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Fantasy Rivals: Ebu

en Orgías

El imperio tenía una división de guerra llamada Empire. Debido a la cantidad de enemigos que tiene la Ciudad Capital, era necesario nuclear las fuerzas de guerreros, entrenarlas y tenerlas listas si algún rival se presentaba. El cardenal Tiberius, además de ocupar el trono de emperador porque por el momento estaba vacío, llevaba el título de Comandante de las fuerzas. Él había organizado dos grupos de guerreros: el Ejército y los Merodeadores. El primero era el grupo de efectivos que permanecía en la ciudad y la protegían. El segundo constituido por varios batallones que exploraban fuera de la ciudad en busca de enemigos y recursos.

En ese segundo grupo había soldados realmente sanguinarios, que no le temían a nada y que se alimentaban de barro confitado con gusanos si era necesario. Uno de ellos era Ebu. Él había sido uno de los primeros en ser enviado a esos batallones porque el Gran Cardenal quería tenerlo lo más lejos posible de los demás guerreros. Era la oveja negra del rebaño con sus cabellos de color azabache revueltos, su barba de chivo atada en varias trenzas, un parche donde debería estar su ojo izquierdo perdido en batalla y sus ropas desgarradas y desalineadas. Si no fuera porque era el guerrero más fuerte y temerario que tenían nunca hubieran considerado la idea de permitir que formara parte de Empire.

En esos momentos, luego de una épica batalla en las montañas, el gran Ebu festejaba el resultado en una taberna sucia de un pueblucho alejado. Él y sus compañeros se habían embriagado casi hasta que les explotara el estómago y luego habían buscado mujeres por los alrededores para tener una sesión extra de entrenamiento y quemar así todo el alcohol consumido. Ebu, conocido por su increíble e incansable apetitito sexual, había recolectado tres jovencitas que andaban por ahí alquilando sus cuerpos.

Las tres, asustadas, se miraron entre ellas porque era la primera vez que las alquilaban al mismo tiempo. Comenzaron a desnudarse con timidez mientras el Merodeador se relajaba en una silla del minúsculo cuarto y bebía de una botella de licor. Al verlas hizo una mueca de desagrado.

—No, no, niñas, así no. Desvístanse unas a las otras y luego las tres me desvisten a mí.

Ellas asintieron y lo fueron haciendo. La que era más alta las dirigió. Tomó el largo vestido de una de ellas y lo quitó desde abajo hacia arriba rápidamente. Luego se lo sacó a la que parecía más joven y al final las demás se lo quitaron a ella. Sólo quedaron cubiertas por la prenda inferior. Ebu las admiraba, interesado. Se levantó de la silla y les indicó que continuaran mientras dejaba la botella de licor en una mesita y también dejaba en ella sus grandes dagas. Las chicas se pusieron una detrás de la otra y entre ellas deslizaron hacia abajo la ropa interior para quedar completamente desnudas.

El moreno las inspeccionó y sonrió exhibiendo sus dientes podridos. Las llamó luego con las manos para que procedieran a despojarlo de sus ropajes y las escasas partes metálicas de su armadura. Entre las tres fueron sacando sus hombreras, sus rodilleras, sus botas, sus guantes y luego siguieron por la faja que ceñía su toga. Las tres se asombraron al comprobar el volumen de los músculos de Ebu. Eran duros como la roca. La primera vez que lo habían visto no parecía tan fuerte porque era delgado y de estatura más bien baja pero los pocos músculos que tenía sin duda los conservaba muy bien. Cuando la más joven de las tres deslizó por uno de sus brazos su toga pudo comprobar horrorizada la cantidad de cicatrices que tenía y lo imponentes que eran sus bíceps. No tenía la fuerza suficiente como para hundirlos, sus uñas se habrían partido si hubiera tratado de arañarlo.

Cuando la más alta y experimentada llegó a quitarle por completo la ropa y se encontró con su miembro no lo podía creer. Era algo enorme, nunca había visto uno tan grande. Colgaba semierecto desde su entrepierna hasta la mitad de sus muslos. Además era grueso como la empuñadura de sus espadas. Y por si fuera poco era un guerrero y no se iba a cansar tan fácilmente de meter ese gran trozo dentro de ellas.

—¿Y bien? ¿Qué estás esperando?

La chica levantó su mirada celeste para ver si hablaba en serio. No sólo él sino también sus compañeras la incitaban a continuar antes que tuvieran que hacerlo ellas. La chica, que se llamaba Carol, dio un largo suspiro, se arrodilló lo más cómoda que pudo y abrió lo más grande que su boca era capaz para comerse esa inmensa verga. Empezó a chuparle la punta y lubricarla lo más posible mientras Ebu acariciaba los cuerpos desnudos de las otras dos muchachas. No conforme con la felación de Carol, soltó a una de ellas, tomó a la que estaba de rodillas por la nuca y la obligó a metérsela toda adentro. Las arcadas empezaron poseerla cuando se dio cuenta que de un momento a otro el glande pasó de estar tocando sus labios a tocar su campanilla.

—No les pago para que se hagan las finas. Trabajen como se debe.

Tras decir eso, el guerrero levantó con sus dos brazos a la más pequeña, que le decían Midna, y la levantó para depositarla en sus hombros como si no pesara ni un gramo. La pobre chica, temerosa, se sujetó de la nuca de Ebu y rodeó su cuello con sus piernas para no caerse aunque él la tenía bien sostenida. Sonriente y satisfecho por el temor de la joven, empezó a lamer su húmeda intimidad, llenándose la cara de jugos vaginales.

Midna chillaba como una perrita cuando la lengua de su amante empezó a hurgar en ella. Nunca había sentido tanto vértigo y generalmente los que pagaban por ella no le daban ese tipo de trato. Le encantaba lo que el hombre le hacía, podía sentir su cuerpo estremecerse una y otra vez.

La restante, que era la única que tenía ojos cafés y se llamaba Jess, recibió unas nalgadas por parte del Merodeador y luego la señal de que se ocupara de su cuerpo. Era la parte más difícil. Le daba bastante asco tener que besar el cuerpo aún sucio y lleno de cicatrices del guerrero. Pero como era su trabajo lo hizo y Ebu sintió que incluso ponía más empeño que la mayor con su miembro.

Momentos después, al ver lo bien que hacían Midna y Jess su parte las detuvo y las acomodó a las dos en la cama como si fueran unas niñas. Les pidió que abrieran las piernas y mando a Carol, que había sido la más rebelde, a que les chupara las vaginas a ambas un buen rato. Ella lo hizo sin dudar.

Ebu se frotó las manos y sonrió al ver la excitante escena. Al parecer Carol se la chupaba mejor a ellas porque las chicas sí estaban disfrutando.

—Con que ellas sienten placer y yo no, ¿eh? Pues deben gustarte mucho las chicas —dijo tontamente el guerrero mientras se colocaba detrás de ella y apuntaba su pene a la ranura—. Eso debe ser porque nunca has probado un hombre como yo.

Ella lo sintió entrar como si una tropilla de caballos quisiera penetrar al mismo tiempo al establo por una sola puerta. Toda la carne de su verga se amontonó en su entrada y fue entrando brutalmente centímetro a centímetro adentro.

—¡Ayy…!

Carol se quiso quejar pero Jess la tomó rápidamente de la nuca y la obligó a besarle la vagina.

—Deja de quejarte por una vez, Carol. ¡Oh, sí, chúpamela!

Ebu sonriente, le guiñó un ojo a la joven. Vio que la más pequeña se levantaba a besarlo en la boca. El caballero se dejó hacer mientras sentía que su miembro ya había penetrado hasta el tope a su víctima así que empezó a moverse para meterla y sacarla con mucha fuerza, cosa que hacía llorar de dolor a Carol.

Midna se levantó y caminó hasta que su vagina quedó frente a Jess. La chica, servil, empezó a lamerla con velocidad. Ebu, totalmente excitado, levantó una mano para que sus dedos penetraran analmente a la joven rubia que empezó a gemir lastimeramente. Aunque pensó que lo dejarían insatisfecho estaba bastante complacido. Siguió metiendo y sacando su dura tranca en la mayor de las prostitutas hasta que ella lo detuvo.

—¡Basta, basta! ¡Me lastimas! ¡Un poco más despacio, te lo suplico, me vas a partir en dos!

—Ven —le dijo Jess, ignorando a su amiga—. Dámela a mí.

Y abriendo sus piernas lo invitó con los dedos. Ebu tomó a Carol de la cintura y la arrojó a un costado mientras se tendía boca abajo sobre el cuerpo de Jess y se la clavaba hasta el útero.

—¡Oh, por Dios! ¡¿Cómo puede ser tan enorme?! Dame, dame mucho, dame con todo. La quiero toda en lo más hondo de mí.

Ebu, muy excitado por las provocaciones de la muchacha se la empezó a meter con brío sin dudarlo. Aunque era más pequeña en tamaño, su vagina parecía un pozo sin fondo, tenía que metérsela completamente para que la chica se estremeciera.

—¡Más fuerte, más rápido, guerrero! ¡Ay, cómo me la das! ¡La quiero toda! ¡Síiiiiii! ¡Aaaaah! ¡AAAAAAH! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

De un momento a otro, el alcohol y el desgaste físico le explotaron en el cuerpo y además sintió que iba a explotar su verga también. La sacó del agujero de la muchacha, tomó a Midna de los pelos y se tiró de espaldas en la cama y a ella de cara sobre su miembro. La muchacha de ojos celestes lo masturbó y se la chupó un momento hasta que el hombre soltó una gran carga de esperma que le inundaron la cara. Debía hacer bastante que no lo hacía porque el semen salió y salió como el agua del grifo. Acto seguido, quedó completamente dormido en la gran cama. Jess se levantó de la cama admirando a su compañera Carol con desprecio.

—Así es como se le da placer a un hombre. Con esa cara de puta frívola que tienes te la meterán hasta hacerte sangrar sin acabar nunca. Sólo pierdes el tiempo. Vámonos, Midna.

Las dos se retiraron dejando al desfallecido guerrero en la cama y a su compañera llorando acurrucada a su lado.

Horas después, Ebu se despertó. Le dolía todo el cuerpo pero tenía una gran sonrisa que iba creciendo a medida que recordaba todo lo que había vivido esa semana. Se rascó el cuerpo, se acarició el pene y arrojó a un lado las sábanas sucias. La habitación estaba vacía y tenía un fuerte olor a sexo y alcohol. Recogió sus ropas y empezó a vestirse. Debían emprender una misión nueva.

Cuando estaba ya calzándose sus botas, una de las prostitutas que se había acostado con él hacía un rato entró. Tenía una marca en un ojo, como si la hubieran golpeado. Se hallaba sumisa y parecía triste. Ebu la admiró recordando que era Carol, la que le había dado más bien poca satisfacción.

—¿Qué quieres? ¿Te debo algo?

—No, mi guerrero. Pero tengo que pedirle un favor, se lo suplico.

Ebu no dijo nada, siguió poniéndose las botas pero la mujer entendió que podía hablar.

—Primero… lamento lo que pasó. Sé que no le di placer.

—Está bien, no te preocupes. Fue un buen contraste el tuyo y el de tu amiga, pensé que estaban actuando.

—No… verá, yo nunca quise hacer esto. Pero mis padres murieron y no me quedó mucha opción. Además de que no soy buena haciendo otras cosas.

—Ve al punto, ¿a qué quieres llegar?

Ella se arrodilló a su lado, le tomó una de las manos y la besó. El guerrero la admiró sorprendido.

—¿Puedes llevarme contigo? No soy muy buena en esto del sexo pero quiero aprender a serlo. Se ve que tiene experiencia y a cambio yo me entregaría a usted las veces que quiera.

Ebu pensó un momento, algo confuso por la propuesta. No le iba muy bien en las negociaciones.

—¿Y mis hombres qué?

—Bueno… si me enseña bien y no me tratan mal también podrán tenerme. Por favor, se lo suplico, me trae problemas esto. Es cuestión de tiempo para que llegue un guerrero al que no le gusta como lo hago y me termine matando. Luego, si se corre el rumor de que detrás de mí belleza soy pésima haciéndolo ya no tendré trabajo y, ¿de qué voy a vivir?

El Merodeador siguió pensando. Era una oferta tentadora, sexo para él y para sus hombres en el viaje pero quizá no fuera bueno… que estén distraídos mientras iban en misiones no era recomendable. Además, llevar una mujer en la cruzada no sólo los estorbaría sino que también les traería mala suerte. Y ni hablar de que iba en contra de las reglas, aunque eso a Ebu no le importaba. Él amaba contradecir las reglas.

—No creo que…

—¡Sé cocinar también!

Eso ya fue demasiado. Ebu la admiró sorprendido y la balanza se inclinó totalmente a su favor.

—Está bien. Saldremos esta tarde y cocinarás en la noche. Si es verdad que sabes cerramos el trato y viajarás con nosotros. Si la comida sabe a mierda te violaremos entre todos y luego te dejaremos tirada donde sea que estemos, ¿entendiste?

La chica asintió sonriente y volvió a besarle la mano. Ebu negó con la cabeza mientras se retiraba y terminó de calzarse las botas. Era hora de formar a sus hombres y volver a la crueldad del combate. Los guerreros del dragón podían esperar pero el ángel de la muerte lo apresuraba; debía tener un apetito tan grande como el suyo.