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Fantasy Rivals: Merweiss Debertolis

en Parodias

Fantasy Rivals: Merweiss Debertolis

En una mazmorra oscura de la Ciudad Capital, en el subsuelo de una enorme y acogedora casa del sector más acaudalado, se encontraba Merweiss Debertolis. Hace mucho tiempo él era un científico respetado, presidente del gremio de los relojeros, aquellos que más poder científico tenían. Sin embargo, como en la época la gente no distinguía bien la magia de la ciencia, algunos lo miraban mal. Muy mal.

Él se había presentado ante el cardenal Tiberius, actual gobernante de la Ciudad Capital, y le había propuesto trabajar para él. Estuvo mucho tiempo trabajando para él pero un día tuvo la mala suerte de participar en una guerra contra un grupo rebelde y eso casi le cuesta la vida.

Si bien muchos lo dieron por muerto, él se aseguró que no fuera así. Con el apoyo de sus amigos relojeros, construyó prótesis para las partes faltantes de su cuerpo convirtiéndose así en un raro hombre con la mitad de su cuerpo hecha de carne y la otra mitad de acero.

Encolerizado con Tiberius y con todo el imperio, decidió planear una venganza. Trabajó día y noche sin parar creando rústicos seres mecánicos, uno tras otro como si su respiración dependiera de ello. Al final, no sólo terminó siendo el amo de esas máquinas sino que también se convirtió en un líder y referente para todos los que detestaban al imperio.

Fue con él que nació la facción Shadow, adoradores de lo siniestro, de la quimera Serpiente y de la traición.

En ese momento, dentro de la mazmorra, conversaba con la joven Jeenea acerca de sus próximos planes. Jeenea era una muchacha nerviosa y dulce, de baja estatura y sucios cabellos negros. Lo más llamativo era su piel dorada tan rara en esos parajes fríos. Contrastaba mucho con el blanco pálido de la piel de Merweiss.

—Y así es, mi querida Jeenea, que te dejaré el sector de los mercaderes ambulantes. No enviaré a ninguno de los hombres serpiente allí si sabes mantenerlo bajo tu control. Pero si se te sale de control… ya sabes lo que pasará.

La muchacha se apresuró a acercarse para acariciar servilmente el traje púrpura de su maestro.

—Lo sé muy bien, maestro. No lo voy a defraudar, se lo aseguro. Empeñaré en ello toda mi fuerza. Va a estar orgulloso de mí.

Merweiss apreció el sutil toque de la muchacha en su ropa y con sus manos enguantadas sostuvo la de ella cálidamente.

—Tu piel, querida, es magnífica. Tienes… que tener cuidado que no se lastime. —Mientras susurraba las palabras, el seductor científico acarició el brazo de la chica y se quitó una de sus largos cabellos que caía entre sus ojos.

Ella, prudente, bajó la mirada y dejó que su maestro continuara con las caricias. Sus ojos brillantes y lascivos puestos en su cuerpo no era algo que se pudiera ignorar.

Las manos del científico se dirigieron a su cabeza para desatar la cinta que anudaba sus cabellos que cayeron sobre sus hombros como una sombra. El sujeto sonrió al verla.

—¿Puedes venir a mi habitación? —preguntó el líder.

Esa pregunta era una orden secreta. Si ella lo rechazaba perdería favores con él. Vio su piel y, dubitativa, asintió.

Juntos traspasaron el poco iluminado salón para acceder a la nada iluminada habitación. Allí Jeenea sintió que las manos de él la atenazaban instantáneamente. El poder que sus brazos de metal ejercían era monstruoso, sólo se dejó hacer, intentar negarse sería suicidio.

La tiró a la cama y se desprendió el traje. Él vivía tanto entre las sombras que podía ver incluso en aquella oscuridad. A ella no se le hacía tan fácil pero intentaba mantenerse tranquila, no podía decepcionar a su maestro. Merweiss quedó totalmente desnudo pero ella no podía verlo. Eso era bueno porque tenía tantas heridas y partes de su cuerpo reconstruidas que sería horrible. Por suerte no había perdido su retorcido miembro ni la capacidad de que la sangre fluya hacia él haciéndolo duro como el metal de sus piernas.

Se acercó a la cama y allí acarició lentamente el cuerpo de la chica desde los pies hasta sus pechos. Disimuladamente tomó una de las manos de ella para depositarla en su larga y fina verga. La chica, tímidamente, acarició el pene y los testículos de Merweiss por un rato. No veía nada más que los ojos brillantes de él, desvistiéndola con la mirada. Ella entrecerró los ojos y se inclinó para introducir el miembro en su boca. Sus labios oscurecidos se aferraron a la venosa piel de su amante y comenzó a succionarlo y lubricarlo con su saliva. El maestro Shadow, satisfecho, llevó sus manos a la cintura y admiró a Jeenea practicar sexo oral. La excitación inflaba su pecho y lo obligaba a lanzar gemidos susurrantes.

—Oh, querida, creo que no me arrepentiré de meterte al clan.

La chica entre risitas siguió pasándole la lengua al miembro de su maestro mientras le masajeaba los genitales y el trasero. Merweiss estiró sus brazos para acariciar el redondo y firme trasero de Jeenea. Siendo tan bajita de estatura su culo sobresalía demasiado. Era grande y por algún motivo que Merweiss no podía explicar, ignoraba las leyes científicas contradiciendo la gravedad. Dándose cuenta de las ganas de su maestro la chica se detuvo y se arrodilló en la cama. Estiró sus brazos para que él le quitara la ropa pues sabía que le gustaba tener el control de todo. No le costó mucho pues el científico era un experto trabajando con los cuerpos de las personas. Le quitó la media blusa, desajustó rápidamente el corset y al final destrabó sin problemas el sujetador dejando a la chica con el torso desnudo.

La empujó suavemente contra el colchón y con una mano trató de desatar el complicado juego de cinturones que llevaba sobre el pantalón de algodón mientras humedecía sus pechos con la boca. Ella no podía evitar erotizarse con el tacto de Merweiss. Era un tipo asqueroso, despiadado y soberbio pero sí que sabía generar placer.

Sus tetas duras quedaban aplastadas contra su pecho cuando él las devoraba y se alargaban cuando las oprimía con sus manos. El cuerpo trigueño de ella se llenó completamente de la saliva de su maestro y cuando menos se dio cuenta ya estaba totalmente desnuda. Abrió sus piernas como una puerta porque ya empezaba a sentir ganas de ser tomada.

El científico acarició la delicada vagina de la chica para que todos los jugos se impregnen en su palma y luego ensalzó con ellos a su miembro. Se arrodilló frente a ella, le tomó las piernas inclinándolas hacia atrás y lentamente fue metiendo su larga estaca en el delgado y corto cuerpo de su amante.

Cuando sintió el choque de la punta del pene con el útero la chica gimió, abrazó el cuello de su maestro y lo atrajo hacia ella. Merweiss, algo sorprendido por la efusividad de la chica, empezó a embestirla lenta y profundamente, arrancándole suspiros de placer.

—¡Ohhh, así, así, más rápido!

Y el científico la complacía con más rapidez.

—¡Mmm, sí! ¡Sí! ¡Oh, Merweiss! ¡Dame, dame más, dame, dame!

Hacía tiempo que Merweiss no se topaba con una chica tan alegre y que llevara tan bien el papel de amante satisfecha. Si estaba fingiendo o no, él no se daba cuenta ni le importaba tampoco. Era carne fresca y debía disfrutarla.

Sacó se miembro, la levantó con sus brazos mecánicos y la giró. Jeenea quedó boca abajo con la petulante cola levantada, incitando a su maestro a clavársela sin delicadeza. Merweiss se inclinó sobre ella, lentamente volvió a metérsela entre suspiros y empezó a serruchar con fuerza. En esa posición, el cuerpo pesado de Merweiss aplastaba el cuerpo de su amante contra la cama y la chica empezaba a sufrir el dolor y la falta de aire. Pero como a todas las muchachas del sur, a Jeenea le gustaba el sexo y el tipo lo hacía muy bien. Tenía un miembro ideal para ella porque era delgado y no la lastimaba y era largo por lo que llegaba lo más al fondo que podía.

Ella se aferraba con fuerza a las sábanas desordenadas y trataba de juntar lo más posible sus piernas para que el roce fuera más estrecho. Las manos duras de Merweiss sobre su nuca y su espalda empezaban a hacerla sentir sometida, entregada y esos pensamientos la llevaron a un fuerte y descomunal orgasmo que la dejó totalmente derretida en la sábana.

Merweiss, sonriente al sentir húmedo su pene, aumentó la velocidad de las embestidas. Los gritos de la chica sintiendo como su ya débil vagina era perforada por el relojero se oyeron en toda la mazmorra.

—¡Oh, por dios, por dios, por dios! ¡Aaaaaaah! ¡Oooooooh! ¡¡Ay!!

De pronto sintió como el hombre le tiraba de los pelos y eyaculaba dentro de ella. Con la boca abierta sintió como se le llenaba el útero de semen y como el pene se Merweiss se deslizaba fuera de ella y luego lo limpiaba entre sus nalgas. Cerró los ojos y se recostó cómodamente en la cama mientras percibía el roce sobre su ano.

Merweiss le acarició la espalda, los cabellos y la tomó del cuello con delicadeza.

—Mi querida Jeenea, mata a quien tengas que matar y nunca olvides que eres una Shadow y a quién le debes respeto.

—Sí, mi maestro —respondió sonriente.

—Y ven aquí una vez por semana al menos así no olvidas mis caricias.

—Lo haré. Me tendrás siempre que me necesites, Merweiss.

El científico se sentó en la cama sonriente. Tomó sus ropas y empezó a vestirse pues tenía mucho trabajo que hacer y ya satisfecho sexualmente no habría nada que lo distraiga de sus planes de venganza.