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Naufragos: Deseas algo más que no morir de hambre?

en Fantasías Eróticas

Era la segunda puesta de sol que presenciaban luego de la tragedia. El crucero en el que muchas personas habían estado viajando se había hundido. Nadie sabía exactamente por qué, sólo sabían que ocurrió una explosión y a los pocos minutos estaban ya subiendo a los botes salvavidas. El problema principal fue que hubo una terrible tormenta en ese instante y los botes no duraron mucho a flote.

Ni Dante, ni Alexandra, ni Nahiri, ni Dalma supieron cómo sucedió pero sí sabían que estaban hambrientos. Los cuatro se habían despertado en una isla. No encontraron más que unos pocos restos del barco y, a pesar de gritar como locos por ayuda el primer día, lo único que hicieron fue agotarse y nadie llegó a rescatarlos.

Nahiri y Dalma eran cuñadas. La primera era muy alta, de piel tostada, ojos verdes resplandecientes, cabello negro, unos buenos implantes mamarios operados hacía bastante poco, una cintura pronunciada y una cadera enorme con un trasero bien duro y respingado que aprovechaba para modelar todo tipo de ropa. La segunda era una chica rubia, delgada, sin demasiado busto pero con un rostro tallado en porcelana. Era hermosa, con labios gruesos, nariz pequeña y profundos y atrapantes ojos celestes. Era mucho más baja que Nahiri. Tenían 30 y 27 años respectivamente.

Alexandra era una chica de 24, muy bonita, de cabello castaño y ojos del mismo color. Su cuerpo esbelto y firme no era una atrocidad a la naturaleza como el cuerpo de Nahiri, ella era natural y para ser natural sus tetas no estaban nada mal. Su trasero, a pesar de no tener el volumen de la morena, era agradable, daban ganas de echarse ahí una siesta… o de echar algo más. Su deseable aspecto se contradecía mucho con su ingenua y dulce forma de ser.

Dante era un mecánico de apenas 20 años y el chico la estaba pasando muy mal. ¿Quién la pasaría mal en una isla desierta con tres hermosas mujeres? Eso mismo se habría preguntado él antes de hacer el viaje pero realmente no le agradaba para nada el panorama sabiendo que se estaba muriendo de hambre. Era un muchacho bien parecido, no muy alto, con un físico atlético pero poco trabajado. Él había hecho ese viaje porque le gustaba recorrer el mundo y estar de fiesta… no esperaba terminar muriendo al final.

Los sonidos de los estómagos de los cuatro rugían con intensidad. En la isla no había nada. Rocas, algo de arena, un poco de tierra y plantas muy altas con frutos pequeños que cuando caían se convertían en un puré incomible. Por la mañana las aves devoraban esos frutos pero era imposible atraparlas, por más piedras que intentaran arrojarles. En el mar había peces pero nadie sabía como capturarlos tampoco. Y a eso había sumarle la idea de que Dante casi no les dirigía palabra a Nahiri y Dalma. Simplemente no se llevaban bien.

En un momento de la noche, cuando se habían acostado tapados con mantas húmedas rescatadas del naufragio, Dante no pudo soportarlo más. Estaban muriendo, no podrían seguir así esperando a que alguien los rescatara, le era imposible dormir por lo vacío que estaba. Así que, valientemente, se acercó a uno de los largos árboles y trepó a él.

Las chicas lo observaron desde sus cobijas sin moverse. Los árboles eran largos y flexibles. Había que tratar de sacudirlos lo menos posible porque cuando la fruta caía se perdía. El muchacho estuvo toda la noche intentándolo, cayéndose, golpeándose y llenándose de mugre y sangre.

Al salir el sol, Dante tenía tantas frutas envueltas entre su ropa como heridas en su piel. La fruta era una especie de guinda ácida. Tras esperar un momento y no sentir nada raro se dijo que no era venenosa y comió con todas sus ganas mientras las demás chicas lo observaban, hambrientas.

Dante había ido de viaje en ese crucero con los ahorros de un muy buen año de trabajo en su taller. Era joven e inexperto pero trabajaba muy bien y con muchas ganas. En el crucero se encontró con otro mundo, una realidad que no era la suya. Dalma era una muchacha adinerada a la cual el viaje se lo había pagado el padre. Nahiri era cuñada de Dalma, ella había acompañado al hermano de ésta, quien se perdió en el naufragio. Y Alexandra era la novia de un abogado joven y exitoso que también estaba perdido. Ella no había conocido a Dante hasta el naufragio pero el chico y las otras dos mujeres sí se habían visto antes. Una de las primeras noches del viaje Dante había tomado de más junto con el amigo que lo acompañaba. Se habían metido en el gran salón donde la gente refinada bailaba, compartía la cena y copas de vino. El muchacho no tuvo mejor idea que invitar a bailar a Dalma. Las dos se rieron en su cara y luego lo pusieron en su lugar informándole que sólo era un pobre muerto de hambre y que probara suerte invitando a los atunes.

Él no conocía a nadie en el barco pero por alguna razón todos sabían que no era más que un joven mecánico que había tenido un año con suerte. O mala suerte si tenía en cuenta su estado actual.

Sabiendo que no compartiría sus frutas con nadie se marchó del lugar, comiendo y tratando de no perder estado físico, aunque si seguía escalando esos árboles no había duda que lo ganaría. O moriría de una buena vez.

Cuando regresó, horas después quizá, pudo ver a Dalma y Nahiri intentando inútilmente lo mismo que él había hecho toda la noche. Verlas era un espectáculo para la vista. Nahiri era la que más lo intentaba pero no tenía fuerzas y sus enormes pechos parecían estorbarle al trepar. Su ropa se estaba haciendo trizas y cada vez dejaba ver más carne. Dalma parecía tener más éxito, pero tenía aún menos fuerza y no parecía dispuesta a sacrificar sus uñas para lograr eso. Dante aprovechó para acercarse a Alexandra que ni lo estaba intentando. Estaba lloriqueando, como desde que despertó en esa roca. El chico dejó frente a ella lo que le quedaba de frutas. Ella vio la ofrenda y antes de consumirla habló. Su voz estaba quebrada por la sed y el llanto.

—¿Por qué?

—Cómetelas rápido. Y no les des a ellas. Tú no me hiciste nada pero ellas… esperaré a que me rueguen de rodillas para darles.

—Gra-gracias —le dijo la dulce muchacha y se comió todo lo que le había dado de un bocado.

Las otras dos pasaron todo el día sin resultados y volvieron al caer el sol. Se acostaron en sus camas improvisadas mientras sus estómagos eran una orquesta de quejidos. Dante creyó oír lloriqueos también.

Él había dormido con el sol en alto. Prefería buscar las frutas de noche, el sol pegaba fuerte en ese lugar y no quería terminar con alguna enfermedad solar. Ya bastantes problemas digestivos le estaban dando las frutas.

Esa noche le costó mucho menos conseguir. Le había encontrado el truco. Logró bajar la misma cantidad que había sacado la noche anterior en un cuarto de tiempo. Cuando estaba polvoreándose las manos para subir por segunda vez, sintió pasos y gemidos detrás de él.

—Oye…

La voz destrozada de Nahiri parecía de ultratumba. Se acercó con su hermoso cuerpo hasta él pero pudo ver que ya no era tan hermoso. Estaba muy delgada, el sol de la mañana le había dejado la piel enrojecida, sus uñas estaban miserablemente quebradas y su ropa pedía urgente ser cambiada.

—No puedo aguantarlo más. Lo necesito.

—Es mi fruta y yo…

Antes de que Dante terminara la frase la vio quitarse su camisa hecha hilachos. Sus tetas estaban frente a él, sostenidas por la parte superior de su traje de baño. Él tragó con dificultad. Con un gesto de cansancio ella se arrodilló.

Una sonrisa se formó en la boca de Dante. La muy soberbia al final se dignaría a pedir por favor. Y de rodillas, tal como él quería.

Antes de que pudiera asimilar la situación, la mujer le estaba bajando los pantalones. Luego el traje de baño. El muchacho se había quedado impactado y no podía hablar. La morena buscó su verga sin usar las manos, refregando toda su cara en ella y metiéndola en su boca con cierta desesperación.

—¿Eh?

Dante no lo entendía. Ella lo agarró de las piernas sin dejar de chupársela. No pasó mucho tiempo mientras la saboreó hasta que se pusiera tan dura como el árbol de frutas. Tenía los ojos cerrados pero estaba tan lúcida y lo hacía con tantas ganas que el chico temió que su mente se hubiera dañado.

Empezó a usar las manos para masajearlo mientras besaba y lamía su pene. Dante ya jadeaba y gemía sin problemas, eso era demasiado bueno como para no aprovecharlo. La velocidad con que lo masturbaba, la saliva que dejaba salir para lubricar bien y la sensualidad de sus gemiditos la delataban como una experta.

—¿Eshto eshtá bien ashí? No podía a-aggh-guantarlo másh. Ohhh, ahhh, necesitaba tener todo esto metido en mi boca. Mmm, chuick, ohhh. A ver… —Diciendo eso último se separó un poco y con su mano derecha empezó a sacudírsela casi con la misma pericia con que él mismo podría hacerlo.

A Dante le fue imposible contenerlo. Se mordió el labio con fuerza, soltó un gemido ahogado, la sujetó de la nuca y le enterró su mástil hasta la traquea. La mujer recibió un revoltijo de carne y leche en su garganta que la dejaron tosiendo por un rato.

Asombrado, Dante la levantó de los hombros y la empujó contra el árbol. Jamás se había sentido así, nunca había acabado y luego terminó teniendo más ganas que antes de hacerlo. En ese momento se sentía así. Como si recién hubiera empezado.

Nahiri quedó abrazada al árbol, sabiendo que sería penetrada por él. No le importó en lo absoluto, al contrario, ella había ido a buscar exactamente eso.

—Dale, rápido, me va a venir a buscar.

El apuro hizo que Dante le quitara el jean corto y la ropa inferior de baño de un solo tirón hacia abajo. La vagina de la mujer estaba más húmeda que el océano. Él ni siquiera se demoró en degustarla, se la clavó ahí mismo sin ningún tipo contratiempo. Entró como por un tubo.

—¡AAAAH!

El gemido inicial de ella fue salvaje pero silencioso, cargado de lujuria y agradecimiento. Dante siguió empujándola, desesperado, mientras el cuerpo de ella se apretaba cada vez más contra la palmera y sus tetas se aplastaban como un gran salvavidas.

—Oh, síiii. Ay, me lo estás haciendo muy fuerte, me duelen las tetas.

A él no le importó. Él quería una disculpa y eso podría ser lo más parecido que iba a encontrar. Se la siguió metiendo, arañando su hermosa piel dura, llenándola de heridas como las que él tenía y amasando sus grandes tetones.

—Dale, dale, seguí, seguí, ¡no pares!

El incentivo de la chica lo hizo acelerar, olvidando que estaba quedándose sin aire. Le descargó tantas embestidas en su lubricada concha y con tanto desprecio que los aullidos de placer por el orgasmo quedaron teñidos de quejidos de dolor.

—No, no, no, no ¡esto no puede ser de esta manera! ¡Ahhhhhh! ¡Ahhhhh! Mmmm…

Nahiri se abrazó desesperada lo más que pudo al árbol, meneando su cadera despacio para tratar de frenar los ataques de él pero sin dejar de recibir cada segundo de placer que podía disfrutar. Sus gemidos se convirtieron en jadeos y éstos en suspiros. Luego se quedó quieta.

—Oh, g-gracias, chico. Vamos, termina lo tuyo pero no lo hagas dentro, puedes hacerlo en mi bo…

Entonces ella lo sintió. La mujer no pudo reaccionar a tiempo. Él la agarró por la cadera y le metió cinco estocadas a una velocidad impresionante coronadas por un chorro final de semen que ella sintió como si le perforara el útero.

—¡Ahhh! ¡No, para! ¡No hagas eso! ¡Estúpido!

Él no sacó su miembro hasta que eyaculó la última gota. Cuando lo retiró, ella se dejó caer al suelo, exhausta, incapaz de hacer algo en respuesta a haber sido llenada de semen por un extraño.

Dante, completamente satisfecho y sonriente, comenzó a vestirse.

—Acepto tus disculpas. Puedes llevarte las frutas que quieras pero no le des a tu amiguita o ya no te daré más.

—¿Eh? ¿Y para qué quiero tus frutas? —preguntó ella sorprendida mientras también trataba de vestirse.

—Pues para… ¿no las quieres?

—Claro que no. Esas frutas no tienen vitaminas, es comida para aves, yo no como porquerías.

—¿Entonces no comerás?

—Tarde o temprano conseguiré la forma de atrapar una de esas aves. No tengo apuro, soy una modelo, puedo aguantar semanas sin probar bocado. Sólo vine a buscar sexo, ya no aguantaba. Espero que estés listo para la próxima porque no te lo voy a preguntar. Te lo voy a hacer directamente.

Y él la vio irse como llegó, con las manos vacías. Sonrió al darse cuenta que quizá se había ido bastante más llena de lo que parecía.