto, algunos decían que era un hechicero, otros decían que sólo era un tirano al que nadie se animaba a hacerle frente. ¿Y como hacerlo? ¡Si tenía el mundo a sus pies! Y además, contaba con el mayor poder que se puede esgrimir sobre la tierra: un ejército de guerreros fieles y entrenados para ser armas mortales, que darían hasta su último suspiro por hacer lo que pidiera su gran señor.

- Tráiganlo, les voy a demostrar que toda bestia puede ser dominada.

Este sujeto casi había perdido la noción de su nombre. Tantas veces por día lo llamaban "señor" que de a momentos olvidaba que se llamaba Orienis. Sólo unas pocas personas lo conocían por su nombre, no importaba eso. Lo que importaba era su poder. Cualquiera podría pensar que alguien, para formar tal imperio, necesitaría tener una edad muy avanzada, pero este hombre no necesitó más de treinta años, que eran los que contaba en ese momento. Llevaba el cabello corto, oscuro y revuelto. Sus rasgos eran serios, su piel aria, sus profundos ojos negros cautivaban a todos los que tuvieran el lujo de admirarlos. Había nacido con un poder de manipulación increíble, que era una de las bases para que hoy fuera lo que es. Su cuerpo era delgado, no tenía músculos y no os necesitaba, pues sus manos eran armas más letales que las de un león. Lo único que lo cubría todo el tiempo era una inmensa túnica de color carmesí. Una túnica tornasolada que, muchos decían, estaba teñida con la sangre caliente de sus víctimas.

El imperio de Orienis abarcaba hasta donde no llegaba a ver la vista, ni siquiera admirando desde la punta más alta de la torre; sin embargo, él extrañamente salía de allí, pues tenía en esa torre todo lo que necesitaba.

Se sentó a esperar en un amplio trono a su nuevo huésped. A su lado había una mujer, vestida con una sotana del mismo color que el sujeto. La mujer posiblemente fuera mayor que él, tenía rasgos orientales, una piel blanca y delicada y una delgada línea regular que formaba su boca. Debía ser una diosa, no hacía falta que se levantaba del trono en el que estaba para verla y resolver eso. Se la veía muy parecida al tirano.

La sala en la se encontraban era amplia, con paredes de ladrillos negros, pisos de piedra pulida y alfombras turcas. A ambos lados de los monarcas había seis muchachas semidesnudas, todas sostenían bandejas con jarras llenas de agua, frutas, cereales, pan y una infinidad de otros platillos. Esas muchachas, todas ellas, eran seleccionadas por el mismísimo Orienis para formar parte se su harem. Todas eran tan hermosas como las joyas que adornaban los vitrales de la torre. Sin duda, ese tipo tenía un gusto ejemplar al escoger a sus esclavas.

Por último, cerca de la puerta de entrada, cinco enormes guardias por cada lado la custodiaban. Férreos, duros, con armaduras tan grandes como su cuerpo, dispuestos a arrancarle la piel a quien siquiera intentara acercarse al gran dios que se encontraba sentado en esa habitación.

La puerta se abrió y tres guardias traían a las rastras a un hombre semidesnudo, con los cabellos y las barbas largas, el cuerpo cubierto de cicatrices y hematomas, totalmente ensangrentado. Se lo veía escuálido, pero tenía fuerzas suficientes como para poner a los tres caballeros en problemas, tirando de las cadenas y haciéndolos tropezar. Un guardia más se acercó a ayudarlos y entre los cuatro lograron ponerlo de rodillas frente al hechicero, logrando que echara gritos desgarradores al aire.

- Encadénenlo para que no se mueva. Raiel, retírate y llévate contigo a las esclavas. Los demás guardias vayan afuera.

Todos se apresuraron a obedecer el mandato del morocho. Con grilletes y cadenas lo ataron de brazos y piernas en un lugar, logrando que pudiera sostenerse arrodillado pero que no pudiera soltarse. Ese salvaje despojo humano era lo que quedaba del único guerrero que podría ser letal para Orienis. Sin embargo, en ese momento, el tirano estaba tan agradecido con el destino que necesitaba matarlo.

- Luego de tanto tiempo, de tanta búsqueda, nos encontramos, Crocune.

El muchacho levantó la cabeza con todo lo que le quedaba de espíritu y lanzó un escupitajo que no alcanzó a darle a su víctima. El monarca, sonrió gustoso ante ese bajo intento de humillación y sin piedad le pateó la cara con el pie derecho. Crocune tosió sonoramente y escupió sangre en cantidad.

- Entiende una cosa, bastardo, aquí, en este suelo, sólo caen mis escupidas cuando estoy por tomar el culo de una de mis esclavas, ¿escuchaste? ¿Entró esa información en su duro cráneo? Tú no vas a encularte a nadie en este momento, así que no escupas, o te la meteré en la boca.

El soberano le hizo señas a uno de los guardias para que limpiara y caminó hasta su trono a sentarse.

- Estás aquí por una sola razón: eres el mejor guerrero mortal. Incluso podría decir mejor que ciertos dioses. Mi ejército con el tuyo nunca han tenido la suerte de encontrarse, pero apuesto que sería una batalla épica. Pero claro, ahora que tu ejército está completamente desarmado, sólo serías tú contra muchos miles. Por mucho tiempo deseé tu muerte, me has causado muchas noches de insomnio temiendo que algún día llegaras con tu espada de plata y sembraras el caos por aquí. Sin embargo, ahora que te tengo aquí, a mis pies, y que puedo pensar con más claridad me pregunto… ¿por qué matarte? ¡Si mucho más divertido sería que juntos dominemos el mundo! Qué te parece, ¿ah? Oye, dime algo…

El muchacho guardó silencio y cerró sus ojos en un intento desesperado por no escuchar lo que su interlocutor decía.

- Vaya… me habían dicho que eras de pocas palabras pero nunca lo creí. ¡Una persona como tú debería tener voz de líder!- el gran señor levantó su puño izquierdo para enfatizar sus palabras y luego lo bajó mientras sonreía burlonamente-. Respondas o no, ahora eres mi esclavo, y lo que yo digo se hace. Vas a mejorar como guerrero y te voy a lavar la mente de una manera tan puntillosa que no va a quedar rastros del rebelde que eras. ¡Guardias! Desencadénenlo, pónganle una túnica blanca y conviértanlo en puta.

Los guardias le quitaron las ataduras e intentaron arrastrarlo con fuerza, mientras Crocune luchaba con todas sus fuerzas para que no se lo llevaran. El hombre sonrió al ver la lucha y se acercó lentamente hasta él.

- No te preocupes, es sólo un decir, no mancharemos el honor de un gran guerrero como tú… Arrójenlo al lodo, átenle las manos y los pies. Quiero que los caballos caminen, orinen y defequen sobre él.

Esta vez sí, los guardias se lo llevaron, dejando sólo al morocho, quien aun sonreía. Suspiró para opacar la alegría que sentía y penetró la puerta por la que antes habían pasado las esclavas y la mujer que había estado a su lado. Se quitó la túnica roja quedando completamente desnudo frente a todas las mujeres que estaban allí. Nadie lo observó, ni siquiera Raiel.

- Te noto excitada, hermanita, ¿mis griteríos llegaron a tus oídos?- preguntó sonriente Orienis mientras se masajeaba el gran miembro.

- Yo creo que todos en la torre lo oyeron. ¿No podías sólo hablar sin gritar?

- ¡Claro que no! ¡Soy poderoso por eso mismo, porque mis gritos hacen más bullicio que los de cualquier ser humano!

La joven siguió sin verlo. Orienis se acercó a ella, con su verga colgando entre sus piernas groseramente. Le tomó un brazo a su hermana y lo acercó a su miembro para que lo tocara. La chica instantáneamente retiró la mano.

- Hagámoslo, hermanita, sólo falta eso para terminar bien el día de hoy. Mira, apuesto a que mueres por comerte este bichazo que tengo.

- Aléjate, Orienis. Tienes todo un harem para ti solito, aprovéchalo y has tuyas a tus esclavas. Tengo cosas más importantes que hacer que sentir tu inmunda verga apuñalando mis entrañas.

El sujeto rió divertido mientras la muchacha se retiraba. Su miembro se endureció totalmente, hasta quedar perpendicular a él. La verga le latía con potencia, el pre-semen goteaba desde la punta. Al parecer las atrevidas palabras de su hermana lo habían excitado.

- Jejeje, ¡te mueres por coger conmigo, Raiel! ¿No lo creen?- le preguntó a sus esclavas. Las muchachas agacharon la cabeza con total sumisión al presentir lo que se avecinaba-. En fin, tendré que conformarme con una de ustedes. ¡Tú, la de cabello negro! Ven aquí y métete esta verga en la boca. No quiero que la quites de ahí hasta que vomites o te desmayes.

Una de las esclavas, de cabello morocho, labios gruesos, cuello largo y cuerpo escultural se acercó. Se inclinó sobre el miembro de su amo y lo engulló hasta que el pene le tocó las paredes de la garganta. Orienis sonrió con gusto, tomó a la muchacha de los cabellos y comenzó a meterle salvajemente en la boca todo lo que tenía. La esclava cerró los ojos e intentó desmayarse de alguna manera, pero no lo logró, la verga siguió entrándole en la garganta, provocándole severas arcadas.

- Muy pronto, nada podrá detenerme. Cuando logre que Crocune porte esa espada en mi nombre, todo será perfecto. Lo único que tendré que hacer es pasarme todo el día aquí, metiendo mi verga en sus sucias vaginas hasta que sangren. ¡Abre bien la boca, puta, o te arrancaré los dientes!

La pobre y hermosa esclava no aguantaba más el flagelo del tirano, quien metía poderosamente su estaca hasta que le oprimiera las amígdalas. Levantó la cabeza y para mirar a las demás esclavas y pensó un momento. Admiró a una chica alta, de cabello rubio y grandes pechos que se encontraba en el medio.

- ¡Tú! ¡La de los pechos! Ven aquí y ponte en cuatro patas como una yegua a punto de parir.

La muchacha obedeció y se colocó en posición de carpa, abriendo completamente su trasero, exponiendo ante su amo su delicada vagina rosada y un limpio pero oscurecido ano. El hombre se quedó mirando eso como si estuviera hipnotizado y volvió a hablarle a la que le hacía la felación.

- ¡Ey! Ya vamos terminando, has aguantado bien. Ahora usa toda la saliva que te quede para humedecerme bien la verga, a menos que quieras que esa esclava no pueda ir por un mes a defecar.

La chica morocha le cubrió el miembro con una gran cantidad de babas y espuma. Orienis retiró su pene de ella y sin perder tiempo fue hasta la nueva esclava que tomaría y se la metió hasta que no se pudo más. La rubia gimió de dolor al sentir todo ese gran miembro entrando en ella. Agachó la cabeza y respiró con dificultad.

El muchacho, sonriente, comenzó a asaltar brutalmente la intimidad de la sometida, a una velocidad que nadie esperaría poder encontrar en un hombre así. No se le caía una gota de sudor y se la metía con todas sus fuerzas hasta que el pene hacía tope con el útero. Los ojos de la chica estaban completamente cerrados, intentando soportar todo lo que podía el dolor que le provocaba.

- ¡Grita, puta, grita! ¡Chilla como si te estuviera metiendo una espada! Gime como si te estuvieran haciendo cosquillas o te cortaré la lengua para que nunca más vuelvas a hablar.

La rubia echó unos gritos al aire que invadieron el lugar y resonaron por toda la torre. No podía aguantar de ninguna manera las salvajes metidas que le propinaba su dueño. Le temblaban las piernas, la posición en la que estaba era muy incómoda, pero si movía le iría peor. El joven sacó su verga cubierta de fluidos y la metió centímetro a centímetro en el ano de la muchacha, haciéndola saltar de dolor con cada metida en profundidad. Los brazos firmes de él la tomaban del cuello y le apretaban los pechos, totalmente abstraído por la lujuria. La metía y la sacaba sin parar del trasero de su esclava, y le propinaba dolorosas nalgadas que le enrojecían los glúteos a la rubia.

La pobre chica se retorcía y le costaba seguir sosteniendo su peso y el de su amante. Orienis le dio un último empujón con fuerza, derribándola al suelo, haciendo sangrar sus rodillas y su espalda con la piedra del suelo. El semen comenzó a fluir de su pene, acompañado de un rugido furioso del hombreo. El blanco cuerpo de la chica quedó totalmente cubierto del espeso y cálido líquido, pero ella no pudo notarlo porque estaba completamente desmayada. Él se apoyó a una pared.

- Putas de mierda… ¡¿Cuándo alguna de ustedes va a aguantar un poco más sin desmayarse?! Todas ustedes vengan a beber la leche del cuerpo de ella y tú- dirigiéndose a la morocha que aun no se reponía de la mamada anterior-, ven a limpiármela. Quiero que se mantenga dura, así que le darás calor con su boca el tiempo que sea necesario. ¡Si se debilita como tu re cogido cuerpo te la meteré en el culo hasta que te desangres!

Todas las esclavas lamieron y besaron el cuerpo de la chica desmayada, intentando darle ánimos para que despertara. La morocha gateó hasta su maestro, tomó el pene con su lengua y comenzó a empaparlo de saliva.

Orienis terminó el festín con una satisfecha sonrisa. Nadie podría detenerlo. Todos sus caprichos iban a ser satisfechos. No había magia alguna que pudiera opacar su poderío.

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Espero que les haya gustado! Habrá continuación, si es que les gustó, con mucho más sexo, esta es solo la introducción.